Durante toda la tarde llegaron huéspedes de las granjas, de las pequeñas propiedades cercanas, muchos de los cuales habían sido invitados a la boda. Al ir a vestirse para la cena, Damon descubrió que había sido exiliado de su mitad de la suite. Ellemir le condujo a las habitaciones que compartían Andrew y Calista.
—Le he dado nuestras habitaciones a la gente de Syrtis —le explicó—. A Lorenz y Caitlia y a sus hijas. Tú y yo pasaremos la noche aquí, con Andrew y Calista. Aquí tengo tus ropas de fiesta.
Andrew, que compartía las atestadas habitaciones con Damon, con espíritu festivo decidió poner más bajo el espejo para que su amigo, más pequeño, alcanzara a verse en él. El mismo se agachó tocándose el pelo que había crecido sobre su nuca.
—Necesito que alguien me corte el pelo —dijo Andrew, y Damon se rió.
—No eres un Guardia ni un monje, así que no lo querrás más corto de lo que lo tienes, ¿verdad?
El pelo de Damon estaba cuidadosamente cortado a la altura del cuello; Andrew se encogió de hombros. Las costumbres y las vestimentas eran completamente relativas. Su propio pelo le parecía ahora terriblemente largo, descuidado e incómodo, y sin embargo era más corto que el de Damon. Al afeitarse con las navajas nuevas, se preguntó por qué, en un planeta tan frío como Darkover, sólo los ancianos tenían barba para protegerse del clima. Pero en fin, muchas veces las tradiciones no tenían sentido.
Abajo, al ver todo el salón adornado con ramas verdes y las tortas especiadas que olían de manera parecida al pan de jengibre de las Navidades terranas, todo le pareció intensa y dolorosamente semejante a una de las celebraciones de su infancia, en Terra. La mayoría de los invitados eran personas que ya había conocido en su boda. Todo el mundo bailaba, y se bebía tanto que eso sorprendió a Andrew, que había creído que los montañeses de Darkover eran gente sobria. Eso le dijo a Damon, y su cuñado asintió:
—Lo somos. Por eso sólo nos dedicamos a la bebida en ocasiones especiales, y esas ocasiones no son muy frecuentes. De modo que aprovéchalas. ¡Bebe, hermano! —Damon estaba siguiendo su propio consejo al pie de la letra, y ya estaba medio ebrio.
También hubo algunos de los ruidosos juegos y bazuquees que Andrew recordaba de su boda. Recordó también algo que había leído años atrás, acerca de que las sociedades urbanas, que tenían muchos momentos de ocio, desarrollaban diversiones muy sofisticadas, que eran innecesarias para los escasos momentos de ocio que gozaban las personas que pasaban gran parte de su tiempo dedicadas a pesados trabajos manuales. Al recordar, además, lo que había escuchado en ciertos lugares de su propio mundo, acerca de que los esforzados granjeros pasaban el tiempo con lo que más tarde se considerarían juegos de niños —pescar manzanas, o la gallinita ciega—, advirtió que debería haber imaginado esto. Incluso aquí, en la Casa Grande, había mucho trabajo duro y los festivales como éste eran escasos, de modo que si los juegos le parecían infantiles era por su culpa, no por culpa de estos granjeros trabajadores. La mayoría de los hombres tenían manos callosas, que delataban pesadas tareas físicas, incluso en el caso de los más nobles y distinguidos. Sus propias manos estaban endurecidas como nunca desde que había dejado el rancho de Arizona, a los diecinueve años. También las mujeres trabajaban, pensó, recordando los días que Ellemir se pasaba supervisando las cocinas, y las largas horas que Calista pasaba en el cuarto de destilación y en los invernaderos. Las dos se unieron alegremente a la danza y a los juegos simples. Uno de ellos era parecido a la gallinita ciega, en el que un hombre y una mujer tenían los ojos vendados y eran obligados a buscarse entre la multitud.
Cuando empezó el baile, Andrew fue muy requerido. Descubrió el motivo cuando un joven todavía adolescente arrastró a Calista a la danza, diciéndole a su pareja anterior, una muchacha que no parecía tener más de catorce años:
—¡Si bailo con una recién casada en el Solsticio de Invierno, me casaré antes de que termine el año!
La chica: una niña en realidad, vestida con una prenda floreada, y el pelo rizado sobre las mejillas, se acercó a Andrew, diciéndole con una sonrisa picara destinada a ocultar su timidez:
—¡Bien, entonces yo bailaré con el novio!
Andrew permitió que la niña le condujera a la pista de baile, advirtiéndole que no era buen bailarín. Más tarde volvió a verla, en un rincón junto al joven que quería casarse ese año, besándose con lo que le pareció una pasión muy poco infantil.
A medida que transcurría la noche empezaron a reunirse muchas parejas en los rincones, y había otras que se iban a la parte más oscura y externa del salón.
Dom
Esteban se emborrachó mucho, y finalmente lo llevaron a la cama, sin sentido, Uno a uno los huéspedes se marcharon, o se despidieron dando las buenas noches antes de ser escoltados a sus habitaciones. La mayoría de los criados se habían unido a la fiesta y estaban tan borrachos como los invitados, ya que no tenían por delante una larga cabalgata en el frío exterior. Damon se había quedado dormido sobre un banco del Gran Salón, y roncaba. Ya había la penumbra anterior al alba cuando miraron el Gran Salón, lleno de ramas marchitas, botellas y copas desparramadas, refrescos y dulces, y advirtieron que sus deberes de anfitriones habían concluido y podían irse a la cama. Al cabo de unos pocos esfuerzos por despertar a Damon, que masculló algo, lo dejaron allí y se fueron arriba sin él. Andrew estaba atónito. Incluso en su boda, Damon había bebido muy poco. Bien, incluso un hombre sobrio tenía derecho a emborracharse en Año Nuevo, supuso.
En las habitaciones que las dos parejas debían compartir esa noche a causa de los huéspedes, sintió una terrible frustración, intensificada por su estado de semiebriedad, una frustración amorosa, una desilusión. Era una vida infernal, esto de estar casado y tener que dormir solo. Un matrimonio infernal, hasta ahora, y con lo que le parecía una distorsión de fiesta navideña. Se sentía deprimido, sombrío. Tal vez, al estar Damon borracho, Ellemir... pero no, las mujeres se habían acostado juntas en la cama grande, tal como había ocurrido durante la prolongada enfermedad de Calista. Andrew supuso que debía dormir otra vez en la cama pequeña que era habitualmente la de Calista, y que Damon, si es que subía, dormiría en la salita exterior.
Las mujeres emitían risitas como de niñas. ¿También ellas habrían bebido? Calista le llamó con suavidad, y él se acercó a ellas. Las dos estaban muy juntas, y se reían bajo la escasa luz. Calista extendió una mano y lo atrajo hacia ellas.
—Hay lugar para ti aquí.
Él vaciló. ¿Tenía algún sentido que lo confundieran así? Después se rió. y se acostó junto a ambas. La cama era tan enorme que podría albergar a media docena de personas sin estar atestada.
—Quería probarte algo, amor mío —dijo Calista con suavidad, y con ternura empujó a Ellemir hacia Andrew.
Él sintió una feroz incomodidad que pareció arder en todo su cuerpo, aplacando su pasión como si fuera agua helada. Nunca en su vida se había sentido tan desnudo, tan expuesto.
Oh, demonios, pensó. Se estaba comportando como un tonto. ¿Acaso no era éste el paso siguiente, el más lógico? Pero la lógica no formaba parte de sus sentimientos.
Ellemir era cálida, familiar, consoladora entre sus brazos.
—¿Qué pasa, Andrew?
Lo que pasaba y, maldición, ella debía saberlo, era la presencia de Calista. Él suponía que para algunas personas, la situación resultaría particularmente excitante. Ellemir siguió sus pensamientos, que asociaban esta clase de situación con exhibiciones eróticas, intentos de despertar los paladares embotados, decadencia.
—Pero no es nada de eso, Andrew —le susurró—. Todos somos telépatas. Hagamos lo que hagamos, los otros lo sabrán, serán parte de eso... ¿de modo que por qué fingir que alguno de nosotros puede estar alguna vez totalmente aparte de los otros?
Sintió que los dedos de Calista le acariciaban el rostro. Era raro que incluso en la oscuridad, aunque las dos tenían manos pequeñas, idénticas, él pudiera estar seguro de que se trataba de la mano de Calista, y no la de Ellemir, la que le recorría las mejillas.
Sabía que entre telépatas no podía existir esa clase de intimidad, de modo que cerrar las puertas e intentar aislarse era tan sólo una farsa. Pero llegaba el momento en que uno dejaba de fingir...
Trató de reproducir su anterior estado amoroso, pero la borrachera y la incomodidad conspiraron para derrotarle. Ellemir se rió, pero era perfectamente claro que esa risa no pretendía ridiculizarlo.
—Creo que todos hemos bebido demasiado. Será mejor dormir, entonces.
Todos estaban casi dormidos cuando se abrió la puerta de la habitación y entró Damon, desplazándose de manera insegura. Les miró y sonrió.
—Sabía que os encontraría aquí. —Tiró sus ropas por todas partes. Todavía estaba muy borracho—. Vamos, hacedme sitio, dónde...
—Damon, tienes que dormir la borrachera —le dijo Calista—, ¿No estarías más cómodo...?
—Al infierno la comodidad —dijo Damon con voz espesa—. ¡Nadie debe dormir solo la noche del festival!
Riendo, Calista le hizo sitio a su lado, Damon se acostó y se durmió instantáneamente. Andrew sintió que una risa salvaje borraba toda su incomodidad. Mientras se quedaba dormido advirtió una fina hebra del contacto telepático que se establecía entre ellos, como si Damon, aún dormido, buscara el consuelo de la presencia de ellos, los acercara, entrelazados, juntos, sus corazones latiendo con el mismo ritmo, un pulso lento, un consuelo infinito. Pensó, sin saber si el pensamiento era suyo, o de algún otro, que Damon estaba allí y todo estaba bien ahora. Así debía ser. Sintió la conciencia de Damon:
Todos mis seres amados... Nunca volveré a estar solo...
Era tarde cuando se despertaron, pero las cortinas estaban cerradas y oscurecían la habitación. Ellemir se hallaba todavía en sus brazos. La joven se movió, se dio la vuelta somnolienta hacia él, lo abrazó con todo su calor de mujer. El sentimiento de intimidad, de compartirlo todo, todavía estaba allí, y él permitió que lo invadiera, aceptando la bienvenida que le daba el cuerpo de ella. De algún modo no se trataba solamente de Ellemir y él, sino de la conciencia, que se hallaba por debajo del nivel consciente, de que todos ellos participaban de eso, de que se entrelazaban de manera perfecta, única, más allá de todo análisis. Sentía ganas de gritarle al mundo, a todos: «Te amo, amo a todos.» En su estado de exaltación, no diferenciaba la excitación sexual que sentía por Ellemir de la ternura que experimentaba hacia Calista, de la fuerte calidez protectora que le unía a Damon. Todo era una emoción única, y era amor. Flotó y se sumergió en ella, se vació, la disfrutó. Sabía que habían despertado a los otros. Eso no parecía tener importancia.
Ellemir se movió h primera, estirándose, suspirando, riendo, bostezando. Se incorporó un poco y le besó rápidamente.
—Me gustaría quedarme todo el día aquí —dijo quejumbrosa—, pero estoy pensando en el caos que quedó abajo. Será mejor que baje por si alguno de nuestros huéspedes quiere desayunar. —Se inclinó y besó a Damon y, al cabo de un momento, besó también a Calista. Luego se levantó y fue a vestirse.
Damon, menos involucrado físicamente, percibió el esfuerzo que hacía Calista para conservar sus barreras. De modo que, después de todo, nada era completo. Ella todavía estaba afuera. Acercó un dedo a un ojo cerrado de la joven. Andrew había ido al baño. Estaban solos, y Damon sintió que el fingimiento de la joven desaparecía.
—¿Estas llorando, Calista?
—No, por supuesto que no. ¿Por qué habría de llorar? —Pero lloraba.
Él la abrazó, sabiendo que en ese momento los dos compartían algo que no incluía a los otros, esa experiencia compartida, esa penosa disciplina, esa sensación de estar
aparte
.
Andrew había ido a vestirse. Damon captó un fragmento de sus pensamientos. Satisfacción mezclada con mortificación, y pensó que por un tiempo Andrew fue uno de ellos. Ahora también estaba aparte. Sintió también las emociones de Calista, que nada le reprochaba a Ellemir, pero que necesitaba desesperadamente saber si podía compartir con ella. Sintió su pena desesperada, el súbito impulso salvaje de arañarse, de golpearse con los puños, de castigar su cuerpo mutilado e inútil, que era tan diferente de lo que debería ser. La abrazó, tratando de calmarla y tranquilizarla por medio de su contacto.
Ellemir regresó del baño con el pelo mojado y se sentó ante el tocador de Calista.
—Me pondré uno de tus vestidos, Cal. Hay tantas cosas que hacer —dijo—. ¡Eso es lo único malo de las fiestas!
Vio a Calista, que ocultaba el rostro contra Damon, y por un momento se sintió desgarrada por el mismo dolor de su hermana. Ellemir había sido criada creyendo que tenía muy poco del
laran
de su clan, pero ahora, al absorber todo el impacto del dolor de su melliza, sabía que el
laran
era más una maldición que una bendición. Y cuando Andrew regresó, sintió además que él estaba aparte.
Andrew estaba pensando que uno tenía que haber crecido acostumbrado a esta clase de cosas. Interpretó el tenso silencio de Ellemir como vergüenza o arrepentimiento por lo que había ocurrido, y se preguntó si tendría que disculparse. ¿Por qué? ¿Ante quién? ¿Ellemir? ¿Damon? Vio que Calista estaba en brazos de Damon. ¿Tenía derecho a quejarse? Intercambiarse era juego limpio, pero todavía sentía esa incomodidad casi física, disgusto, náusea... ¿o era tan sólo que había bebido demasiado la noche anterior?
Damon vio que Andrew les estaba mirando y sonrió.
—Supongo que a
Dom
Esteban le duele todavía más que a mí la cabeza esta mañana. Iré a echarme un poco de agua fría, y después bajaré para ver si puedo hacer algo por nuestro padre. No tengo corazón para dejarlo hoy también a cargo de su criado. —Agregó, desasiéndose lentamente, sin apuro, de Calista—: ¿Los terranos tienen alguna expresión para esta mañana, la que sigue a una noche como la de ayer?
—Docenas de expresiones —dijo Andrew, sombrío—, y cada una de ellas tan espantosa como la cosa que describe. —Resaca, pensó.
Damon fue al baño y Andrew se quedó cepillándose el pelo, furioso con Calista. Ni siquiera advirtió que la joven tenía los ojos enrojecidos. Lentamente, ella se levantó de la cama y se puso su bata floreada.
—Debo ir a ayudar a Ellemir. Las criadas no sabrán por dónde empezar. ¿Por qué me miras tan fijamente, esposo mío?