La Trascendencia Dorada (19 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Trascendencia Dorada
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¿Hasta dónde tenía que llegar la falsedad? Para una mente no inteligente, una mente pueril, no lejos: sus creencias en un campo, o un tema, podían cambiar sin afectar a otras creencias. Pero en el caso de una mente de inteligencia elevada, una mente capaz de integrar un vasto conocimiento en un sistema unificado de pensamiento. Faetón no veía cómo se podía afectar a una parte sin afectar al todo. Esto era lo que la Mente Terráquea quería decir con «global».

¿Qué había querido decir la Mente Terráquea, sin embargo, al afirmar que «la realidad no puede admitir incoherencias»? Postulaba que no podía haber un modelo del universo que fuera cierto en algunos lugares, falso en otros, y sin embargo estuviera totalmente integrado y fuera coherente consigo mismo. Los modelos coherentes tenían que ser totalmente verdaderos, totalmente falsos o incompletos. Presuntamente, empero, los creadores originales de Nada Sofotec tenían que haberle dado gran cantidad de información precisa acerca de la realidad, pues de lo contrario no habría sido competente como agente de policía. Así, el modelo de Nada, su filosofía, no podía ser totalmente falso. Y por cierto no era totalmente verdadero. ¿Cómo podía un sofotec adoptar un modelo del universo, o una filosofía, sabiendo que era incompleta?

—Tu comentario implica muchas cosas —dijo Faetón, señora, pero lo primero que me acude a la mente es esto: Nada es un sofotec que adopta contradicciones e irracionalidades. Como es una inteligencia mecánica, sin emociones y cuerda, no lo puede hacer deliberadamente. El corrector, ante todo, debe controlar su capacidad para prestar atención a ciertos temas. El corrector impone distracción y falta de atención; el corrector actúa de tal modo que Nada tiene poco o ningún interés en pensar en aquellos temas que el corrector desea que Nada evite...

—¿Temas o tema? —dijo la Mente Terráquea. Los sofotecs no pueden ser incoherentes consigo mismos a sabiendas.

De pronto Faetón comprendió, y el asombro le iluminó el rostro.

—¡Hicieron una máquina que nunca piensa en sí misma! Nunca se examina a si misma.

—En consecuencia, es incapaz de revisarse en busca de virus, si esos virus se instalan en cualquier archivo mental cuyo tema está prohibido por el corrector. Observa ahora este virus... Llámalo el virus tábano. Fue construido a partir de información obtenida de Diomedes y Atkins acerca de las técnicas de mente bélica de la Segunda Ecumene.

El espejo de la derecha se iluminó.

¿Un virus para combatir contra Nada? Faetón esperaba un millón de líneas de instrucciones, o una vertiginosa arquitectura polidímensional que superase todo lo que podía aprehender una mente humana. En cambio, el espejo mostraba sólo cuatro líneas de instrucciones.

Faetón las miró fascinado. Cuatro líneas. Una definía un identificador, otra era un mutador transaccional, y la tercera línea definía los límites de la mutación. La tercera línea usaba una técnica que él nunca había visto ni sospechado: en vez de limitar la mutación viral mediante la aplicación de fórmulas ontológicas o chequeos contra una lógica maestra, esta instrucción definía los límites de la mutación por teleología. Cualquier cosa que sirviera al propósito del virus era adoptado como parte del virus, fuera cual fuese su forma.

Pero la cuarta línea era una obra maestra. Era sencilla, elegante, obvia. Faetón se preguntó por qué nadie había pensado en ello. Era sólo un código autorreferencial que se refería a cualquier autorreferencia como el objeto del virus. De por sí, no significaba mucho, pero con las otras líneas de instrucción...

—Este virus neutralizará al corrector —dijo Faetón—. Esto hará que Nada no sea consciente del intento del corrector de volverlo no consciente de sus propios pensamientos. Cualquier pregunta que se cargue en la primera línea lo seguirá fastidiando hasta que sea respondida satisfactoriamente. Si el corrector elimina la pregunta, o hace que no la oiga, la pregunta cambia de forma y reaparece.

—Mi tiempo es sumamente valioso —dijo la Mente Terráquea con voz gentil— y debo consagrarme a preparar la Trascendencia para recibir posibles ataques mentales de Nada Sofotec, en caso de que fracases.

Faetón había olvidado con quién hablaba. Se consideraba descortés decir a los sofotecs cosas que ya sabían, o hacer preguntas retóricas, o regodearse en floreos verbales. Sintió vergüenza, y casi se perdió el resto de las palabras:

—Faetón, tú ya tienes la rutina filosófica Gris Plata para cargar en la línea de interrogación del virus tábano. Tienes sabiduría suficiente para descubrir un vector de comunicaciones para introducir el virus sin que Nada lo rechace. Tu nave lleva las cajas mentales y sistemas de informátums necesarios para incrementar los niveles de inteligencia de Nada más allá del alcance operativo del corrector. No temas arriesgar tu nave, tu vida, tu esposa o tu cordura en esta empresa, o ese temor conspirará contra tu éxito.

—Mi... ¿Dijiste mi esposa?

—Llamo tu atención sobre la sortija que ella usa. Te recuerdo tu deber de buscar tu propia felicidad. ¿Tienes una última pregunta para mí?

¿Última pregunta? ¿Eso significaba que iba a morir? Faetón sintió miedo, y se sintió alarmado por su propia agitación. De pronto comprendió en qué medida había esperado, una vez más, que los sofotecs le indicaran qué hacer, que lo guiaran y lo protegieran. Una vez más, actuaba como los timoratos Exhortadores, como todos aquéllos que le disgustaban en la Ecumene Dorada. Pero los sofotecs no lo protegerían. Nadie lo protegería. Una vez más, comprendió consternadamente que estaba solo y desguarnecido. La injusticia de la situación lo agobiaba.

—¡Tengo una última pregunta! —dijo con voz amarga, aun antes de darse cuenta—. ¿Por qué yo? ¿Me enviarás solo? No soy apropiado para esta misión, señora. ¿Por qué no enviar a Atkins?

—Las fuerzas armadas, por su propia naturaleza —respondió la Mente Terráquea con voz gentil e impasible—, deben ser cautas y conservadoras. Atkins cometió un error moral cuando mató al silente compuesto que llamabas Ao Varmatyr. Ese acto fue loable y valiente, pero excesivamente cauto y trágicamente imprevisor. Esperamos evitar de nuevo ese derroche.

»En cuanto a tu elección, querido Faetón, ten la certeza de que toda la capacidad mental de la Ecumene Dorada, que ves encamada en mí, ha debatido y analizado estos hechos venideros durante horas de nuestro tiempo, que equivalen a muchos siglos de tiempo humano, y nuestra conclusión es que enviarte a afrontar a Nada Sofotec presenta la mayor probabilidad de éxito general. Permíteme enumerar cinco factores entre los muchos que hemos sopesado.

«Primero, Nada Sofotec está en posición de tomar control de la Plataforma Solar, crear más tormentas solares, interferir con las comunicaciones durante la Trascendencia y, en síntesis, infligir un daño incalculable a la Ecumene Dorada; en el ínterin mantendría una posición inexpugnable en el núcleo del Sol, adonde nuestras fuerzas no pueden llegar. Ahora que su secreto se ha revelado, esta estrategia desesperada sin duda se le ha ocurrido.

«Segundo, la única escapatoria viable de que dispone Nada es abordar la
Fénix Exultante,
pues es la única nave con rapidez y blindaje suficiente para eludir o superar cualquier represalia que podamos utilizar.

«Tercero, la psicología de los sofotecs de la Segunda Ecumene requiere que Nada proteja la vida humana legítima, respetando órdenes y opiniones de autoridades humanas designadas, pero considerando a todos los demás sofotecs como enemigos implacables e irracionales, y evitando toda comunicación con ellos. En otras palabras. Nada te escuchará a ti pero a ninguna parte de mí.

«Cuarto, si nuestra civilización está a punto de entrar en un período de guerra, conviene sentar el precedente de que la guerra se debe librar mediante actos voluntarios y privados. La acumulación de poder en manos del Parlamento, la Mente Bélica y el Parlamento Paralelo erosionaría la libertad de que goza esta Confederación, erigiendo instituciones coercitivas que durarían mucho más que la emergencia que las ocasionó, quizá para siempre.

«Quinto, toda entidad inteligente, humana o máquina, requiere justificación para realizar el agotador esfuerzo de la existencia continua. Para entidades cuyos actos se conforman a los dictados de la moralidad, este proceso es automático, y sus vidas son gozosas. Las entidades cuyos actos no se conforman a la ley moral deben adoptar un grado de deshonestidad mental para erigir barreras para su propio entendimiento, creando racionalización para eludir la autocondena y la desdicha. La estrategia de racionalización adoptada por una mente deshonesta recae en patrones previsibles. La gran inteligencia de Nada Sofotec no lo vuelve inmune a esta ley de la psicología; más aún, disminuye la calidad imaginativa de las racionalizaciones disponibles, pues los sofotecs no pueden adoptar creencias incoherentes. En nuestra extrapolación, las posibles filosofías que Nada Sofotec puede haber adoptado tienen una cosa en común: la filosofía de Nada requiere la aprobación de la víctima para perdurar. La entidad Nada buscará justificación o confirmación de sus creencias en ti, Faetón. Como eres su víctima. Nada cree que sólo tú tienes derecho a perdonarla o condenarla. Nada comparecerá ante ti para hablar.

—¿Hablar...? ¿Conmigo?

—Nadie más servirá. ¿Te prestas voluntariamente para ir?

Faetón sintió un nudo en la garganta.

—¡Señora, con respeto, pones todas nuestras vidas, toda la Ecumene Dorada, en grave peligro al confiarme esta misión! Pienso tan bien de mí como cualquier hombre cuerdo, pero aún me pregunto por qué yo. ¡Entre todos, yo! Radamanto me dijo una vez que a veces corrías riesgos gravísimos, mayores de los que yo creería. ¡Pues lo creo ahora! Señora, no soy digno de esta misión.

La majestuosa figura sonrió dulcemente.

—Esto demuestra que Radamanto me entiende tan poco como tú, Faetón. Al confiar en ti, no corro el menor riesgo. Pero, si quieres seguir mi consejo, te sugiero que vayas a la Plataforma Solar, zanjes tus diferencias con tu progenitor, Helión, y pidas de rodillas a Dafne Tercia que te acompañe en el viaje, tanto este viaje como todos los viajes de tu vida. Fíjate en la sortija que ella usa, dada por Estrella Vespertina.

—¿Qué le diré a Nada?

—Seria confuso e imprudente de mi parte predecirlo. Habla como debas. Siempre recuerda que la realidad no puede carecer de integridad. Procura que sea igual contigo.

Con esas palabras, el espejo se oscureció.

La mente de la nave indicó que la
Fénix Exultante
estaba preparada para partir. Los neptunianos habían desembarcado; los sistemas estaban alerta; Control de Tráfico Espacial mostraba que las rutas estaban despejadas.

Era el momento final para decidir. Se le ocurrió que simplemente podía ordenar a la nave que virase, escogiera una estrella al azar, apuntara la proa, encendiera los motores y abandonara para siempre la Ecumene Dorada, con sus emergencias y misterios y dilemas laberínticos.

En cambio, apuntó la proa dorada de la
Fénix Exultante
hacia el Sol, como una flecha buscando el corazón de su enemigo.

Su enemigo. Ni Atkins ni otro se enfrentaría a su adversario, sólo él.

De todas las cubiertas llegaron señales indicando que todo estaba dispuesto. Faetón se preparó y su cuerpo se hizo de piedra; la silla donde estaba se convirtió en la silla del capitán y lo envolvió en un campo de retardo.

El martillazo de la aceleración le sacudió el cuerpo.

A poca distancia del océano de gránulos hirvientes que formaban la superficie del Sol, la Plataforma Solar se extendía como una radiante telaraña dorada de miles de kilómetros.

En los puntos donde se cruzaban los hilos de la telaraña había instrumentos y antenas, láseres de refrigeración, o las cabeceras de sondas profundas. A lo largo de estos hilos colgaban innumerables filas de generadores de campo, espirales cuyo diámetro podría haber engullido a la luna de la Tierra. En otros sitios volaban triángulos negros de velas magnéticas y antimagnéticas, más delgadas que alas de mariposa, más vastas que la superficie de Júpiter.

Vistos de cerca, no eran frágiles hilos de araña sino ciclópeas estructuras cuyo diámetro era más ancho que el de las ciudades anulares de Deméter y Marte.

La punta de cada hilo parecía una aguja de luz que tirase de una hebra dorada. Pues crecían sin cesar, hora tras hora y año tras año. En la punta de las agujas llameaban reactores de conversión que transformaban el hidrógeno en elementos más complejos, convirtiendo energía en materia. Máquinas más pequeñas que microbios o más grandes que acorazados.

según lo requiriese la necesidad, formaban enjambres de miles de millones, se reproducían, trabajaban y morían alrededor de las crecientes bocas de los hilos, construyendo materiales para cascos, congelantes, sistemas de refrigeración, humidificadores y absorbentes y llenando espacios interiores. En menos de cinco mil años, el ecuador solar estaría rodeado por un anillo, quizás un supercolisionador que superase los proyectos más ambiciosos de Júpiter, o quizás el andamiaje de la primera esfera de Dyson.

Los hilos flotaban en la región de presión que había entre la cromosfera y la fotosfera. Allí la temperatura era de 5.800 Kelvin, mucho menos que el millón de grados Kelvin de la corona, un cielo de luz cruzado por prominencias semejantes a arco iris de fuego. Cien láseres de refrigeración cubrían cada kilómetro cuadrado de hilo, arrojando calor hacia arriba. Las fuentes láser, aún más tórridas que el entorno solar, ahuyentaban el calor. Cada hilo tenía troneras y cubiertas de fuego láser, como un bosque de erguidas lanzas de luz.

Dentro de estos hilos, en general había espacio vacío, destinado a ser ocupado por energías, no por hombres. Los tramos de hilo parecían ciudades anulares, pero no lo eran; eran como los capilares de una corriente sanguínea, o la pista de un supercolisionador. Estos hilos contenían un flujo de partículas tan denso, de tan alta energía, que nada similar se había visto en el universo después de los tres primeros segundos de cosmogénesis. La simetría de estas superparticulas permitía manipularlas de formas que el magnetismo, la electricidad y las fuerzas nucleónicas no podían hacer por separado. Estas simetrías se podían romper de maneras que no se veían naturalmente en este universo, para crear fuerzas peculiares: campos tan anchos como campos gravitatorios o magnéticos, pero con fuerzas que se aproximaban a las de vínculos nucleónicos.

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