—Señor, el hecho de que usted sienta ese peso no significa que él también lo sienta.
Graff se echó a reír.
—Va directo al grano, ¿no?
—Bean está ansioso, señor. Si Ender no lo está, ¿por qué no poner la carga donde se desea?
—Si Bean está ansioso, eso demuestra que todavía es demasiado joven. Además, los ansiosos siempre tienen algo que demostrar. Mire a Napoleón. Mire a Hitler. Osados al principio, sí, pero todavía más osados después, cuando tendrían que haber sido cautelosos, retirarse. Patton. César. Alejandro. Siempre extendiéndose, nunca poniendo el punto final. No, es Ender, no Bean. Ender no quiere hacerlo, así que no tendrá nada que demostrar.
—¿Está seguro de que no está eligiendo simplemente al tipo de comandante bajo cuyas órdenes habría querido servir?
—Eso es precisamente lo que estoy haciendo —afirmó Graff—, ¿Se le ocurre un criterio mejor?
—El caso es que no puede dejarlo correr, ¿no? No puede decir cómo fueron las pruebas, sólo que las siguió. Las puntuaciones. Lo que sea.
—No puedo dirigir esto como una máquina.
—Por eso no quiere a Bean, ¿verdad? Porque lo fabricaron, como a una máquina.
—No me analizo a mí mismo. Los analizo a ellos.
—Entonces, si ganamos, ¿quién gana realmente la guerra? ¿El comandante que ha elegido? ¿O usted, por elegirlo?
—El Triunvirato, por confiar en mí. A su modo. Pero si perdemos…
—Bueno, entonces será claramente usted.
—Todos estaremos muertos entonces. ¿Qué harán? ¿Matarme primero? ¿O dejarme el último para que pueda contemplar las consecuencias de mi error?
—Pero Ender… Quiero decir, si es él. No dirá que es usted. Lo aceptará todo sobre sus hombros. No el crédito de la victoria, sino la vergüenza del fracaso.
—Ganemos o perdamos, el chico lo va a pasar fatal.
Bean recibió la orden durante el almuerzo. Se presentó de inmediato en la habitación de Dimak.
Encontró a su profesor sentado ante su consola, leyendo algo. La luz estaba colocada de forma que Bean no podía leerlo por el resplandor.
—Siéntate.
Bean dio un salto y se sentó en la cama de Dimak, las piernas colgando.
—Déjame que te lea algo —dijo Dimak—. «No hay fortificaciones, ni santabárbaras, ni puntos fuertes… En el sistema solar enemigo, no se podrá vivir de la Tierra, puesto que sólo será posible acceder a los planetas habitables después de una victoria absoluta… Las líneas de suministro no son un problema, ya que no hay ninguna que proteger, pero el coste de eso es que todos los suministros y pertrechos deben ser llevados por la flota invasora… En efecto, todas las flotas de invasión interestelar son ataques suicidas, porque la dilación temporal significa que aunque una flota regrese intacta, casi nadie que conozcan seguirá convida. No pueden regresar nunca, y por eso deben asegurarse de que su flota es suficiente para resultar decisiva y, en consecuencia, el sacrificio merezca la pena… Las fuerzas de sexo mixto permiten que el ejército se convierta en una colonia permanente, una fuerza de ocupación en el planeta enemigo capturado, o ambas cosas.»
Bean escuchó complaciente. Lo había dejado en su consola para que ellos lo encontraran, y así había sido, en efecto.
—Escribiste esto, Bean, pero no se lo enviaste a nadie.
—Nunca hubo un trabajo en el que encajara.
—No pareces sorprendido de que lo hayamos encontrado.
—Doy por hecho de que revisan por rutina nuestras consolas.
—¿Igual que tú haces con las nuestras?
Bean sintió que su estómago se retorcía de temor. Lo sabían.
—Muy astuto, llamar «Graff» a tu contacto falso con una careta delante.
Bean permaneció en silencio.
—Has estado examinando los archivos de todos los demás estudiantes. ¿Por qué?
—Quería conocerlos. Sólo me he hecho amigo de unos cuantos.
—E íntimo de ninguno.
—Soy pequeño y más listo que ellos. Nadie se me acerca.
—Así que usas sus archivos para saber más sobre ellos. ¿Por qué sientes la necesidad de comprenderlos?
—Algún día estaré al mando de una de esas escuadras.
—Entonces ya habrá tiempo de sobra para conocer a tus soldados.
—No, señor—dijo Bean—. No habrá tiempo.
—¿Por qué dices eso?
—Por la forma en que he sido ascendido. Y Wiggin. Somos los dos mejores estudiantes de la escuela, y estamos en medio de una carrera. No voy a tener mucho tiempo cuando ingrese en una escuadra.
—Bean, sé realista. Va a pasar mucho tiempo antes de que nadie esté dispuesto a seguirte a la batalla.
Bean no dijo nada. Sabía que eso era falso, aunque Dimak no lo supiera.
—Veamos hasta qué punto es válido tu análisis. Déjame asignarte un trabajo.
—¿Para qué clase?
—Para ninguna clase, Bean. Quiero que crees una escuadra hipotética. Elabora una lista entera sólo con novatos, el complemento de cuarenta y un soldados.
—¿Ningún veterano?
Bean formuló la pregunta con tono neutro, tan sólo para asegurarse de que comprendía las reglas. Pero Dimak pareció tomárselo como una crítica al sistema.
—No, puedes incluir veteranos que estén en la lista de traslados a petición de sus comandantes. De este modo, dispondrás de algunos soldados con experiencia.
Los que rechazaban todos los comandantes. Algunos eran unos verdaderos perdedores, pero otros eran todo lo contrario.
—Bien —accedió Bean.
—¿Cuánto tiempo piensas que te llevará?
Bean ya había elegido a una docena.
—Puedo darle la lista ahora mismo.
—Quiero que lo pienses seriamente.
—Ya lo he hecho. Pero tiene que responderme a un par de preguntas primero. Usted ha dicho cuarenta y un soldados, pero eso incluiría al comandante.
—Muy bien, cuarenta, y deja al comandante en blanco.
—Y la segunda pregunta: ¿puedo comandar la escuadra?
—Puedes escribirlo así, si quieres.
Pero, ante el desinterés de Dimak, Bean supo que el ejército no era para él.
—Esta escuadra es para Wiggin, ¿verdad?
Dimak se lo quedó mirando.
—Es sólo una posibilidad.
—Sí, Wiggin definitivamente —dijo Bean—. No pueden quitarle a nadie el mando y hacerle sitio, así que le van a dar a Wiggin una escuadra nueva. Apuesto a que es la Dragón.
Dimak se sorprendió, aunque trató de ocultarlo.
—No se preocupe —dijo Bean—. Le daré la mejor escuadra que se pueda formar, de acuerdo con esas normas.
—He dicho que sólo era una posibilidad!
—¿Cree que no me daré cuenta cuando me encuentre en la escuadra de Wiggin, junto con todos los que había anotado en mi lista?
—¡Nadie ha dicho que fuéramos a seguir tu lista!
—La seguirán. Porque lo haré bien y usted lo sabe —declaró Bean—. Y puedo prometerle que será una escuadra magnífica. Con Wiggin entrenándonos, daremos leña.
—Haz este trabajo hipotético, y no se lo digas a nadie. Jamás.
Eso era una despedida, pero Bean no quería retirarse todavía. Habían acudido a él. Planeaban que él se encargara de su trabajo. Y él deseaba decir su palabra mientras aún lo escucharan.
—El motivo de que esta escuadra pueda ser tan buena es porque su sistema ha promocionado a un montón de niños equivocados. Casi la mitad de los mejores niños de esta escuela son novatos o se encuentran en las listas de traslado, porque son los que no han sido maltratados por los matones idiotas que ponen al mando de los ejércitos o los pelotones. Esos marginados y los niños pequeños son los que pueden ganar. Wiggin lo descubrirá. Sabrá cómo utilizarnos.
—¡Bean, no eres tan listo en todo como te crees que eres!
—Sí que lo soy, señor —aseveró Bean—. O no me habrían encargado esta misión. ¿Puedo retirarme? ¿O quiere que le dé la lista ahora?
—Puedes retirarte —dijo Dimak.
Probablemente no tendría que haberlo provocado, pensó Bean. Ahora es posible que altere mi lista para demostrar que puede hacerlo. Pero no es de esa clase de hombres. Si no tengo razón en eso, no tengo razón en nada más tampoco.
Además, le sentaba bien decir la verdad delante del poder.
Después de trabajar un rato en la lista, Bean se alegró de que Dimak no hubiera aceptado su alocada oferta de elaborarla en el acto. Porque no era sólo cuestión de nombrar a los cuarenta mejores soldados entre los novatos y los que estaban en lista de traslado.
Wiggin no tardaría mucho en estar al mando, y a los niños mayores les costaría aceptarlo; deberían ponerse a las órdenes de un crío. Así tachó de la lista a todos los que eran mayores que Wiggin.
Eso lo dejó con casi sesenta niños que eran lo bastante buenos para formar parte de la escuadra. Bean los estaba poniendo en orden de valor cuando se dio cuenta de que estaba a punto de cometer otro error Unos pocos de esos niños estaban en los grupos de novatos y soldados que practicaban con Wiggin durante el tiempo libre. Wiggin conocería mejor a esos niños, y naturalmente se encargaría de que fueran los jefes de su batallón. El núcleo de su ejército.
El problema era que, mientras un par de ellos serían buenos soldados, confiar en ese grupo significaría dejar a un lado a otros que estaban excluidos de él. Incluido Bean.
Entonces no me elegirá para que lidere un batallón. No va a elegirme de todas formas, ¿no? Soy demasiado pequeño. No vería a un jefe, al mirarme.
¿Todo esto gira sobre mí, entonces? ¿Acaso estoy corrompiendo el proceso sólo para darme una oportunidad de mostrar lo que puedo hacer?
Y de ser así, ¿qué tiene de malo? Sé lo que puedo hacer, y nadie más se da cuenta. Los profesores piensan que soy un erudito, saben que soy listo, confían en mi juicio, pero no están creando esta escuadra para mí, sino para Wiggin. Por tanto, todavía tengo que demostrarles lo que puedo hacer. Y si realmente soy uno de los mejores, revelarlo lo más rápidamente posible sólo podría beneficiar el programa.
Entonces Bean pensó: ¿Es así como los idiotas racionalizan su estupidez ante sí mismos?
—Hola, Bean —dijo Nikolai.
—Hola —dijo Bean. Pasó una mano sobre su consola, borrando la pantalla—. Cuéntame.
—No hay nada que contar. Parecías cabreado.
—Estaba haciendo un trabajo.
Nikolai se echó a reír.
—Nunca te tomas tan en serio los trabajos de clase. Lees un ratito y luego tecleas otro rato. Como si no fuera nada. Esto no es un trabajo cualquiera.
—Un trabajo extra.
—Es difícil, ¿eh?
—No mucho.
—Lamento interrumpirte. Pensé que algo iba mal. Tal vez una carta de casa.
Los dos se rieron ante eso. No solían recibir muchas cartas, allí. Una cada pocos meses, era lo máximo. Y las cartas estaban vacías cuando llegaban. Algunos nunca recibían correo. Bean era uno de ellos, y Nikolai sabía por qué. No era un secreto, pero Nikolai fue el único que dio cuenta y el único que preguntó en su día.
—¿No tienes familia? — preguntó.
—Con las familias que tienen algunos, tal vez pueda considerarme afortunado —respondió Bean, y Nikolai estuvo de acuerdo.
—Pero no la mía. Ojalá tuvieras unos padres como los míos.
Entonces le contó que era hijo único, pero que sus padres habían pasado lo suyo para tenerlo.
—Lo hicieron por medio de cirugía, fertilizaron cinco o seis óvulos luego duplicaron los más sanos unas cuantas veces más, y final mente me escogieron. Crecí como sí fuera a ser rey o el Dalai Lama o algo así. Y entonces un día la F.I. va y les dice: le necesitamos. Lo más duro que mis padres han hecho jamás fue acceder a su petición. Pero yo les dije ¿y sí soy el próximo Mazer Rackham? Y me dejaron ir.
Eso se lo había confesado hacía unos meses, y todavía no se lo había dicho a nadie más. Los niños no hablaban mucho sobre casa. Nikolai no contaba cosas de su familia a nadie más, sólo a Bean. Y a cambio, Bean le hablaba de la vida en las calles. No le daba muchos detalles, porque entonces parecería que buscaba su compasión o que trataba de hacerse el duro. Pero mencionó cómo se organizaron en una familia. Habló de cómo era la banda de Poke, que luego se convirtió en la familia de Aquiles, y de cómo lograron entrar en un comedor de caridad. Entonces Bean esperó a ver cuánto de su historia empezaba a circular por ahí.
No círculo nada. Nikolai nunca le contó ni una palabra a nadie. Fue entonces cuando Bean estuvo seguro de que merecía la pena tener a Nikolai por amigo. Se guardaba las cosas para sí aunque uno no se lo pidiera.
Mientras tanto, Bean no descuidaba la lista de esa gran escuadra, y Nikolai no dejaba de preguntarle qué hacía. Dimak le había dicho que no se lo contara a nadie, pero Nikolai sabía guardar un secreto. ¿Qué daño podía hacer?
Sin embargo, Bean cayó en la cuenta que saberlo no ayudaría en nada a Nikolai. Estuviera en la Escuadra Dragón o no. Si no estaba, sabría que Bean no lo había incluido allí. Si estaba, sería peor, porque se preguntaría si Bean lo había anotado en la lista por amistad en vez de por sus cualidades.
Además, Nikolai no debería estar en la Escuadra Dragón. Bean lo apreciaba y confiaba en él, pero Nikolai no se contaba entre los mejores novatos. Era listo, era rápido, era bueno… pero no destacaba de un modo especial.
Aunque para Bean sí era especial.
—Era una carta de tus padres —dijo Bean—. Han dejado de escribirte, les gusto yo más.
—Sí, y el Vaticano va a trasladarse a La Meca.
—Y yo voy a ser nombrado Polemarca.
—No
jeito
—dijo Nikolai—. Eres demasiado alto, bicho —añadió recogiendo su consola—. No puedo ayudarte con tu tarea esta noche Bean, así que por favor no me lo pidas.
Se tumbó en su cama y empezó a jugar al juego de fantasía.
Bean se acostó también. Recuperó la pantalla y empezó a discurrir de nuevo sobre la elección de los nombres. Si eliminaba a todos los niños que habían estado haciendo prácticas con Wiggin, ¿cuántos de los buenos quedarían? Quince veteranos de las listas de traslado. Veintidós novatos, incluyendo a Bean.
¿Por qué no habían tomado parte esos novatos en las prácticas de tiempo libre de Wiggin? Los veteranos ya tenían problemas con sus comandantes, no estaban dispuestos a enfrentarse más a ellos, así que tenía sentido que no hubieran intervenido. Pero estos novatos, ¿acaso no eran ambiciosos? ¿O seguían las normas, y trataban de entregarse al máximo en clase en vez de comprender que la sala de batalla lo era todo? Bean no podía reprochárselo: también él había tardado en comprenderlo. ¿Tanto confiaban en sus propias habilidades que no necesitaban la preparación extra? ¿O eran tan arrogantes que no querían que nadie pensara que debían su éxito a Ender Wiggin? ¿O tan tímidos que…?