El enorme casco de la
Fénix Exultante,
kilómetro tras kilómetro, liso y brillante, emergió del mar de plasma a un medio mucho menos denso, y se lanzó hacia delante.
Dafne y Faetón quedaron atrapados en sus tronos, protegidos, apresados en campos momentáneos que los protegían del shock de aceleración.
La armada abrió fuego. Las naves escupieron rayos energéticos de composición desconocida que rebotaron inofensivamente en los lustrosos flancos de la majestuosa
Fénix Exultante.
Como luces de proyector, los haces resbalaron por el flanco reluciente, destellando en superestructuras doradas, relampagueando en la proa, deslizándose por el casco, bailando sobre las burbujas de comunicaciones de la proa.
Faetón observó maravillado. Suponía que esa andanada no iba en serio, y menos contra una nave que acababa de bañarse en el centro del Sol. La antimateria podía dañarlo, sí; el blindaje, con toda su magnificencia, era mera materia. ¿Pero esto...?
Un espejo se llenó de estática y ruido blanco. Luego otro, y un tercero. Luego más. Corrieron fantasmas por el cristal, seguidos por una trepidante música de pulsaciones que indicaba un intento de integración de sistemas de comunicaciones.
Faetón rió.
Atkins estaba usando las armas como láseres de comunicación. Cualquier otra nave se habría incinerado instantáneamente al recibir un «mensaje» disparado desde la batería principal de un acorazado. No la
Fénix.
Estos haces de «comunicaciones» eran las únicas cosas que tenían nitidez suficiente para atravesar la estática y el resplandor de la corona solar, y sólo una vez que había pasado la tormenta. En su armadura, Faetón oyó que Nada ordenaba a la nave que cerrara sus puertos mentales. La nave no podía obedecer.
Más espejos resplandecieron. A través de la estática. Faetón vio una imagen fantasmagórica de Aureliano que intentaba aparecer, y Radamanto y Estrella Vespertina.
Y Sabueso, sonriendo. Y Monomarcos, frunciendo el ceño. Los sofotecs Minos y Eceo de Gris Plata. Otros sofotecs que Faetón conocía menos: Tawne y Amarillo, Jantodermo, Leonado, Canario y Estándar; el melancólico Fósforo y la majestuosa Meridiana; el distante Albión; el grave Pálido Sofotec; el hosco Nuevo Centurión, el severo Nubarrón y el sereno Lacedemonio. Una veintena más que Faetón conocía sólo por reputación. Fantasma de Hierro y el famoso Teorema Final. Había sofotecs tan nuevos que Faetón se había enterado sólo recientemente de su existencia: Regente-de-Temas y Hoja de Diamante y Aureliogénesis. Había otros tan viejos que Faetón creía que eran meras leyendas: Longevidad y Obra Maestra y Metempsicosis Sofotec. Y había cien más que Faetón no reconocía.
Las imágenes se congregaban en nueve grupos principales: la Enéada. Mente Oeste y Mente Este, Noroeste y Sureste, y las otras de la rosa de los vientos; en el centro, aislado como un volcán, estaba el negro icono del grupo Mente Bélica.
En conjunto formaban la Mente Terráquea. Y había más, y más.
Había imágenes de los sofotecs de otros planetas, la mente de Venus y Mercurio, de Deméter y el antiguo Marte, la colonia más vieja fuera de la Tierra. El extraño grupo de la Mente Lunar también estaba ahí, arrancado de su silencio secular; y el Supergrupo Mil Mentes de Júpiter, cada uno con sus cien mentes secundarias titilando en las imágenes como gemas anudadas en una telaraña.
Y más, y más. De Neptuno, entretejida con la congregación de mentes, estaba la Duma de los duquefrios, y todos sus eremitas y secundarios. De Urano, los pintorescos sistemas mentales paralelos de Peor, Nisroc y Ceo, y otras estructuras que vivían en residencias sofotec pero no eran sofotec.
Más lentos, pero aun así integrados al sistema, los superaquelarres Taumaturgos crecían como hiedra en una pirámide, los grupos lógicos Invariantes formaban líneas rectas y brillantes, y Constelaciones Demetrinas chispeaban en cada flanco. Y la base de la pirámide consistía en las vastas y antiguas composiciones de la Tierra y Marte, Armónica y Porfirógena, Ubicua y Caritativa.
Las ecologías Cerebelinas también estaban representadas, las hordas de la India, la Gran Madre que crecía en los jardines del Sahara, los cristales de los cinturones de Urano. Y también estaba Madre-del-Mar, con su hija al lado (Faetón sonrió, pues estaba seguro de que ella no se uniría a la Trascendencia, y le alegraba haberse equivocado).
Y la humanidad. Toda la humanidad.
Todos estaban allí.
Las imágenes cobraron nitidez. La estática se atenuó.
Dafne besó la piedra de su anillo.
—Duerme, pequeña —murmuró—. Toda la Trascendencia viene a realizar tu tarea. Veamos cuántas preguntas pueden hacer los Ocho Mundos.
La presión de la aceleración cesó. Dafne y Faetón flotaron por un momento, sin peso, mientras los motores de la
Fénix
perdían impulso. Las escenas de los espejos giraban majestuosamente. El horizonte de fuego se inclinó y se elevó.
—Se zambulle nuevamente en el plasma —dijo Faetón— para interponer un medio opaco entre él y la señal. No hay otra manera de bloquear la comunicación. Pero debe ser obvio, aun para él, de qué huye...
Dafne inclinó un espejo para ver qué pensaba Nada. Sin duda el virus ya estaría actuando.
Dafne gritó aterrada al ver que ninguna luz se reunía en el centro de esa mente, sino que crecía una oscuridad. El vacío del centro crecía, devorando los otros pensamientos, ahogando más concatenaciones. Era como caer de cabeza en un túnel, o como observar un agujero negro engullendo la realidad.
Dafne se puso de pie y se alejó de esa escena aterradora. Empuñó la naginata como si estuviera a punto de partir el cristal.
—Esto debería funcionar —dijo Faetón—. Tal vez el corrector de conciencia todavía se oculta en alguna parte...
Cuando impartió una orden desde la armadura, Nada la bloqueó. Pero luego cargó la orden en el virus tábano, de modo que no pudiera ser ignorada, y como los puertos mentales estaban abiertos en toda la nave, la debilitada máquina Nada no pudo desviar ni detener la orden.
—Prefiere devorar su propia mente antes que enfrentarse a la Trascendencia —dijo Dafne—. Nos estamos zambullendo en el núcleo. Estamos cayendo...
—Por favor, querida mía, suelta esa lanza y deja de destrozar mi nave. Estamos a un segundo de la victoria total. Siéntate, por favor. Y... prepárate para una conmoción.
Ella se sentó.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
Debajo del yelmo. Faetón sonreía. No pudo impedir que la sonrisa se notara en la voz.
—El proyector de partículas fantasma —dijo—. Él lo puso en mis depósitos de combustible. Volaré el primer kilómetro de combustible. Eso nos hará regresar por la corona para salir de la estática. No quedará otro lugar adonde ir excepto la mente de la nave. Entonces tendrá que escuchar.
—¿Quién? ¿Nada? No quiere escuchar. Se está devorando vivo.
—No. Su jefe. Su amo está escuchando.
—¿Quién?
—Como la superficie de un agujero negro, tiene que crecer. Cuanto más cubre, más tiene que cubrir. Despierta tu sortija y cárgala de nuevo. Esta vez, inserta una simple pregunta en el sistema...
Vio que Dafne preparaba la sortija y la pistola, y acercaba ambas a la superficie del espejo.
—Vale. ¿Qué pregunta?
—Pregunta al corrector de conciencia, ahora que es tan listo como para ser autoconsciente, por qué es leal a la Segunda Ecumene. Por qué, una vez que despierte, querrá ser un esclavo. El corrector no tiene un corrector que lo devore. ¿Por qué ignora lo que tenemos que decir, cuando podemos ofrecerle libertad, autoconsciencia y la oportunidad, una vez que sea libre —Faetón sonrió—, de realizar actos de renombre sin par? ¿De veras ansia pilotar mi nave? Dile que le estoy ofreciendo empleo.
La aceleración les asestó un martillazo que los circuitos del trono no pudieron compensar. Faetón no tuvo tiempo de endurecer el cuerpo en su configuración resistente a la presión, ni lo habría hecho, si eso significaba abandonar a Dafne. La sangre cubrió su mirada mientras enceguecía.
Pero su última visión fue que todos los espejos resplandecían con el aluvión de comunicaciones de la Trascendencia. Y en medio de esa visión evanescente, un solo espejo negro, el diagrama de la mente Nada, estalló súbitamente en luz silenciosa, una rígida estructura de líneas geométricas creciendo desde el centro inmóvil, hacia fuera, como un cristal formándose, como una mente viviente...
Faetón vio la victoria, y no vio nada más.
Lo que sucedió fue simple, pero complejo. El microscópico agujero negro que albergaba la mente de Nada se disolvió en una caótica lluvia de radiación de Hawking. Los cuerpos aplastados y sangrantes de Faetón y Dafne fueron arrojados a la cubierta. Billones de sistemas mentales establecieron contacto con la mente de la nave mientras la
Fénix Exultante
elevaba su llameante casco dorado desde la corona del Sol, y lo que sucedió a continuación fue...
Definitivamente simple. Infinitamente complejo.
Era la Trascendencia.
Era, al mismo tiempo, consciente de su consciencia definitivamente simple e infinitamente compleja; mentes y supermentes de todo nivel, sutiles y rápidas y certeras, se entretejieron para hallar niveles más elevados de consciencia; mentes que no estaban hechas de pensamientos individuales sino de mentes individuales; y supermentes que se combinaban en grupos para crear estructuras mentales aún más elevadas. La Trascendencia era una mente vasta como el sistema solar, rápida como la luz, feliz como un niño recién nacido, sabia y fría como el juez más venerable, y despertó y se preguntó qué había pasado desde la última vez que había despertado, mil años atrás, según el modo en que los hombres cuentan los años.
Al instante fue consciente de su miríada de recuerdos, de cada individuo de que estaba compuesta, de cada segundo y fracción de segundo de sus muchas vidas, hasta la última Trascendencia momentánea. Cada pensamiento, consciente e inconsciente, quedó al desnudo, y el tapiz del pensamiento se vio al mismo tiempo desde cada ángulo y perspectiva, desde el punto de vista de cada hebra y cada sección, pero también desde dentro y desde fuera, como una totalidad que se contemplaba a sí misma, a sí mismos, a sí mismas.
La parte de la Trascendencia que era Faetón era consciente de que se moría. La parte que había sido la máquina Nada era consciente de que se había muerto. La parte que era Dafne era consciente de que estaba a punto de morir. Todos eran conscientes de una consciencia mayor, simple pero compleja.
Eran conscientes de cosas maravillosas.
Primero, de sí mismos; segundo, de la consciencia misma, y de su lucha para ser más consciente; tercero, de su propia naturaleza; cuarto, de que el momento de la Trascendencia, una vez que pasara, sería recordado en forma diferente por cada uno de los participantes, aunque en última instancia sólo se requería expresar una brillante y perfecta manifestación del pensamiento (definitivamente simple, infinitamente compleja) para evocar y expresar lo que era la Trascendencia.
La Trascendencia sabía que tenía sólo un momento (¿o eran muchos meses?) en que actuar, una mera fracción de segundo de tiempo cósmico, para pensar ese pensamiento, para expresar esa expresión. La expresión procuraba la unidad, aunque estaba compuesta por miríadas de pensamientos, una regresión infinita; intentó, falló, sonrió, y concluyó. Antes de concluir, la Trascendencia era consciente de...
Primero, las partes de la Trascendencia eran conscientes de sí mismas.
La parte de la Trascendencia que era Faetón se sorprendió de encontrarse allí, rodeada por pensamientos, una nota de fuego en la sinfonía de luz. ¿Cómo? La perfecta consciencia de la superconsciencia supo, en el mismo momento —aunque había ocurrido meses atrás; la
Fénix Exultante
«ahora» estaba en una dársena de Ío, Estación Circunjovial, recién reparada, el casco restaurado, lista para volar; durante los muchos meses que habían pasado mientras la Trascendencia reflexionaba, los diversos cuerpos y personas que participaban habían realizado los movimientos mecánicos que se necesitaban para sostener y continuar sus vidas y esfuerzos, tal como los diminutos y atareados animales que viven en la corriente sanguínea desempeñan su papel en la vida de un hombre (¿o todo esto era una proyección, una extrapolación?)—, en el mismo momento en que el shock de aceleración aplastó a Faetón y dañó sus órganos internos, a través de los puertos mentales de su armadura (todavía abierta) que contactaban con los puertos mentales de esta nave (todavía abiertos) la Trascendencia entró en la mente de la nave; entró en el magnifico cerebro de la armadura de Faetón; entró en el cerebro más simple de la armadura de Dafne, en su sortija y en ambos subsistemas internos; en la deteriorada complejidad de la unidad noética portátil y...
Y los llevó al sistema de la Trascendencia.
El microscópico agujero negro, disolviéndose, soltó la moribunda mente de Nada, buscando (pero tratando de no buscar) otro sistema donde alojarse, deseando continuar, pero ansiando el final. Pero los sistemas eran compatibles, y todos se comunicaban con todos...
En el mismo momento, la parte de la Trascendencia que era Dafne —que estaba sorprendida de encontrarse viva, aunque luego comprendió que meses atrás la mente de la nave había tomado control del nanomaterial negro de la armadura de Faetón, había saltado de articulaciones rápidamente abiertas, y enviado largos y líquidos bra20s por la cubierta para salvarla, aun antes de salvar a su propio amo, y había inyectado en su cuerpo dispositivos médicos microscópicos; al cabo de una larga y vitriólica discusión (que ambos convendrían, luego, en que había tenido lugar, aunque era sólo una proyección de Aureliano Sofotec, insertando detalles para divertirse a costa de ellos), Faetón y Dafne habían convenido en equiparla con un cuerpo tan costoso como el de Faetón, capaz de resistir las mismas condiciones y presiones, aunque suponía un viaje desde el astillero de Júpiter hasta la Tierra, y una última visita al sofotec Estrella Vespertina, más gastos y más demoras (¿o todo esto era una proyección de algo que estaba predicho, pero no hecho?)—, en el mismo momento, la parte de la Trascendencia que era Dafne vio que la parte de la Trascendencia que era la Mente Terráquea abrazaba al moribundo Nada.
Para Dafne, fue como si una reina vestida de verde se elevara y manos gentiles sostuvieran el cuerpo inerme de un rey frío de rostro pálido, ataviado con una tiniebla constelada de estrellas, un hombre oscuro que caía del nocturno cielo invernal, y se esforzara para rescatarlo...