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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La Torre Prohibida (28 page)

BOOK: La Torre Prohibida
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—No soy digno de eso —dijo Andrew—. De todo ese sufrimiento.

—¡Y tan condenadamente innecesario! —le interrumpió Damon. Estaba blasfemando. No había ninguna ley más estricta que aquella que prohibía a una Celadora, si había devuelto el juramento y perdido la virginidad, volver a hacer alguna vez trabajos de matriz serios.

—Eso era lo que ella deseaba, Andrew. Abandonar su trabajo de Celadora por ti.

—Entonces ¿qué debemos hacer? —preguntó Andrew—. ¡No puede seguir así, o todo esto la matará!

—Tendré que limpiarle los canales —dijo Damon, con reticencia—. Y eso es lo que ella no quiere que haga.

—¿Por qué no?

Damon no respondió de inmediato.

—Usualmente se hace bajo los efectos del
kirian
—dijo finalmente—, y yo no dispongo de él. Sin
kirian
, resulta condenadamente doloroso.

La respuesta podía llevar a pensar que Calista era una cobarde, y él no quería dar esa impresión, pero no se sentía capaz de explicarle a Andrew cuál era la verdadera objeción de Calista. Con alivio, sus ojos cayeron sobre el estuche del
rryl
.

—Pero si está suficientemente bien para pedir su instrumento, tal vez verdaderamente esté mejor —dijo, con un ápice de esperanza—. Llévaselo, Andrew. Pero... —hizo una pausa antes de decir con reticencia otra vez—: no la toques. Aún reacciona contigo.

—Pero ¿no es eso lo queremos?

—No mientras ambos sistemas estén sobrecargados y se interfieran —dijo Damon, y Andrew bajó la cabeza, diciendo en voz baja:

—Lo prometo.

Pasó junto a Damon, para entrar en la habitación de Calista... y se detuvo, consternado. Calista estaba tendida, en silencio, inmóvil, y durante un aterrador momento no la vio respirar. Tenía los ojos abiertos, pero no le veía, y sus ojos no se movieron para seguirle cuando la sombra de él se interpuso entre ella y la luz. Un miedo terrible le invadió; sintió que un grito inaudible le anudaba la garganta. Giró para llamar a Damon, pero éste ya había captado el impacto telepático de su pánico y entró corriendo en la habitación. Del pecho de su amigo brotó un enorme suspiro de alivio, casi un jadeo.

—Está bien —dijo agarrándose a Andrew, como si estuviera mareado—... no está muerta, ha... ha dejado su cuerpo. Está en el supramundo, eso es todo.

—¿Qué podemos hacer por ella? —susurró Andrew, observando con fijeza los ojos muy abiertos que nada veían.

—En su actual estado físico, no podrá quedarse demasiado —dijo Damon, mientras en su voz se mezclaban la preocupación y la esperanza—. Ni siquiera imaginé que tenía la fuerza suficiente para esto... Pero si la tiene... —No lo dijo en voz alta, pero ambos escucharon lo que no había dicho:
Pero si la tiene, tal vez no esté tan mal como tememos.

Desplazándose por los grises espacios del supramundo, Calista percibió sus gritos y temores, pero vagamente, como en un sueño. Por primera vez en una eternidad, no sentía dolor. Había dejado atrás su cuerpo torturado, saliendo de él como de una prenda demasiado grande, deslizándose hasta los reinos familiares. Sintió que se formaba en los grises espacios del supramundo, con su cuerpo tibio y calmado y tranquilo como era antes... Se vio envuelta en los translúcidos pliegues de su túnica de Celadora, una leronis, una hechicera.
¿Todavía me veo de esta manera?
, se preguntó, profundamente perturbada.
No soy una Celadora sino una mujer casada, en mente y corazón aunque no en los hechos...

La vacuidad del mundo gris la asustó. Buscó, casi automáticamente, un punto de referencia, y a cierta distancia, entre la bruma, vio el leve centelleo que era el equivalente de la red energética, en este mundo, de la Torre de Arilinn.

No puedo ir
allí
, pensó,
he renunciado
, aunque con el pensamiento sentía un desesperado anhelo de volver al mundo que había dejado atrás para siempre. Como si ese anhelo hubiera dado vida a una respuesta, vio que el centelleo se hacía más intenso y, casi con la velocidad del pensamiento, se encontró
allí
, dentro del Velo, en su propio retiro secreto, el Jardín de la Fragancia, el Jardín de las Celadoras.

Entonces vio ante ella la forma velada que adquiría consistencia lentamente. No necesitaba ver el rostro de Leonie para reconocerla.

—Mi querida niña —dijo Leonie. Calista sabía que se trataba tan sólo de un tenue contacto del pensamiento, pero tan real era su mutua presencia en este terreno familiar que la voz de Leonie sonaba rica, cálida, más tierna que en la vida real. Sabía que solamente en este plano no físico, Leonie podía arriesgarse a experimentar una emoción de esa clase—. ¿Por qué has acudido a nosotros? Creí que te habías ido para siempre, que estabas fuera de nuestro alcance,
chiya
. ¿O has llegado hasta aquí vagando en sueños?

—No es un sueño,
Kiya
. —La ira la invadió, como si fuera un shock helado que inundara cada uno de sus nervios. La controló, tal como le habían enseñado a hacerlo desde la infancia, ya que la ira de los Alton podía matar. Con voz fría e inquisitiva, que rechazaba la ternura de Leonie, dijo—: ¡Vine a buscarte para preguntarte por qué me diste tu bendición mintiendo! ¿Por qué me mentiste? —Su voz sonaba como un alarido para sus propios oídos—. ¿Por qué me ataste con ligaduras que no puedo romper? ¿Cuando me entregaste en matrimonio, te burlaste de mí? Tú, que no conociste la felicidad, ¿me la niegas también a mí?

Leonie hizo un gesto de dolor, y de dolor también estaba colmada su voz.

—Había supuesto que eras feliz, una esposa,
chiya
.

—¡Sabes muy bien lo que has hecho para lograr que eso sea imposible! ¿Puedes jurarme que no me has neutralizado, tal como se hacía en otras épocas a todas las Damas de Arilinn?

El rostro de Leonie se colmó de horror.

—Los Dioses son testigos, niña, y los objetos sagrados de Hali... no eres neutra. Pero, Calista, eras muy joven cuando entraste en la Torre...

Mientras Leonie hablaba, el tiempo pareció retroceder y Calista se sintió transportada a una época casi olvidada, cuando el pelo se le rizaba a la altura de las mejillas y aún no lo llevaba trenzado como el de una mujer... Sintió una vez más la atemorizada reverencia que había sentido por Leonie antes de que la mujer se convirtiera en su madre, su guía, su maestra, su sacerdotisa...

—Tuviste éxito como Celadora mientras otras seis fracasaban, mi niña. Creí que estabas orgullosa de eso.

—Lo estaba —murmuró Calista, agachando la cabeza.

—Pero me engañaste, Calista; si no, jamás te hubiera permitido irte. Me hiciste creer... aunque no me parecía posible, que ya habías respondido a tu amante, que si no te habías acostado con él había faltado muy poco para que pudieras hacerlo. Y entonces pensé que tal vez yo misma no había tenido éxito, que tal vez tu éxito corno Celadora se había producido porque tú misma
creías
que estabas libre de las cosas que atormentaban a las otras mujeres. Entonces, cuando el amor llegó a tu vida y descubriste en qué lugar se hallaba tu corazón, entonces, como ha ocurrido con muchas Celadoras, ya no te había resultado posible seguir dormida. Y entonces te di mi bendición y te liberé de tu juramento, Pero si no es así, Calista, si no es así...

Calista recordó la furiosa pulla de Damon:
¿Te pasarás la vida contando la ropa blanca y preparando hierbas para el pan especiado, tú que fuiste Calista de Arilinn?
Y Leonie también escuchó mentalmente, el mismo eco.

—Te lo dije antes, querida, y ahora te lo repito otra vez. Puedes volver a nosotros. Un poco de tiempo, un poco de readiestramiento y serías otra vez una de nosotras.

Hizo un gesto, el aire se encrespó, y Calista apareció vestida con el atavío carmesí de Celadora, con ornamentos rituales en la frente y en el cuello.

—Vuelve a nosotros Calista. Vuelve.

—Mí esposo... —dijo ella, con voz desgarrada.

Leonie descartó la objeción con un gesto.

—Los matrimonios entre compañeros libres no significan nada, Calista, una ficción legal mientras no se han consumado. ¿Qué es lo que te ata a ese hombre?

Calista empezó a decir:

—El amor,.. —pero ante la despreciativa mirada de Leonie ni siquiera pudo terminar de pronunciar la palabra.

—Una promesa, Leonie —dijo en cambio.

—Tu promesa a nosotros fue anterior. Naciste para este trabajo, Calista, es tu destino. ¿Recuerdas que diste tu consentimiento para que se te hiciera lo que se te hizo? Eras una entre las siete que vinieron ese año. Seis de las jóvenes fallaron, una tras otra. Ya eran adultas, sus canales nerviosos eran maduros. La limpieza de los canales y el condicionamiento antisexual les resultó demasiado doloroso. Y también estaba Hilary Castamir, ¿recuerdas? Fue Celadora, pero cada mes, durante su período menstrual, padecía convulsiones, y el costo era demasiado alto para ella. Yo estaba desesperada, Calista, ¿recuerdas? Hacía el trabajo de tres Celadoras, y mi propia salud había empezado a resentirse. Y por ese motivo te lo expliqué todo, y tú consentiste...

—¿Cómo podía consentir? —Gritó Calista, desesperada—. ¡Ni siquiera sabía qué era lo que me pedías!

—Sin embargo aceptaste ser entrenada cuando todavía no eras adulta y tus canales estaban, por lo tanto, inmaduros. Y así pudiste adaptarte al entrenamiento con toda facilidad.

—Lo recuerdo —dijo Calista, en voz muy baja.

Se había sentido tan orgullosa por tener éxito donde muchas fracasaban, por ser Calista de Arilinn y ocupar un lugar entre las grandes Celadoras de las leyendas. Recordó el gozo que le causó asumir la dirección de los grandes círculos, sentir que esas enormes presiones fluían sin obstáculos a través de su cuerpo, de aprender y dirigir los enormes anillos de energones...

—Y eras tan joven, que no me pareció probable que alguna vez pudieras cambiar. Fue pura casualidad. Pero, querida, todo puede volver a ser tuyo otra vez. Sólo tienes que decirlo.

—¡No! —Gritó Calista—. ¡No! He devuelto mi juramento...¡No lo quiero!

Y sin embargo, en cierto sentido no estaba del todo segura.

—Calista, yo podría haberte obligado a regresar. Todavía eras virgen, y la ley me permitía requerirte para que regresaras a Arilinn. Hay mucha necesidad, y yo ya soy vieja. Sin embargo, tal como dije, es una carga demasiado grande para llevarla sin voluntad. Te liberé, niña, a pesar de que soy vieja y esto significa para mí que debo seguir llevando esa carga hasta que Janine tenga edad y fuerza suficientes para este trabajo. ¿Acaso eso te parece un mal deseo, crees que te mentí cuando te di mi bendición y te deseé que pudieras vivir feliz con tu amante? Creí que ya estabas libre. Pensé que al aceptar tu renuncia me sometía ante lo inevitable, que ya eras libre de hecho y que no había motivo para retenerte, atada a tu palabra, y torturarte intentando hacerte regresar, para limpiarte los canales y obligarte a intentarlo otra vez.

—Yo esperaba... creí estar libre... —susurró Calista.

Pudo sentir el horror de Leonie como una cosa tangible.

—Mi pobre niña... ¡qué riesgo asumiste! ¿Cómo podía importarte tanto un hombre, teniendo todo esto ante ti? ¡Calista, querida, vuelve a nosotros! Curaremos todas tus heridas. Regresa al lugar que perteneces...

—¡No!

Fue un grito de renuncia. Como si hubiera reverberado en el otro mundo, pudo oír la voz de Andrew, que gritaba su nombre con dolor.

—Calista, Calista, vuelve con nosotros...

Hubo una breve y aguda conmoción, la conmoción de la caída. Leonie desapareció y el dolor se clavó como flechas en su cuerpo. Se encontró tendida en su cama, y vio el rostro de Andrew, pálido como la muerte, inclinado sobre ella.

—Pensé que esta vez te había perdido para siempre —susurró él.

—Tal vez sería mejor... —murmuró la joven, atormentada.

Leonie tenía razón. Nada me ata a él salvo palabras... y mi destino es ser una Celadora.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse y se vio protegida por una extraña pared desconocida, que no era la de Arilinn. Atrapó los hilos de fuerza entre sus manos, armó los anillos de energones...

Tendió las manos hacia Andrew, pero instintivamente se replegó. Después, al sentir la pena de él, volvió a tenderle las manos, indiferente al puñal del dolor, a su advertencia.

—Nunca volveré a dejarte —dijo, y se aferró desesperadamente a sus manos.

No puedo regresar. Si no hay ninguna respuesta moriré, pero no regresaré jamás.

Sólo las palabras me atan a Andrew. Y sin embargo... las palabras... las palabras tienen poder.
Abrió los ojos, mirando directamente a su esposo, y repitió las palabras que él había pronunciado en la boda.

—Andrew. En los buenos tiempos y en los malos... en la riqueza y en la pobreza... en la salud o la enfermedad... mientras estemos con vida —dijo, y sus manos se cerraron sobre las de él—. Andrew, amor mío, no debes llorar.

11

Damon sentía que nunca había experimentado tanta frustración como ahora. Leonie había actuado por motivos que, en su momento, le habían parecido lícitos y que él, de alguna manera, podía comprender.

Debía haber una Celadora en Arilinn. Durante toda la vida de Leonie, ésa había sido la consideración principal, y nada podía superarla. Pero no encontraba la forma de explicarle eso a Andrew.

—Estoy seguro de que, si yo estuviera en tu lugar, me sentiría de la misma manera —le dijo. Era ya tarde, de noche, y Calista había caído en un sueño agotado e inquieto, pero al menos dormía, sin drogas, y Damon trató de hallar en ese signo un atisbo de esperanza—. No puedes culpar a Leonie...

—¡Puedo hacerlo y lo hago! —le interrumpió Andrew, y Damon suspiró.

—Trata de comprender. Hizo lo que creyó mejor, no sólo para las Torres sino también para Calista, para ahorrarle todo el dolor y el sufrimiento. Difícilmente podría haber supuesto que Calista desearía casarse... —había empezado a decir «con alguien de otro mundo», pero se interrumpió, aunque por supuesto Andrew captó el pensamiento de todos modos. Un oscuro sonrojo, a medias de indignación, a medias de vergüenza, se extendió en el rostro del terrano. Dio la espalda a Damon, con una expresión cerrada y terca, y Damon suspiró, pensando que todo esto debía arreglarse rápido, pues si no perderían también a Andrew.

La idea resultaba dura, casi intolerable. Desde aquel momento de fusión cuádruple a través de la matriz, cuando Calista todavía estaba prisionera, Damon había encontrado algo que había creído irrevocablemente perdido para él cuando lo despidieron de la Torre: el vínculo telepático de un círculo.

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