Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman
Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico
—¿Y tú? ¿Tú también tenías esas visiones? —susurró Tanis acariciando el cabello largo y oscuro de la elfa.
—No fue tan espantoso. Sabía que eran un sueño. Pero para mi pobre padre era real...—dijo comenzando a sollozar de nuevo.
El semielfo le hizo una señal a Caramon.
—Lleva a Alhana a una habitación donde pueda tenderse a descansar. Haremos lo que podamos por su padre.
—Estaré bien, hermano mío —dijo Raistlin como respuesta a la mirada de preocupación de Caramon—. Haz lo que Tanis dice.
—Ven, Alhana —la apremió Tanis, ayudándola a ponerse en pie. La muchacha se tambaleó, exhausta—. ¿Hay algún lugar donde puedas descansar? Vas a necesitar todas tus fuerzas.
Al principio pareció dispuesta a discutir, pero luego se dio cuenta de lo débil que estaba.
—Llevadme a la habitación de mi padre, os enseñaré el camino —Caramon la rodeó con el brazo y salieron lentamente de la sala.
Tanis se volvió hacia Lorac. Raistlin estaba en pie ante el elfo. Tanis oyó que el mago murmuraba unas palabras para sí.
—¿Qué ocurre? —preguntó en voz muy baja el semielfo—. ¿Está muerto?
—¿Quién? ¿Lorac? No, no lo creo. Aún no.
Tanis comprendió que el mago había estado contemplando el Orbe de los Dragones.
El Orbe era una inmensa bola de cristal, de por lo menos veinticuatro pulgadas de anchura. Estaba situada sobreuna base de oro en la que se habían labrado espantosos y grotescos dibujos, reflejo de la deformada y tormentosa vida de Silvanesti. A pesar de que el Orbe debía haber sido el origen de aquella brillante luz glauca, ahora sólo despedía un irisado y vibrante resplandor proveniente del centro.
Las manos de Raistlin se movían sobre él, pero Tanis se dio cuenta de que el mago procuraba no tocarlo mientras pronunciaba unas extrañas palabras mágicas. Una débil aura roja envolvió la esfera. Tanis dio un paso atrás.
—No temas —susurró Raistlin observando como el aura se diluía —. Es el encantamiento que he pronunciado. El Orbe está aún hechizado... Su magia no ha muerto con la desaparición del dragón, como pensé que pudiera ocurrir. Sigue teniendo el control.
—¿El control de Lorac?
—Control de si mismo. Ha liberado a Lorac.
—¿Tú has logrado esto? ¿Tú lo venciste?
—¡El Orbe no ha sido vencido! —exclamó Raistlin secamente—. Fui capaz de vencer al dragón porque me ayudaron. Al darse cuenta de que Cyan Bloodbane estaba perdiendo, el Orbe lo envió lejos de aquí. Liberó a Lorac porque ya no podía utilizarlo, pero la esfera es aún muy poderosa.
—Dime, Raistlin....
—No tengo nada más que decir, Tanis. Debo conservar mis energías.
¿Quién había ayudado a Raistlin? ¿Qué más sabía el mago sobre el Orbe? Tanis abrió la boca para hablar de ello, pero al ver relampaguear los dorados ojos del mago, guardó, silencio.
—Ahora ya podemos encargamos de Lorac —añadió Raistlin.
Avanzando hacia el rey elfo, el mago retiró con cuidado la mano de Lorac del Orbe de los Dragones. Luego, puso sus esbeltos dedos en el cuello del elfo.
—Está vivo, al menos por el momento. El pulso es débil. Puedes acercarte, Tanis.
Pero el semielfo, sin apartar la mirada del Orbe, dio un paso atrás. Raistlin contempló a Tanis divertido y le hizo una seña.
Tanis se acercó a él de mala gana.
—Dime sólo una cosa más... ¿puede aún sernos de utilidad el Orbe?
Raistlin guardó silencio un largo instante. Luego respondió con voz casi inaudible:
—Sí, si osamos intentarlo.
Lorac se estremeció tembloroso y, un segundo después, comenzó a gritar —un agudo y lastimero chillido que dañaba el oído—. Se retorcía angustiosamente las manos, que eran poco más que una especie de garras esqueléticas. Tenía los ojos firmemente cerrados. Tanis intentó calmarle en vano. Lorac chilló hasta quedar exhausto, y después siguió gritando en silencio.
—¡Padre! —exclamó, de pronto, Alhana. La muchacha, tras empujar a Caramon a un lado, reapareció en la puerta de la sala de audiencias. Corriendo hacia su padre, le tomó las manos. Lloró mientras se las besaba, rogándole que se callara.
—Descansa, padre —repetía una y otra vez—. La pesadilla ha terminado. El dragón se ha ido. Puedes descansar.¡Padre!
Pero el elfo continuaba gritando.
—¡En nombre de los dioses! —exclamó Caramon al llegar junto a ellos—. No podré soportarlo mucho más tiempo.
—¡Padre! —rogaba Alhana, llamándolo sin descanso. Lentamente la voz de su amada hija fue penetrando enlos retorcidos sueños que continuaban bullendo en su torturada mente. Poco a poco el grito de Lorac fue muriendo, hasta convertirse en temerosos sollozos. El rey elfo abrió los ojos muy despacio, como si tuviera miedo de lo que pudiera ver.
—¡Alhana, hija mía! ¡Estás viva! —levantó una mano temblorosa para tocar las mejillas de la muchacha—. ¡No puede ser! ¡Te vi morir, Alhana! Te vi morir cientos de veces, y cada vez era más terrorífica que la anterior. Él te mataba, Alhana y quería que
yo
te matara. Pero no podía. Aunque no sé por qué, ya que he quitado la vida a tantos...
Entonces vio a Tanis. Sus ojos se abrieron de par en par, destellando odio.
—¡Tú! —exclamó Lorac, levantándose de su asiento y agarrándose con sus nudosas manos a los brazos del trono—. ¡Tú, semielfo! Te maté... o al menos lo intenté, —su mirada pasó a Raistlin y el odio se convirtió en temor. Temblando, volvió a hundirse en el trono—. ¡A ti, a ti no pudematarte!
Lorac se sentía confuso.
—No —gritó—. ¡Tú no eres él! ¡Tu túnica no es negra! y ¿Quién eres? —sus ojos volvieron a Tanis — ¿Y tú? ¿Tú no eres una amenaza? ¿Qué he hecho?.
—Descansa, padre —rogó Alhana reconfortándolo y acariciando su rostro febril—. Ahora debes reposar. La pesadilla ha terminado, Silvanesti está a salvo.
Caramon alzó a Lorac en brazos y lo llevó a sus habitaciones. Alhana caminó junto a él, sosteniendo firmemente la mano de su padre entre las suyas.
«A salvo», pensó Tanis mirando por las ventanas los torturados árboles. A pesar de que los espíritus de los guerreros elfos ya no rondaban el bosque, las angustiosas sombras que Lorac había creado en su pesadilla aún vivían. Los álamos, contorsionándose en agonía, todavía rezumaban sangre. «¿Quién vivirá aquí ahora?», se preguntaba Tanis apenado. «Los elfos no regresarán. Lo maligno penetrará en este lugar y la pesadilla de Lorac se hará realidad.»
Al pensar en el bosque maldito, Tanis se preguntó dónde estarían sus amigos. ¿Qué habría ocurrido si habían creído en la pesadilla, como Raistlin había dicho? ¿Habrían muerto verdaderamente? Con el corazón abatido, supo que tendría que regresar a buscarles.
Cuando el semielfo intentaba, de nuevo, impulsar su agotado cuerpo a la acción, sus amigos entraron en la sala de la torre.
—¡Lo he matado! —gritó Tika al ver a Tanis. Sus ojos reflejaba angustia y temor—. ¡No! ¡No me toques, Tanis! No sabes lo que he hecho. ¡He matado a Flint! ¡Yo no quería, Tanis, lo juro!
Cuando Caramon entró en la sala, Tika se volvió hacia él sollozando.
—He matado a Flint, Caramon. ¡No te acerques a mí!
—Silencio —dijo Caramon dulcemente, rodeándola en sus inmensos brazos—. Ha sido un sueño, Tika. Eso es lo que dice Raistlin. El enano nunca ha estado aquí. Shhh... —acariciando los rizos rojizos de Tika, la besó, y se abrazaron reconfortándose el uno al otro. Poco a poco Tika dejó de sollozar.
—Amigo mío... —dijo Goldmoon acercándose a Tanis.
Al ver la expresión seria y sombría de su rostro, el semielfo la abrazó con fuerza, mirando interrogadoramente a Riverwind. ¿Qué habría soñado cada uno de ellos? Pero el bárbaro sólo sacudió la cabeza, con expresión también pálida y preocupada.
En ese momento a Tanis se le ocurrió que cada uno de ellos debía haber vivido su propio sueño y, de repente, recordó a Kitiara. ¡Qué real le había parecido! Y Laurana, agonizando. Cerrando los ojos, Tanis apoyó su cabeza en la de Goldmoon y notó que Riverwind los rodeaba a ambos con sus fuertes brazos. La sensación de horror causada por el sueño comenzó a desaparecer.
Pero entonces Tanis tuvo un terrible pensamiento. ¡El sueño de Lorac se había hecho realidad!
¿Ocurriría lo mismo con los suyos?
Tanis oyó toser a Raistlin tras él. Llevándose las manos al pecho, el mago se dejó caer sobre los escalones que llevaban al trono de Lorac. Tanis vio que Caramon, quien aún sostenía a Tika, miraba a su hermano con preocupación. Pero Raistlin ignoró a su gemelo. Envolviéndose en su túnica, el mago se tendió sobre el frío suelo y cerró los ojos exhausto.
Suspirando, Caramon se arrebujó todavía más contra Tika. Tanis observó cómo la pequeña sombra de la muchacha se convertía en parte de la de Caramon y la silueta de ambos se recortaba contra los distorsionados rayos rojos y plateados de la luz de las lunas.
«Todos debemos descansar pero, ¿cómo podremos? ¿Cómo podremos volver a dormir de nuevo?», pensó Tanis.
Visiones compartidas.
La muerte de Lorac.
No obstante, al final se durmieron. Acurrucados sobre el suelo de piedra de la torre de las Estrellas, intentaron mantenerse lo más cerca posible los unos de los otros. Mientras ellos dormían, otros despertaron en tierras frías y hostiles, tierras lejanas a Silvanesti.
Laurana fue la primera. Salió de su profundo sueño con un grito y, al principio, no tuvo ni idea de dónde se encontraba. Sólo pronunció una palabra: ¡Silvanesti!
Flint se despertó temblando. Notó que aún podía mover los dedos y que su dolor de piernas no era peor de lo habitual. Sturm también lo hizo presa de pánico. Tiritando aterrorizado, lo único que pudo hacer durante un buen rato, fue quedarse acurrucado bajo las mantas. Pero, de pronto, oyó un ruido en el exterior de su tienda. Poniéndose en pie y llevándose la mano a la espada, apartó a un lado la tela que tapaba la entrada de la misma.
—¡Oh! —Laurana dio un respingo al ver la expresión de angustia del caballero.
—Lo siento —dijo Sturm—. No quería... —entonces vio que la elfa estaba tan temblorosa que apenas podía sostener la vela —. ¿Qué ocurre?
—Sé... sé que puede sonar muy estúpido —dijo Laurana enrojeciendo—, pero acabo de tener un sueño terrorífico, y no he podido seguir durmiendo.
Dejó que Sturm la condujera al interior de la tienda. La llama de la vela que llevaba proyectaba oscuras y saltarinas sombras a su alrededor. Sturm, temiendo que se le cayera, le cogió la candela.
—No pretendía despertarse, pero te oí gritar. Y mi sueño era tan real! Salías en él...te vi...
—¿Cómo es Silvanesti? —le interrumpió Sturm bruscamente.
Laurana se le quedó mirando.
—¡Pero ahí es donde estábamos! ¿Por qué lo has preguntado? A menos... que también tú hayas soñado con Silvanesti...
Sturm se envolvió en su capa asintiendo.
—Yo... —comenzó a decir, pero oyó otro ruido fuera de la tienda. Esta vez simplemente corrió la abertura de tela —. Pasa, Flint —dijo fatigado.
El enano entró con expresión abrumada. Al ver a Laurana pareció desconcertado y comenzó a balbucear, pateando el suelo hasta que Laurana le dirigió una sonrisa.
—Ya lo sabemos —le dijo la elfa—. Has tenido un sueño. ¿Sobre Silvanesti?
Flint tosió, aclarándose la garganta y restregándose el rostro con la mano.
—Por lo que veo no he sido el único. Supongo que queréis que os cuente...
—¡No! —dijo Sturm rápidamente—. No, no quiero hablar, de ello... ¡Nunca!
—Ni yo —dijo Laurana en voz baja.
Titubeante, Flint le dio unas palmaditas a la muchacha en el hombro.
—Me alegro. Yo tampoco podría hablar. Sólo quería comprobar que en verdad fuese un sueño. Parecía tan real que creí que os encontraría a ambos...
De pronto guardó silencio. Se oyó un crujido en el exterior y, un segundo después, Tasslehoff entró acalorado.
—¿Es verdad que hablabais de un sueño? Yo
nunca
sueño... o por lo menos nunca recuerdo haberlo hecho. Los kenders no solemos soñar. Bueno, supongo que sí pero... —al ver la mirada de Flint el kender se apresuró a retomar el tema original—. Bien, ¡pues he tenido un sueño verdaderamente fantástico! Árboles derramando lágrimas de sangre. ¡Terribles elfos muertos que mataban a la gente! ¡Raistlin llevando la túnica negra! ¡Era totalmente increíble! Y vosotros también estabais. ¡Y todos moríamos! Bueno, casi todos, Raistlin no moría. Y había un dragón verde...
Tasslehoff guardó silencio. ¿Qué ocurría con sus amigos? Sus rostros tenían una palidez mortecina, sus ojos estaban abiertos de par en par.
—Un dragón verde... —balbuceó—, Raistlin vestido de negro. ¿Dije yo esto? La verdad es que... que le sentaba muy bien. El rojo siempre le hace parecer un poco avinagrado, no sé si sabéis lo que quiero decir. No, no lo sabéis. Bien, supongo... que lo mejor será que vuelva a mi tienda. ¿O tal vez queréis que os cuente lo demás? —miró a su alrededor esperanzado, pero nadie contestó.
—Bueno... buenas noches —murmuró. Precipitándose fuera de la tienda, regresó a su jergón, sacudiendo la cabeza confuso. ¿Qué demonios les ocurría a los otros? Era sólo un sueño...
Durante unos minutos nadie habló. Flint interrumpió el silencio con un hondo suspiro.
—No me importa tener una pesadilla —dijo el enano fríamente—. Pero no me gusta nada compartirla con un kender. ¿Cómo puede ser que todos hayamos soñado lo mismo? ¿Y qué significa?
—Tierras extrañas... Silvanesti —dijo Laurana. Tomando su vela, se dispuso a retirarse pero, de repente, se volvió—. ¿Creéis que nuestro sueño ha sido real? ¿Habrán muerto los demás? «¿Estaba Tanis con esa mujer humana?», pensó sin osar preguntarlo.
—Nosotros estamos aquí —dijo Sturm—. No hemos muerto. Lo único que podemos hacer es confiar en que nuestros amigos tampoco hayan perecido. Y... —hizo una pausa—, puede sonar extraño, pero de alguna forma
sé
que están bien.
Laurana miró al caballero intensamente durante un instante y vio su grave rostro serenarse tras el susto inicial. Se sintió relajada. Alargando la mano, tomó la de Sturm yla presionó suavemente en silencio. Luego se volvió y desapareció en la oscuridad de la noche.
El enano se puso en pie.
—Bueno, ya está bien de dormir, me ocuparé del turno de guardia.
—Te acompañaré —dijo Sturm poniéndose en pie y abrochándose el talabarte.
—Supongo que nunca llegaremos a saber cómo o por qué llegamos a soñar todos lo mismo...