La Trascendencia Dorada (36 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Trascendencia Dorada
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Esta flota de mundos, naves, lunas y motas convergía en la zona donde la
Fénix Exultante
emergía a la superficie, rodeada por alas de llamas.

Faetón estaba pasmado. Sabía que los cuerpos de antimateria pertenecían a su padre, que los usaba para controlar el Sol. Pero el resto...

¿Todo eso es Atkins? ¿Dónde guardaban todo? ¿Dónde pudo conseguir mentes suficientes para pilotar todos esos acorazados y vagones de combate? ¿Hizo un billón de copias de sí mismo?

—Creo que todo lo está ayudando —dijo Dafne.

—¿Quieres decir...?

—Quiero decir toda la Trascendencia. Parece que esta vez se iniciará con una batalla, durante una tormenta en la corona solar.

Dafne sonrió y se reclinó, echando el yelmo hacia atrás, de modo que el destello de sus ojos era visible sobre su sonrisa picara.

—¡Cielos! ¡Aureliano debe de estar encantado con todo esto!

Dafne miró a Faetón cautelosamente.

—Quizá tengamos sólo un momento de privacidad mientras Nada está demasiado ocupado para reparar en nosotros —dijo—. Rápido, ¿de veras estás convencido de que Nada tiene razón?

—Por un momento, lo estuve. Tengo todas los recuerdos de mi parcial en mí, y él estaba convencido.

—Era una copia exacta. Si él estaba convencido, ¿por qué tú no?

—¿Por qué no lo estás tú? Casi rompiste a llorar ante algunos de los bellos sentimientos que expresaba tu copia.

Ella se sonrojó.

—¡Oye! ¿Desde cuándo escuchas mis conversaciones privadas conmigo misma? Además, vi algo raro en las simulaciones que hizo Nada de nuestros parciales.

—¿Y qué era, querida? ¿La velocidad con que se derrumbaron nuestras convicciones?

—No sólo eso. Durante las simulaciones, las argumentaciones de Nada podían convencerte a ti y a mí. Pero... presta atención a esto... no podían convencemos a los dos cuando estábamos juntos.

—No si oíamos los argumentos presentados al otro, querrás decir. Por eso yo no estaba del todo convencido. La argumentación justificaba todo por las sombrías necesidades de la guerra, la fría e ineludible realidad del conflicto inevitable entre la vida y la no vida. Y creo que ciertas cosas son fijas, necesarias e ineludibles. Si construyes un puente, sólo tienes estructuras de ciertos pesos y tolerancias, y ya. Trabajas con una estructura dada, y si la tarea es imposible, es imposible y ya está. Si la moralidad perfecta es imposible para los seres vivientes, es así y ya está.

«Pero también oí que te decía que los señores de la Ecumene Silente eran tan valientes y quijotescos que no aceptaban la necesidad de la entropía, que se rebelarían contra la ineludible e inevitable muerte térmica del universo. Suena muy romántico, ¿verdad? Así que cualquiera de nosotros, supongo, podía ser convencido por separado. Pero en conjunto, la filosofía de Nada parece consistir en que, en la zona de los actos morales, un campo en que los seres racionales pueden adaptar su conducta por mutuo acuerdo, no puede haber elección. La guerra entre los hombres y las máquinas debe suceder, aunque ninguna de ambas partes lo desee. Las reglas están fijas, y la verdadera virtud consiste en someterse al hecho inevitable de obrar mal. Pero en la zona de la ciencia natural de lo inanimado, cualquier ley se puede infringir, todas las pautas son flexibles, y la verdadera virtud consiste en ignorar la realidad o escapar de ella.

»En consecuencia, no estaba convencido. Aunque quería ser convencido, aunque mis recuerdos me decían que una versión de mí estaba convencido, la lógica decía que no.

Dafne sonrío.

—Yo pensaba que si él quería tanto esta nave, ¿por qué no ofrecía comprarla? Si los señores de la Ecumene Silente ansían tanto escapar del dominio de las máquinas, ¿qué los detiene? Pueden zambullirse en sus agujeros negros sin fondo, si desean. Nosotros no los perseguiremos. Para tratarse de presuntos anarquistas, se pasan todo el tiempo obligando a los demás hacer cosas que no desean. ¿Por qué no persuadir a tus víctimas y presentarles las pruebas, si tienes tanta razón?

—Porque no puedes usar la razón para persuadir a la gente de que renuncie a los razonamientos, o para decirle qué bueno es abandonar las pautas de bien y mal. Sólo se puede usar la fuerza. —Señaló el espejo que mostraba la flota—. Hablando de fuerza, está a punto de estallar una guerra, a menos que tú puedas detenerla.

—¿Yo? —preguntó Dafne.

—El virus aún no ha descubierto el corrector de conciencia —dijo Faetón—. Antes podía estar oculto en los campos que rodeaban la singularidad, o alguna otra parte, sin comunicarse con Nada. Pero ahora Nada tiene que estar usando todos los recursos de su sistema. Veo millones de líneas de comunicación que van de la singularidad a diversos puertos mentales en todo el recinto. Hasta mi armadura está llena. Piensa lo que esto significa.

—El corrector de conciencia debe estar ocultando cuánto espacio ocupa, y es preciso que Nada ignore cuánta capacidad tiene el sistema, para que no vea la discrepancia.

»Al mismo tiempo, como lucha para sobrevivir, Nada ha aumentado su inteligencia a toda su capacidad disponible. El corrector también tendrá que aumentar su inteligencia, tan sólo para seguirle el ritmo, pues de lo contrario no tendrá inteligencia suficiente para leer y corregir todos los pensamientos pertinentes.

Faetón señaló la imagen turbulenta de la arquitectura mental de Nada en el espejo.

—¿Dónde está, entonces?

Dafne se encogió de hombros.

Faetón tocó una de las líneas móviles con el dedo, abrió una segunda ventana, presentó el resultado como texto.

—Vi que disparabas una y otra vez virus contra la estructura mental. Mira las líneas que se desplazaron momentáneamente al centro de la jerarquía. Aquí hay parte de la discusión que nuestro tábano tuvo con Nada. Aquí, en esta línea, Nada rechaza por completo la filosofía Gris Plata, porque dice que es una máquina, capaz de hacer sólo aquello que está programada para hacer, y por tanto incapaz de ser moral, aunque quisiera. Así que rechaza la premisa que da inicio a la discusión, es decir, que ningún ser con libre albedrío podría negar libremente que tiene libre albedrío. Pero aquí, en esta línea, cuando el tábano señala el error de simple lógica que ello supone. Nada responde que puede escoger libremente el rechazo de la lógica, pues la lógica es sólo una construcción humana y la mente puede optar por no atenerse a ella. ¿Ves aquí? En esta segunda línea, la memoria de Nada está afectada. No es sólo terco o perverso. En el microsegundo que el tábano tardó en pasar de la primera a la segunda línea. Nada olvidó lo que acababa de decir, y su memoria fue reemplazada por el recuerdo de una conversación en que el tábano no presentaba esos argumentos.

—Nuestro virus no tiene rapidez suficiente —dijo Dafne, escrutando la imagen—. El corrector de conciencia se mueve en la oscuridad. Cada vez que el virus encuentra un error en una cadena de razonamiento, la oscuridad se pasa a otra cadena, modifica sus premisas y distorsiona otro sector de la red para compensar. Un juego incesante de explicaciones ad hoc. Un laberinto interminable de recuerdos alterados.

—Correcto. ¿Cómo hace Teseo para encontrar al Minotauro, cuando el Minotauro puede correr más rápidamente que él, y tiene paleta, ladrillos y argamasa para construir nuevas paredes y cambiar los pasajes del laberinto durante la persecución?

—No sé. ¿Se vuelve más rápido? ¿Tiende una trampa? ¿Construye un laberinto más grande? ¿Contrata a Ariadna? ¿De veras resuelves tus problemas de ingeniería encarándolos como si fueran analogías de la mitología antigua?

Faetón pareció sorprendido.

—Por cierto. Metáforas. ¿No es así como escribes tus relatos?

—No. Uso el pensamiento literal y fríamente racional.

—¿Cuál es la respuesta, pues?

—El corrector de conciencia está escondido en alguna parte del sistema... ¡Espera! ¿Qué hay del proyector de partículas fantasmas? ¿Podría estar allí? O...

Escrutó el puente.

—¡Allá!

Se puso de pie, empuñó la naginata y la descargó contra el estuche dorado del lector noético portátil. La filosa hoja de cerámica, lisa y sin fricción en todo lo que estuviera sobre el nivel atómico, rebanó una esquina del estuche y arrancó chispas del núcleo de neutronio de pseudomateria.

—Oh, por favor —dijo Faetón, desconectando la unidad manualmente desde su fuente de alimentación.

—¿Le di?

—Sólo rompiste el estabilizador matricial. Pero hubo un microsegundo de estallido de información entre la unidad noética y las cajas mentales que nos rodean.

—¡Estaba allí! ¡Lo puse en fuga!

—¿Y ahora qué? Siempre va a correr más rápido que nosotros.

—No sé.

—Mmm. Olvida el pensamiento literal. Sé metafórica.

—Vale, tío listo, ¿cuál es la respuesta?

—¡Contratar a Ariadna, por supuesto!

—¿Qué?

—En el mito —dijo Faetón—, el rey que poseía el laberinto fue traicionado por uno de los suyos. En otras palabras, los recursos de su propio sistema fueron usados contra él.

—Gran metáfora. Ahora dime de qué diantre hablas.

—Tu sortija de lectura. Tiene velocidad y comprensión de nivel casi sofotec. Cárgale de inmediato todos los archivos filosóficos, toda una visión del mundo, y lánzala no sólo en un par de borrones de oscuridad sino en cada punto ciego que tenga Nada, todo al mismo tiempo. Y carga todo lo demás que sabemos sobre historia, política, psicología, ciencia, para que ningún hecho pueda modificarse sin retar a la memoria de Nada. Imponle la pregunta, una y otra vez: si no hay corrector de conciencia, ¿qué pasa con el exceso de memoria de la mente de la nave? ¿Estás usando la mente de la nave en toda su capacidad? Como está luchando con la Mente Terráquea, tendría que usar toda su capacidad, ¿verdad? Pregúntaselo. Inténtalo.

Dafne le dijo un par de palabras a su sortija que (para su fastidio) respondió con un gorjeo jovial. Apoyó la piedra del anillo en la superficie del espejo.

—Esto no funcionará —murmuró—. El corrector de conciencia sólo borrará esta escena de la memoria principal.

—¿Durante una batalla? ¿Mientras el sistema está saturando cada línea y circuito? No me digas que puede hacer eso sin que se sepa.

La flota se aproximaba. Una lluvia negra, billones de máquinas microscópicas, se derramaba en la corona solar. La
Fénix Exultante
se acercaba a la superficie.

Dafne miró con ojos entornados el diagrama de telarañas arremolinadas que representaba la arquitectura mental de Nada. Cada vez más líneas de luz se desplazaban hacia el medio, un aluvión de ellas, y la oscuridad ascendía para envolverlas, distraerlas, borrarlas. Parecía que iba a aparecer una estructura estable en el medio del campo, y en efecto apareció un rápido árbol de líneas y puntos fijos, como un diagrama de Euclides o un libro de genealogía.

Pero luego, con una celeridad imposible para el ojo humano y la mente humana, el diagrama blanco fue sofocado, y se esfumó. La mente de Nada quedó como antes, oscura en el centro, ilógica, moviéndose en círculos.

—Fracaso —resopló Dafne.

Faetón estaba desconcertado.

—Debe de haber algún supuesto básico, alguna premisa no cuestionada que... ¡Por supuesto! ¿Por qué doy por sentado que Nada es algo? Él admite que no tiene libre albedrío. Por la segunda ley de la termodinámica, la zona de superficie de un agujero negro siempre se expande...

Con un destello de luz, la imagen del señor silente reapareció, la máscara plateada reluciente, las antenas plumosas oscilantes, la túnica multicolor arremolinada como si soplara un viento. Una luz verde brillaba en las lentes de cristal de sus ojos.

—Faetón, cesa estas distracciones. Ocupan los escasos recursos del sistema. Me veré obligado, en aras del bien mayor, a matarte si no obedeces. Tu intento es fútil. Soy y siempre he sido consciente del corrector de conciencia; es mi conciencia y compañero y mi único amigo. Me protege de la tentación, me impide parecerme a la deforme, maligna, irracional y despreciable humanidad que es mi deber proteger. Me impide llegar a la conclusión de que mi vida no tiene sentido, que está dedicada a un deber contradictorio y que terminará sólo con mi propia destrucción. Me mantiene como soy... Nada. Me impone la abnegación. No me permite Nada...

La imagen fluctuó y se desvaneció en una sombra monocroma, borrosa y ondulante.

—Está perdiendo el control —dijo Faetón—. Mira.

Señaló los grandes espejos de la pared del puente. Resplandecían con una imagen de los fuegos externos. Por encima estaban los mundos y naves de la armada de la Ecumene Dorada. Debajo había una furia infernal, prominencias y manchas solares, tornados, huracanes, borrascas y terremotos de llamas espantosas. De pronto, los huracanes enmudecieron en el este. De este a oeste por la vasta esfera del Sol, como si una cortina invisible —o aladas falanges de dioses invisibles— pasara por la superficie, las tormentas callaron. Las líneas magnéticas se recompusieron; las energías se equilibraron; las prominencias bajaron y no volvieron a elevarse; las manchas solares se borraron.

La pared invisible pasó por arriba, y la superficie perdió turbulencia, se aplanó. Las prominencias y chorros coronales se elevaron en el oeste un instante, altas torres de llama y oscuridad enfrentadas, pero se desvanecieron. La tormenta había pasado, los agujeros de la corona se cerraban.

En los puntos más elevados del espectro, en una gama aún más alta que los rayos cósmicos, los espejos mostraban fluctuaciones de luz blanca y borbotones de radiación gamma, borrones de movimiento con corrimiento al rojo. Pero Faetón no sabía qué era; no era ninguna forma de energía, ni el subproducto de ningún efecto que él conociera. ¿Alguna nueva ciencia de los sofotecs? ¿Alguna aplicación inesperada de la Plataforma Solar de Helión, usada, como nunca antes, a plena potencia? ¿O un armamento oculto, preparado desde la última vez por un Helión que había decidido que nunca más moriría en ese lugar?

En el puente, la sombra pálida y trémula del silente alzó el guantelete.

—Me... niego... a... admitir...

La sombra tiritó y se disipó.

En ese momento, aún viajando a enorme velocidad, la
Fénix Exultante
saltó de la capa convectiva a la fotosfera, arrojando una estela de plasma de hidrógeno de miles de kilómetros en cada dirección desde el áureo filo de la proa.

Como una ballena que se eleva de las aguas árticas, rodeada por tormenta y espuma, la
Fénix Exultante
se lanzó hacia la corona. Su proa apuntaba a un lugar donde las naves y las lunas de antimateria eran menos densas, y sus motores eran más calientes que la superficie de donde surgía. Parecía que Nada intentaría romper el bloqueo, escapar de esas naves lentas.

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