—Tendría que haber hablado con más respeto —dijo Bean.
—Ciertamente —contestó Fly.
—Pero tú también.
Fly se debatió contra los chicos que lo sujetaban.
—Al hablar de Wiggin —dijo Bean—. Hablaste sin respeto. «Todo el mundo sabe que dividir tu escuadra es una estrategia propia de perdedores.»
Imitó el tono que había usado Fly casi a la perfección. Varios niños se echaron a reír. Y, a regañadientes, también se rió Fly.
—Muy bien, vale —admitió Fly—. Me pasé.
Se volvió hacia Nikolai.
—Pero sigo siendo un oficial.
—No cuando atacas así a un niño más pequeño —dijo Nikolai— Entonces eres un matón.
Fly parpadeó. Sabiamente, nadie dijo nada hasta que Fly decidió cómo iba a responder.
—Hiciste bien, Nikolai, en defender a tu amigo de un matón —confesó Fly, mirando a Nikolai y luego a Bean—.
Pusha
, los dos hasta parecéis hermanos.
Pasó ante ellos, en dirección a su camastro. Los otros jefes de batallón lo siguieron. La crisis había terminado.
Nikolai miró entonces a Bean.
—Nunca he sido tan flacucho y feo como tú —dijo.
—Y si voy a crecer para parecerme a ti, mejor me mato ahora mismo —respondió Bean.
—Tienes que hablarle de ese modo a los niños más grandes?
—No esperaba que lo atacaras como si fueras un enjambre de abejas de un solo hombre.
—Supongo que quería saltar sobre alguien.
—¿Tú? ¿Don Amable?
—No me siento tan amable últimamente —dijo, y se subió al camastro junto a Bean, para poder hablar con más intimidad—. Aquí estoy fuera de pie, Bean. No pertenezco a esta escuadra.
—¿Qué quieres decir?
—No estaba preparado para ser ascendido. Sólo soy uno del montón. Tal vez ni siquiera eso. Y aunque esta escuadra no cuenta con héroes, estos tipos son buenos. Todos aprenden más rápido que yo. Todo el mundo pilla las cosas y yo sigo allí de pie, pensando en ello.
—Entonces trabaja más duro.
—Ya estoy trabajando más duro. Vosotros… Vosotros lo captáis todo al momento, lo veis todo. Y no es que sea estúpido. Siempre lo pillo, también. Sólo que… voy un paso por detrás.
—Lo siento —dijo Bean.
—¿Qué tienes que sentir? No es culpa tuya.
Sí que lo es, Nikolai.
—Venga ya, ¿me estás diciendo que desearías no formar parte de la escuadra de Wiggin?
Nikolai soltó una risita.
—Es todo un punto, ¿eh?
—Harás tu parte. Eres un buen soldado. Ya verás. Cuando lleguemos a las batallas, lo harás tan bien como cualquiera.
—Eh, probablemente. Siempre pueden congelarme y lanzarme por ahí. Ya sabéis, soy un gran proyectil gordo.
—No estás tan gordo.
—Todo el mundo está gordo comparado contigo. Te he observado: das la mitad de tu comida.
—Me dan demasiada.
—Tengo que estudiar.
Nikolai saltó a su camastro.
Bean sentía haber metido a Nikolai en esa situación tan comprometida. Pero cuando empezaran a ganar, un montón de niños que no pertenecían a la Escuadra Dragón desearían ocupar su lugar. De hecho, era sorprendente que Nikolai advirtiera que no estaba tan cualificado como los demás. Después de todo, las diferencias no eran tan acusadas Probablemente había un montón de niños que se sentían igual que Nikolai. Pero Bean no lo había tranquilizado. Probablemente sólo había reafirmado el sentimiento de inferioridad de Nikolai.
Qué amigo tan sensible soy.
No tenía sentido volver a entrevistarse con Volescu, no después de haberle contado tantas mentiras la primera vez. Toda aquella charla de las copias, y de que él era el original… ahora no había ningún atenuante. Era un asesino, un servidor del Padre de las Mentiras. No haría nada para ayudar a sor Carlotta. Y la necesidad de averiguar qué podía esperarse del único niño que escapó al pequeño holocausto de Volescu era demasiado grande para volver a fiarse de la palabra de un hombre semejante.
Además, Volescu había entablado contacto con su medio hermano o su primo segundo: ¿cómo si no podría haber obtenido un cigoto que contuviera su ADN? Así que sor Carlotta tendría que seguir la pista de Volescu o duplicar su investigación.
No tardó en descubrir que Volescu era hijo ilegítimo de una rumana que vivía en Budapest. Con un poco de investigación (y también con un uso juicioso de su permiso de seguridad), consiguió el nombre del padre, un oficial griego de la liga que recientemente había sido ascendido al servicio del personal del Hegemón. Eso podría haber sido otro callejón sin salida, pero sor Carlotta no necesitaba hablar con el abuelo. Sólo necesitaba saber quién era para averiguar los nombres de sus tres hijos ilegítimos. La hija quedó eliminada porque el progenitor compartido era varón. Y al investigar la situación de los dos hijos, decidió visitar primero al que estaba casado.
Vivían en la isla de Creta, donde Julian dirigía una compañía de software cuyo único cliente era la Liga de Defensa Internacional. Obviamente, no se trataba de una coincidencia, pero el nepotismo era siempre honorable comparado con algunos de los tratos de favor que eran endémicos dentro de la liga. A la larga, ese tipo de corrupción era básicamente inofensiva, ya que la Flota Internacional se había hecho con el control de su propio presupuesto desde el principio y nunca dejó que la liga volviera a tocarlo. Así pues, el Polermarch y el Estrategos tenían a su disposición mucho más dinero que el Hegemón, lo cual lo convertía, aunque fuera el primero en títulos, en el más débil en relación con el poder y la independencia títulos y movimientos.
El hecho de que Julian Delphiki le debiera su carrera a las amistades políticas de su padre no tenía por qué significar que los productos de su compañía no fueran adecuados y que él mismo no fuera un hombre honrado. Según los baremos de honestidad que prevalecían en el mundo de los negocios, al menos.
Sor Carlotta descubrió que no necesitaba su permiso de seguridad para conseguir una entrevista con Julian y su esposa, Elena. Llamó y dijo que le gustaría verlos por un asunto referido a la F.I., y ellos de inmediato se pusieron a su disposición. Llegó a Knossos y se dirigió al punto a su casa, ubicada en un acantilado que se asomaba al Egeo. Ellos parecían nerviosos; de hecho, Elena estaba casi frenética, y retorcía un pañuelo.
—Por favor —dijo, después de aceptar su invitación a fruta y queso— por favor, díganme por qué están tan trastornados. Mi visita no debe alarmarlos.
Los dos se miraron, y Elena se agitó.
—Entonces, ¿no pasa nada malo con nuestro hijo?
Por un instante sor Carlotta se preguntó si ya conocían la existencia de Bean. Pero ¿cómo era posible?
—¿Su hijo?
—¡Entonces está bien! — exclamó Elena, aliviada, y se echó a llorar. Su marido se arrodilló a su lado, y ella lo abrazó y sollozó.
—Verá, fue muy difícil para nosotros dejarlo ir al servicio —dijo Julian—. Por eso, cuando una religiosa nos dice que necesita vernos por un asunto referido a la F.I., pensamos… llegamos a la conclusión…
—Oh, lo siento. No sabía que tenían un hijo en el ejército, o habría cuidado de tranquilizarlos desde el principio… pero ahora me temo que he venido bajo falsas expectativas. El asunto del que necesito hablarles es personal, tan personal que pueden sentirse reacios a responder. Sin embargo, sí que es de vital importancia para la EL Les prometo que declarar la verdad no los expondrá a ninguna clase de peligro.
Elena logró controlarse. Julian volvió a sentarse, y ahora miraron a sor Carlotta casi con alegría.
—Oh, pregunte lo que quiera —dijo Julian—. Le ayudaremos en todo lo que podamos.
—Responderemos siempre que podamos —accedió Elena.
—Dicen ustedes que tienen un hijo. Esto aumenta las posibilidades de que… hay un motivo para preguntarse si en algún punto podrían ustedes… ¿fue su hijo concebido bajo unas circunstancias en Ia que habría sido posible clonar su óvulo fertilizado?
—Oh, sí —admitió Elena—. Eso no es ningún secreto. Un defecto de una trompa de Falopio y un embarazo ectópico en el otro me imposibilitaron concebir en el útero. Queríamos tener un hijo, así que tomaron varios óvulos míos, los fertilizaron con el esperma de mi esposo, y luego eligieron los que les pedimos. Clonamos cuatro, seis copias de cada uno. Dos niñas y dos niños. Hasta ahora, sólo hemos implantado uno. Era un chico tan especial, que quisimos disfrutarlo al máximo. Sin embargo, ahora que su educación está fuera de nuestras manos, hemos estado pensando en tener una de las niñas. Es la hora. — Extendió la mano y tomó la de Julian y sonrió. Él le devolvió la sonrisa.
Eran tan distintos de Volescu… Resultaba difícil creer que compartieran cierto material genético.
—Dice que hicieron seis copias de cada uno de los cuatro óvulos fertilizados —resumió sor Carlotta.
—Seis incluyendo el original —contestó Julian—. Así tenemos más posibilidades de implantar cada uno de los cuatro y llevar a cabo un embarazo completo.
—Un total de veinticuatro óvulos fertilizados. ¿Y sólo se implantó uno de ellos?
—Sí, tuvimos mucha suerte, el primero funcionó a la perfección.
—Dejando a veintitrés.
—Sí. Exactamente.
—Señor Delphiki, ¿los veintitrés óvulos fertilizados permanecen almacenados, a la espera de que sean implantados?
—Por supuesto.
Sor Carlotta se quedó pensativa unos instantes.
—¿Cuándo lo comprobaron por última vez?
—La semana pasada —dijo Julian—. Cuando empezamos a hablar de tener otro hijo. El doctor nos aseguró que los cigotos se encontraban en perfecto estado y que podían ser implantados en unas pocas horas.
—Pero ¿cómo lo comprobó el doctor?
—No lo sé.
Elena empezó a tensarse un poco.
—¿Qué ha oído usted? — preguntó.
—Nada —respondió sor Carlotta—. Lo que estoy buscando es la fuente del material genético de un niño concreto. Simplemente necesito asegurarme de que sus óvulos fertilizados no fueron esa fuente.
—Por supuesto que no. Excepto para vuestro hijo.
—Por favor, no se alarmen. Pero me gustaría saber el nombre de su hijo y las instalaciones donde están almacenados esos cigotos. Y desearía que llamaran a su médico, que le hicieran ir, en persona, a esas instalaciones y que insistieran en que viera esos cigotos él mismo.
—No se pueden ver sin un microscopio —aclaró Julian.
—Debe ir sólo para asegurarse de que no les ha ocurrido nada—explícito sor Carlotta.
Los dos se pusieron de nuevo en estado de máxima alerta, sobre todo porque no tenían ni idea de qué iba todo eso… ni se les podía decir nada. En cuanto Julian le facilitó el nombre del médico y el hospital, sor Carlotta salió al porche y, mientras contemplaba el Egeo preñado de velas, usó su global y se puso en contacto con el cuartel general de la El. en Atenas.
Pasarían varias horas, tal vez, para que su llamada o la de Julian obtuviera una respuesta, así que ella y Julian y Elena hicieron un heroico esfuerzo por no parecer preocupados. La llevaron a pasear por el barrio, que ofrecía vistas antiguas y modernas, y una naturaleza verde, desértica y marina. El aire seco era refrescante siempre que no soplara del mar, y a sor Carlotta le gustó oír a Julian hablar sobre su compañía y a Elena sobre su trabajo como maestra. Toda idea de que se hubieran abierto paso en el mundo mediante la corrupción gubernamental desapareció cuando ella advirtió que, independientemente de cómo hubiera conseguido su contacto, Julian era un serio y dedicado creador de software, mientras que Elena era una maestra ferviente que consideraba su profesión una auténtica cruzada.
—Enseguida supe la gran capacidad que tenía nuestro hijo —le confesó Elena—. Pero no fue hasta las primeras pruebas que realizó para asignarle escuela cuando nos enteramos que sus dones eran particularmente adecuados para la F.I.
Las alarmas se dispararon entonces. Sor Carlotta había asumido que su hijo era ya adulto. Después de todo, no eran una pareja joven.
—¿Qué edad tiene su hijo?
—Ahora tiene ocho años —dijo Julian—. Nos enviaron una foto. Un hombrecito de uniforme. No dejan que lleguen muchas cartas.
Su hijo estaba en la Escuela de Batalla. Ellos parecían tener unos cuarenta años, pero tal vez no hubieran empezado a fundar una familia hasta tarde, y luego lo habrían intentado en vano durante un tiempo empeñándose en la fecundación in vitro antes de descubrir que Elena ya no podía concebir. Su hijo sólo era un par de años mayor Bean.
Lo que significaba que Graff podía comparar el código genético de Bean con el del hijo de los Delphiki y averiguar si habían nacido d mismo gameto clonado. Habría un control, para comparar cómo era Bean con las aplicaciones descubiertas por Antón, respecto al otro cuyos genes no habían sido alterados.
En ese momento, se dio cuenta de que era obvio que cualquier hermano de Bean tuviese las habilidades exactas que requería la F.I. La clave de Antón convertía a un niño en sabio por regla general; la mezcla particular de habilidades que buscaba la F.I. no quedaba alterada Bean habría tenido todas aquellas habilidades, de todas formas; la alteración simplemente le permitía contar con una inteligencia mucho más aguda para utilizar las habilidades que ya poseía.
Si Bean era en efecto su hijo, claro estaba. No obstante, dada la coincidencia de veintitrés óvulos fertilizados y los veintitrés niños que Volescu había producido en el «sitio limpio», ¿a qué otra conclusión podía llegar?
La respuesta no se hizo esperar; primero la supo sor Carlotta, y ésta la comunicó de inmediato a los Delphiki. Los investigadores de la F.I. habían ido a la clínica con el doctor y habían descubierto juntos que los gametos habían desaparecido.
Fue una noticia dura para los Delphiki, y sor Carlotta esperó discretamente fuera mientras Elena y Julian pasaban juntos un rato a solas. Pero pronto la invitaron a entrar.
—¿Cuánto puede contarnos? — preguntó Julian—. Vino aquí porque sospechaba que podían haber robado a nuestros bebés. Dígame, ¿nacieron?
Sor Carlotta quiso esconderse bajo el velo del secreto militar, pero en realidad no había ningún secreto militar implicado: el crimen de Volescu era una cuestión de archivos públicos. Y sin embargo… ¿no seria mejor que no lo supieran?
—Julian, Elena, en los laboratorios suceden accidentes. Podrían haber muerto de todas formas. Nada es seguro. ¿No es mejor considerar todo esto un terrible accidente? ¿Por qué añadir la carga de su perdida a la que ya tienen?