La Trascendencia Dorada (29 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Trascendencia Dorada
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Dafne miró la reluciente cámara dorada del puente, brillante como una gema. Miró los espejos que mostraban la negrura absoluta del exterior. Tiritó.

—Volveré a tiempo cero —dijo—. Despiértame si pasa algo emocionante.

Faetón, con los ojos fijos en la amorfa oscuridad de uno de los espejos, asintió.

Pasó el tiempo.

Dafne despertó.

—¿Qué día es? ¿Me he perdido la Trascendencia?

—Sólo pasaron dos horas mientras dormías.

—¿Qué sucedió? ¿Por qué me despertaste?

—Algo emocionante. Mientras dormías, hice algunas pruebas con el proyector de partículas, y creo que puedo detectar desvíos de neutrinos con él.

—Ah —dijo Dafne con un parpadeo.

—¿Ah? ¿Es todo lo que tienes que decir?

—Ah. Por favor, define tu uso de la palabra emocionante, así no habrá ambigüedades en nuestras comunicaciones futuras.

—Bien, hice esto para que tuvieras algo que mirar mientras esperamos el ataque.

—Querido, ¿alguna vez te dije que hay algo en ti que realmente me recuerda a Atkins?

—Mira estos espejos. Allí. Puedo usar un filtro para calcular gradientes térmicos a partir de las descargas de neutrinos...

Chispas o estrellas constelaban la negrura de adelante. Borbotones de intensa luz blanca, puntos o vibraciones semejantes a relámpagos de calor, daban a la oscuridad un aspecto tridimensional, como al ver un relámpago a través de los nubarrones, o al mirar el flujo del plomo derretido en un homo de alta presión. Más allá de las chispas, como un fuego en el trasfondo, se veía un color rojo opaco y furibundo, que reflejaba los hervores y corrientes de lo que parecían ser penachos o nubes de oscuridad.

—Esas chispas se llaman «acontecimientos precoces» —dijo Faetón—, pues su descubridor fue Precoz Singular. La cantidad y volumen de fusiones de hidrógeno es tan grande que a veces, por accidente, los neutrones se fusionan en pares de partículas superpesadas, pero que al instante degeneran en partículas más simples, liberando neutrinos y otras partículas débiles. Estamos en el límite de la capa radiactiva. Este medio es tan denso que aun algunas de esas partículas débiles son atrapadas y fusionadas, lo cual contribuye a la entropía general. Más abajo, hacia el núcleo, los acontecimientos precoces son mucho más comunes. He aquí una visión de largo alcance...

Dafne vio, más allá de la bruma roja, un matiz anaranjado, y blanco amarillento, todo anudado con las oscilaciones negras y azules de zonas más frías que surcaban la incesante tormenta nuclear.

—Esta visión ya tiene varias horas —dijo Faetón—. Aquí los fotones son bloqueados, absorbidos y reabsorbidos sin cesar; pero incluso los fotinos y los protinos pierden velocidad por la densidad.

La vista era infernal.

—¿No puedes dar un color más bonito a estas imágenes de gradientes? —preguntó Dafne—. ¿Gris topo, quizás, o verde lima?

El recinto tembló, y estallaron chasquidos y chirridos. Faetón puso un rostro adusto, y el yelmo salió de la gorguera y le cubrió la cara.

—Creo que no me gusta esto —dijo Dafne—. ¿Por qué me ofrecí a venir voluntariamente?

Campos paramateriales de emergencia la rodearon con un capullo, mientras un material superdenso brotaba de grifos de alta velocidad del techo, inundando el puente.

Estaba oscuro en el capullo. Cuando miró el Sueño de la nave, para ver qué sucedía, su sentido del tiempo se aceleró enormemente. Faetón había activado su personalidad de emergencia, y se había acelerado hasta el nivel máximo que su sistema podía tolerar. Para ver qué hacía él, la personalidad de alta velocidad de Dafne (llamada Rajas Guna, un nombre que ella había adquirido cuando vivía con los Taumaturgos) ecualizó su sentido temporal.

Faetón estaba en el centro de un enorme flujo de información, como una mosca atrapada en una telaraña de luz. El casco sufría tensiones y presiones más altas de lo que había previsto. Helión nunca había creado un vórtice tan grande como el que había generado para enviar la nave hacia el núcleo; había creado una retropresión o contracorriente, una región de turbulencia donde la zona convectiva se encontraba con la zona radiactiva.

Normalmente no había convección ni corriente en la zona radiactiva. Había demasiada densidad para que existiera otra cosa que no fuera energía pura. Pero el tornado de baja presión causado por Helión había empujado hacia arriba un área mayor que Júpiter, de la zona radiactiva a la de convección, como si una montaña se hubiera desprendido del fondo del mar y se elevara para chocar contra la nave. La erupción iba tan rápida que había superado en velocidad a las imágenes de su aproximación.

De pronto las presiones y temperaturas fueron tan grandes como las que la
Fénix Exultante
debía encontrar al cabo de varias horas. Durante esas horas los campos internos y sistemas de preparación habrían tenido tiempo para adaptarse lentamente a la creciente presión. Ahora no había tiempo.

Faetón preparaba los campos internos magnético y paramaterial de la
Fénix Exultante
para que resistieran el shock de presión, recibiendo información de cada centímetro cuadrado del casco. La temperatura se aproximaba a los 16 millones de grados; la presión era de 160 gramos por centímetro cúbico. Faetón usaba las orugas de campo magnético que revestían el casco de admantio para arrancar fuerzas magnéticas de la lluvia de energía que rabiaba alrededor, para desviar la presión por repulsión, sumando en ciertos sitios, restando en otros, de modo que la tensión fuera pareja en todas partes.

Mientras la onda de choque pasaba sobre la nave en un microsegundo, el acelerado sentido temporal de Faetón le exigía que midiera, calculara y redistribuyera fuerzas. Por cada metro de los cien kilómetros de casco, realizaba un nuevo cálculo, aumentaba o reducía la tensión de otro campo, impartía órdenes a los fluidos de las placas de presión. El movimiento estaba congelado en este universo silencioso y atemporal, pero cada elemento y cada orden tendrían que estar en su sitio cuando el tiempo reanudara su curso.

Con la mente. Dafne veía el rostro sereno de Faetón, proyectado desde los monitores que él tenía dentro del yelmo. En el espacio onírico Taumaturgo del interior de la cabeza de Dafne, la información procedente del tálamo y del hipotálamo de Faetón, las energías neurales que (si el tiempo hubiera fluido) se habrían mostrado por cambios en la expresión facial, aparecían como un sistema de luz multicolor, como un bestiario de animales en un campo, y cada bestia representaba cierta pasión o emoción.

Pero mientras se arrastraban los nanosegundos y pasaban las horas subjetivas, las luces que ella veía ardían con una blancura pálida e inamovible. Los corderos y pájaros y perros que representaban la docilidad, la cobardía y la furia de Faetón estaban quietos y en reposo en la hierba. Sólo el icono de un gran león de oro estaba de pie, erguido majestuosamente, agitando la cola dorada.

Dafne podría, en cualquier momento, desactivar su tiempo acelerado, y permitir que el próximo acontecimiento simplemente le ocurriera. La nave sería destruida o salvada en un momento demasiado rápido para ser visto.

No le hacía ningún bien estar en línea con Faetón, sin decir nada, observando, viéndolo trabajar sin poder ayudarlo.

Hacia el final de la tercera hora subjetiva, dijo:

—¿Cómo vamos?

Faetón no cambió su expresión.

—No tan bien. Hay una brecha en el casco. Un orificio de veinte angstroms de anchura. Trato de lograr que los campos externos se colapsen entre sí destructivamente en ese punto, para que se cancelen mutuamente y creen una burbuja. Si el campo magnético tiene densidad suficiente, el plasma normal no puede entrar. Quizá sobrevivamos.

Dafne pensó que desde ese plasma opaco no se podía transmitir ninguna señal ni información numénica. Aunque ambos grabaran sus mentes en la nave, si la nave era destruida, no habría registro de lo que había sucedido aquí, nunca más.

—¿Qué rompió el casco? Creí que era invulnerable.

—Mareas gravitatorias en un punto concentrado. Nunca lo había visto. Desde luego, nadie ha estado a tanta profundidad.

Con la mente, ella vio una agitación entre las bestias que su formato usaba para representar las tensiones emocionales y neuronales de Faetón. Pasó a un formato tradicional, Gris Plata, del rostro humano, y vio la misma emoción pintada como ojos entornados, un temblor en las mejillas, un suspiro.

—No puedo hacer nada más en este punto —dijo él—. O bien he equilibrado el exceso de presión en el casco, o bien no. Si lo he logrado, las fuerzas se cancelarán recíprocamente, y la presión pasará a lo largo de la superficie del casco. De lo contrario, la mayor presión en un sector causará una rasgadura en otros sectores, porque la onda de choque viajará de modo normal hacia el casco, no paralela. Todos los modelos que he proyectado dicen que hice todo lo que puedo hacer. O bien observamos lo que nos ocurre a una terrible cámara lenta, sin poder afectar al desenlace, o bien regresamos a nuestro ritmo temporal normal. De ese modo, si cometí un error de cálculo, estaremos muertos antes de sentir dolor o alarma. ¿Qué prefieres?

—Mejor hacerlo deprisa.

—Nos devolveré al ritmo temporal normal. ¿Ultimas palabras?

—¿Crees que esto es un arma enemiga? ¿Que cometimos un error de cálculo y que Nada no quiere o no puede correr el riesgo de tomar la
Fénix Exultante?

—Créase o no, no pienso que sea un arma. Pienso que es un fenómeno natural, creado por el embudo de baja presión que Helión usa para impulsarnos hasta esta profundidad. Si fuera un arma, la onda de choque habría golpeado un punto vital del casco, o con un desequilibrio de presión tan grande que yo no podría contrarrestarlo con fuerzas magnéticas. Es algo fortuito. Caos. Además, mi radar de neutrinos muestra un gradiente de temperatura homogéneo en todas las direcciones. Si hubiera una nave de nuestro tamaño, o hecha del material que se necesitaría para soportar esta hondura y esta presión, sería tan obvia e inusitada como un carámbano en un horno, y mis sondas la detectarían. No hay nada alrededor. Estamos solos.

—Si morimos ahora, entonces, es sólo una de esas pequeñas ironías del universo. Pero no tengo miedo. Porque te equivocas: en realidad no estamos solos. —Envió una señal táctil que el filtro sensorial de Faetón pudiera interpretar como la sensación de su mano cogiéndole la suya y estrujándole los dedos.

—Te amo —dijo él.

Dafne oyó un rugido, el rugido de la sangre, sus propias palpitaciones latiendo en los oídos. Tenía los ojos bien cerrados, como para protegerse de un resplandor.
Valiente protección,
pensó,
justo en medio del Sol.

Luego pensó:
En el tiempo que tardas en preguntarte si estás viva, la cuestión ya está resuelta.

Rió, se atragantó con fluido antiaceleratorio, escupió y activó el capullo para que volviera a ser un trono y la liberase.

Hubo un largo momento mientras bombas de alta velocidad despejaban el puente de gel antiaceleratorio, y otros circuitos barrían la cubierta.

La cápsula diamantina que rodeaba el trono dorado de Faetón también se disolvía en una nube de vapor. Todavía tenía el visor bajado, pero por su canal interno Dafne veía los monitores emocionales, y vio la vista interior de su rostro.

Estaba demacrado. Sus ojos tenían esa mirada fatigada y roja típica de los hombres que han pasado un mes o más tiempo en alta velocidad.

—¡Canalla!

—Hola, querida. Me alegra verte de nuevo... Parece que todavía estamos vivos...

—¿Cómo te atreves? —exclamó ella acaloradamente.

—¿Cómo me atrevo a qué?

—¡A pasar días o meses en tiempo subjetivo...! ¿Cuánto tiempo pasaste esperando para ver si me moría, sin tener la cortesía de preguntarme si quería esperar contigo?

—¿De dónde sacas esa idea extravagante? —dijo él tímidamente—. Recuerdo haberte dicho que todo terminaría en una fracción de segundo...

Dafne pensó que Faetón era el mentiroso más inepto del mundo.

—¡Cielo santo! ¡Si salieras del capullo con una barba de nueve años, dos hijos y un nuevo pasatiempo no podría ser más obvio! ¡Bien! ¿Qué demonios pensabas?

Él extendió las manos, desconcertado.

—No entiendo por qué te enfadas —dijo con voz de infinita calma—. Quería ahorrarte la angustia. Y habría sido negligente de mi parte no observar el lento avance de la onda de choque explosiva a través del casco, por si en definitiva podía hacer algo. Lo cierto es que la onda de choque causó menos daño y estuvo más perfectamente equilibrada de lo que predecía cualquier modelo. Un poco extraño, en verdad...

Ella se levantó, con los brazos en jarras.

—¡No tan extraño como te sentirás tú cuando te arranque esa lengua embustera, te la enrosque alrededor del cuello y te estrangule con ella! Vine contigo porque, entre todos... Atkins, Diomedes, tu padre, todos... yo era la única que creía en ti. ¡Y ahora tú no crees en mí! Todavía crees que soy una cobarde, ¿verdad? ¿O crees que no tenía nada que ofrecer, ninguna idea, ni siquiera consuelo o apoyo, mientras tú pasabas un mes a solas esperando para ver si nos moríamos? Si no crees que yo puedo aguantar lo que tú aguantas, ¿para qué me trajiste? ¿Para qué?

Faetón alzó un dedo.

—Aunque realmente me gustaría seguir discutiendo, pues me hace sentir como si ya estuviéramos casados, y eso es reconfortante, ¿por qué no guardamos esta conversación en un archivo y la desarrollamos después? Podemos almacenar nuestras emociones para que tú estés igualmente furiosa y yo esté igualmente cansado. Porque algo muy malo sucede ahora, y quisiera tu consejo y tu apoyo.

—Bien, de acuerdo. Pero nada de archivos de seguridad. Odio las conversaciones viejas. Ya que la mente de la nave está vacía, ¿por qué no enviamos a dos parciales para terminar esa conversación, siempre que convengamos en atenernos a los resultados? Todavía tenemos la unidad noética portátil aquí.

Faetón accedió, y crearon copias de sí mismos que continuarían la discusión en otro canal de la nave. Entretanto, Faetón mostró a Dafne lo que había hallado durante las cien horas (para él) que habían transcurrido durante esa fracción de segundo (para ella) que la onda de choque había tardado en recorrer la nave.

Señaló un espejo que ahora mostraba una bruma amarillenta agitada por desflecadas nubes rojas.

—La onda de choque nos arrojó fuera del embudo de la zona de baja presión de Helión —dijo Faetón—. Y no sé dónde estamos. Es posible que también Helión haya perdido nuestro rastro. —Señaló el espejo—. Parece que hubiéramos caído en la zona radiactiva, pero quizá todavía estemos dentro de la burbuja de plasma de mayor densidad que hizo erupción sobre nosotros.

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