—¿Y tú has sido justo con alguno de nosotros? —exclamó ella—. ¿Es justo que insistas en seguir en un estado que todos tenemos que compartir, nos guste o no? Estás... has estado durante mucho tiempo, en un terrible estado de necesidad sexual. ¿Te crees que yo no lo sé? ¿Crees que Calista no lo sabe?
Él se sintió herido, invadido.
—¿Y a ti qué te importa?
Ella echó la cabeza hacia atrás y dijo:
—Sabes perfectamente que sí me importa. Sin embargo, Calista dijo que te negaste...
Maldición, había sido una sugerencia ultrajante, pero... ¡al menos Calista había tenido la decencia de plantearla de manera un poquito diferente! Y Ellemir era tan parecida a Calista, que Andrew no pudo impedir su propia reacción ante la joven.
—Puedo controlarlo —dijo con la boca apretada—. No soy un animal.
—¿Y qué eres? ¿Una planta de coles? ¿Controlarlo? No creo haber insinuado que te fueras y violaras a la primera mujer que se te cruzara. Pero que no lo hagas no significa que la necesidad no exista. De modo que, en esencia, nos estás mintiendo en todo lo que haces, en todo lo que
eres
.
—¡Dios todopoderoso! —estalló él—. ¿No hay vida privada en este lugar?
—Por supuesto. ¿No te has dado cuenta? Mi padre no ha estado haciendo preguntas que nos pudieran hacer sentir incómodos. En realidad no es asunto
de él
, ¿te das cuenta? No espiará.
Ninguno
de nosotros sabrá jamás si él sabe algo de lo que ha estado ocurriendo. Pero entre nosotros cuatro... es diferente, Andrew. ¿No puedes ser honesto al menos con nosotros?
—Y ¿qué se supone que debo hacer, entonces? ¿Atormentarla por aquello que ella no puede darme? —Recordó la noche en la que había hecho precisamente eso—. ¡No puedo volver a hacerlo!
—Por supuesto que no. Pero ¿no te das cuenta de que eso forma parte de lo que está dañando a Calista? Ella era terriblemente consciente de tu necesidad, de modo que finalmente se arriesgó...a lo que finalmente
ocurrió
, porque conocía tu necesidad, y sabía que tú no aceptarías ninguna otra cosa. ¿Vas a seguir así... aumentando su culpa... y la nuestra?
La falta de sueño, la preocupación y la fatiga, sumadas al fuerte licor ingerido con el estómago vacío, habían afectado profundamente a Andrew, confundiendo sus percepciones hasta lograr que las ofensivas sugerencias de Ellemir le parecieran casi sensatas. Si él hubiera hecho lo que le había pedido Calista, las cosas nunca hubieran llegado a ser tan serias...
No era justo. Tan parecida a Calista y tan terriblemente diferente... Echaba chispas.
—Soy amigo de Damon. ¿Cómo podría hacerle algo así?
—Damon es
tu
amigo —le replicó ella, con voz verdaderamente furiosa—. ¿Crees que disfruta viéndote sufrir? ¿O eres tan arrogante como para pensar —y su voz tembló— que podrías lograr que Damon me importara menos si hago por ti lo que cualquier mujer decente desearía hacer al ver a un amigo en ese estado?
Andrew la miró, y su furia igualó la de ella.
—Ya que somos tan espantosamente honestos, ¿no se te ocurrió que no es a ti a quien deseo? —Incluso ahora, la deseaba porque ella estaba
allí
, tan parecida a Calista como si fuera ella misma.
La furia de ella desapareció repentinamente.
—Mi querido hermano —usó la palabra
bredu
—, sé que es a Calista a quien amas. Pero en tu sueño era yo.
—Un reflejo físico —dijo él, brutalmente.
—Bien, también eso es real. Y significaría, al menos, que ya no necesitas atormentar a Calista por lo que ella no puede darte. —Se levantó para volver a llenarle la copa. Él la detuvo.
—No quiero más. Ya estoy medio borracho. Maldición, ¿acaso importa si la atormento de esa manera, o si la atormento acostándome con alguna otra?
—No comprendo —dijo, y él sintió que la confusión de Ellemir era genuina—. ¿Quieres decir que una mujer de tu pueblo, si por alguna razón no puede compartir la cama con su marido, se enojaría al descubrir... que él ha encontrado... consuelo en otra parte? ¡Qué extraño, y qué cruel!
—Creo que la mayoría de las mujeres piensan que si ellas... ellas tienen que abstenerse por alguna razón, es justo que el hombre comparta esa..., esa abstinencia. —Torpemente, buscó las palabras—. Mira, si Calista es desdichada, y yo voy a pegarme un revolcón... oh, diablos, no conozco las palabras corteses para decirlo... bien, ¿no es una indecencia que yo actúe así, como si
su
desdicha no importara demasiado, siempre y cuando yo esté satisfecho?
Suavemente, Ellemir le apoyó una mano sobre el brazo.
—Eso habla bien de ti, Andrew. Pero me resulta difícil imaginar que una mujer que ame a un hombre pueda no alegrarse de que él satisfaga sus necesidades.
—Pero ¿no sentiría que no la amo lo suficiente como para poder esperar?
—¿Crees que amarías menos a Calista si te acostaras conmigo?
Él le devolvió la mirada con firmeza.
—Nada en este mundo podría lograr que yo amara menos a Calista.
Nada.
Ella se encogió de hombros.
—Entonces, ¿cómo podría sentirse herida? Y piensa en esto, Andrew. Supongamos que algún otro, que no seas tú, pudiera ayudar a Calista a romper esas ataduras que no desea y que ella misma no puede romper. ¿Te enojarías acaso con ella, o la amarías menos?
Tocado en lo más vivo, Andrew recordó el momento en que le había parecido que Damon se había interpuesto entre los dos, sus celos casi frenéticos.
—¿Pretendes que crea que aquí a un hombre eso tampoco le importaría?
—Acabas de decirme que nada podría lograr que la amaras menos. ¿Se lo prohibirías entonces?
—¿Prohibírselo? No —dijo Andrew—, pero me preguntaría hasta qué punto era profundo
su
amor.
La voz de Ellemir tembló.
—¿Entonces los terranos son como los de las Ciudades Secas, que recluyen a sus mujeres detrás de los muros y las encadenan para que ningún otro hombre pueda tocarlas? ¿Es para ti un juguete que puedes guardar en una caja para que nadie más juegue con él? ¿Qué es el matrimonio para
ti
, entonces?
—No lo sé —dijo Andrew melancólicamente, mientras su furia se desvanecía—. Nunca antes estuve casado. No quiero pelear contigo, Elli. —Pronunció el apodo con torpeza—. Yo... solamente... bien, antes hablábamos de que las cosas eran extrañas para mí, y ésta es una de ellas. Creer que Calista no se molestaría si...
—Si la hubieras abandonado, o si la hubieras obligado a consentir, en contra de su voluntad... como ocurrió con
Dom
Ruyven de Castamir, que forzó a Lady Crystal a albergar a su
barragana
y a criar a todos los hijos bastardos que ella le dio... entonces, sí, ella podría tener un motivo de disgusto. Pero ¿cómo puedes creer que es una crueldad cuando es voluntad de ella? —Le miró a los ojos, extendió una mano y, suavemente, tomó una de las suyas—. Si tú sufres, Andrew, eso nos hace daño a todos. También a Calista. Y... a mí, Andrew.
Él había bajado todas sus defensas. El roce, las miradas, lo hacían sentir totalmente expuesto ante ella. No era raro que no vacilara en pasearse desnuda delante de él, se dijo. La verdadera desnudez era ésta.
Había llegado a ese momento crítico de la borrachera en el que desaparecen los prejuicios y las personas hacen cosas ultrajantes pensando que son habituales. Veía a Ellemir a veces como ella misma, a veces como si fuera Calista, a veces como un signo visible de contacto que sólo comenzaba a comprender, del vínculo cuádruple que existía entre ellos. Ella se agachó y posó su boca sobre la de él. El roce repercutió en su cuerpo como si fuera una corriente eléctrica. Toda su dolorida frustración respaldó la fuerza con que la tomó en sus brazos.
¿Esto está ocurriendo o estoy borracho y otra vez lo estoy soñando?
Sus pensamientos se confundieron. Era consciente del cuerpo de Ellemir entre sus brazos, esbelto, desnudo, confiado, con esa curiosa aceptación natural, espontánea. En un momento de claridad absoluta, supo que de esta manera ella también borraba su conciencia de Damon. No era sólo la necesidad de él, sino también la de ella. Eso le produjo alegría.
Estaba desnudo, pero no recordaba haberse sacado la ropa. Ella era cálida y flexible en sus brazos.
Sí, ella ha estado aquí antes, por un momento, los cuatro hemos estado fusionados, justo antes de que se produjera la catástrofe...
En lo profundo de su mente sintió una alegría cálida, agradable:
No, no eres una desconocida.
A través de la excitación creciente, llegó un triste, extraño pensamiento:
Debería haber sido Calista.
Ellemir era tan distinta en sus brazos, de alguna manera tan
sólida
, sin nada de la timidez ni la fragilidad que tanto le excitaban en Calista. Entonces sintió que ella le tocaba, y eso le excitó, borrando todo pensamiento. Sintió que su memoria desaparecía, y por un momento se preguntó si ella lo había hecho para que esa bruma suave oscureciera todo lo demás. Era sólo un cuerpo que sentía y reaccionaba, impulsado por la necesidad y la larga privación, sólo consciente del otro cuerpo entre sus brazos, que le respondía y lo aceptaba, de la excitación y la ternura que igualaban las que él mismo sentía, mientras buscaba la liberación deseada durante tanto tiempo. Cuando llegó fue tan intensa que creyó que perdería el sentido.
Al cabo de un tiempo cambió de posición. Ella le sonrió y le apartó el cabello de la cara. Se sintió tranquilo, calmado, agradecido. No, era más que gratitud, era una proximidad, como cuando... sí, como cuando se habían reunido a través de la matriz.
—Ellemir —dijo suavemente, como una reafirmación, como una constatación. Por el momento, era claramente ella misma, no Calista ni ninguna otra persona.
Ella le besó con suavidad en la sien, y de repente el agotamiento y el alivio de liberarse después de una prolongada abstinencia cayeron simultáneamente sobre él, y se durmió en brazos de Ellemir. Tiempo después, un tiempo que no podía definir, se despertó para ver a Damon que les miraba.
Se le veía agotado, demacrado y Andrew pensó, consternado, que era el mejor amigo que había tenido nunca, y aquí estaba, en la cama con su esposa.
Ellemir se incorporó con rapidez.
—¿Calista...?
El suspiro de Damon pareció brotar de las raíces de su cuerpo.
—Estará bien. Está dormida.
Se tambaleó y casi cayó sobre ellos. Ellemir le tendió los brazos, estrechándole contra su pecho.
Andrew pensó que sobraba aquí, y después, al percibir el agotamiento de Damon, y lo próximo que estaba a un derrumbe, advirtió que su preocupación por sí mismo era egoísta, irrelevante. Torpemente, deseando encontrar mejor manera de expresar lo que sentía, rodeó con un brazo los hombros de Damon.
Damon volvió a suspirar.
—Está mejor de lo que suponía —dijo—. Está muy débil, por supuesto, y exhausta. Después de todo lo que tuvo que pasar... —Se estremeció, y Ellemir lo estrechó sobre sus pechos.
—¿Fue tan terrible, querido?
—Terrible, sí, terrible para
ella
—murmuró Damon, e incluso entonces, sintió Ellemir, mientras se le encogía el corazón, Damon trataba de protegerla, de protegerlos a ambos de la desnudez de su recuerdo.
—Fue muy valiente —agregó—, y yo no podía soportar tener que hacerle tanto daño. —Su voz se quebró. Ocultó el rostro entre los pechos de Ellemir y empezó a sollozar roncamente, indefenso.
Andrew pensó que debía marcharse, pero Damon buscó su mano aferrándose a ella con la intensidad del dolor. Andrew, dejando de lado la incomodidad que sentía por estar presente en un momento así, pensó que en ese instante Damon necesitaba todo el consuelo que se le pudiera ofrecer. Sólo dijo suavemente, cuando el llanto de su amigo se calmó:
—¿Debería ir con Calista?
Damon captó el doble sentido:
Tú y Ellemir tal vez prefiráis quedaros solos.
En su estado, en carne viva, exhausto, le resultó tan doloroso como un rechazo. Cuando habló, sus palabras fueron hirientes.
—No sabrá si estás con ella o no. ¡Pero haz lo que se te antoje! —y lo que no dijo fue tan audible como lo que había dicho:
Si no ves la hora de alejarte de nosotros...
Todavía no comprende....
Damon, ¿cómo podría comprender?
La misma Ellemir apenas si comprendía. Sólo sabía que cuando Damon estaba así resultaba penoso, agotador. Su necesidad era tanto mayor de la que ella podía satisfacer y tampoco podía consolarlo de ninguna manera. Su propia incapacidad la atormentaba. No era algo sexual —
eso
podría haberlo comprendido, y aliviarlo—, sino que lo que sentía en Damon la dejaba exhausta e impotente porque no era ninguna clase de necesidad que ella pudiera reconocer o comprender. Algo de su desesperación llegó a Andrew, aunque todo lo que la joven dijo fue:
—Por favor, quédate. Creo que ahora nos quiere a ambos aquí.
Damon, aferrándose a ambos con una desesperada y profunda necesidad de contacto físico que no era, la verdadera necesidad que sentía, pensó:
No, no comprenden.
Y más racionalmente:
Yo tampoco lo comprendo.
Por el momento, era suficiente que estuvieran allí. No lo era todo, no era lo que necesitaba, pero por el momento podía pasar. Y Ellemir, estrechándolo con fuerza, desesperada, pensó que tal vez así pudieran calmarlo un poco.
Pero ¿qué era lo que verdaderamente necesitaba? ¿Lo sabría ella alguna vez? Se preguntaba: ¿Cómo podría saberlo, si él mismo no lo sabía?
Calista se despertó y permaneció con los ojos cerrados, sintiendo el sol sobre los párpados. Durante la noche, a través del sueño, había sentido que la tormenta cesaba, que la nieve dejaba de caer y que las nubes desaparecían. Esta mañana había sol. Se desperezó, disfrutando del lujo de no sentir dolor. Todavía se sentía débil, exhausta, aunque ahora le parecía que había dormido dos o tres días enteros, sin intervalos, después de aquella pavorosa odisea. Más tarde, se había quedado algunos días en cama, recuperando las fuerzas, aunque se sentía bastante bien. Sabía que lo primero que debía recuperar era la salud, esa salud que siempre había sido excelente, y eso le llevaría tiempo.
Y cuando estuviera bien, ¿qué ocurriría? Pero se controló. Si empezaba o preocuparse por eso, no tendría paz.
Estaba sola en la habitación. Eso también era un lujo. Había pasado tantos años sola que había llegado a ansiar tanto la soledad como la había temido durante los difíciles años del entrenamiento. Y mientras estuvo enferma no estuvo jamás sola, ni por un instante. Conocía el motivo —ella misma, sin vacilar, hubiera indicado el mismo tratamiento para cualquiera que se hallara en su estado— y había agradecido los cuidados y el amor permanente que le habían dispensado. Ahora, sin embargo, le agradaba despertarse y advertir que otra vez podía estar sola.