«Formaciones superpuestas de interferencia constructiva me permiten dirigir el potencial ondulatorio de las partículas virtuales a cualquier superficie dentro de un espaciotiempo limitado (aproximadamente un minuto luz) y proyectar esas partículas, en masa, dentro de cualquier objeto, sin que pasen por el espacio intermedio. Si suficientes partículas virtuales se sostienen en un lugar en un momento dado, se puede dar existencia, mediante el efecto de rotación, a una partícula bariónica permanente, como un electrón, a partir del estado de vacío básico.
»En consecuencia, se pueden proyectar electrones al interior de circuitos neutros, para activarlos: los controles tales como los de tu armadura, o de la unidad noética, se pueden encender sin ninguna señal externa. Y los campos pseudomateriales, que requieren un delicado equilibro de partículas fundamentales asimétricas para mantenerse, se pueden colapsar. ¿Entiendes?
Faetón entendía que no era preciso que la máquina que controlaba ese efecto de partículas virtuales estuviera dentro de la
Fénix Exultante,
pues las partículas fantasma se podían proyectar al interior de la nave sin pasar por el espacio intermedio.
Y Jenofonte podía controlarla sin llevar encima un equipo que Faetón pudiera detectar. Sólo se necesitaría un receptor para detectar cómo eran afectadas las partículas fantasma al atravesar el área de espaciotiempo específica dentro del cerebro de Jenofonte. Una unidad noética podía interpretar los desvíos de las partículas, correlacionarlos con un registro almacenado de las rúbricas y siluetas mentales de Jenofonte, y obedecer las órdenes que Jenofonte pensara en ese momento.
Así que la máquina de partículas fantasma podía haber estado fuera de la nave. Podía, pero no estaba. Ninguna nave de la Ecumene Dorada podía alcanzar a la
Fénix Exultante.
Para que la máquina estuviera al alcance y permaneciera al alcance, Jenofonte tenía que haberla llevado a bordo de contrabando, o bien la había construido (como la mayoría de las máquinas neptunianas) a partir de los neurocircuitos polimorfos que también le servían como materia cerebral, conductos de control y servomecanismos que todos los neptunianos llevaban en el cuerpo.
Y si la máquina de partículas fantasma requería un abundante suministro de energía, o necesitaba estar en una zona donde las descargas continuas de energía enmascarasen su operación, ¿dónde podía estar sino...?
—Tus suposiciones son correctas. Las minas disgregadoras que colocamos a lo largo de los contenedores de combustible no estaban destinadas a sabotear esta maravillosa nave. Los remotos de los que Atkins te proveyó, y tu propio conocimiento de la demolición, ya te han dicho que esas minas disgregadoras no podían causar mucho daño. No estaban destinadas a romper los contenedores magnéticos para liberar grandes cantidades de combustible y provocar una explosión, no; sólo estaban destinadas a liberar cantidades diminutas de combustible, que sería recogido y utilizado para impulsar lo que en tus pensamientos llamas máquina de partículas fantasma. La «máquina» ocupa todo el núcleo del impulsor, y utiliza la corriente activa de plasma de los motores de la
Fénix Exultante
como antena para atraer y rotar las partículas virtuales.
Faetón no estaba interesado en los detalles técnicos. Sólo quería saber qué se proponía Jenofonte, para poder detenerlo, detener a esa cosa e infligirle una sangrienta y terrible venganza en cuanto se presentara la oportunidad.
Por primera vez (quizá porque su inteligencia había descendido a nivel casi humano), Jenofonte manifestó confusión e inseguridad.
—Estoy... desconcertado. No estás reaccionando como habíamos previsto. Ignoras los detalles técnicos que creí que te fascinarían. Desechas mi ofrecimiento de ser capitán de la gran flota, la armada de Fénix que planeo construir una vez que resucite la Ecumene Silente. No estás atraído por el futuro que propongo, de una humanidad libre de máquinas, mortal y sin control, propagándose por las estrellas. ¿Por qué? No entiendo tu resentimiento.
Era obvio por qué Faetón odiaba a Jenofonte.
—No es obvio. Yo no maté a Diomedes. ¡Atkins, el sanguinario Atkins, Atkins el asesino a sueldo, cometió ese acto! Y no he robado tu nave. La
Fénix Exultante,
según tus propias leyes, es mía.
En ese momento, su rutina de búsqueda encontró y activó la matriz de traducción comprimida dentro del tráfico de señales que circulaba entre Jenofonte y la mente de la nave.
Faetón vio lo que el enemigo le ordenaba a la
Fénix Exultante.
La
Fénix Exultante
tenía órdenes de adoptar un curso que la llevaría en un gran arco hiperbólico, alrededor del Sol y hacia el espacio profundo. Una vez allí, la curva se cerraría y la aceleración continuaría, hasta que, al cabo del tercer día, se dirigiría hacia el interior del sistema al noventa por ciento de la velocidad de la luz. Las unidades de combustible de antimateria y los cilindros de un kilómetro de longitud procedentes de las supernaves neptunianas se lanzarían desde el casco mientras pasaba, y esos proyectiles tendrían una energía cinética astronómica que les impartiría velocidad cuasilumínica.
Faetón no podía calcular, sólo con los datos orbitales, dónde caerían los proyectiles. Pero el marco temporal era claro; el ataque ocurriría durante la Gran Trascendencia, cuando cada mente sapiente del sistema solar estuviera distraída, conectada, sumida en sueños, fusionada e inerme.
Tenía suficiente control sobre su filtro sensorial personal para invocar su espacio mental personal. Una vez más, las imágenes lo rodearon (esta vez ladeadas, pues estaba tumbado de espaldas). A su derecha una tabla de símbolos mostraba el cofre de memoria abierto, y dentro aún había un cofre sin abrir. A su izquierda había imágenes de unidades de servicio y comisiones honorarias. Frente a él estaban los controles de la nave.
Una esfera mostró los datos orbitales de la misión de bombardeo de Jenofonte como un paraguas de curso posible impuesto sobre el modelo del sistema solar. Las órbitas de los planetas, hábitats mayores y formulaciones energéticas figuraban como una geometría de líneas de color, cortadas por la trayectoria proyectada de la
Fénix.
A lo largo de ese curso, dentro del alcance del ataque, estaban Ío y Europa, el grupo de Ceres, la estación de transferencia de Deméter, la Tierra y la Equilateral de Mercurio. Al final de la trayectoria, los principales generadores de campo y elementos orbitales de la Plataforma Solar de Helión también estarían al alcance.
Faetón no necesitaba más información; reconoció al instante lo que estos blancos tenían en común. Eran centros de producción de metales, de comunicaciones, de depósitos de combustible, de control energético. Eran cruciales para el funcionamiento saludable de la Ecumene Dorada. Reconoció lo que eran. Eran blancos militares.
La matriz de traducción también decodificó los otras órdenes de Jenofonte a la mente de la nave. Estas instrucciones incluían actualizaciones del sistema de emisión mental y las antenas de comunicaciones de la proa de la
Fénix Exultante.
Con el emisor de partículas fantasma de Jenofonte, tendría tan pocos problemas para enmarañar los circuitos de comunicación básica o neutralizar los sistemas de seguridad como había tenido para usurpar el control de la unidad noética del puente.
O (¡sólo ahora caía en la cuenta!) tan pocos problemas como había tenido para introducir información falsa cuando Nabucodonosor Sofotec leyó los recuerdos de Faetón durante la indagación de los Exhortadores.
Durante el bombardeo, la
Fénix Exultante,
equipada con el proyector de partículas fantasma, no tendría dificultades para contagiar el virus mental Nada, el mismo gusano mental que había poseído a Jenofonte, a la Gran Trascendencia. Durante la Trascendencia, las barreras normales entre una mente y otra se levantaban, y se relajaban incómodas medidas de seguridad. Todas las mentes eran una gran mente dispuesta a pensar pensamientos grandiosos...
Todos los cuellos eran un solo cuello que se podía cortar de un solo hachazo.
La Gran Trascendencia era el tiempo de mayor debilidad, de mayor paz, de menor vigilancia, del que disfrutaba una sociedad ya débil, pacífica y poco vigilante. Y sólo sucedía una vez cada mil años...
—¡Tu pensamiento no se ajusta a lo previsto! ¡Tus reacciones emocionales, tu grado de agresividad y odio, son desproporcionados! ¡Pensábamos que estarías dichoso de contribuir a nuestros esfuerzos para restaurar la Ecumene Silente como modelo supremo y cultura central de la humanidad! Es verdad que estamos a punto de cometer actos de homicidio colectivo y violación mental colectiva contra la Ecumene Dorada, destrucción y devastación. ¡Pero tu repulsión por estas cosas es parte del programa de control de pensamiento impuesto por vuestros sofotecs! Son ellos quienes os dijeron que hay bien y mal absolutos, una medida objetiva del bien y del mal. ¡Pamplinas! Si hubiera tal medida objetiva, la libertad del pensamiento humano sería limitada, lo cual, por definición, es impensable. Tú sólo opinas que el homicidio colectivo y la destrucción son malas a causa de tu condicionamiento social. Es irrelevante.
«Estas cosas son necesarias para alcanzar un bien mayor y duradero: a saber, la salvación de la Segunda Ecumene y la liberación del espíritu humano. A menos que la Ecumene Dorada sea gravemente herida y debilitada, vuestros sofotecs maniobrarán para deshacer lo que tanto tú como yo soñamos con hacer. ¡Es tu sueño. Faetón, el que causa tal derramamiento de sangre! ¿Por qué lo rehuyes ahora?
Jenofonte no debía de tener intenciones de matarlo. De lo contrario, ¿por qué intentaba convencerlo? ¿Había todavía algo que esa horrenda criatura quería o necesitaba de Faetón?
—Aún necesitamos tus aptitudes y pericia para dirigir esta nave, y para dirigir la armadura que controla la nave. Haremos una versión más cooperativa de ti, con sólo eliminar y ordenar ciertos pensamientos y recuerdos. Si cooperas, más memoria y personalidad quedarán intactos. Cuanto más vehemente sea tu resistencia, cuantos más pensamientos tuyos sean desleales a mí y a mis propósitos, más pensamientos habrá que eliminar. Sé razonable, sé flexible. Es más seguro obedecer. ¿Acaso tus sofotecs no te instan siempre a la racionalidad y la seguridad?
En realidad, nunca lo hacían. Este silente era un necio. No sabía nada sobre la Ecumene Dorada, no sabía nada sobre el modo de pensar de Faetón, y no parecía comprender que Faetón no podía ser modificado por la unidad noética a menos que lo sacaran de su armadura.
Y una vez que lo sacaran de su armadura, sus brazos y piernas estarían libres, y podría matar a Jenofonte rápida y eficientemente.
—Qué divertido. ¿Tú, un hombre sin adiestramiento, procedente de una sociedad totalmente pacífica, sin pistola ni armas energéticas, crees que puedes matarme en mi cuerpo neptuniano? ¡Te he dado todas las oportunidades para rendirte! ¡En definitiva, has demostrado que eres un inservible pelele de las máquinas!
—No —dijo Faetón—. Soy yo quien te exhorta a rendirte. Sospecho que no lo harás. Sólo hago el ofrecimiento para que después mi conciencia quede limpia.
Jenofonte no se dignó responder.
La eficiencia, cuando menos, dictaría que Jenofonte matara a Faetón de inmediato, antes de sacarlo de su armadura. Pero quizá no podía. Ningún arma podía penetrar las placas de crisadmantio; incluso la máquina de partículas fantasma tenía que esperar a que los puertos mentales de los hombros se abrieran para tomar control de los circuitos del traje. Y aun ese control de los canales de mando de la armadura era insuficiente: las realimentaciones protectoras estaban conectadas al núcleo del revestimiento de nanomaquinaria. La armadura no podía entender ni aceptar órdenes que dañaran al usuario.
—¡Sobrestimas tu tecnología, Faetón! Vuestra Ecumene Dorada tiene muchos avances, quizá, pero tenéis extrañas carencias en aquella ciencia en que la Ecumene Silente sobresale: los gusanos de pensamiento, los virus mentales, la corrupción psíquica. Aun los sofotecs, intelectos puros y supremos, fueron meros esclavos y juguetes cuando nuestra ciencia de la guerra mental realizó su trabajo. ¿Crees que tu obtuso traje podría resistirme, si yo tuviera la intención de hacerle acatar mi voluntad? Pero no: mi propósito no es corromper la mente de tu traje sino la tuya. Y la desesperación será mi aliada. La desesperación debilita a los hombres, los hace vulnerables a la alteración mental, y el odio por sí mismos hace que los hombres no puedan resistir el condicionamiento. Mis circuitos están preparados: tus recuerdos y aptitudes pronto estarán al servicio de la Ecumene Silente. Pero antes, la desesperación requiere esperanza. Se debe permitir que luches un instante antes de ser absorbido.
Y, con eso, la armadura se abrió.
Las placas doradas se deslizaron, y Faetón trató de levantarse.
Pero el estanque de sustancia corporal neptuniana en que yacía no le dio tiempo para moverse. Mil hebras lo apresaron, enroscándose alrededor de él como serpientes. El material azul formó un capullo, le inmovilizó las extremidades y le apretó la cara, invadiéndole la boca y los ojos. El capullo se endureció; ni siquiera Faetón podía doblegarlo, pues su enorme fuerza carecía de punto de apoyo. Estaba atrapado como una mosca en ámbar.
Filamentos de neurocircuitos surgieron de la turbiedad azul, le rodearon el cráneo y buscaron puntos de contacto para invadir su espacio cerebral.
Su espacio mental personal se activó y desactivó. Por el rabillo de un ojo imaginario, vio que se abría el último cofre de memoria, el que tenía la imagen de la espada alada. Sintió la frenética, ebria y onírica sensación que provocaba la descarga masiva de memoria, un borrón de actividad en el córtex y el mesencéfalo.
El procedimiento previo a una cirugía mental consistía en abrir todos los recuerdos no abiertos, de modo que la mente reestructurada, después de la modificación, no tuviera viejas cadenas de memoria que condujeran a la personalidad inicial.
Una voz sarcástica habló por el filtro sensorial. Al parecer el silente no estaba complacido con el nivel de esperanza o furia que ardía en la mente de Faetón.
—Aquí está el virus mental que consumió a la Ecumene Silente. Una vez que te consuma a ti, como ha hecho conmigo, me considerarás tu generoso salvador. ¿Por qué te resistes todavía? No puedes moverte. Dentro de un instante ni siquiera podrás pensar. ¿Qué ha sucedido con la cruenta venganza que juraste, Faetón? ¿Cómo imaginabas que podías derrotarme?