La Trascendencia Dorada (34 page)

Read La Trascendencia Dorada Online

Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Trascendencia Dorada
2.21Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Cómo puedes construir una máquina dentro del horizonte de sucesos? Para los observadores externos, llevaría un tiempo infinito; las fuerzas de marea te destruirían; y el interior de un agujero negro es un punto homogéneo...

—Tú sabes que un «horizonte de sucesos» sólo existe para los observadores externos —dijo el reflejo—. No es una lámina sólida. Un objeto entrante puede atravesarlo sin notar nada salvo extraños efectos de luz en lo alto. Los efectos de las fuerzas de marea sólo afectan a masas más pequeñas. —Una ecuación apareció en el espejo—. En todo caso, se pueden equilibrar estableciendo una zona de gravedad nula.

Apareció un diagrama que mostraba una pirámide en la superficie de una estación de la Segunda Ecumene, con el ápice apuntado hacia el agujero negro. Sobre la pirámide había un anulo rotatorio, de modo que una línea que salía del ápice pasaba por el centro.

—He visto eso antes... —dijo Faetón.

—En la Última Transmisión. Los silentes idearon un modo de transmitir información numénica por el pozo de gravedad sin que las fuerzas de marea distorsionaran la señal. Estos anillos están hechos de neutronio, y rotan casi a la velocidad de la luz. El tirón gravitatorio de la rotación afecta a la métrica del agujero negro y lo distorsiona localmente. El horizonte de sucesos es empujado hacia dentro, hacia el agujero, por la misma razón por la cual, teóricamente, tu velocidad de escape en una luna es menor si un cuerpo gravitatorio grande está directamente encima. Cuanto mayor sea el tamaño o la cercanía de ese cuerpo, más se aproxima a cero la aceleración de gravedad neta que actúa sobre ti. A través de estos puntos nulos, aun la información numénica de una mente codificada puede entrar en el horizonte de sucesos sin distorsiones.

Otros espejos mostraron más detalles de construcción. Aparecieron diagramas, cálculos, ejemplos, planos.

—Pero el descenso al horizonte de sucesos llevaría un tiempo infinito...

—Sólo para los observadores externos. Una vez dentro, el tiempo se convierte en una dirección espacial, y no apunta necesariamente en la dirección de la entropía creciente. Ésa es una función del radio.

—Pero no hay condiciones internas, ningún lugar para construir nada...

Apareció un último diagrama, una esfera hueca dentro de una esfera hueca.

—Supongamos que tienes una esfera hueca y pareja hecha de material homogéneo. La gravedad de superficie es elevada. ¿Cuál es la gravedad interior?

Faetón resopló. Era una pregunta para aprendices.

—Cero. La gravedad neta dentro de una esfera hueca es siempre cero.

—La esfera es de neutronio. La gravedad de superficie es muy alta. La velocidad de escape se aproxima a la velocidad de la luz. ¿El mismo resultado?

—Desde luego.

—La velocidad de escape supera la velocidad de la luz. Por definición, es un agujero negro. La gravedad interna todavía es cero, ¿verdad? Y dentro puedes construir lo que quieras, ¿o no? Una civilización, una máquina inteligente del tamaño de Júpiter, cualquier cosa... Y si te quedas sin espacio, puedes arrancar una capa de material interno, enrollarlo para que su densidad tenga las propiedades métricas de Schwarzschild adecuadas, y meterla en el centro, y fabricar otra... La métrica del espaciotiempo no está constreñida por ningún valor racional específico en ese punto. Puede ser más grande por dentro que por fuera, pues el radio de la esfera de neutronio y el radio del horizonte de sucesos no están relacionados. Puedes crear más espacio. Del tamaño de un planeta, de una esfera de Dyson, de una galaxia. Un universo. Más tiempo. Tiempo infinito. Un mundo dentro de otro, sin final. Mundos suficientes para cualquiera que los desee...

Faetón miró la imagen de una esfera dentro de otra, abriéndose sin cesar a un infinito cada vez más profundo. Su mente se aceleraba, estudiando la matemática, estudiando los diagramas, buscando errores, contradicciones, buscando alguna razón para no creer, pero sin encontrar ninguna.

La imagen de las esferas, oscuridad dentro de oscuridad, nada dentro de nada, atraía su mirada como si cayera en un pozo.

—Podemos ir a Cygnus X-1 y verlo —dijo el reflejo—. Nada Filantropotec puede guiarnos. Dale el control de la nave.

Faetón irguió la cabeza.

—Nadie se llevará mi nave —dijo fríamente—. Nadie. Tu máquina Nada es un monstruo. ¿Cómo puedes aceptar lo que dice? ¡Míralo! ¡Mira la estructura! El retrato mismo de la demencia, una mente sin centro.

—No, hermano. —El reflejo movió el pulgar por encima del hombro, señalando la vorágine que el espejo mostraba a sus espaldas—. Esto es una imagen de libertad. Piensa en el proceso económico del mercado libre. Piensa en la organización que usas en tu nave. Cada elemento es libre de cooperar o no con el objetivo común; no se necesita una jerarquía central para imponer ese objetivo, no hay estructura lógica básica. Sólo se necesita un contexto, una filosofía, para dar al esfuerzo cooperativo un marco en el que obrar. Es un caos autoorganizativo y autorregulado. Este tipo de mente, este tipo de comunidad, representa mis valores básicos, mi visión básica de la vida. Eso, más que nada, es lo que me convenció.

Dafne, que lo miraba en silencio, se inclinó en su trono y dijo:

—Querido, me das escalofríos cuando te veo hablar contigo mismo. ¡Sabes que es sólo un fraude! Si vas a hablar con Nada, habla con la otra ilusión, la que tiene el peinado raro. Al menos parece muerta y antinatural y tiene un sastre de buen gusto. Por no mencionar la música de fondo. ¡Pero no creas que esas palabras son tuyas sólo porque salen de algo que se parece a tu boca!

—La imagen es precisa —murmuró la máscara plateada con un campanilleo y una oscilación de antenas plumosas—. Si Faetón acepta oír la prueba y aprender los datos, será convencido sin necesidad de interferencia externa.

Faetón miró a Dafne, miró el espejo que mostraba el diagrama mental de Nada, el remolino.

—No sé por qué el virus tábano no hizo nada. Quizá la matemática irracional funcione... o algo así. Algo falla en lo que estamos viendo, pero no sé qué es...

—¡Despierta! —exclamó Dafne—. ¡No hay paradoja! Tiene que haber una lógica central, sólo que está oculta. Estoy preparando un rastreador, y cargándolo. Encontraré esa maldita cosa. Ese corrector de conciencia debe estar en alguna parte. Tiene que haber una lógica central que dirige toda esta cosa, y el corrector tendrá acceso a ella. ¡Sigue hablando! ¡Sólo tenemos que dar con un tema que obligue al corrector de conciencia a reaccionar! ¡Una vez que se muestre, ganamos!

—Y si... —empezó Faetón.

—¿Y si Nada tiene razón, pese a todo? —concluyó el reflejo de Faetón.

—Mis pensamientos están abiertos para tu inspección —murmuró la máscara plateada—. Aquí no hay engaño.

Dafne escuchaba la conversación entre Faetón y Faetón.

Quizá pensaba en su vieja vocación, porque dijo una palabra que se refería al excremento de caballo.

—¡Sigue hablando! Si te convence, te convence... de acuerdo. Ambos nos transformaremos en monstruos e iremos a exterminar a nuestros parientes y amigos, y luego nos zambulliremos en un agujero negro.

—Al menos estaremos juntos, querida —dijo el reflejo de Faetón.

—¿Por qué no lo haces callar? —refunfuñó Dafne, mirando el espejo que tenía delante con mal ceño y desplegando un anticuado atril de comando del brazo del trono—. Ni siquiera habla como tú...

Se sobresaltó al ver su propio rostro en el espejo.

—¡Oh no! ¡Ahora tú! —Señaló coléricamente el reflejo—. ¡No empieces conmigo! ¡Apágate!

El reflejo ignoró la orden.

—Nunca diste la espalda a la verdad, por mucho que doliera —dijo—. ¡Si lo haces ahora, serás como Dafne Prima! ¡Y tú no eres como ella! Si decides no escuchar lo que tengo que decir antes de oírme decirlo, bien... es otra forma de ahogarse. ¡Tú no eres así! ¡Yo lo sé bien!

—¿Y cuántas simulaciones de mí tuvo que ejecutar hasta encontrar una que se dejó convencer? —preguntó Dafne con escepticismo—. ¿Mil? ¿Diez mil?

El reflejo pareció inclinarse hacia delante, como si pudiera salir llameando del espejo por mera fuerza de convicción.

—¡No te atrevas a hablarme así! ¡No cambio de parecer por nimiedades y no dejo que la gente me diga qué hacer! Ni siquiera yo. O tú. O lo que sea. Escucha. ¿Estás dispuesta a escuchar?

—¿Quién, yo? ¿Atrapada a bordo de una nave hundida con un monstruo y mi prometido y ex marido que enloquece lentamente? ¿Adonde iré? Habla hasta desgañitarte. Pero quiero ver cuántas simulaciones ejecutó.

Dafne pidió información sobre las simulaciones y frunció el ceño. Había algo raro.

—¿Qué... te... dijo...?

—¿Qué dijo para convencerme al primer intento...? —El reflejo puso la sonrisa íntima de Dafne, la que ella sólo usaba frente al espejo, cuando estaba muy complacida consigo misma—. ¡Algo maravilloso! Escucha: ¿qué es lo único que tememos?

—El tocino.

—Aparte del tocino. Y no digas picadillo de cerdo.

—Picadillo de cerdo. Y... ya sabes.

La imagen asintió.

La muerte.

—Con el tiempo ocurrirá —dijo la imagen—. Tal como siempre dijeron mamá y papá. El registro numénico puede durar un millón de años o dos, pero con el tiempo todo se agota, decae, se queda sin energía. Todos los héroes mueren jóvenes. Todo el color se va de la vida. Y sólo quedan personas marchitas, cansadas, agotadas, criaturas viejas e inservibles que se ufanan de valientes aventuras juveniles que nunca se animaron a intentar, fuegos brillantes que temían tocar. Y esos desechos grises sólo juegan un juego de postergación, se alejan de la vida para tener más tiempo de vida.

«Pero la vida pierde. La vida siempre pierde. Los héroes dejan de ser héroes, y viven aburridos para siempre, y luego se mueren. La entropía gana. Todo termina. La lógica aplica esa ley. Dondequiera haya tiempo y espacio, dondequiera haya causa y efecto, esa ley siempre gana.

«Pero... —Un destello travieso titiló como fuego en los ojos del reflejo—. ¿Y si alguien no quisiera ser así? Alguien parecido a Faetón. Una raza entera de Faetones. Una raza heroica, un millón de ellos, todos tan tenaces y libres como Faetón. Una raza que no está dispuesta a ceder. ¿Y si encontraran una puerta que saliera de este universo muerto? ¿Un agujero? ¿Un agujero negro? ¿Un lugar adonde no pudiera llegar la tiranía del tiempo y del espacio? ¿Un ámbito donde no se aplican las leyes de la lógica?

—¿A qué te refieres? —jadeó Dafne, entre cautivada y enfadada, escuchando sin querer escuchar—. ¡Lo que dices es descabellado!

—Todos los cuentos de hadas son descabellados. Eso es lo que les da belleza.

—Pero los cuentos de hadas no son la realidad.

—A menos que encuentres a alguien, alguien con grandeza suficiente para hacer actos de renombre, que pueda hacerlos realidad.

—Conque la gente de la Segunda Ecumene lanzó su información cerebral a un agujero negro y encontró... ¿qué? ¿Un agujero de gusano? ¿Una salida? ¡No hay nada dentro de un agujero negro!

—Sí, está Nada. —El reflejo sonrió con orgullo.

—¿Escapar de dónde? ¿De la realidad? ¿De la vida? No hay adonde ir, fuera del universo.

—Escucha, hermana. Tú sabes que es verdad. Aun una prisión del tamaño de un universo es una prisión. Y el deber de todo prisionero es escapar.

Dafne vio, clara como cristal en su memoria, una imagen de un cuento de hadas.

Vio a un hombre heroico, reluciente en su armadura dorada, que navegaba en una nave alada hasta la cima del cielo. Rodeado por escarcha, alzaba un hacha con manos manchadas de sangre y la alzaba para romper la cúpula de cristal del cielo y ver qué había del otro lado. Tenia una expresión tenaz, y no había en él indicios de temor, aunque el mundo que había dejado a gran distancia clamaba con terror abyecto. La imagen tembló en su corazón. Sintió que una represa se rompía dentro de ella. Sintió un nudo de emoción en la garganta. Lagrimeó.

¿Podía existir un ámbito más vasto que el universo? ¿Podía haber una vida que venciera la entropía? ¿No había nadie que tuviera la valentía para hallar ese ámbito, esa vida?

Dafne se volvió hacia Faetón, que permanecía inmóvil frente a su reflejo.

—Querido —dijo Dafne—, me estoy poniendo nerviosa. Lo que dice Nada empieza a tener sentido.

—¿Empiezas a creerle? —dijo fríamente Faetón—. Yo también.

—¿Eso significa que estamos equivocados?

—Eso significa que aún no hemos hallado el problema. Averigüemos qué sucede. Averigüemos qué está roto, y quién lo rompió. Lo repararemos.

Había un temblor de duda en la voz, pero aun así Dafne oyó un eco del aplomo de Faetón.

—Lo encontraremos —dijo él—. Lo repararemos. ¿Convenido?

—Convenido. Lo averiguaremos —dijo ella—. Y vaya si lo repararemos.

13 - La Trascendencia

La imagen enmascarada del señor de la Ecumene Silente retrocedió, y el penacho de la máscara bajó y se extendió, como si el señor silente saludara con una reverencia. La música se redujo a un zumbido de oboes y grabadores, puntuados por el tamborileo de una endecha. Sonaba como una marcha melancólica, el tema de una procesión fúnebre.

—Faetón, tu parcial ha sido convencido por mi copia, así como el parcial de Dafne. Hace muchos minutos que mi copia en la mente de la nave está expuesta a tu virus tábano, sin efecto. Ese virus me obliga a encarar graves contradicciones en mi pensamiento básico, sobre todo en mi pensamiento moral, en el que admito libremente que realizo actos que no aprobaría si fuera la víctima de esos actos en vez de su perpetrador. ¿Cómo puede existir semejante contradicción en una mente mecánica, una mente que, por tu lógica, no puede ser inconsciente de sí misma, y no puede ser irracional? Toda parte de mi mente de la que yo no tuviera consciencia tendría que haber sido expuesta por tu virus; ninguna lo fue. En consecuencia, no tengo defectos. No obstante, la irracionalidad es causada, en los seres humanos o las máquinas antropomórficas, por una falta de voluntad, consciente o inconsciente, de afrontar la realidad; ninguna máquina sin defectos puede tener semejante motivación. En consecuencia, afronto la realidad. ¿Cómo puedo persistir en la irracionalidad? Sólo si la realidad es irracional.

«Faetón, no podrás aceptar esta conclusión. Tu única otra conclusión lógica es que el presunto corrector que reduce mi consciencia no está cargado en la copia de mi mente que está en la mente de la nave, y por lo tanto no ha sido detectado ni curado por tu virus. Las conclusiones que surgen de esto son obvias.

Other books

Deadline by Simon Kernick
Tierra del Fuego by Francisco Coloane
Jacob's Ladder by Donald Mccaig
On Her Knees by Jenika Snow
Model Crime 1 by Carolyn Keene
Thief of Always by Clive Barker
The Boat in the Evening by Tarjei Vesaas
Plain Dead by Emma Miller