La torre de la golondrina

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La torre de la golondrina
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Penúltimo volumen de la saga que ha convulsionado la fantasía. Ciri, convertida en bandolera, se enfrenta al implacable asesino enviado tras ella por el emperador de Nilfgaard. La pequeña bruja es cada vez más mortífera y despiadada... pero tal vez no lo suficiente. Mientras tanto, la compañía de Geralt se interna en el sur, y Yennefer rastrea el océano en busca del escondite del mago traidor Vilgefortz, que puede estar relacionado con la muerte de los padres de Ciri.

Andrzej Sapkowski

La torre de la golondrina

La saga de Geralt de Rivia - Libro VI

ePUB v2.6

ikero
04.07.12

En negra como manto noche se allegaron,

allá a Dun Dáre do la bruja cobijo hubiera.

Por todos lados y partes la acosaron

para que de ellos huir la moza no pudiera.

En negra como manto noche a traición la acosaron

mas aferraría a ella no lo consiguieran.

Pues primo que el pálido sol asomara al prado,

lo menos treinta muertos en la senda yacieran.

Romance de ciego tocante a la horrenda matanza que hubo lugar en Dun Dáre en la noche que dicen de Saovine

Capítulo primero

—Puedo darte todo lo que desees —dijo el hada—. Riqueza, poder y cetro, fama, una vida larga y feliz. Elige.

—No quiero riqueza ni fama, poder ni cetros —respondió la bruja—. Quiero un caballo que sea tan negro y tan imposible de alcanzar como el viento de la noche. Quiero una espada que sea luminosa y afilada como los rayos de la luna. Quiero atravesar el mundo en la oscura noche con mi caballo negro, quiero quebrar las fuerzas del Mal y de la Oscuridad con mi espada de luz. Eso es lo que quiero.

—Te daré un caballo que sea más negro que la noche y más ligero que el viento de la noche —le prometió el hada—. Te daré una espada que será más luminosa y afilada que los rayos de la luna. Pero no es poco lo que pides, bruja, habrás de pagármelo muy caro.

—¿Con qué? En verdad nada tengo.

—Con tu sangre.

Flourens Delannoy, Cuentos y leyendas

 

Como todo el mundo sabe, el universo, como la vida, es un círculo. Un círculo en cuyo discurrir se han señalado ocho puntos mágicos que cubren todo el arco, es decir, el ciclo anual. Estos puntos, que están situados en el anillo en pares dispuestos exactamente los unos frente a los otros, son: Imbaelk —o sea, Germinación—, Lammas —o sea, Madurez—, Belleteyn —Floración— y Saovine —Expiración—. Hay marcados también en el círculo dos solsticios, es decir, climax, uno el de invierno, llamado Midinvaerne, y otro Midaëte, el de estío. Hay también dos equinoccios, es decir, noches iguales: Birke, en primavera, y Velen, en otoño. Estas fechas dividen el círculo en ocho partes y así se divide también en ocho partes el año en el calendario de los elfos.

Cuando desembarcaron en las playas cercanas a la desembocadura del Yaruga y el Pontar, los humanos trajeron consigo un calendario propio, de origen lunar, que dividía el año en doce meses, lo que cubría el ciclo anual completo de trabajo en el campo: desde el principio, desde los que se realizan en enero, hasta el final, cuando las heladas transforman la tierra en terrones congelados. Pero aunque los humanos dividían el año y establecían las fechas de otra manera, aceptaron el ciclo de los elfos y los ocho puntos en su discurrir. Las fiestas que provenían del calendario de los elfos, Imbaelk y Lammas, Saovine y Belleteyn, ambos solsticios y equinoccios, también se convirtieron en fiestas importantes para los humanos. Resaltaban tanto entre las otras fechas como resalta un árbol entre los arbustos.

Estas fechas se diferencian de las otras por la magia.

No era ni es un secreto que estas ocho fechas son días y noches durante los que el aura mágica se intensifica extraordinariamente. A nadie le extrañan ya los fenómenos mágicos ni los acontecimientos enigmáticos que acompañan a esas ocho fechas, en especial a los equinoccios y solsticios. Todo el mundo se ha acostumbrado ya a estos fenómenos y pocas veces causan grande sensación.

Pero aquel año fue distinto.

Aquel año los humanos celebraron el equinoccio de otoño como solían, con una cena familiar de gala durante la que sobre la mesa tenía que haber el mayor número de frutos posible de la cosecha anual, aunque no fuera más que un poquito de cada. Así lo exigía la costumbre. Una vez que hubieron tomado la cena y hubieron agradecido a la diosa Melitele la cosecha del año, los humanos se dispusieron a descansar. Y entonces comenzó el horror.

Justo antes de la medianoche se alzó una ventisca tremenda, sopló un torbellino infernal, se podían escuchar unos aullidos, unos gritos y unos quejidos verdaderamente espectrales por encima del ruido de los árboles casi derribados en tierra, de los graznidos de los cuervos y del golpear de los postigos. Las nubes que discurrían a toda velocidad por el cielo adoptaron perfiles fantásticos entre los cuales los que más se repetían eran las siluetas de caballos y unicornios al galope. El vendaval no cedió hasta pasar más de una hora y en el repentino silencio que siguió la noche se animó con los trinos y los aleteos de cientos de chotacabras, esos pájaros misteriosos que según las creencias populares se agrupan para cantarle un réquiem demoníaco a los agonizantes. Esta vez el coro de chotacabras era tan enorme y tan ruidoso que parecía como si el mundo entero fuera a morir.

Los chotacabras cantaban con trinos salvajes su canción de difuntos mientras que el horizonte se estaba cubriendo de nubes que apagaban los restos de la luz de la luna. Entonces aulló de pronto la terrible beann'shie, heraldo de la muerte súbita y violenta, y a través del cielo negro galopó la Persecución Salvaje, un cortejo de fantasmas con los ojos en llamas que cabalgaban a lomos de esqueletos de caballos, agitando los jirones de sus ropas y estandartes. Como cada cierto tiempo, la Persecución Salvaje hizo su cosecha, pero desde hacía decenios no había sido ésta tan terrible. Sólo en Novigrado se contaban doscientas personas desaparecidas sin dejar huella.

Cuando la Persecución se alejó y las nubes se disolvieron, se pudo ver la luna, una luna menguante, como suele suceder en tiempo de equinoccio. Pero aquella noche la luna tenía el color de la sangre.

El pueblo llano tenía muchas explicaciones para los fenómenos equinocciales, que diferían significativamente según la demonología específica de la región. Los astrólogos, druidas y hechiceros tenían también sus explicaciones, pero eran en su mayoría erróneas y exageradas. Pocos, muy, muy pocos eran capaces de relacionar aquellos sucesos con hechos reales. En las islas de Skellige, por ejemplo, unos pocos supersticiosos vieron en aquellos curiosos hechos las profecías de Tedd Deireádh, el fin del mundo, precedido por la batalla de Ragh nar Roog, la lucha final entre la Luz y la Oscuridad. Los supersticiosos consideraron que la violenta tormenta que en la noche del equinoccio de otoño agitó las islas era una ola empujada por el pico del monstruoso
Naglfar
de Morhógg, que conducía un ejército de fantasmas y demonios en un drakkar de bordas construidas con uñas de cadáveres. Las personas de más luces o mejor informadas, por su parte, pusieron en relación la locura del mar y el cielo con la persona de la malvada hechicera Yennefer y su terrible muerte. Y aun otras personas —todavía mejor informadas— vieron en el mar revuelto la señal de que estaba agonizando alguien por cuyas venas corría la sangre de los reyes de Skellige y Cintra.

Desde que el mundo es mundo, la noche del equinoccio de otoño es también la noche de los espectros, las pesadillas y las apariciones, la noche de los despertares repentinos, con el ahogo y el pálpito causados por el miedo, entre sábanas retorcidas y húmedas de transpiración. Las apariciones y los despertares no perdonaban ni a las cabezas más claras; en Nilfgaard, en las Torres de Oro, se despertó gritando el propio emperador, Emhyr var Emreis. En el norte, en Lan Exeter, el rey Esterad Thyssen se irguió bruscamente en la cama, despertando a su cónyuge, la reina Zuleyka. En Tretogor se incorporó y echó mano a su estilete el archiespía Dijkstra, despertando a la cónyuge del ministro de finanzas. En el palacete de Montecalvo se incorporó entre sábanas de damasquino la hechicera Filippa Eilhart, sin despertar a la mujer del conde de Noailles. Se despertaron —con mayor o menor brusquedad— el enano Yarpen Zigrin de Mahakam, el viejo brujo Vesemir en la fortaleza de las montañas de Kaer Morhen, el empleado de banco Fabio Sachs en la ciudad de Gors Velen, el yarl Crach an Craite sobre la cubierta del drakkar
Ringhorn.
Se despertó la hechicera Fringilla Vigo en el castillo de Beauclair, se despertó la sacerdotisa Sigrdrifa en el santuario de la diosa Freya en la isla de Hindarsfjall. Se despertó Daniel Etcheverry, conde de Garramone, en la fortaleza sitiada de Maribor. Zyvik, decurión de los Coraceros Grises en el fuerte de Ban Gleann. El mercader Dominik Bombastus Houvenaghel en la ciudad de Claremont. Y muchos, muchos otros.

Pocos hubo, sin embargo, que fueran capaces de relacionar estos fenómenos con un hecho concreto y real. Y con una persona real. El azar hizo que tres de aquellas personas pasaran la noche del equinoccio de otoño bajo el mismo techo. En el santuario de la diosa Melitele en Ellander.

—Chotacabras... —gimió el escribanillo Jarre, al tiempo que contemplaba las tinieblas que anegaban el parque del santuario—. Creo que hay miles de ellos, toda una bandada... Gritan por la muerte de alguien... Por la muerte de ella... Está mulléndose...

—¡No digas tonterías! —Triss Merigold se volvió con brusquedad, alzó el puño apretado, durante un instante pareció que iba a empujar o a golpear al muchacho en el pecho—. ¿Es que crees en supersticiones estúpidas? Se acaba septiembre, los pájaros se agrupan para emigrar. ¡Es algo totalmente natural!

—Ella está muñéndose...

—¡Nadie se muere! —gritó la hechicera, palideciendo de rabia—. Nadie, ¿lo entiendes? ¡Deja de desbarrar!

En el pasillo de la biblioteca aparecieron algunas adeptas a las que les había despertado la alarma nocturna. Sus rostros estaban serios y pálidos.

—Jarre. —Triss se tranquilizó, le puso la mano al muchacho en el hombro, apretó con fuerza—. Eres el único hombre en el santuario. Todos te estamos mirando, buscamos en ti apoyo y ayuda. No te está permitido tener miedo, no te está permitido dejarte llevar por el pánico. No nos defraudes.

Jarre aspiró profundamente, intentó controlar los temblores de sus manos y labios.

—No es el miedo... —susurró, evitando la mirada de la hechicera—. ¡Yo no tengo miedo, solamente me preocupo! Por ella. La vi en mi sueño...

—Yo también la vi. —Triss apretó los labios—. Hemos tenido el mismo sueño, tú, yo y Nenneke. Pero ni una palabra acerca de ello.

—La sangre en su rostro... Tanta sangre...

—Te he pedido que te callaras. Viene Nenneke.

La suma sacerdotisa se acercó a ellos. Tenía el rostro cansado. A la muda pregunta de Triss contestó negando con la cabeza. Al advertir que Jarre abría la boca, se apresuró a hablar:

—Por desgracia, nada. La Persecución Salvaje revoloteó sobre el santuario, despertó a casi todas, pero ninguna ha tenido visiones. Ni siquiera tan nebulosa como la nuestra. Ve a dormir, muchacho, nada hay aquí para ti. ¡Chicas, volved al dormitorio!

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