La Torre Prohibida (30 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: La Torre Prohibida
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Supo que Leonie lo había despedido de la Torre por cosas como ésta. Había dicho que él era demasiado sensible, que lo destruirían, recordó, y entonces, por primera vez en su vida, se rebeló. Su sensibilidad debería haber sido una fuerza, no una debilidad. Debería haberlo hecho todavía más valioso para ellas. Ellemir se sentó a su lado. Damon extendió una mano hacia ella aunque, a pesar de toda su angustiosa necesidad, hacía mucho que no les había unido el acto amoroso. Pero la larga disciplina de un mecánico de matrices se mantuvo en su mente. No se le ocurrió que podía quebrantar el hábito. La atrajo hacia sí, la besó suavemente y le dijo:

—Tengo que ahorrar mis fuerzas, mañana será un día muy exigente. De otro modo...

Depositó un beso en la palma de la mano de la joven, como un recuerdo privado y una promesa.

Ellemir percibió que él fingía una alegría y una confianza que en realidad no sentía, y por un momento la indignó que Damon creyera que ella no lo sabía, o que pensara que podía fingir o mentirle. Entonces advirtió la dura disciplina que se ocultaba detrás de ese optimismo, la rígida cortesía de un trabajador telepático. Otorgar cualquier tipo de reconocimiento mental a ese miedo sólo lo reforzaría, crearía una suerte de retroalimentación positiva, que los haría girar en un perpetuo caos de desesperación. Con un atisbo de cinismo, la joven pensó que estaba recibiendo duras lecciones acerca de lo que significaba estar tan estrechamente vinculada a un telépata en actividad. Pero su amor y su preocupación por Damon eran más grandes. Sabía que él no deseaba compasión, sino que su mayor necesidad, ahora, era la de liberarse de la preocupación de tener que compensar el miedo
de ella
.

Debía cargar con su propio miedo, se advirtió a sí misma. No podía cargárselo a Damon. Le tomó la mano y se inclinó para devolverle el beso.

Agradecido, él la atrajo hacia sí, sosteniéndola con su brazo, en un contacto consolador que nada pedía a cambio.

Andrew los miró desde donde se hallaba, arrodillado junto a Calista, y Damon percibió sus emociones: miedo por Calista, pavor, incertidumbre —
¿Verdaderamente Damon puede ayudarla?
—, tristeza al pensar que la joven volvería a ser íntegramente una Celadora, si todos sus canales quedaban limpios como durante el condicionamiento. Y, al ver a Ellemir junto a Damon, arrebujada en sus brazos, sintió una confusión que en realidad no eran celos verdaderos. Calista y él nunca habían tenido eso... La compasión de Damon por Andrew fue tan profunda que tuvo que ahogarla, asfixiarla para que no lo desgarrara y le quitara fuerzas para lo que debía hacer al día siguiente.

—Quédate cerca de Calista. Llámame si hay algún cambio, por pequeño que sea —dijo, y Andrew acercó una silla a la cama de la joven y se agachó sobre ella, sosteniéndole con cuidado una mano.

Pobre diablo, pensó Damon, ahora ni siquiera puede perturbarla. Ella está ya demasiado lejos, pero él tiene que sentir que está haciendo algo por ella, o se derrumbará. Y desapareció el consuelo que le trasmitía la presencia cercana de Ellemir. Con rígida disciplina, se obligó a relajarse, a tenderse en silencio a su lado, a aflojar los músculos y a flotar en el estado de calma que necesitaba para lo que tendría que hacer.

Finalmente, flotando, se durmió. Hacía rato que había amanecido cuando Calista se movió y abrió los ojos, confundida.

—¿Andrew?

—Aquí estoy, amor. —Le apretó la mano—. ¿Cómo te sientes?

—Mejor, creo. —No podía sentir ningún dolor. En algún momento, mucho tiempo atrás, alguien le había dicho que eso era un mal signo. Pero después de todo el sufrimiento de los últimos días, se sentía agradecida—. Aparentemente, he dormido mucho tiempo, y Damon se preocupaba porque no lo hacía.

¿Ni siquiera sabía que había estado drogada? En voz alta, él le dijo:

—Iré a llamar a Damon —y se marchó.

En la otra cama, Damon estaba tendido abrazando a Ellemir con un solo brazo. Andrew volvió a sentir la cruel puñalada de la envidia y el dolor. Se les veía tan seguros, tan felices el uno con el otro. ¿Alguna vez tendrían algo así Calista y él? Tenía que creer que sí, o moriría.

Se abrieron los azules ojos de Ellemir. Le sonrió, y Damon se despertó instantáneamente al sentir que la joven se había movido.

—¿Cómo está Calista?

—Parece que mejor.

Damon le miró con escepticismo, se levantó y fue junto a Calista. Al seguirle, de pronto Andrew la vio a través de los ojos de Damon: pálida y demacrada, con los ojos profundamente hundidos en sus cuencas.

—Calista —dijo Damon con suavidad—, tú sabes tan bien como yo lo que tenemos que hacer. Eres una Celadora, muchacha.

—¡No me llames así! —estalló ella—. ¡Nunca más!

—Sé que has sido liberada de tu juramento, pero un juramento es tan sólo una palabra, Calista. Te lo recuerdo, no hay otro camino. No puedo asumir la responsabilidad...

—¡No te he pedido que lo hagas! ¡Soy libre!

—Libre para morir —dijo brutalmente Damon.

—¿No crees que preferiría morir? —dijo ella, y por primera vez desde aquella noche, rompió a llorar. Damon la observó con el rostro impasible como una piedra, pero Andrew la tomó en brazos, estrechándola contra él en un gesto protector.

—¡Damon, qué demonios crees que le estás haciendo!

El rostro de Damon se sonrojó de ira.

—¡Maldición, Calista —dijo—, estoy cansado de que me traten como un monstruo que se interpone entre ambos! ¡Me he agotado tratando de protegeros a los dos!

—Lo sé —sollozó ella—, pero no puedo soportarlo. ¡Sabes lo que todo esto nos está haciendo a Andrew y a mí, nos está matando!

Andrew notó que las manos de la joven temblaban mientras ella se le aferraba y él la acunaba, acunaba su cuerpo frágil como el de una criatura. Desde alguna parte, le pareció verla como una extraña red de luz, una especie de red energética eléctrica. ¿De donde procedía esa extraña percepción? Andrew sentía que su cuerpo ya no parecía real, sino que temblaba en el vacío, y que también él era tan sólo una frágil red de energías eléctricas que chispeaban y centelleaban mientras le invadía una debilidad mortal, creciente...

Ahora tampoco podía ver a Damon... también él se había perdido detrás de las arremolinadas redes de energía. No, Damon fluía, cambiante, encendiéndose de ira, con un opaco color rojo, como el de un horno. Andrew ya le había visto así cuando se había enfrentado con Dezi. Como todos los hombres de fuerte temperamento, cuya furia estallaba con la misma rapidez con que se apaciguaba, Andrew quedó consternado y horrorizado al ver el profundo centelleo rojo como un horno de Damon. Vagamente supo, detrás de los cambiantes colores de las energías eléctricas, que el hombre-Damon caminaba hacia la ventana y se quedaba allí, dándoles la espalda, contemplando la tormenta de nieve mientras luchaba para controlar su ira. Andrew podía sentir su furia interna, del mismo modo que sentía el dolor de Calista, la confusión de Ellemir. Luchó para lograr que todos ellos se volvieran sólidos otra vez, que fueran otra vez consistentes y humanos, no confusos remolinos de imágenes eléctricas. ¿Qué era real?, se preguntó. ¿Acaso eran tan sólo masas de energías que giraban, campos energéticos y átomos que se movían en el espacio? Se debatió para conservar las percepciones humanas, a través del contacto febril y frenético de Calista. Deseaba ir hasta la ventana... Fue hasta la ventana y tocó a Damon... No se movió, retenido por el peso de Calista en su regazo. Luchando por recuperar el habla, dijo, en tono convincente:

—Damon, nadie cree que seas un monstruo. Calista hará lo que te parezca mejor. Los dos confiamos en ti, ¿verdad, Calista?

Haciendo un esfuerzo, Damon logró controlar su ira. Era raro en él que dejara que le dominara aunque sólo fuera por un momento. Se sintió avergonzado. Finalmente se acercó a ellos y dijo suavemente:

—Andrew tiene derecho a intervenir en tu decisión, Calista. No puedes seguir haciéndonos esto a todos. Si fuera solamente decisión tuya... —Se interrumpió, alarmado—: ¡Andrew, déjala, rápido!

Calista se había desmayado en brazos de Andrew. Estremecido por el temor que percibió en la voz de Damon, Andrew no protestó cuando el otro le quitó a Calista del regazo y la depositó en la cama. Con un gesto, indicó a Andrew que se alejara. Perplejo, resentido, Andrew obedeció. Damon se inclinó sobre la joven.

—¿Lo ves? —le dijo—. No, no vuelvas a llorar, no tienes fuerzas suficientes. ¿No sabes que tuviste una crisis anoche? Tuviste una convulsión. Te di un poco de
raivannin
... Tú sabes tan bien como yo lo que eso significa, Cal.

Ella apenas si tenía fuerza como para hablar en un susurro.

—Creo... que todos estaríamos mejor...

Damon le tomó suavemente las muñecas, unas muñecas tan delgadas que incluso las manos de Damon, que no eran grandes, las podían abarcar. Sintiendo la mirada resentida de Andrew, dijo con cansancio:

—No tiene fuerzas ni para soportar otra convulsión.

—¿También eso es culpa mía? —dijo Andrew, ya sin capacidad de resistencia—. ¿Siempre será peligroso que yo la toque?

—No culpes a Andrew, Damon... —La voz de Calista fue tan sólo un hálito—. Fui yo la que quiso...

—¿Lo ves? —Dijo Damon—. Si estás lejos de ella, quiere morir. Si te dejo tocarla, su tensión física empeora. Aparte de la tensión emocional, que os está destrozando, físicamente ya no puede soportar más. Hay que hacer algo rápido, antes de...

—Se interrumpió, pero todos sabían qué era lo que no había dicho: antes de que padezca otra convulsión, y no podamos controlarla.

—Sabes qué es lo que hay que hacer, Calista, y sabes cuánto tiempo tienes para decidirte. Maldición, Cal, ¿crees que quiero atormentarte cuando te hallas en este estado? Sé que físicamente estás en el mismo estado de una niña de doce años, pero
no
eres una niña... ¿por qué no dejas de comportarte como si lo fueras? ¿De alguna manera no puedes conseguir comportarte como la adulta profesional que te enseñaron a ser? ¡Acaba con tu conducta emocional! ¡Debemos enfrentarnos con un hecho físico! Eres una Celadora...

—¡No lo soy! ¡No lo soy! —jadeó ella.

—¡Demuestra al menos un poco del valor y del buen sentido que aprendiste! Estoy avergonzado de ti. Tu círculo se avergonzaría de ti. Leonie se avergonzaría...

—Maldición, Damon —empezó a decir Andrew, pero Ellemir, con los ojos centelleantes, le tomó del brazo.

—No te metas en esto, tonto —le susurró—. ¡Damon sabe lo que hace! ¡Lo que está en juego es la vida de ella!

—Tienes miedo —le dijo Damon, provocándola—, ¡tienes miedo! ¡Hilary Castamir no tenía todavía quince años, pero soportó que le limpiaran los canales cada cuarenta días durante más de un año! ¡Y tú tienes miedo de que yo te toque!

Calista yacía cobre sus almohadas, inmóvil bajo la presión de Damon, con el rostro mortalmente pálido cuando sus ojos empezaron a brillar con una llama poderosa que ninguno de ellos había visto antes. Su voz, a despecho de la debilidad, temblaba con una furia tal que sonó como un grito.

—¡Tú...! ¡Tú te atreves a hablarme de ese modo, tú a quien Leonie despidió de Arilinn gimiendo como un cachorro, porque no tenías el valor necesario! ¿Quién te crees que eres para hablarme de este modo?

Damon se incorporó, liberándola como si, pensó Andrew, tuviera miedo de estrangularla si no se alejaba de ella. Otra vez estaba rodeado de ese oscuro resplandor rojo, como el de un horno. Andrew apretó los puños hasta ver la sangre debajo de las uñas, tratando de impedir que todos ellos volvieran a desintegrarse en arremolinados campos energéticos.

—¿Que quién soy? —gritó Damon—. ¡Soy tu pariente más cercano, y soy tu técnico, y sabes muy bien qué más soy! Y si no logro que seas razonable, si no usas tus conocimientos y tu sentido común, te juro, Calista de Arilinn, que haré que traigan a
Dom
Esteban para que ensayes con él tus rabietas. Si tu esposo no consigue que te comportes como debes, y si tampoco lo consigo yo, como técnico, entonces, muchacha, ¡arréglate con tu padre! Es viejo, pero todavía es Lord Alton, y sí le explico...

—¡No te atreverías! —dijo ella, pálida de furia.

—Pruébalo —replicó Damon, volviéndole la espalda y manteniéndose firme, ignorándolos a todos. Andrew se quedó en su sitio, incómodo, paseando la mirada desde la espalda de Damon hasta el rostro de Calista, pálido y furioso sobre la almohada, aferrada a su conciencia solamente gracias a esa misma furia. ¿Alguno de los dos cedería, o ambos quedarían encerrados en esa terrible lucha hasta que alguno de ellos muriera? Captó un pensamiento al azar de... ¿Ellemir? que afirmaba que la madre de Damon era una Alton, y que él también tenía el don de Alton. Pero Calista era la más débil, y Andrew sabía que no podría sostener durante demasiado tiempo esa furia que estaba destruyéndoles a todos. El debía acabar con esto, y rápido. Ellemir estaba equivocada. Damon no podría hacerla ceder de ese modo, ni siquiera para salvarle la vida.

Fue hacia Calista y volvió a arrodillarse junto a ella.

—¡Querida, haz lo que Damon te pide! —le rogó.

—¿Acaso te dijo que eso significaría... que yo ya no podría.... que perderíamos incluso lo poco que hemos tenido hasta ahora? —susurró ella, mientras su furia se desmoronaba y él podía ver la terrible pena que había detrás.

—Me lo dijo —contestó Andrew, intentando demostrar, desesperadamente, un poco de la dolorosa ternura que había consumido cualquier otro sentimiento—. Pero, querida, empecé a amarte antes de haberte visto. ¿Crees que tu cuerpo es todo lo que deseo de ti?

Damon se volvió con lentitud. Su ira había desaparecido. Les miró con una lástima profunda y angustiosa, pero su voz fue dura.

—¿Tienes el valor necesario, Calista?

Ella suspiró.

—¿Valor? ¡Oh, Damon, no es eso lo que me falta! Pero ¿con qué objeto? Dices que salvarás mi vida. Pero ¿vale la pena conservar esta vida? Y os he involucrado a todos. Ahora preferiría morirme antes de que todos sufráis lo mismo que yo.

Andrew quedó atónito ante la insondable desesperación que se traslucía en su voz. Hizo el gesto de abrazarla una vez más y recordó entonces que el menor roce la ponía en peligro. Se quedó paralizado, inmovilizado por la angustia. Damon se acercó y se arrodilló a su lado. No tocó a Calista tampoco, pero de cualquier manera contactó con ella, con ambos, y los acercó. El lento y suave pulso, el flujo y el reflujo de los ritmos combinados, desnudos en la oscuridad móvil, los reunió estrechamente en una intimidad mayor que la del acto amoroso.

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