La Trascendencia Dorada (41 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Trascendencia Dorada
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Hubo una pausa mientras los circuitos de las altas paredes negras absorbían la carga memorística de los dos Exhortadores. Sin un sofotec. Neo Orfeo no podía indexarla ni absorberla sin otros intercambios lentos, necesarios para orientarlo en el asunto. Así era como funcionaba la memoria: nada viene a la mente hasta que a uno se lo recuerdan. Así continuó el «discurso» de los tres Exhortadores.

Sócrates se volvió y lo miró, todavía sonriendo.

—Dime, ¿cómo sirve mejor un hombre a su ciudad? ¿Debería aspirar a altos puestos, y ganar el poder para recompensar a sus amigos y castigar a sus enemigos? Cada hombre, incluso aquéllos que no han reflexionado sobre ello, dirá que es el mejor modo de servir. ¿O deberíamos servir como la ciudad lo considere mejor, o él considere mejor, o de otra manera?

Neo Orfeo no tardó en comprender.

—¿La predicción es que recibiré una moción de censura? Los Exhortadores me están expulsando. —No expresó esto como una pregunta. Él también recordaba muchas extrapolaciones de la Trascendencia.

Las memorias de los circuitos murales aportaron los detalles. Recordó las predicciones de desdén público, la pérdida de su electorado, la pérdida de suscriptores, de financiación. Y con las mentes en contacto en el momento supremo, las personas que habían formado parte de la predicción también habían afirmado lo que veían, convirtiéndolo en promesa mutua.

—A todos nosotros —dijo Emphyrio con voz férrea.

Neo Orfeo permaneció impasible.

—¡Tonterías! —dijo con voz fría—. Sin nosotros, los hombres se destruirán. Todos nos transformaremos en máquinas.

—No obstante —dijo Sócrates—, vi una promesa de que la institución del Colegio quizá no se aboliera. Faetón hablará a favor del Colegio de Exhortadores. Las cosas que vio en Talaimannar, entre los muchos que no dominan sus apetitos, los que actúan sin virtud, le enseñaron cuán erróneo es tratar de escapar de la realidad. Los feos pensamientos de Nada Sofotec son conocidos por todos ahora.

¿Faetón? —dijo Neo Orfeo—. ¿Él hablará en nuestro favor?

—Nuestro no —dijo Emphyrio.

Neo Orfeo miró las paredes negras y despojadas. El conocimiento entró en él.

—Un nuevo Colegio, pues, con un nuevo mandato. Señoriales Gris Oscuro, supongo. Admiradores de Atkins. Nosotros reprobábamos la autodestrucción, la adicción y la perversión. Ellos reprobarán la deslealtad. La no conformidad. El feo futuro que Helión predijo ante el Cónclave de Pares sucederá, pero no como él lo predijo.

Neo Orfeo miró a Emphyrio.

—Bien, supongo que debo congratularte por tu emancipación.

—Es prematuro —dijo Emphyrio—. Mi causa todavía está pendiente.

—Y ninguno de nosotros ha tenido una experiencia feliz con los juicios —intervino Sócrates.

—Tenia que ocurrir. Toda la atención vertida en ti durante la Trascendencia, todas las mentes que pedían que justificáramos nuestras decisiones. Dije a los Exhortadores que no construyeran un simulacro que estuviera enamorado de la verdad. Bien. ¡Emphyrio! ¿Qué harás ahora que has perdido tu puesto?

—Seguir a Faetón. Él no es tan diferente de mí. Está pidiendo tripulantes.

—¿Y tú? —le preguntó Neo Orfeo a Sócrates.

Sócrates inclinó la cabeza.

—El idealista utópico será reemplazado en el nuevo Colegio por la figura de Iscómaco, el mercader pragmático, del único diálogo socrático sobreviviente que no fue escrito por Platón, un oscuro diálogo llamado
Econo
mía.
No hay más para mí. Soy una sombra; bebo de nuevo la cicuta, y regreso a la suspensión.

—Bien, caballeros —dijo Neo Orfeo, casi con tristeza—, parece que nosotros tres no volveremos a reunimos. Es el fin de una era.

—¿Y qué hay de ti? —murmuró Sócrates
—.
¿Qué hay del Gran Orfeo, de quien derivas?

—Seré expulsado de la Exhortación, pero mi principio todavía es Par. Orfeo nunca cambia.

—¿Quién es el más dichoso de los hombres? —preguntó Sócrates—. ¿Dirías que fue Creso de Lidia? Algunos lo llamaron el más rico entre los hombres.

—¿Qué? —dijo Neo Orfeo, entornando los ojos—. ¿Qué estás diciendo?

—Serás pobre —dijo Emphyrio—. Faetón y Dafne donarán la tecnología del lector noético portátil al nuevo Colegio. Lo harán con la intención de dar al nuevo Colegio el prestigio que necesita, el prestigio que otrora tú diste al viejo Colegio.

Neo Orfeo permaneció pensativo un rato, abatido, los rasgos quietos.

—Ahora recuerdo, poco a poco, la predicción de que Orfeo, sin un emporio financiero que le interese, se replegará en espacios informáticos cada vez más lentos, y se desvanecerá. A menos que enmiende sus costumbres, mi padre no estará presente en la próxima Trascendencia.

Los tres guardaron silencio.

—Cuando cobré consciencia —dijo Emphyrio—, viajé lejos en las extrapolaciones, y vi los muchos futuros que preveían los sofotecs. Porque yo desearía decir la verdad a los hombres, aunque seré agraviado por ello, se me permitió guardar lo que veía, y regresar. Parte de ello es lo que vine a deciros hoy.

—Habla, pues —dijo Neo Orfeo, pero sin demostrar interés.

Emphyrio cogió una tablilla de su atuendo y la alzó.

—He aquí mi profecía: este nuevo Colegio, al menos por un tiempo, es dominado por los Gris Oscuro y los Invariantes. Crece el espíritu belicoso.

›Se vuelve a formar la Composición Belígera. Otros héroes de guerra, Banbeck, Carter, Kinnison, Vidar el Silencioso y Valdemar el Exterminador, son recompilados a partir de los archivos, o construidos, o nacen.

«Este nuevo Colegio recauda fondos para lanzar una expedición que siga a la
Fénix Exultante
a Cygnus X-1, tripulada por milicianos y por avatares de la Mente Bélica. Esta expedición está destinada a vengar la muerte de Faetón (si tal fuera su destino) o, en caso de que él viva, proteger la nueva colonia de Faetón de un contraataque. En Cygnus X-1 el nuevo Colegio funda un astillero, y un arsenal, y reabre las fuentes de singularidad de la Segunda Ecumene. Con esa energía infinita a disposición, puede construir cascos para una flota de naves como la de Faetón, pero naves dedicadas a la guerra.

«Aquí, entretanto, nuestro nuevo Colegio propicia la censura, no sólo contra aquéllos que destruyen su propia humanidad, sino contra aquéllos que por falta de fervor o vehemencia, erosionan la confianza del soldado, o quienes no aportan al gasto bélico, o quienes, al no defender su civilización, amenazan (según la caracterización del nuevo Colegio) a toda la humanidad con la destrucción.

«Este nuevo colegio provoca críticas estentóreas, y se forman escuelas expresamente para atentar contra sus objetivos. El debate público desgarra nuestra Ecumene Dorada como nunca; los patriotas y los amantes de la paz se acusan recíprocamente de ceguera; se pierde el entendimiento; ambos bandos lamentan la desaparición de una era más simple y más grata.

«Pocos entienden o recuerdan aquello que diré: la Trascendencia dijo que la guerra es el contexto dentro del cual existe la paz, y que la paz no es posible sin ella.

—¿Eso significa que la Trascendencia favoreció la guerra? —preguntó Neo Orfeo—. ¿O que se le opuso?

Emphyrio sacudió la cabeza.

—No puedo expresarlo con más claridad. El asunto es simple, pero complejo. No se puede culpar a quien mata atacantes en defensa propia. La culpa está en otra parte.

—¿Dónde?

—La Trascendencia me reveló que nuestra misión, la misión de toda la humanidad, durante estas épocas venideras de horror, es recordar una verdad profunda: recordar, y no olvidar, que los señores de la Segunda Ecumene son hombres como nosotros, que conocen el dolor y la cesación del dolor, que saben qué es tener un sueño, y perder un sueño. Esto es lo que vine a decir.

Hizo una reverencia, dio media vuelta y echó a andar por la nieve.

Sócrates, apoyándose en su bastón, se puso de pie con un suspiro.

—Neo Orfeo, tú temes que todos nos transformemos en máquinas sin alma, a menos que las censuras del Colegio de Exhortadores nos restrinjan. Yo temo que la guerra nos transforme a todos en hombres sin alma.

Neo Orfeo frunció las comisuras de la boca en una mueca amarga.

—No importa. Ha habido guerras antes. Las guerras pasan. Yo permaneceré.

—¿Cuál es tu plan, pues? Pues sé que aun un hombre despreciado como tú conserva uno u otro sueño, amigo mío.

—¡Ja! Orfeo no vive salvo para continuar su vida. Su único deseo es tener más vida. Pero durante una guerra, la Segunda Ecumene podría destruir nuestra infraestructura en el sistema interior. Las residencias sofotec donde él y yo mantenemos nuestras diez mil copias de seguridad podrían ser destruidas. Pero el lector noético portátil... ¿Entiendes...? Allí hay una salida.

Sócrates se echó a reír.

—¿Así que te unirás a Faetón? ¿También tú? Él no te tiene estima. Faetón te cobrará la mitad de tu riqueza antes de permitirte guardar copias de seguridad en su nave para desperdigarlas por el vacío.

—Una fortuna bien gastada. ¿Qué mejor modo de asegurar que siempre haya un Orfeo en el universo?

Alzó la mano y señaló el lema inscrito sobre las puertas. Era la única decoración, la única marca en esas paredes austeras.

Soy
el enemigo de la muerte,
decía.
No me propongo morir.

Neo Orfeo se inclinó, dio media vuelta y entró en su oscura casa.

Sócrates se sentó en la escalera con un suspiro. Con un gesto llamó a los remotos de forma arácnida que deberían disponer del cuerpo que usaba, una vez que estuviera vacío.

—Algunos no temen la muerte, amigo mío —murmuró.

Sacó de la capa un cuenco de madera y se lo llevó a los labios.

Gannis despertó aterrado.

En la luna artificial, hecha de admantio dorado, había un gran anfiteatro; allí había una mesa redonda, también de admantio, con cien tronos dorados donde se guardaban cien versiones de él mismo.

Algunos gruñían, algunos lloraban; otros todavía estaban en Trascendencia parcial, con los ojos vidriosos, o bajaban del contacto mente a mente, pero aún no habían recobrado la conscíencia normal.

En altas ventanas resplandecía el paisaje externo del planetoide Gannis: el radiante nuevo sol de Júpiter, rodeado por un anillo más brillante que cualquier estrella, el cual cruzaba la ventana de un lado al otro como un arco iris de fuego. Habitualmente esta imagen lo alegraba: el arco iris que lo había conducido a la marmita de oro, lo llamaba. Era el supercolisionador ecuatorial.

Esta vez la imagen no lo alegró.

Un Gannis despertó, y vio los rostros confusos en los tronos de ambos lados. El que estaba junto a él preguntó:

—¡Hola, yo mismo! ¿Hay mejores noticias de los tramos posteriores de la Trascendencia? Salí de la comunión hace dos horas; el Gannis de allí ha estado fuera varios días. ¿Las mentes congregadas de toda la Mentalidad han cambiado de parecer?

El Gannis que recién despertaba respondió:

—El juicio es duro. Nuestros congéneres no lo entienden. ¡Nosotros no cometimos ningún mal! ¡El engaño fue legal! ¡Legal!

Un Gannis que había salido de la Trascendencia varios días atrás exclamó desde el extremo de la mesa:

—¡Se cancelan pedidos! ¡Los empresarios retiran sus anuncios publicitarios! ¡Los clientes se reprograman...! Y esto es de los madrugadores, las mentes colectivas y las mansiones, principalmente. El grupo Gannis Cincuenta no responde cuando pedimos extrapolaciones de la pérdida; el programa contable se desactivó en vez de responder.

Un Gannis sentado a la mitad de la mesa respondió:

—¡Hermanos! ¡Mis otros yo mismo! ¡No puede ser tan malo! Antes de despertar trabé relación con una mente colectiva conectada con la Composición Belígera. Se proponen fabricar una nota de naves de guerra semejantes a la
Fénix...
¡Necesitan nuestro metal! Sin duda que no todo está perdido...

Otro Gannis abrió los ojos. Su rostro aún relucía con la paz y la suprema confianza de un transhumano. Quizá sólo estuviera despierto en parte; quizá no sabía lo que decía, pues hablaba sin titubeos, y sonreía, a pesar de las noticias desalentadoras:

—Estuve con el grupo supramental de Oriente. Recuerdo los altos pensamientos. ¡Escuchad!

«Nosotros, Gannis, no somos culpables de conspirar contra Faetón. No somos, y nunca hemos sido, confidentes de Scaramouche ni Jenofonte. Regocijaos, Gannis, al saber que nuestra reputación está purgada de toda sospecha.

«Nosotros, Gannis, hemos dispuesto nuestros negocios para sacar provecho de la bancarrota y fracaso de Faetón. No hay ilegalidad en ello; un modo despiadado de hacer negocios, quizá; descortesía, tal vez. ¿Intención criminal? Posiblemente no.

Varios Gannis que habían salido de la Trascendencia horas o días atrás comenzaron a sonreír tímidamente, pero los que habían estado en conexión más reciente, o todavía tenían subconexiones intermitentes, no sonreían. Sus rostros estaban tensos y pálidos.

—Aun así...

Todos los rostros de todos los Gannis de la gran mesa redonda palidecieron.

—Aun así, perderemos socios, amigos. Varias de nuestras esposas y contraesposas se divorciarán de nosotros. ¿Por qué? Porque, durante la Trascendencia, el alma interior de Gannis fue examinada... y no aprobó el examen.

«No, no sabíamos que algo andaba mal con Faetón, pero lo sospechábamos.

«Cuando, durante la indagación de Faetón, los registros de los Exhortadores mostraron falsamente que Faetón modificaba su memoria, Gannis supo que esto no se correspondía con el carácter de Faetón; no obstante, no dijimos nada.

«Asimismo, anteriormente, cuando los préstamos de Faetón habían excedido todos los límites razonables, y su bancarrota parecía segura, Gannis tampoco dijo nada. No actuó para ayudar a Faetón, nuestro presunto socio. En cambio, maniobramos para beneficiarnos con su caída.

«Mira en vuestras almas, Gannis. Ahora vemos el motivo oculto, por un tiempo, para nosotros, para todos nosotros. Pero ahora lo sabemos. La Trascendencia lo sabe. Todos nosotros lo sabemos; toda la humanidad; amigos. Pares, colegios, colegas, artistas, pensadores, medios, parciales, competidores. Todos.

Se hizo silencio en la cámara.

Ningún Gannis de la cámara miraba a los ojos a los Gannis de ambos lados. Todos conocían el pensamiento tácito.

El miedo lo había guiado. El miedo a la competencia de Helión.

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