Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman
Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico
Mientras se encontraba en aquella arboleda similar a una prisión maldita, los horrores aumentaron. Entre los atormentados árboles comenzaron a aparecer animales que se lanzaron sobre los compañeros.
Tanis desenvainó la espada para defenderse, pero el arma temblaba entre sus manos. Tuvo que apartar la mirada, ya que los animales estaban metamorfoseándose, tomando el espantoso aspecto de muertos vivientes.
Entre las transformadas bestias cabalgaban legiones de guerreros elfos de rasgos cadavéricos, demasiado macabros para ser contemplados. En los vacíos huecos de su rostro no relucían los ojos, y los delgados huesos de sus manos no estaban cubiertos por carne alguna. Cabalgaban entre los compañeros esgrimiendo brillantes y ardientes espadas teñidas con la sangre de los vivos. Pero cuando un arma los golpeaba, desaparecían en la nada.
No obstante, las heridas que los espíritus elfos infligían eran reales. Caramon, que luchaba contra un lobo de cuyo cuerpo salían serpientes, alzó la mirada y vio que uno de los guerreros elfos se abalanzaba hacia él, sosteniendo una brillante espada en su descarnada mano. Caramon llamó a su hermano pidiéndole ayuda.
Raistlin murmuró:
Ast kiranann kair Soth-aran/Suh kali Jalaran.
Una esfera en llamas voló de las manos del mago y cayó directamente sobre el elfo, pero no produjo efecto alguno. La espada del espíritu elfo, impulsada por una fuerza increíble, atravesó la cota de mallas de Caramon penetrándole en el hombro y haciéndole caer de rodillas junto a un árbol cercano.
El guerrero elfo retiró el arma. Caramon cayó a tierra y su sangre se mezcló con la del árbol. Raistlin, con una furia sorprendente, sacó una daga de plata de una correa de cuero que llevaba oculta en el brazo y se la lanzó al elfo. La hoja se clavó en el espíritu, el cual se evaporó en la nada con cabalgadura incluida. Pero Caramon quedó tendido en el suelo, con el brazo pendiente del resto del cuerpo tan sólo por una pequeña tira de carne.
Goldmoon se arrodilló junto a él dispuesta a sanarle, pero no atinó a formular sus oraciones, ya que todo era tan terrorífico que la fe le fallaba.
—Ayúdame, Mishakal. Ayúdame a salvar a mi amigo.
La terrible herida se cerró y aunque de ella seguía manando sangre, que se escurría por el brazo de Caramon, la muerte se alejó del guerrero. Raistlin se arrodilló junto a su hermano y comenzó a hablarle.
Pero, de pronto, el mago se quedó callado, mirando hacia los árboles con los ojos abiertos de par en par, como si no pudiera creer lo que veía.
—¡Tú! —exclamó Raistlin.
—¿Quién es? —preguntó débilmente Caramon, percibiendo una vibración de temor en la voz de Raistlin. El guerrero miró con atención hacia la luz verdosa pero no pudo ver nada—. ¿Con quién hablas?
Pero Raistlin, absorto en otra conversación, no le respondió
—Necesito tu ayuda —decía el mago gravemente—. La necesito tanto como entonces...
Caramon vio que su hermano alargaba una mano, como si intentara alcanzar algo, y se sintió completamente aterrorizado sin saber por qué.
—No, Raistlin —gritó presa de pánico, agarrándose a su hermano. El mago dejó caer el brazo.
—Nuestro trato sigue en pie. ¿Qué? ¿Pides más? Raistlin guardó silencio unos instantes, luego suspiró —. ¡Nómbralo!
El mago escuchó absorto durante un largo lapso de tiempo. Caramon, que lo contemplaba con preocupación, vio que el rostro de tinte metálico del mago se tornaba de una palidez mortecina. Raistlin cerró los ojos, tragando saliva, como si estuviera bebiendo la amarga infusión de hierbas. Finalmente asintió con la cabeza.
—Acepto.
Caramon gritó con todas sus fuerzas al ver que la túnica de Raistlin, la roja túnica que definía su neutralidad en el mundo, comenzaba a teñirse de carmesí, poco después se oscurecía y adquiría un tono rojo sangre, y unos segundos más tarde se convertía en... negra.
—Acepto esto —repitió Raistlin con más serenidad—, entendiendo que el futuro puede cambiarse. ¿Qué debemos hacer?
Mientras el mago escuchaba la respuesta, Caramon se agarró a su brazo, gimiendo.
—¿Cómo podemos llegar vivos a la torre? —preguntó Raistlin a su interlocutor invisible. Una vez más atendió absorto a lo que le decían y luego asintió con la cabeza—. ¿Y me será dado lo que necesito? Muy bien. Que los verdaderos dioses te acompañen en tu oscuro viaje, si eso es posible.
Raistlin se puso en pie envuelto en su oscura túnica. Haciendo caso omiso de los sollozos de Caramon y del temeroso respingo de Goldmoon al verle, el mago fue en busca de Tanis. Encontró al semielfo recostado contra un árbol batallando contra una hueste de guerreros elfos.
Calmosamente, Raistlin metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó un pequeño pedazo de piel de conejo y una pequeña barra de ámbar. Frotándolos con su mano izquierda, extendió la derecha y murmuró unas palabras:
Ast kiranann kair Gadurm Soth-arn/Shkali Jalaran.
De sus dedos surgieron dardos de luz que gayaron la verdosa atmósfera y cayeron sobre los guerreros elfos. Éstos, como la vez anterior, se evaporaban. Tanis cayó hacia atrás, exhausto.
Raistlin quedó en pie en medio de un claro, rodeado por los atormentados y distorsionados árboles.
—¡Venid cerca mío! —ordenó el mago a sus compañeros.
Tanis vaciló. Los guerreros elfos rondaban todavía por los márgenes del claro. De pronto arremetieron hacia adelante, dispuestos a atacar, pero Raistlin levantó una mano y ellos se detuvieron, como si hubieran topado contra un muro invisible.
—¡Acercaos a mí! —los compañeros se quedaron atónitos al oír hablar a Raistlin con voz normal, por primera vez desde que pasara la Prueba—. Apresuraos, ahora no atacarán, me temen. Pero no podré contenerlos durante mucho tiempo.
Tanis avanzó hacia adelante, con la cara pálida bajo la barba pelirroja y sangrando por una herida en la cabeza. Goldmoon ayudó a Caramon a desplazarse. El guerrero se sostenía el brazo sangrante con el rostro contraído por el dolor. Lentamente, uno por uno, el resto de los compañeros fueron acercándose al mago. Finalmente el único que quedó fuera del círculo fue Sturm.
—Siempre supe que ocurriría algo así —dijo pausadamente el caballero—. Antes morir que ponerme bajo tu protección, Raistlin.
Y dicho esto, el caballero se volvió y se internó en el bosque. Tanis vio al jefe de los espíritus elfos hacer un gesto, ordenando a parte de su fantasmagórico grupo que lo siguieran. El semielfo se disponía a moverse cuando sintió que una mano, sorprendentemente fuerte, lo detenía.
—Déjale ir —dijo el mago ceñudo—, o estamos perdidos. Tengo nuevas que comunicaros, y el tiempo del que dispongo es limitado. Debemos atravesar este bosque hasta llegara la torre de las Estrellas. Avanzaremos por el camino de los muertos, pues en él se nos aparecerán, dispuestas a detenernos, todas las terribles criaturas concebidas en los retorcidos y torturados sueños de los mortales. Pero sabed esto, caminamos en un
sueño,
en la pesadilla de Lorac y también en nuestra propia pesadilla. Pueden surgir visiones del futuro que nos ayuden... o nos detengan. Recordad que, aunque nuestros cuerpos estén despiertos, nuestras mentes están dormidas. La muerte existe únicamente en nuestras mentes... a menos que creamos otra cosa
—¿Entonces por qué no podemos despertar? —preguntó Tanis con furia.
—Porque Lorac cree firmemente en este sueño, mientras tú crees en él muy débilmente. Cuando estés profundamente convencido de que esto es un sueño, cuando no guardes duda alguna, regresarás a la realidad.
—Si esto es así, y tú estás convencido de que es un sueño, ¿por qué no despiertas?
—Tal vez prefiero no hacerlo.
—¡No lo comprendo!
—Lo comprenderás —predijo siniestramente Raistlin—, o morirás. En cuyo caso, ya no tendrá importancia.
Sueños de vigilia.
Visiones de futuro.
Haciendo caso omiso de las horrorizadas miradas de los compañeros, Raistlin caminó hacia su hermano, quien todavía se sostenía el brazo sangrante.
—Yo cuidaré de él —le dijo Raistlin a Goldmoon, rodeando los hombros de su gemelo con un brazo envuelto en la negra túnica.
—No —jadeó Caramon—, no eres suficientemente fuer ... —su voz murió al sentir cómo el brazo de su hermano lo aguantaba con firmeza.
—Ahora soy suficientemente fuerte, Caramon —dijo Raistlin con voz suave.
La extrema amabilidad de su tono hizo que el guerrero se estremeciera. Debilitado por primera vez en su vida por el dolor y el pavor, Caramon se apoyó en Raistlin. El mago lo sostuvo y, juntos, comenzaron a caminar hacia el terrorífico bosque.
—¿Qué está sucediendo, Raistlin? —preguntó Caramon jadeando—. ¿Por qué vistes la Túnica Negra? ¿Y qué ocurre con tu voz...?
—No desperdicies tu aliento, hermano mío —le aconsejó Raistlin amablemente.
Los dos se internaron en el bosque, mientras los guerreros elfos los contemplaban amenazadoramente. Pudieron percibir el odio que los muertos sienten por los vivos, lo vieron destellar en los vacíos huecos de los ojos de los espíritus guerreros. Pero ninguno de ellos osó atacar al mago de la túnica negra. Caramon sentía que su sangre viva y caliente se le escurría entre los dedos de la mano, y la contempló gotear sobre la capa de hojas muertas que cubría el suelo. Se sentía cada vez más débil. Tenía la sensación de que su negra sombra iba ganando fuerza a medida que él la perdía.
Tanis corrió por el bosque en busca de Sturm. Lo encontró batallando contra un grupo de rielantes guerreros elfos.
—Es un sueño —le gritó Tanis a Sturm, quien fustigaba y propinaba estocadas a los espíritus. Cada vez que golpeaba a uno, éste desaparecía tan sólo para reaparecer de nuevo. El semielfo desenvainó su espada y se apresuró a ayudar a Sturm.
—¡Bah! —gruñó el caballero. Pero un segundo después jadeó de dolor al clavársele una flecha en el brazo. La herida no era profunda, ya que la cota de mallas lo protegía, pero sangraba abundantemente—. ¿Es esto un sueño? —dijo Sturm sacándose el dardo teñido de sangre.
Tanis saltó ante el caballero, manteniendo a raya a sus enemigos hasta que Sturm pudo contener la sangre que brotaba de la herida.
—Raistlin nos ha dicho... —comenzó a decir Tanis.
—¡Raistlin! ¡Bah! ¡Mira su túnica, Tanis!
—¡Pero tú estás aquí! ¡En Silvanesti! —protestó Tanis confuso. Tenía la extraña sensación de estar discutiendo consigo mismo —. ¡Alhana dijo que estabas en el Muro de Hielo!
El caballero se encogió de hombros.
—Tal vez me enviaron para salvaros.
«De acuerdo, es un sueño. Voy a despertar», pensó Tanis.
Pero nada cambió. Los elfos seguían estando allí, luchando. Sturm debía tener razón. Raistlin
había
mentido. Tal como había mentido antes de que entraran en el bosque. Pero ¿por qué? ¿Con qué propósito?
De pronto Tanis lo comprendió. ¡El Orbe de los dragones!
—¡Hemos de llegar a la torre antes que Raistlin! —le gritó Tanis a Sturm—. ¡Sé lo que el mago persigue!
El caballero únicamente pudo asentir. A Tanis le pareció que, a partir de entonces, tenían que librar una batalla por cada pulgada de terreno que avanzaban. A veces los dos guerreros conseguían hacer retroceder a los elfos, sólo para volver a ser atacados un momento después por un número mayor de ellos. Sabían que el tiempo iba transcurriendo, pero no tenían conciencia de él. Tan pronto veían brillar el sol entre la sofocante calina verdosa, como un poco más tarde veían las sombras de la noche cernirse sobre la tierra como alas de dragones.
Entonces, justo cuando la oscuridad se agudizaba, Sturm y Tanis vieron la torre. Construida en mármol, la alta torre relucía élfica, alzándose solitaria en medio de un claro, elevándose hacia los cielos como un esquelético dedo proveniente de las profundidades de una gruta.
Al ver aparecer la torre el semielfo y el caballero echaron a correr hacia ella. Aunque se encontraban débiles y exhaustos, ninguno de los dos deseaba hallarse en aquellos mortíferos bosques tras la caída de la noche. Los guerreros elfos —al ver escapar su presa—, chillaron de rabia y se abalanzaron tras ellos.
Tanis corrió hasta que le pareció que sus pulmones iban a estallar. Sturm iba delante suyo, acuchillando a los espíritus que aparecían ante ellos con la intención de bloquearles el camino. Cuando el semielfo se hallaba ya muy cerca de la torre sintió que la raíz de un árbol se le enroscaba firmemente en el tobillo, haciéndole caer de cabeza al suelo.
Tanis luchó desesperadamente por ponerse en pie, pero la raíz le sujetaba el tobillo con firmeza. Mientras se esforzaba inútilmente, un espíritu elfo con el rostro grotescamente retorcido alzó su espada dispuesto a atravesar el cuerpo del semielfo. Pero, de pronto, los ojos del espíritu se abrieron de par en par y la espada resbaló de sus inanimados dedos, al mismo tiempo que otra espada ensartaba su cuerpo transparente. El elfo gimió y desapareció.
Tanis elevó la mirada para ver quién había salvado su vida. Se trataba de un extraño guerrero... extraño pero que, no obstante, le resultaba familiar. Cuando el guerrero se sacó el casco, Tanis contempló atónito unos relucientes ojos marrones.
—¡Kitiara! —exclamó sorprendido—. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué...?
—Oí que necesitabas ayuda y veo que no me equivocaba —dijo Kitiara esbozando aquella sinuosa sonrisa suya, tan encantadora como de costumbre. Cuando ella le tendió la mano, Tanis se sujetó a ella dudando, pero la mujer era de carne y hueso—. ¿Quién es aquél, Sturm? ¡Maravilloso! ¡Cómo en los viejos tiempos! ¿Vamos hacia la torre? —le preguntó a Tanis, sonriendo al ver la sorpresa reflejada en el rostro del semielfo.
Riverwind peleaba solo, batallando contra legiones de espíritus de guerreros elfos. Sabía que no podría resistir mucho más. Pero, de pronto, oyó claramente que alguien lo llamaba. Al elevar la mirada, ¡vio a los hombres de la tribu de Que-shu! Gritó de alegría, pero ante su horror, se dio cuenta de que éstos comenzaban a disparar sus flechas contra él.
—¡No! ¿No me reconocéis? Soy... —comenzó a gritarles en su idioma.
Pero los guerreros le respondieron volviendo a tensar las cuerdas de sus arcos. Riverwind sintió cómo las flechas se clavaban en su cuerpo.
—¡Hiciste que la Vara de Cristal Azul se volviera contra nosotros! —le gritaron—. ¡Fue culpa tuya! ¡La destrucción de nuestro pueblo fue culpa tuya!