La Trascendencia Dorada (23 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Trascendencia Dorada
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»El caos intentaba destruir la labor de tu vida, y grandes sectores de la Plataforma Solar se evaporaban. El caos intentaba destruir la labor de la vida de tu hijo, y como él estaba a bordo de esa nave, fuera del alcance de los circuitos numénicos, también habría destruido a tu hijo.

»La Plataforma estaba a salvo, pero te quedaste otro momento, tratando de desviar el torrente de partículas y proteger a tu hijo; los circuitos fallaban, uno tras otro, pero tú te quedaste, dirigiendo los procesos de emergencia como una orquesta tenante. Cuando pasó el pico de la tormenta, era demasiado tarde para ti: te habías quedado demasiado tiempo, las ¡lamas llegaban. Pero la radioestática se despejó el tiempo suficiente para que le dejaras unas últimas palabras a tu hijo, pues descubriste, para tu sorpresa, que lo amabas más que la vida misma. En tu mente, él era la imagen viviente de lo mejor de ti, el ideal que siempre quisiste alcanzar.

»—El caos me ha matado, hijo —dijiste—. Pero la victoria de lo imprevisible es hueca. Los hombres imaginan, en su orgullo, que pueden predecir cada acontecimiento de la vida, y gobernar la naturaleza y gobernarse a sí mismos con reglas férreas. No es así. Siempre habrá hombres como tú, hijo mío, que harán cosas que nadie predice ni puede controlar. Traté de domar el Sol y fracasé; nadie sabe lo que hay en su flamígero corazón; pero tú domarás mil soles, y propagarás la humanidad por el espacio de tal modo que ningún imprevisto, ningún flujo del caos, ninguna desdicha inesperada, podrá dañarnos a todos. Para que los hombres sean civilizados, deben ser diferentes. Así, cuando el caos venga a reclamarlos, cada cual usará una estrategia distinta, y algunos triunfarán, al menos por mero azar. El modo de conquistar el caos que subyace a todas las cosas estables e ilusorias de la vida consiste en ser libre y tolerante, y estar tan enamorado de esa libertad que el caos sea nuestro aliado; nos transformaremos en aquello que nadie puede prever; y el valor y la invención serán los nombres que pondremos a nuestra temeraria imprevisibilidad.

»Y juraste respaldar el proyecto de Faetón, y moriste para que su sueñe viviera.

8 - La verdad

—Faetón ha sido más listo que tú —dijo Dafne—, más listo que los Exhortadores, que la Curia, que todos. Porque el verdadero Helión, si hubiera vivido, habría ayudado a Faetón y financiado el lanzamiento de la
Fénix Exultante.
Y hay sólo dos posibilidades. O bien te pareces tanto al Helión real como para satisfacer a la Curia, o no te pareces. Si no te pareces, estás legalmente muerto, y Faetón hereda tu fortuna, y la
Fénix Exultante
echará a volar. Si te pareces, serás como era él, respaldarás a Faetón, le prestarás tu fortuna, y la
Fénix Exultante
también echará a volar. ¿Entiendes por qué las simulaciones que intentaban recrear tus últimos pensamientos, incinerándote una y otra vez, no funcionaban? Porque, en lo profundo, bajo las simulaciones, antes de que comenzaran, o cuando concluían, tu único pensamiento era el miedo. Tenías miedo de perderte a ti mismo. Miedo de perder tu identidad, miedo de que Helión fuera declarado muerto. Pero el verdadero Helión se perdió a sí mismo. Perdió su identidad, su vida, todo. No tenía miedo de morir, y mucho menos de que lo declarasen muerto. ¿No ves? Este ataque de la Ecumene Silente, esta extraña, lenta y oculta guerra en que súbitamente nos encontramos, no cambia nada. Si tu última tormenta fue causada por una criatura imprevista y maliciosa y no por un imprevisto y malicioso capricho del destino, no importa. La vida sigue siendo imprevisible. La intuición que tuviste acerca del modo de luchar contra el caos es la misma. Que la gente como Faetón establezca su propio orden en medio de la confusión del mundo.

Helión agachó la cabeza, y se puso una mano ante los ojos. Dafne no podía verle la expresión. Él movió los hombros. ¿Eran lágrimas? ¿Rabia? ¿Risa? Dafne no podía determinarlo.

—Helión —dijo Dafne cautamente—, ¿cuál es tu respuesta?

Helión no respondió ni alzó la vista.

En ese momento se produjo una interrupción.

Dos de los espejos energéticos del campo de visión de Helión se poblaron de imágenes. Una mostraba, contra un campo estrellado, la visión en escorzo de una daga de oro oscuro precedida por un fuego brillante, como un pequeño sol.

Las cifras cambiaban vertiginosamente. El objeto seguía una trayectoria desde el espacio transjoviano, normalmente un viaje de dos o tres días Esta nave había cruzado esa distancia en menos de cinco horas.

Era la
Fénix Exultante,
con sus toberas delante, la proa hacia atrás, desacelerando. Parecía rodearla una aureola de rayos; las partículas cargadas emitidas por el Sol eran desviadas por el blindaje del casco; la nave tenía tal velocidad, y el espacio solar estaba tan poblado de partículas, que la
Fénix Exultante
creaba una estela en el vacío. Las vistas de ambos lados, en diversos colores, mostraban otras bandas de radiación, diagramas de trayectoria proyectada.

La
Fénix
descendía hacia el Sol.

El otro espejo que se había encendido exhibía una silueta en armadura negra cuyo visor abierto revelaba un rostro arrugado, severo, de ojos grises.

—¿Qué es esta aparición del pasado —dijo Helión— que atraviesa tan osadamente mis puertas y pabellones? ¿Con qué derecho me interrumpes cuando he pedido privacidad, para mostrarme un rostro procedente de una historia sangrienta y olvidada?

El leve temblor en las comisuras de la boca pudo haber sido una sonrisa o una mueca de impaciencia.

—Es mi propio rostro.

—¡Santo cielo, Atkins! ¿Han permitido que alguien como tú viva de nuevo? Eso significa...

—Significa guerra —murmuró Dafne—. Guerra y derramamiento de sangre, terror y temor, el llanto de las viudas, el choque de las lanzas...

—Nunca estuve lejos —dijo Atkins—. No sé por qué todos creen que desaparezco tan sólo porque no me necesitan—. Hizo un movimiento imperceptible, su versión de un encogimiento de hombros—. No importa. Interrumpo para anunciarte que corres grave peligro y para pedirte que colabores. Es posible que una máquina pensante de la Ecumene Silente, llamada Nada Sofotec, se haya ocultado dentro del Sol. No sabemos qué clase de vehículos, equipo o armamento posee. Hasta ahora, la tecnología de la Ecumene Silente ha sido capaz de introducir señales en el interior de circuitos protegidos, teleportando cargas eléctricas o creándolas a partir del estado de reposo del vacío básico. Creemos que también puede hacerlo con otras partículas, y desconocemos su alcance y sus limitaciones. La última tormenta solar, la que mató al Helión anterior, fue creada y dirigida por esa tecnología. Los silentes podrían adueñarse de la Plataforma Solar. Si lo consiguen, sobre todo durante la Trascendencia, cuando los cerebros de todos estarán enlazados con una red de comunicaciones interplanetaria... Bien, puedes imaginar los resultados. Desde la Plataforma, podrían inducir prominencias para destruir las estaciones de contraterragénesis de Vafnir en la Equilateral de Mercurio, limitando nuestras provisiones de antimateria. En todo caso, me gustaría pedirte que colabores.

—Te conozco desde hace tiempo, capitán Atkins. ¿O ahora eres mariscal? Quieres que me quede aquí, expuesto al peligro, hasta que el enemigo se revele. Y cuando se revele, disparando contra mí, prometes vengar mi muerte mediante su aniquilación total, ¿verdad? Creo que esa estrategia pírrica para obtener victorias no tuvo tanto éxito en Nueva Kiev, ¿verdad?

—No debatiré viejas batallas contigo. Pero la Mente Terráquea me dijo que quizá colaborases. Le dije que estaba harto de lidiar con gente que no entiende que a veces, cuando los hechos lo imponen, hay que arriesgar la vida o dar la vida para ganar la batalla. Ya que me recuerdas a mí, Helión, recordarás por qué digo esto.

Había algo muy frío en su voz. Dafne miró a los dos hombres, preguntándose qué pasado compartían.

La expresión de Helión se ablandó.

—Recuerdo los sacrificios que estabas dispuesto a hacer, capitán Atkins. —Su expresión se volvió distante, pensativa—. Es extraño. También te mantienes firme cuando todos los demás huyen para salvarse. Quizá nos parezcamos más de lo que suponía. ¡Qué idea escalofriante!

—¿Has terminado con tus divagaciones, Helión, o estás dispuesto a ayudar?

Helión se enderezó.

—No abandonaré mi Ecumene ni mi puesto. Dime en qué puedo servirte. Aunque creo que puedo adivinarlo...

—No te molestes en adivinar. Yo te lo diré. Faetón está a punto de atracar su monstruosa nave en tu dársena seis, cubierta ecuatorial dos cincuenta. Es el único lugar con espacio suficiente para la
Fénix Exultante.

—Tienes que darme más tiempo. Debo usar mis generadores de campo para crear una mancha solar debajo de vosotros mientras descendéis, una zona de menor temperatura, con un chorro coronal para crear un flujo de plasma más frío, una corriente que la
Fénix
pueda seguir para descender en mi dársena.

—No te molestes. Faetón dice que la
Fénix Exultante
puede descender indemne a través de la corona. Pero una vez que atraquemos, quiero que lo aprovisiones con lo que necesita. Entiendo que podrás disponer de antimateria.

—En efecto —dijo secamente Helión. La Plataforma controlaba miles de masas de antimateria del tamaño de gigantes gaseosos.

—Y dale la información más reciente sobre el estado del submanto. Nada Sofotec debe saber que venimos; la Mente Terráquea piensa que la aproximación de la
Fénix Exultante
podría inducir a Nada a mostrarse. Quizás intente corromper tu Plataforma y controlarte personalmente, si no lo ha hecho ya.

—No lo ha hecho, que yo sepa.

—Eso no significa demasiado, en estos tiempos. Otra cosa: quiero que dirijas tantas sondas profundas como puedas hacia el núcleo solar, para ver si podemos encontrar una ecohuella de la nave de la Ecumene Silente. Hasta ahora sólo tenemos una posición; no sabemos el tamaño ni qué más hay. Además, examina tus registros para ver si algún cuerpo astronómico sospechoso cayó en el Sol en cualquier lugar que tus sensores puedan haber visto.

—¿Qué más?

—Te quedarás ahí mientras la
Fénix
desciende por la cromosfera hasta la capa radiactiva del núcleo, donde se oculta el enemigo. Actuarás como nuestra estación de sondeo y alerta meteorológica.

—¿Sin que nadie me ayude? Parece extraño, en una época en que todos los demás festejan, no activar una alarma universal y una llamada a las armas.

—Opino lo mismo. Pero Nada, a pesar de ser tan listo, quizá no sepa cuánto sabemos nosotros, y si cree que la Trascendencia se realizará como de costumbre, quizá contenga el fuego hasta que todos estén enlazados en una gran mente trascendente e indefensa. ¿Entiendes? No quiero activar una alarma que induzca a Nada a activar sus mayores armas.

Helión calló, pensando.

—¿Bien? —dijo Atkins—. Eso es lo que quiero de ti. ¿Algún problema?

—No tengo dudas ni reservas. No eres el único que sabe qué significa la palabra «deber», capitán Atkins.

—Estupendo. Y sólo entre nosotros, ya que estás tan generoso...

—¿Sí?

—Dile a tu hijo que lo lamentas. Está enfurruñado desde que pusimos rumbo al Sol, y me está sacando de quicio. Es decir, sería aconsejable para el ánimo de la tropa.

Con otro segmento de su mente, Helión estableció contacto con sus subrutinas legales y contables.

—Muy bien —dijo—. Puedes decirle a mi hijo, a modo de disculpa, que cuando atraque en la número seis, sus deudas estarán saldadas, su titulo restaurado, y la nave en que viaja volverá a pertenecerle.

Helión salió de la cámara estanca, que incluía un quirófano de transformación, una piscina de transferencia numénica, tiendas corporales, manufactorías de prótesis neurales y otras funciones necesarias para adaptar al visitante al entorno físico y el formato mental de la
Fénix Exultante.
Esta cámara estaba dentro de la nave, y se proyectaba trescientos metros desde el casco, una dirección que en ese momento era «abajo», rodeada por otros almacenes y máquinas que se erguían como los rascacielos de una ciudad antigua puesta al revés.

Faetón estaba a poca distancia, en una pasarela que iba desde un techo invertido hasta otro techo invertido. Detrás de él, bajo sus pies, a gran distancia de las barandas, descansaban las células de combustible de la
Fénix Exultante.
Estas células se extendían hasta perderse de vista, como un interminable colmenar de pirámides entrelazadas, cada una con una esfera de hielo metálico y luminoso en el centro.

Helión pensó que era un escenario adecuado para su vástago, un paisaje de fuego antimaterial escarchado, energía inagotable sostenida en rígida geometría, capaz de vastos triunfos o vasta destrucción. Faetón usaba su armadura de admantio dorada y negra, con el yelmo plegado, y tenía las manos entrelazadas a la espalda, los ojos intensos y brillantes; la pose de un joven que esperaba pacientemente la acción.

Helión se había vestido en la cámara estanca, construyendo un cuerpo humano (modificado para la elevada gravedad solar) y un traje Victoriano semiformal. (Ropa diurna, desde luego. Helión había decidido tiempo atrás que ningún caballero usaría ropa vespertina estando en o cerca del Sol.) También había construido una copia válida y legal de los recibos de las deudas de Faetón, y la petición ante el Tribunal de Quiebras para que sacara a la
Fénix Exultante
de la sindicatura. Les había dado la apariencia de pergamino dorado, con los sellos adecuados y la cinta roja.

Alzó el documento y se lo entregó a Faetón.

Antes de que él pudiera decir una palabra. Faetón abrazó a su padre, ignorando el documento. Helión, sorprendido, alzó los brazos para estrechar a su hijo.

—Nunca pensé que te vería de nuevo —dijo uno de ellos.

—Yo tampoco —dijo el otro.

El documento que Helión llevaba en la mano estaba arrugado y magullado cuando se separaron, y Helión se enjugó los ojos húmedos de alegría con él, hasta que recordó qué era y se lo ofreció tímidamente a su hijo.

—Gracias, padre, éste es el mejor de los obsequios —dijo Faetón, aceptando esa masa arrugada y empapada de lágrimas con expresión grave y solemne—. ¿Y Dafne...?

Helión señaló la puerta de la cámara estanca.

—Todavía se está cambiando. Ya sabes cómo son las mujeres; está escogiendo el color de la tez y la estructura ósea. Supongo que trata de hallar un cuerpo que luzca tan bien en esta gravedad como el de una marciana.

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