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Authors: Mario Reading

Tags: #Intriga

Las 52 profecías (9 page)

BOOK: Las 52 profecías
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—¿Eras militar?

—No, reservista. Nunca entré en servicio activo. Pero hacíamos muchas maniobras, y muy realistas. Y llevo toda la vida cazando y usando armas.

—Voy a salir, a ver qué ha pasado.

—Sí. Creo que ya se puede. Yo voy a quedarme aquí y a echarle otro vistazo al baúl. ¿No tendrás el otro, por casualidad?

—No. Sólo éste. Alguien lo pintó porque le parecía soso.

—Ya me lo imaginaba. —Sabir empezó a dar golpecitos por la parte exterior del cajón—. ¿Alguna vez habéis mirado si tiene un falso fondo, o un compartimento secreto?

—¿Un falso fondo?

—Ya me parecía.

32

—Recibo dos señales.

—¿Qué?

—Recibo dos señales del localizador. Es como si hubiera una sombra en la pantalla.

—¿No lo comprobó, como le dije?

Macron tragó saliva audiblemente. Calque ya le creía idiota. Ahora estaba convencido de que lo era.

—Sí, lo comprobé muy bien. Hasta lo probé a dos kilómetros, y estaba claro como el agua. Si pasa por un túnel o deja el coche en un aparcamiento subterráneo, perdemos la señal del GPS, claro, pero es el precio que hay que pagar por la retransmisión en vivo.

—¿De qué está usted hablando, Macron?

—Digo que, si le perdemos, puede que tardemos un rato en recuperar la señal.

Calque se desabrochó el cinturón de seguridad y empezó a relajar los hombros como si, con cada kilómetro que se alejaban de París, fuera quitándose peso de encima.

—Debería dejárselo puesto, señor. Si tenemos un accidente, el airbag no funcionará bien sin él. —En cuanto dijo esto, Macron se dio cuenta de que acababa de cometer otro error no forzado en la larga lista de los que ya sazonaban su cada vez más deteriorada relación con el jefe.

Pero por una vez Calque no aprovechó la ocasión para administrarle la consabida reprimenda mordaz. Por el contrario, levantó la barbilla pensativamente y se quedó mirando por la ventanilla, ignorando por completo la metedura de pata de Macron.

—Macron, ¿se le ha ocurrido pensar que tal vez haya dos localizadores?

—¿Dos, señor? Pero si sólo puse uno. —Macron había empezado a pensar en lo feliz que podría haber sido trabajando de ayudante en la panadería de su padre en Marsella, en vez de hacer de burro de carga de un capitán de policía gruñón a punto de jubilarse.

—Me refiero a nuestro amigo. A ése al que le gusta llamar por teléfono.

Macron revisó de inmediato lo que estaba a punto de decir. Nadie podía acusarle de no aprender en el trabajo.

—Entonces él también estará recibiendo las dos señales, señor. Sabrá que hemos puesto un localizador y que vamos en paralelo a él.

—Muy bien, chico. Bien pensado. —Calque suspiró—. Pero sospecho que no le preocupará mucho. A nosotros, en cambio, debería preocuparnos. Empiezo a hacerme una idea de lo que pasa, y no me gusta mucho. No puedo probar nada, claro. De hecho, ni siquiera sé si ese tipo que no tiene blanco en los ojos existe de veras, o si sólo estamos invocando a un demonio y deberíamos centrarnos en Sabir. Pero a partir de ahora tenemos que andarnos con pies de plomo.

—¿Invocando a un demonio, señor?

—Es sólo una figura retórica.

33

—¿Adónde vamos?

—Adonde pone en el fondo del cofre.

Alexi se inclinó hacia delante desde el asiento trasero y tocó a Sabir en el hombro.

—Así se habla. Eh,
luludyt
, ¿qué te parece ahora tu
phral
? A lo mejor te deja un montón de pasta cuando ese loco le mate. ¿Tienes mucha pasta, Adam?

—Encima, no.

—Pero ¿tienes pasta? ¿En América, a lo mejor? ¿Puedes conseguirnos una tarjeta verde para residir y trabajar en tu país?

—Puedo ponerte un ojo morado.

—Eh, ¿has oído eso? Tiene gracia. Yo le pido una tarjeta verde y él me ofrece un ojo morado. Este tío tiene que ser moro.

—¿Nos sigue alguien?

—No. No. He mirado. Y sigo mirando. No nos sigue nadie.

—No lo entiendo.

—Puede que no encontraran el coche. Los chicos lo escondieron bien. Me debes una por eso, payo. Iban a desguazarlo y a vender las piezas, pero les dije que les pagarías si lo cuidaban.

—¿Pagarles?

—Sí. A ellos también tienes que dejarles dinero cuando te mueras. —Alexi se irguió de pronto—. Eh, payo, para detrás de ese coche. El que está ahí aparcado, en el arcén.

—¿Por qué?

—Tú para.

Sabir apartó el Audi del camino y paró en el arcén.

Alexi salió y se puso a dar vueltas en torno del coche, ladeando la cabeza.

—No pasa nada. No hay nadie. Estarán por ahí, dando un paseo.

—¿No irás a robarlo?

Alexi hizo una mueca de fastidio. Se agachó y empezó a desatornillar la matrícula.

—Se ha parado.

—No se pare enseguida. Siga conduciendo. Adelántele. Pero si ve otro coche parado, fíjese bien en él. Llamaremos para pedir refuerzos.

—¿Por qué no detenemos a Sabir y acabamos de una vez?

—Porque los gitanos no son tontos, sea lo que sea lo que piense usted de ellos. Si no han matado a Sabir es por algo. —Calque lanzó una mirada al camino—. ¿Ha visto qué estaba haciendo ahí abajo?

—Qué estaban haciendo. Eran tres. —Macron carraspeó, indeciso—. Si estuviera en su lugar, yo cambiaría la matrícula. Sólo por si acaso.

Calque sonrió.

—Macron, nunca deja usted de asombrarme.

—¿Qué esperas conseguir con eso? En cuanto vuelvan al coche verán que has cambiado las matrículas.

—No. —Alexi sonrió—. La gente no mira. No ve las cosas. Tardarán días en darse cuenta. Seguramente no se enterarán de que les hemos cambiado la matrícula hasta que estén rodeados de un montón de policías armados con metralletas… o cuando metan el coche en el aparcamiento de un supermercado y no se acuerden de dónde lo han dejado.

Sabir se encogió de hombros.

—Da la impresión de que no es la primera vez que haces esto.

—Pero ¿qué dices? Si soy como un cura.

Yola pareció espabilarse de pronto.

—No me extraña que mi hermano supiera lo del papel. Mi madre le mimaba mucho. Le habría contado cualquier cosa. Le habría dado cualquier cosa. Pero ¿cómo es que sabía Babel lo que había al fondo del baúl? No sabía leer.

—Pues buscaría a alguien del campamento que sí supiera. Porque usó parte de la frase en el anuncio.

Yola miró a Alexi.

—¿Quién pudo ser?

Alexi se encogió de hombros.

—Luca sabe leer. Y haría cualquier cosa por Babel. O por un puñado de euros. Además, es muy astuto. No me extrañaría que todo esto lo hubiera planeado él, y que le tendiera una trampa a Babel para que actuara en su lugar.

—Ese Luca… —siseó Yola—. Si descubro que fue él, le echaré un maleficio.

—¿Un maleficio? —Sabir miró a Yola—. ¿Qué quieres decir con que le echarás un maleficio?

Alexi se rió.

—Es una
hexi
, la chica. Una bruja. Su madre era bruja. Y su abuela también. Por eso nadie quiere casarse con ella. Creen que, si le dan una paliza, los envenenará. O les echará mal de ojo.

—Y haría bien.

—¿Qué dices? A una mujer hay que darle una paliza de vez en cuando. Si no, ¿cómo vas a controlarla? Sería como una de esas payas. Con huevos del tamaño de granadas. No, Adam. Si alguna vez, por milagro, se busca un marido, tendrás que hablar con él. Decirle cómo manejarla. Dejarla preñada. Eso es lo mejor. Si tiene niños de los que cuidar, no le fastidiará.

Yola se tocó los dientes de arriba con el pulgar, como si intentara quitarse un trozo de ternilla que le molestara.

—¿Y tú qué, Alexi? ¿Por qué no te casas? Yo te diré por qué. Porque tienes la polla partida por la mitad. Una mitad tira para el oeste, para las payas, y la otra la tienes siempre en la mano.

Sabir sacudió la cabeza, asombrado. Los dos sonreían, como si aquellas bromas los reconfortaran. Sabir sospechaba que en el fondo reforzaban su unión, más que resquebrajarla. De pronto sintió celos, como si él también quisiera pertenecer a aquella comunidad tan desenfadada.

—Cuando dejéis de discutir, ¿os digo lo que había escrito, o más bien quemado, al fondo del baúl?

Se volvieron los dos hacía él como si de pronto se hubiera ofrecido a leerles un cuento para dormir.

—Está en francés medieval. Como el testamento. Es una adivinanza.

—¿Una adivinanza? ¿Como ésta, quieres decir? «Tengo un hermano que silba sin boca y corre sin pies. ¿Quién es?»

Sabir se estaba acostumbrando a la falta de lógica de los gitanos. Al principio, la brusquedad con que perdían el hilo de la conversación perturbaba su sentido del orden, y se esforzaba por volver al camino recto. Ahora sonrió y se dio por vencido.

—Está bien. Me rindo.

Yola golpeó el asiento, a su espalda.

—Es el viento, idiota. ¿Qué creías que era? —Alexi y ella rompieron a reír a carcajadas. Sabir sonrió.

—¿Queréis oír lo que encontré o no? Así veremos si sois tan buenos resolviendo adivinanzas como planteándolas.

—Sí, dínoslo.

—Bueno, el original en francés dice:

Hébergé par les trois mariés

Celle d'Egypte la dernière fit

La vierge noire au camaro duro

Tient le secret de mes versàses pieds
.

»Al principio, cuando lo leí, me pareció que significaba:

Los tres casados lo cobijaron

Y la egipcia fue la última.

La Virgen Negra en su cama dura

guarda el secreto de mis versos a sus pies.

—Pero eso no tiene sentido.

—Tienes razón, no lo tiene. Y tampoco es el estilo normal de Nostradamus. No tiene rima, para empezar. Claro que tampoco pretende ser una profecía. Está claro que pretende ser una guía, o un mapa, para llegar a algo de la mayor importancia.

—¿Quiénes son esos tres casados?

—No tengo ni la menor idea.

—Bueno, ¿y lo de la Virgen Negra, entonces?

—Eso está mucho más claro. Y es donde está la clave, en mi opinión. Veréis, «
camaro duro
» no significa en realidad «cama dura». Es una de esas frases que uno cree que tienen que significar algo, pero en realidad no tienen sentido. Sí, en español existe la palabra «cama» y también la palabra «duro». Pero lo que dio la clave fue la referencia a la virgen negra. Es un anagrama.

—¿Un qué?

—Un anagrama. Es cuando una o dos palabras ocultan otra palabra que se compone de todas sus letras. Escondida dentro de la expresión «
camaro duro
» hay un anagrama clarísimo de Rocamadour, un lugar de peregrinaje muy famoso, en el valle del Lot. Algunos dicen que es allí donde comienza verdaderamente la peregrinación a Santiago de Compostela. Y allí hay una virgen negra famosa, a la que acuden las mujeres desde hace generaciones para tener hijos. Hay quien dice incluso que es medio hombre, medio mujer: medio María, medio Roldan. Porque
Durandarte
, la espada fálica de Roldan, el paladín, está en una grieta en forma de vulva en lo alto del peñón, cerca de la cripta de la Virgen. Estaba allí, desde luego, en tiempos de Nostradamus. De hecho, no creo que se haya movido en ocho siglos.

—¿Es allí adonde vamos, entonces?

Sabir miró a sus dos compañeros.

—Me parece que no tenemos elección.

34

Yola puso los vasos de café en sus portavasos y le dio el tercero a Sabir.

—No deben verte. En estas estaciones de servicio hay cámaras. No deberíamos volver a parar en un sitio así.

Sabir vio a Alexi cruzar la tienda camino del aseo.

—¿Qué hace Alexi aquí, Yola?

—Quiere raptarme. Pero no tiene valor. Y ahora le asusta que lo hagas tú si no está cerca. Por eso está aquí.

—¿Yo? ¿Raptarte?

Yola suspiró.

—En las familias
manouches
, un hombre y una mujer se fugan cuando quieren casarse. A eso se le llama un rapto. Si un hombre te rapta, es como casarse, porque la chica ya no está, no sé cómo decirlo… intacta.

—Estás de broma.

—¿Por qué iba a estar de broma? Te estoy diciendo la verdad.

—Pero yo soy tu hermano.

—No de sangre, idiota.

—¿Qué? ¿Eso significa que podría casarme contigo?

—Con permiso del
bulibasha
, porque mi padre está muerto. Pero, si te casaras conmigo, Alexi se enfadaría mucho. Y a lo mejor se le ocurriría darte de verdad con el cuchillo.

—¿Qué quieres decir con eso? Falló limpiamente.

—Sólo porque quiso. Alexi es el mejor lanzador de cuchillo del campamento. Lo hace en el circo y en las ferias. Todo el mundo lo sabe. Por eso el
bulibasha
eligió juzgarte por el cuchillo. Todos sabían que Alexi pensaba que tú no habías matado a Babel. Si no, te habría partido la mano en dos.

—¿Quieres decir que fue todo puro teatro? ¿Que todo el mundo sabía que Alexi iba a fallar?

—Sí.

—Pero ¿y si me hubiera dado por error?

—Entonces habríamos tenido que matarte.

—Genial. Es muy lógico. Sí. Ahora lo veo todo claro.

—No te enfades, Adam. Así todo el mundo te acepta. Si lo hubiéramos hecho de otra manera, habrías tenido problemas más adelante.

—Bueno, está bien, entonces.

Calque los observaba a través de sus prismáticos.

—Reconozco a la chica. Es la hermana de Samana. Y a Sabir, claro. Pero ¿quién es el moreno que ha ido al meadero?

—Otro primo, seguramente. Esa gente no tiene más que primos. Rascas a uno y caen como garrapatas.

—¿No le gustan los gitanos, Macron?

—Son unos vagos. A nadie del sur le gustan los gitanos. Roban, engañan y utilizan a la gente en su provecho.

—Cojones. Eso es lo que hace casi todo el mundo, de una manera o de otra.

—No como ellos. Ellos nos desprecian.

—No les hemos puesto las cosas fáciles.

—¿Y por qué íbamos a ponérselas fáciles?

Calque fingió asentir con la cabeza.

—Sí, ¿por qué? —Tendría que vigilar a Macron con más cuidado de allí en adelante. Sabía por experiencia que, si un hombre expresaba un prejuicio a las claras, era el doble de probable que tuviera otros más recónditos que sólo salían a la luz en momentos de crisis.

—Se están moviendo. Mire. Déles medio minuto y luego sígalos.

—¿Está seguro de que esto es normal, señor? Me refiero a dejar que un asesino circule tranquilamente por la vía pública. Ya vio usted lo que le hizo a Samana.

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