La Trascendencia Dorada (30 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Trascendencia Dorada
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—¿Cuan malo es eso? Lo único que hacíamos era esperar a que los villanos nos encontraran.

—Esperaba llegar a la posición a la cual el proyector de partículas fantasma enviaba sus emisiones periódicas. Pero como no sé dónde estamos, no sabré dónde está ese punto hasta que la máquina emita de nuevo.

—El plasma externo es veinte veces más denso que el hierro sólido. Las fuerzas magnéticas que usabas para taladrar ese material ahora se usan (ya que estamos más abajo de lo que planeábamos ir) para reforzar el casco e impedir una brecha. ¿Cómo podemos estar moviéndonos?

—Debo mantener los impulsores disparando a toda potencia para superar la retropresión y arrojar el calor residual. Eso añade un movimiento relativamente escaso a nuestro vector, a causa de la densidad del medio. Pero aunque estemos en reposo relativo respecto de la corriente de plasma superdenso que nos rodea, no sabemos dónde ni cuán rápidamente se mueve esa corriente. Una zona de plasma con cien veces el diámetro de Júpiter acaba de cerrarse alrededor de nosotros; si esa zona se mueve a la velocidad de algunas corrientes ecuatoriales, podríamos estar a gran distancia de donde estábamos hace unos minutos. Así que la pregunta es: ¿cómo averiguamos dónde estamos, cómo llegamos adonde queremos ir? Y no tenemos todo el tiempo del mundo. Dentro de seis días, en cuanto se agote el combustible, el plasma del Sol entrará por las toberas, atomizando todo lo que esté dentro, nosotros incluidos.

—¿Te queda alguna potencia magnética para aplicar a las orugas y salir de esta zona superdensa?

—No, estoy usando cada ergio para proteger la nave contra las corrientes internas de esta zona. Que quede claro: podríamos estar dentro de la zona radiactiva, cayendo hacia el núcleo, o esta esfera de plasma podría estar elevándose como una burbuja por la zona convectiva, y todavía no se ha dispersado a causa de su inmenso tamaño. Resulta irónico, tonto, en verdad, morir en un accidente de meteorología solar interna, sin siquiera ver al enemigo. —Faetón suspiró y se llevó la mano al visor, como para abrirlo—. Quizá no debí quedarme de guardia tantas horas subjetivas durante esa onda de choque. Me siento muy cansado...

Dafne sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Tenía la sensación de que la observaban. Le aferró la mano.

—¡Conserva el yelmo puesto, so necio!

Faetón se sobresaltó.

—¿Por qué...?

Como Dafne había sido entrenada por los Taumaturgos, podía activar intuiciones de descubrimiento de patrones a partir de sectores no verbales del cerebro, y hacer deducciones a partir de datos parciales.

—¡Es lo único que nos salva! —exclamó, pues de algún modo lo sabía.

Faetón quedó petrificado.

—Chequea el cerebro de la nave —dijo.

Dafne pidió un informe de estado en el espejo contiguo al brazo de su silla.

—Todavía vacío. No hay nadie en la mente de la nave, salvo nuestras dos copias.

—¿Por qué estás tan segura de que el enemigo está a bordo? —Por algún motivo, aunque el luminoso y ancho puente estaba vacío, había bajado la voz.

Ella tardó un momento en hallar las palabras, en llevar la intuición Taumaturga al primer plano de su mente, como si expulsara una fiera de su oscuro cubículo.

—Demasiadas coincidencias —dijo—. Sabemos que el enemigo puede manipular corrientes solares y levantar tormentas, al igual que tu padre; y que el enemigo mató a Helión Primo. Estamos atrapados en una corriente superdensa. Quizá nos esté llevando indefectiblemente a la superficie, justo donde el enemigo quiere ir, si está a bordo y quiere escapar de la Ecumene Dorada. Si el enemigo no puede escapar, esperará unos días hasta que se agote el combustible, y nos matará a ambos, así al menos nuestro bando no poseerá la nave. La corriente que nos sorprendió no puede ser natural: rompe el casco, pero es más cuidadosa, más equilibrada, de lo que esperabas; y al mismo tiempo, nos impone presión suficiente, ni más ni menos, para neutralizar la potencia magnética que necesitamos para maniobrar.

—Pero no hay pruebas de que nada se haya recibido por los puertos mentales que dejé abiertos. ¿Cómo hizo su nave para transmitir información mental a la
Fénix?

—Eso no lo sé. Quizá la máquina de partículas fantasma actuó como caballo de Troya, y recibía información de una fuente externa.

—¿A través del casco...?

—Tus impulsores están abiertos. Además, hace un momento la estabas usando para enviar y recibir borbotones de neutrinos. Si puede recibir información desde dentro, puede recibirla desde fuera. Y quizás enviarla también. Aunque el casco cerrado detenga algunas de las partículas que el proyector envía, las partículas que detectaste, eso no significa necesariamente que no haya otros grupos de señales que no detectaste. Quizá Nada Sofotec recibió una emisión de Ao Varmatyr cuando él agonizaba, y sabe todo lo que él averiguó sobre la nave, sobre tus planes y sobre ti.

—No me importa si Nada sabe todo lo que dijimos e hicimos. Nuestra estrategia se basa en la franqueza total. Pero me pregunto por qué no se adueñó de la mente de la nave. Cualquiera diría que preferiría esas velocidades de pensamiento más altas, cuando menos. Quizás el corrector de conciencia le haya dado alguna razón falsa para temer la mente de la nave.

—¿Estás seguro de que no está allí? —preguntó Dafne—. Nuestra lectura podría ser una ilusión. Ejecuta un chequeo de líneas.

Él tocó un espejo con el dedo, dio una orden.

—Bien, aquí hay algo extraño. Según esto, tú ganaste la discusión, y yo me disculpé. Algo debe de estar manipulando los datos. ¿Ganan dos de tres?

—Muy gracioso. No crees que Nada esté a bordo, ¿verdad?

—Creo que hubiera iniciado una conversación con nosotros.

—¿Por qué? Lo único que debe hacer es esperar a que abras tu armadura para rascarte la nariz o para recibir un beso no simulado, y mandarte un haz de información a través del cráneo y a los puertos mentales internos.

—Pero si un sofotec fue transmitido a nuestra nave, ¿de dónde vino? Las transmisiones no pueden viajar tan lejos dentro del denso plasma solar. La nave enemiga debería estar cerca, casi sobre el flanco. Pero no detectamos una nave extranjera. Tiene que ser una nave estelar, no sólo una nave espacial. ¿Por qué no la vimos?

Ella no respondió, y él la miró de soslayo. Dafne miraba hacia arriba con expresión meditabunda.

—¿Y bien? —insistió él—. Si Nada Sofotec está ahí, ¿por qué no vimos la nave estelar extranjera?

—Porque la nave estelar de la Ecumene Silente es pequeña, muy pequeña —dijo ella con voz lenta y soñadora.

—¿Qué? ¿Por qué lo dices?

Ella alzó el dedo y señaló.

—Porque está aquí.

Al principio Faetón no estaba seguro de lo que veía.

En la cubierta, altas cortinas de presión y columnas de formación supramental se elevaban verticalmente hacia el domo. Algo distorsionaba el segundo balcón. La pared estaba fruncida. Las cajas de reacción estaban extrañamente agolpadas y el ángulo de los cubos ya no era recto. Las columnas, deformadas en el medio, se curvaban una hacia otra, a izquierda y derecha, en vez de estar paralelas.

La distorsión se desplazó. Las varillas verticales de la derecha se enderezaron, como cuerdas de arpa tañidas y liberadas. Pero las varillas rectas de la izquierda se estaban curvando alrededor de un punto móvil.

Era como si hubieran pintado la escena en una lámina elástica, y el elástico se rizara alrededor de un pequeño punto móvil, o como si una lámina distorsionada de vidrio convexo se moviera entre Faetón y la pared...

O como si...

—Hay un agujero negro en el puente —dijo Faetón—. La singularidad curva la luz de la pared formando una lente de gravedad. Mira.

Hizo subir un espejo energético del piso y lo enfocó hacia el centro de la distorsión. A través de la visión amplificada del espejo, la bruma rojiza del microscópico pozo de gravedad era claramente visible. La luz que se movía cerca de la singularidad era energía retardada y perdida, con corrimiento Doppler hacia el rojo.

Según el espejo, la singularidad tenía sólo el diámetro de un núcleo de helio, unos pocos angstroms de anchura. La rodeaba una esfera externa de ozono y partículas cargadas de unos centímetros de diámetro, formada por moléculas de aire deshechas, atraídas por la gravedad, que bajaban hacia el punto-singularidad y se desintegraban en electrones y protones. Si Faetón aumentaba el volumen, podía oír el agudo y permanente silbido del aire que se escapaba, empujado hacia un punto invisible a razón de siete kilogramos por centímetro cuadrado.

Faetón arrojó cortinas de presión por la cámara, por si la superficie del agujero negro crecía, o la pérdida de aire se hacia notable. La distorsión del aire, que parecía curvar todas las cosas que estaban detrás, brumosas en una luz rojiza, aureolada por 2aimbones rayos X, se movía con lenta majestad por el puente, hacia ellos.

Atravesó las cortinas de presión sin aminorar la velocidad. Esos potentes campos no podían detener al agujero negro. Hubo descargas eléctricas cuando los flujos de campo de las cortinas fueron retorcidos y anulados. Un borbotón de chispas cayó sobre la cubierta.

—¿Es mi imaginación, o la cubierta se inclina hacia esa cosa? —preguntó Dafne.

—Es tu imaginación, creo. El gravímetro dice que tiene menos masa que un asteroide grande, sólo unos miles de millones de toneladas. No podríamos sentir esa cantidad de atracción gravitatoria. Pero la luz se curva como si hubiera algo del tamaño de una galaxia en ese punto. ¿Cuánta distorsión de la luz se necesita para que sea apreciable así, a simple vista? Por otra parte, ¿cómo flota? ¿Cómo es controlada? ¿Por qué no se dispersa? La teoría clásica dice que los agujeros negros tan pequeños sólo tienen una vida de pocos microsegundos antes de evaporarse en un borbotón de radiación de Hawking.

Dafne miró la imposible torsión de luz rojiza. Era como mirar el fondo de un pozo, o el orificio de un cañón hecho de espacio curvo.

—Esto es él —dijo con voz calma—. Nada Sofotec se alberga en el interior del agujero negro. Controla los campos gravitatorios. No sé cómo se comunica con los campos que rodean la singularidad, los que determinan su posición en el espacio, ¿Radiación de Hawking? ¿Gravitones? Quizás imparta órdenes alterando los valores rotativos del agujero negro en una suerte de código Morse, que el campo circundante puede recoger. Tú eres el ingeniero. Dime cómo lo hace.

—Todavía trato de deducir cómo puede curvar la luz cuando sólo tiene la masa de una ciudad grande...

—Eso lo sé —dijo Dafne—. Piensa como un autor de relatos de misterio por un momento, no como un ingeniero. Es un truco. Una ilusión.

—¿Una ilusión? ¿Cómo?

—¿Podría un proyector de partículas fantasma que estuviera dentro del horizonte de sucesos manifestar partículas en el exterior?

—Teóricamente, sí, a través del efecto de túnel cuántico.

—¿Y fotones? ¿Fotones de color rojo? Si un sofotec rastreara la trayectoria de cada onda de luz, y las tejiera en un holograma, ¿podría crear la apariencia de
un pozo
de gravedad profundo, aunque dicho pozo no existiera?

—¿Haciendo que campos de fotones sumamente complejos surgieran de la nada? Creo que preferiría creer que descubrieron el control de la gravedad. No pensaba que ninguna de ambas tecnologías fuera posible. ¿Para qué molestarse?

La luz rojiza se desvaneció. Como si la lámina elástica donde estaba pintada la escena hubiera regresado a su dimensión normal, las varillas verticales del otro lado del puente se enderezaron y los ángulos de las cajas de los balcones volvieron a ser rectos.

Al mismo tiempo, los motores de las puertas zumbaron, la cámara estanca se abrió, y un sector del piso se elevó. En la puerta se erguía una silueta que usaba una máscara pálida y una túnica flotante y multicolor, coronada por antenas de luz plumosa. La silueta se deslizó por la vasta y reluciente cubierta sin hacer ruido.

—¿Y ahora qué...? —susurró Dafne.

Lo que se aproximaba parecía ser un hombre. En la túnica morada titilaban luces profundas, y resplandecían tramas verdes y escarlatas, manchas y tracerías doradas y blancas. Las manos entrelazadas del hombre estaban escondidas en guanteletes de plata, enjoyados con una docena de sortijas y relucientes brazaletes de puertos mentales sofotec. La máscara era un escudo con forma de rostro, de nanomaterial plateado, que palpitaba y fluía con un millón de pensamientos fulgurantes. De la máscara se elevaban abanicos ondulantes y esbeltos, como las plumas de la cola de una codorniz, quizás antenas, quizás extraños adornos.

Otras antenas decorativas surgían de las hombreras, rosetas blancas y flotantes, cintas plumosas multicolores, estriadas de oro y negro reluciente, como las plumas de las alas de un ave tropical extinguida. Los ojos de la máscara eran lentes de amatista.

La aparición se aproximó. Era más alta y más esbelta que un hombre nacido en la Tierra, semejante a un frágil lunariano, y la toca se elevaba aún a más altura.

No, no era como un lunariano. Era como un señor de la Ecumene Silente. Éstos eran los regios atavíos, los ornamentos y la máscara soñadora a que aspiraban esos seres antiguos y solitarios. Ao Varmatyr, antes de morir, había insinuado algo de este tipo. Los silentes, viviendo a solas en sus palacios de los asteroides artificiales de diamante hilado, en microgravedad, sin duda habían sido tan altos como este espectro.

Dafne y Faetón lo miraron fascinados. La silueta permaneció erguida, inmóvil salvo por el lento y liquido vaivén de sus antenas plumosas, y quieta salvo por la telaraña de sombras brillantes y azules que cruzaban la túnica pulsátil, como si la aparición se viera a través de cambiantes matices de agua ondeante.

La túnica emitía una música mágica y palpitante, un campanilleo, la lejana risotada de una orquesta de cuerdas, el lento y soñoliento jadeo de cuernos suaves y estentóreos.

—Más ilusión —le susurró Faetón a Dafne por un canal lateral seguro. Le mostró que el espejo de su izquierda aún detectaba una fuente gravitatoria en el aire donde colgaba la singularidad. Los circuitos eléctricos de los motores de las puertas se habían abierto y cerrado, pero ninguna señal había entrado en los circuitos desde el exterior: teleportaciones fantasmales de electrones, sin duda. El radar indicaba que no había ninguna sustancia física en la radiante y feérica túnica de luz, ningún cuerpo debajo.

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