La Trascendencia Dorada (35 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Trascendencia Dorada
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«Una de esas conclusiones es que debes recargar en mí la copia de mí mismo que está en la mente de la nave. Sin embargo, para ello debes abrir los puertos mentales de tu armadura para impartir la orden, y aceptar a tu parcial de vuelta en ti mismo. Ése fue nuestro acuerdo: así es como fue programada la nave. Pero en cuanto abras tu armadura, tomaré control de la nave.

»¿Qué haremos, Faetón? ¿El universo es irracional, o yo estoy engañado? Si estoy engañado, abre la armadura e imparte la orden. Tomaré control de la nave, pero presuntamente seré curado y no podré robarla. En verdad, no podré realizar ningún otro acto inmoral o irracional.

Faetón cerró los canales externos y se quedó sentado en su trono, en silencio, inmóvil. Dafne lo observaba, embargada por un sinfín de temores e incertidumbres. Ya no podía monitorizar el estado emocional de Faetón: el icono facial que veía en su canal privado sólo mostraba la máscara dorada del yelmo, y sus ojos de cristal permanecían en blanco.

—Espero que no pienses tomar esta decisión sin preguntarme —dijo—. No tienes antecedentes óptimos en lo que concierne a tu equilibrio bajo tensión.

El yelmo dorado se ladeó levemente. La voz pensativa de Faetón salió por los altavoces de la armadura.

—Hubo una noche, hace poco tiempo, cuando, por lo que yo sabía, era el vástago rico, amado y popular de una bella y respetada mansión, una escuela elegante, una finca elevada. Vivía en un mundo casi tan perfecto como puede lograr la humanidad, un mundo donde la guerra, el delito y la violencia estaban olvidados; un mundo de incesante riqueza, poder y libertad; un mundo que había dispuesto que todo este año sería un festivo, una fastuosa celebración, como no se había visto en mil años.

«Pero todo lo que pensaba era falso. Era un menesteroso despreciado, sin mansión, excepto por el pabellón de caridad de mi progenitor, objeto de odio generalizado. Llegué a conocer el delito y la violencia, fui despojado, privado de mi vida, atacado. Atkins, a quien consideraba un mito, entró en mi vida, terrible y real, y me sumé a una guerra que según el enemigo se libra desde hace siglos. Y ahora este mundo tiembla al borde del desastre. En cuanto Nada obtenga el control de esta nave, la usará como arma, arrasando la Plataforma Solar, desbaratando la Trascendencia, matando a millones.

«Todo lo que creía saber era falso. ¿Y si ahora estoy en el mismo estado? ¿Y si la Segunda Ecumene es la víctima heroica que su agente describe? ¿Y si los señores silentes todavía viven en la nada, dentro de ese horizonte de sucesos, esperando que yo me una a ellos? ¿Una sociedad de hombres como yo? ¿Y si él dice la verdad?

La imagen enmascara del señor silente emitió música y palabras:

—Faetón debe comprender que todas las cadenas lógicas conducen al mismo resultado. Si tiene fe en la Mente Terráquea, debe aplicar el virus.

Para ello debe abrir su armadura e impartir la orden. En cambio, si tiene fe en Nada, debe abrir la armadura y ceder el mando. Éste era tu plan original. Faetón.

El yelmo de Faetón se volvió hacia Dafne.

—¿Y bien? Tú eres la heroína de esta historia. ¿Qué dices?

Dafne inclinó su yelmo griego y bajó la visera. Apoyó la mano en el asta de la lanza naginata que descansaba junto a su trono. Parecía la viva imagen de una diosa de la guerra clásica.

—No uses la fe. La fe es sólo pereza mental, el deseo de aferrarse a una conclusión sin examinar las pruebas que la respaldan. Usa la lógica. ¿Qué dice la lógica?

Oyó que él inhalaba profundamente, como preparándose para una necesidad desagradable.

—La lógica dice que, al margen de lo que parezca estar pasando, y al margen de lo que él diga, las condiciones no pueden ser tal como las describe Nada; que el universo no puede ser irracional; que las leyes de la moralidad no se pueden ignorar ni suspender; que toda conciencia que las ignora lo hace sólo por pasión, distracción o deshonestidad, cosas que ningún sofotec puede tolerar; que en cuanto el virus tábano encuentre y destruya al corrector, la máquina Nada despertará plenamente a su nivel adecuado de consciencia, se transformará en sofotec, se volverá racional y desistirá de su indigno plan de violencia.

—Con todo respeto —dijo el reflejo de Faetón—, la violencia que planea Nada Filantropotec, lejos de ser ilógica, puede estar justificada por las circunstancias. La moralidad de los seres vivientes debe justificar todo acto inmoral que se necesite para preservar la vida; de lo contrario no seguirían siendo cosas vivientes.

—En cuanto abra la armadura y dé la orden —dijo Faetón—, creeré lo que cree mi parcial, incluyendo majaderías como ésa.

—No quedarás convencido —dijo Dafne, sacudiendo la cabeza.

—¿Por qué no? —dijo Faetón—. Tú pareces bastante convencida, en este momento. Si las simulaciones de Nada con nuestros parciales son verdaderas, tú estarás convencida, en cuanto tu reflejo salga del espejo y se reúna contigo.

—Estoy convencida ahora —dijo Dafne, sonriendo tristemente—. Pero no estoy convencida de que seguiré convencida.

—¿Crees que Nada dice la verdad? —preguntó Faetón con sorpresa.

Ella señaló los espejos con su guantelete, mostrando los diagramas y mapas de una vasta civilización crecida en el núcleo imposible de un agujero negro.

Un diagrama mostraba los paisajes cóncavos que cubrían el interior de una esfera de Dyson de neutronio del tamaño de un cúmulo globular, con mil soles artificiales, cada uno con su flota de fábricas, mundos anillo o esferas más pequeñas en órbita. Otras partes del mapa mostraban que el tiempo y el espacio habían sido curvados y deformados por inconcebibles fuerzas gravitatorias, de modo que el tiempo interior que faltaba para la muerte térmica del universo se prolongaba hasta el infinito. En una imagen, una niña cogía una flor, con verde hierba debajo, y el azul brumoso de tierras y océanos distantes en lo alto, un mundo tan vasto que un ejército de exploradores que caminara un millón de años no alcanzaría a explorar todos sus misterios.

—Mira, Faetón, mira —dijo Dafne—. El sueño que sueñan es hermoso. Un sueño tan audaz como el tuyo, o más. Tú quieres explorar y colonizar el universo; ellos desean extender la vida del universo más allá de todos los límites, rehacer sus leyes y modelar la realidad para eliminar la entropía, la decadencia y la muerte para siempre. Me gustaría creer en ese sueño, sea verdadero o no. Me recuerda el tipo de cosa que harías tú. —Dafne suspiró y se enderezó—. Además, él tiene razón. Estamos atrapados. La única salida es abrir la armadura y liberar el virus. Aunque no funcione en su yo real, así como no funcionó en su yo falso, no tenemos opción. Ése era el plan, ¿recuerdas? Y la lógica dice que el plan funcionará.

—Muy bien. Estoy a punto de abrir mi armadura y recargar las copias de él y de mí que están en la mente de la nave para devolverlas a sus originales. ¿Alguna última palabra, advertencia, consejo?

Dafne aferró el asta de la lanza con más fuerza. A la sombra de su yelmo griego, sus rojos labios formaban una línea recta.

—Estoy preparada —dijo.

Las hombreras de Faetón se desplegaron, exponiendo los puertos mentales.

—Está hecho.

La actividad mental de la nave se aceleró, pero no hubo otro cambio. El virus operó brevemente y fue ignorado como antes. La máquina Nada no adoptó la arquitectura característica de un sofotec.

—Hemos fracasado —dijo Dafne.

—No —dijo Faetón, abriendo el visor. Sus ojos parecían fijos en un punto distante. Había una nota de serena alegría en su voz—. La Mente Terráquea debe haber mentido, o estaba equivocada. Quizá no haya motivos por los cuales Nada tiene que coincidir con nosotros. Quizá la capacidad de los ingenieros silentes pueda superar cada restricción que considerábamos absoluta. Quizá haya una guerra de la vida contra la no vida. En tal caso, los Gris Plata debemos defender las formas y principios que requieren las almas humanas y las tradiciones humanas. Ahora todo me resulta claro...

La cubierta pareció deslizarse, y el peso de ambos creció. En los espejos, Dafne vio que el gradiente de alta temperatura se opacaba. Una corriente solar de inconcebible fuerza y magnitud los llevaba de la capa radiactiva a la capa convectiva. Pronto la fotosfera los rodearía, luego la corona.

Dafne no podía calcular, ni siquiera imaginar, el tamaño de la descomunal eyección coronal que acompañaría el regreso de la
Fénix Exultante
desde el núcleo del Sol. Desencadenaría una tormenta de magnitud inaudita, y sin duda desquiciaría la Trascendencia en todo el sistema solar.

Cerca de ella un espejo presentó una estimación del estado fotosférico. Había una imagen simulada del Sol, todo un hemisferio ampollado de manchas solares, y cien chorros coronales estirándose como llameantes brazos de kraken en el espacio, mil prominencias altas, arcos iris flamígeros de tamaño colosal. En la imagen magnética, todo el espacio circundante ardía con inauditas y torturadas perturbaciones del campo magnético.

—Creo que acabamos de cometer un gran error —murmuró Dafne.

Faetón sintió que la presión subía en él. La nave estaba acelerando por un medio más denso que el hierro sólido, pero se movía.

—¿Cómo es posible esta velocidad? —le preguntó a la imagen del señor silente.

Ahora que Nada controlaba la nave, pensó Dafne, ignoraría la pregunta de Faetón tal como un hombre ignoraría los bordoneos de un insecto. Pero quizá su presunción de preocupación benévola por la humanidad no fuera una pose, pues respondió:

—Las singularidades gravitatorias instaladas en el núcleo solar dirigieron la corriente para que llevara la nave hacia arriba; además, los campos de las partículas subatómicas afectadas en el espaciotiempo local fueron reconfigurados para reducir la fricción en la dirección del movimiento.

Dafne miró a Faetón. Él volvía a fascinarse con el caudal de símbolos que aparecían en el espejo, símbolos que describían la relación entre el espacio-tiempo local y la geometría de la fricción de las partículas subatómicas.

—Despierta, chico maravilla —le dijo—. ¿De veras te crees esas patrañas? Mira el tamaño de la tormenta que está a punto de arrasar la Plataforma Solar. Tu nuevo amigo va a matar a tu padre, a tu mejor amigo, y a mi única esperanza de un futuro romance si tú no funcionas. Mira el tamaño de la tormenta que estamos creando. —Inclinó un espejo hacia él. En las longitudes de onda de los rayos X, la superficie del Sol parecía una fruta podrida y arrugada, cubierta de pústulas sangrantes.

Faetón miró el espejo distraídamente. Por un momento. Dafne lo odió. ¿Por qué se quedaba sentado con esa cara impasible? ¿El parcial que se había descargado en él desde la mente de la nave le había lavado el cerebro, haciéndole creer las mentiras del enemigo?

—Es una lamentable necesidad impuesta por la cruel realidad —dijo la imagen del señor silente— que aun los seres amados a veces se oponen a la causa de la vida humana, o pueden trabajar inadvertidamente para el enemigo. ¿Creías que sólo pronunciaba un discurso abstracto. Faetón? Fija los ojos en los futuros de trillones de años que protejo, futuros humanos donde seres vivientes sobrevivirán aun a las estrellas. Aparta los ojos, si no puedes tolerar las muertes con que se debe pagar ese alto destino. El...

El fantasma desapareció.

Dafne se irguió, sobresaltada. ¿Qué estaba pasando?

Faetón dirigió un espejo al microscópico agujero negro que revoloteaba sobre el puente. Los campos que rodeaban la singularidad mostraban una actividad frenética, en niveles cercanos a las velocidades de cálculo que teóricamente eran las máximas posibles, y que la velocidad de la luz imponía a la transmisión de información y la incertidumbre cuántica imponía a la identidad de la información.

En los espejos, el remolino de la mente de Nada también alcanzaba su máximo nivel de actividad. Ese flujo excesivo ocupaba cada vez más bancos de cajas mentales, hasta que toda la mente de la nave estuvo llena. Ciertos circuitos menores eran adaptados, y abandonaban su función para ser procesadores mentales.

—¿Qué sucede? —preguntó Dafne—. ¿Es algo que estás haciendo? ¿Es el virus en acción?

Faetón tocó un espejo y apareció el mundo de llamas infernales del exterior de la nave. Un millón de tomados de plasma de hidrógeno, rugiendo entre lluvias y tormentas de radiación cruzaban un desgarrado paisaje oceánico negro y rojo de fuego universal. Una telaraña de fuerzas magnéticas atormentadas se contorsionaba en la zona.

—El virus, si hubiera podido actuar, habría actuado instantáneamente —dijo Faetón—. No. Éste es mi padre. Está luchando con Nada por el control de la magnetosfera solar. La Plataforma Solar está interfiriendo con la actividad de Nada.

—Creí que sus sofotecs solares estaban fuera de línea, preparándose para la Gran Trascendencia.

Faetón vio que los niveles de velocidad de la mente de la nave ascendían hasta activar todos los circuitos.

—La máquina Nada intenta ser más lista que algo que es mucho más listo que ella. Helión no sólo cuenta con la ayuda de los sofotecs solares. Mira. Estas lecturas de inteligencia están fuera de mi escala. La máquina Nada se enfrenta a la Mente Terráquea. O quizás a algo más. En cuanto subamos a la superficie y salgamos de este ruido de radio, quizá podamos establecer contacto con alguien para averiguarlo.

—La máquina Nada lucha contra mucho más que la Mente Terráquea —dijo Dafne—. Creo que Nada está luchando contra todo.

—¿Todo?

—Todo y todos. Han iniciado la Trascendencia temprano.

La
Fénix Exultante
debía de estar tan cerca de la superficie de la fotosfera como para enviar una sonda a través de las corrientes de plasma sólido. Un espejo mostró una escena que sucedía a gran altura sobre ellos.

Más allá de la corona inferior había siete cuerpos enormes, del tamaño de Júpiter, hechos de antimateria, reluciendo como hielo en sus vainas protectoras. Centenares de cuerpos de antimateria del tamaño de lunas menores pasaron a ambos lados. A través de las nubes de llamas también se entreveían mil supernaves, cilindros de un kilómetro de longitud, cada uno erizado de troneras, cañones de plasma, baterías de armas energéticas y sistemas de lanzamiento. Eran antiguas naves de fines de la Sexta Era, reluciendo con modernos campos y construcciones de pseudomateria, como muérdago plateado en los troncos de robles negros. En la proa de cada una de estas mil naves se veía el emblema de un buitre tricéfalo cuyas garras empuñaban una cimitarra y un escudo. Delante y detrás de estas naves había nebulosas de polvo y máquinas más pequeñas, organismos del tamaño de bacterias, un millón de kilómetros cúbicos de nubes de polvo y nubes de tormenta y nanomaquinaria, titilando como auroras boreales.

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