Ella pensó durante un instante, tratando de procesar la información.
—Eso es, hermana. Lo comprende. Crecen despacio, pero nunca paran. Eso es lo que la llave de Antón hace. Descorre los cerrojos de la mente porque el cerebro nunca deja de crecer. Pero tampoco hace nada más El cerebro sigue expandiéndose: nunca está cerrado del todo. Los brazos y las piernas son más y más largos.
—Entonces cuando alcanzan la altura adulta…
—No hay altura adulta. Es sólo la altura de la muerte. No se puede seguir creciendo así eternamente. Hay un motivo por el que la evolución construye un mecanismo de cierre en el control de crecimiento de los cuerpos que viven mucho. No se puede seguir creciendo sin que algún órgano ceda, tarde o temprano. Normalmente es el corazón.
Sor Carlotta se aterrorizó con lo que aquello suponía.
—¿Y a qué ritmo crecen? Los niños, quiero decir, ¿hasta que tienen la altura normal de su edad?
—Creía que la alcanzaban dos veces —manifestó Volescu—. Una justo antes de la pubertad, y luego los niños normales los adelantarían durante algún tiempo, pero al final la lentitud y la constancia ganan la carrera,
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? A los veinte años, serían gigantes. Y luego morirían, con toda seguridad antes de los veinticinco. ¿Imagina lo enormes que serían? Así que matarlos fue, por mí parte… un acto de piedad.
—Dudo que ninguno de ellos hubiera decidido no vivir los míseros veinte años que les quitó.
—No llegaron a saber lo que les sucedió. No soy ningún monstruo. Los drogamos a todos. Murieron mientras dormían y luego sus cuerpos fueron incinerados.
—¿Qué hay de la pubertad? ¿Llegarían a madurar sexualmente?
—Esa es la parte que nunca sabremos, ¿no?
Sor Carlotta se levantó para marcharse.
—Sobrevivió, ¿verdad? — preguntó Volescu.
—¿Quién?
—El que perdimos. Faltaba un cuerpo con los demás. Tan sólo veintidós se echaron a las llamas.
—Cuando se adora a Moloch, doctor Volescu, no se obtienen más respuestas que las que proporciona su dios elegido.
—Dígame cómo es él —exigió, con ojos ansiosos. ¿Sabe que era un niño?
—Todos eran niños. ¿Qué hizo descartar a las niñas?
¿Cómo piensa que obtuve los genes con los que trabajé? Implanté mi propio ADN alterado en cigotos sin núcleo.
—Dios nos ayude, ¿todos eran sus propios gemelos?
—No soy el monstruo que cree que soy —declaró Volescu—. Di vida a los embriones congelados porque tenía que saber en qué se convertirían. Matarlos fue mi pena más grande.
—Y sin embargo lo hizo… para salvarse.
—Tuve miedo. Y pensé: son sólo copias. No es ningún asesinato eliminar las copias.
—Sus almas y sus vidas eran suyas.
—¿Cree que el gobierno los habría dejado vivir? ¿De verdad cree que habrían sobrevivido? ¿Alguno siquiera?
—No se merece tener un hijo —dijo sor Carlotta.
—Pero tengo uno, ¿no? —replico él, riéndose—. Mientras que usted, señorita Carlotta, perpetua esposa del invisible Dios, ¿cuántos tiene?
—Puede que fueran copias, Volescu, pero incluso muertos valen más que el original.
Todavía reía mientras ella ya recorría el pasillo para marcharse. Pero su risa sonaba forzada. Sor Carlotta sabía que su risa era una máscara para la pena. Pero no era la pena de la compasión, ni siquiera del remordimiento. Era la pena de un alma condenada.
Bean. Gracias a Dios que no conoces a tu padre y nunca lo harás, pensó. No eres como él. Eres mucho más humano.
Sin embargo, en el fondo de su mente, tenía una duda acuciante. ¿Estaba segura de que Bean tenía más compasión, más humanidad? ¿O era tan frío de corazón como ese hombre? ¿Tan incapaz de sentir empatía? ¿Era todo mente?
Entonces lo imaginó creciendo y creciendo, pensó cómo aquel cuerpo diminuto crecía hasta convertirse en un gigante cuyo cuerpo ya no podía contener la vida. Ése es el legado que te ha dado tu padre. Esa era la clave de Antón. Pensó en el grito que soltó David, cuando se enteró de la muerte de su hijo. ¡Absalón! ¡Oh, Absalón! ¡Si tu padre pudiera morir por ti, Absalón, hijo mío!
Pero no estaba muerto todavía, ¿no? Volescu podría haber mentido, podría estar equivocado, simplemente. Tal vez hubiera algún modo de impedirlo. Y aunque no lo hubiera, Bean aún tenía muchos años por delante. Y cómo viviera esos años aún importaba.
Dios crea a los niños que necesita, y los convierte en hombres y mujeres, y luego se los lleva de este mundo a voluntad. Para él toda la vida no es más que un momento. Todo lo que importa es para qué se usa ese momento. Y Bean lo usaría bien. Estaba segura.
O al menos lo esperaba con tal fervor que parecía una certeza.
—Sí, Wiggin es el que necesitamos, llevemos o no Eros.
—Todavía no está preparado para la Escuela de Mando. Es prematuro.
—Entonces tenemos que continuar con una de las alternativas.
—Esa es su decisión.
—¡Nuestra decisión! ¿Qué tenemos que seguir haciendo sino lo que usted nos dice?
—Les he hablado de los otros niños también. Tienen los mismos datos que yo.
—¿Lo tenemos todo?
—¿Lo quieren todo?
—¿Tenemos los datos de todos los niños con puntuaciones y evaluaciones de tan alto nivel?
—No.
—¿Por qué no?
—Algunos de ellos están descartados por varios motivos.
—¿Descartados por quién?
—Por mí.
—¿Según qué criterios?
—Uno de ellos bordea la locura, por ejemplo. Tratamos de encontrar alguna estructura donde sus habilidades sean útiles. Pero no podría soportar el peso del mando completo.
—Es uno nada más.
Otro debe someterse a una intervención quirúrgica que le corregirá un defecto físico.
—¿Es un defecto que limita su habilidad para el mando?
—Limita su habilidad para ser entrenado para el mando.
—Por eso debe someterse a esa operación.
—Va a ser operado por tercera vez. Si sale bien, podría contar para algo. Pero, como usted dice; no habrá tiempo.
—¿Cuántos niños más nos ha ocultado?
—No he ocultado a ninguno. Si quiere decir cuántos no les he enviado como posibles comandantes, la respuesta es ninguno. Excepto aquellos cuyos nombres ya tiene.
—Déjeme adivinar. Oímos rumores sobre uno muy joven.
—Todos son jóvenes.
—Oímos rumores sobre un niño que hace que el chico Wiggin parezca lento.
—Todos tienen fuerzas diferentes.
—Hay quienes quieren que lo releve del mando.
—Si no se me permite seleccionar y entrenar a estos chicos de la forma adecuada, preferiría ser relevado, señor. Considérelo una petición.
—Y una amenaza estúpida. Promociónelos a todos tan rápidamente como pueda. Pero recuerde que también necesitarán estar cierto tiempo en la Escuela de Mando. No nos sirve de nada todo su entrenamiento si no tienen tiempo para recibir el nuestro.
Dimak se reunió con Graff en el centro de control de la sala de batalla. Graff celebraba allí sus reuniones secretas, hasta que pudiera asegurarse de que Bean había crecido lo suficiente para no poder colarse por los conductos. Las salas de batalla contaban con sistemas de ventilación separados.
Graff tenía la consola encendida, y la pantalla mostraba un ensayo.
—¿Ha leído esto? «Problemas de campaña entre sistemas solares separados por años luz.»
—Ha estado circulando bastante por la facultad.
—Pero no está firmado —dijo Graff—. No sabrá quién lo ha escrito, ¿verdad?
—No, señor. ¿Lo escribió usted?
—No soy ningún erudito, Dimak, lo sabe bien. De hecho, lo ha escrito un estudiante.
—¿De la Escuela de Mando?
—Un estudiante de aquí.
En ese momento Dimak comprendió por qué lo habían llamado.
—Bean.
—Seis años. ¡Parece como si fuera obra de un erudito!
—Tendría que haberlo imaginado. Imita la voz de los estrategas que está leyendo. O de sus traductores. Aunque no sé qué sucederá ahora que está leyendo a Frederick y Bulow en el original… francés y alemán. Absorbe los lenguajes y luego los transmite.
—¿Qué le parece este ensayo?
—No sé cómo se las apaña, pero este niño consigue toda la información que quiere. Si puede escribir así con lo que sabe, ¿qué pasaría si se lo contáramos todo? Coronel Graff, ¿por qué no podemos licenciarlo ahora mismo en la Escuela de Batalla, soltarlo como teórico, y luego ver qué escupe?
—Nuestro trabajo no es encontrar teóricos. Ya es demasiado tarde para teorías.
—Pienso… mire, un niño tan pequeño, ¿quién lo seguiría? Aquí no sacamos el máximo partido de él. Pero cuando escribe, nadie sabe lo pequeño que es. Nadie sabe la edad que tiene.
—Entiendo su argumento, pero no vamos a pasar por alto la seguridad, punto.
—¿Acaso él no supone un grave peligro para la seguridad?
—¿Este ratón que corretea entre los conductos?
—No. Creo que ya ha crecido demasiado para eso. Ya no puede hacer esas flexiones laterales. Pensaba que era una amenaza para la seguridad porque dedujo que una flota ofensiva había sido lanzada hacía generaciones, y se preguntaba por qué seguimos entrenando a niños para el mando.
—A partir del análisis de sus trabajos, por las actividades que realiza cuando conecta haciéndose pasar por profesor, creemos que tiene una teoría y que es absolutamente errónea. Pero él cree esta teoría falsa solamente porque no sabe que el ansible existe. ¿Comprende? Porque eso es lo principal que tendríamos que decirle, ¿no?
—Por supuesto.
—Así que ya ve, eso es lo único que no podemos decirle.
—¿Cuál es su teoría?
—Que aquí estamos reuniendo niños para prepararlos para una Guerra entre naciones, o entre naciones y la Flota Internacional. Una guerra por tierra, en nuestro planeta.
—¿Por qué querríamos llevar a los niños al espacio y prepararlos Para una guerra en la Tierra?
—Piénselo un momento y lo sabrá.
—Porque… porque cuando hayamos eliminado a los fórmicos, probablemente habrá un conflicto en tierra. Y, en cuanto a todos los comandantes con talento… la F.I. ya los tendría.
—¿Ve? No podemos permitir que este niño publique nada, ni siquiera dentro de la F.I. No todo el mundo ha renunciado a su lealtad a los grupos de la Tierra.
—Entonces, ¿para qué me ha llamado?
—Porque quiero utilizar a ese niño. Aquí no estamos dirigiendo la guerra, sino una escuela. ¿Leyó su estudio sobre lo poco eficaz que es emplear a oficiales como profesores?
—Sí. Me sentí humillado.
—Esta vez está equivocado, porque no tiene forma de saber lo poco tradicionales que hemos sido siempre con el reclutamiento. Pero tal vez tenga algo de razón. Porque nuestro sistema para determinar la capacidad de los oficiales fue diseñado para producir unos candidatos concretos, conformes a las tendencias válidas para los oficiales mejor considerados durante la Segunda Invasión.
—Ajá.
—¿Ve? Algunos de los mejor considerados eran oficiales que salieron airosos del combate, pero la guerra fue demasiado breve para despejar la maleza. Los oficiales que probaron fueron criticados por Bean en su estudio. Así que…
—Así que tuvo la razón equivocada, pero el resultado acertado.
—Exactamente. Eso nos proporciona pequeños gilipollas como Bonzo Madrid. Ha conocido a oficiales como él, ¿verdad? Entonces, ¿por qué se sorprende de que nuestras pruebas le den el mando de una escuadra aunque no tenga ni idea de qué hacer con él? Toda la vanidad y toda la estupidez de Custer o Hooker o… demonios, elija el incompetente vanidoso que quiera, es la tendencia más común entre los generales.
—¿Puedo citar eso que dice?
—Lo negaré todo. El tema es que Bean ha estado estudiando los dossieres de todos los demás estudiantes. Creemos que los ha estado evaluando según la lealtad hacia su grupo de identidad nativa, y también por su excelencia como comandantes.
—Según sus propios criterios de excelencia.
—Necesitamos que Ender consiga el mando de una escuadra. Estamos muy presionados para que nuestros candidatos entren en la Escuela de Mando. Pero si quitamos a uno de los actuales comandantes para hacerle un hueco a Ender, causará demasiado resentimiento.
—Entonces tendrá que darle una nueva escuadra.
—Dragón.
—Aún hay chicos que recuerdan la última Escuadra Dragón.
—Cierto. Me gusta eso. El mal de ojo.
—Comprendo. Quiere darle a Ender un poco de ventaja.
—Con eso sólo logramos empeorar la situación.
—Eso pensaba.
—Tampoco vamos a darle a ningún soldado que no esté ya en la lista de traslados de los otros comandantes.
—¿La escoria? ¿Qué le va a hacer a ese chico?
—Si los escogimos por nuestros criterios, sí, la escoria. Pero nosotros no vamos a escoger a la escuadra de Ender.
—¿Bean?
—Nuestras pruebas carecen de valor, ¿no? Algunos de esos pardillos son los mejores estudiantes, según Bean. Y ha estado estudiando a los novatos. Así que déle una misión. Dígale que resuelva un problema hipotético. Que forme una escuadra sólo con novatos. Tal vez con los soldados de las listas de traslado, también.
—No creo que podamos hacerlo sin decirle que sabemos que ha entrado en los archivos como profesor falso.
—Entonces dígaselo.
—No creerá en nada de lo que descubrió mientras investigaba.
—No encontró nada —dijo Graff—. No tuvimos que plantar nada falso para que lo hallara, porque tenía una teoría falsa, ¿ve? Así que, tanto si piensa que plantamos material o no, continuará engañado y nosotros seguros.
—Parece contar con que comprende su psicología.
—Sor Carlotta asegura que difiere del ADN humano corriente sólo en una zona muy pequeña.
—¿Así que ahora es humano de nuevo?
—¡Tengo que tomar decisiones basándome en algo, Dimak!
—¿Entonces el jurado está todavía deliberando su humanidad?
—Déme una lista de la escuadra hipotética que Bean escogería, para que podamos dársela a Ender.
—Se incluirá también él, lo sabe.
—Será mejor que no, o no es tan listo como creemos.
—¿Y Ender? ¿Está preparado?
—Anderson cree que sí —Graff suspiró—. Para Bean, no es más que un juego, porque sobre él no ha recaído todavía ningún peso. Pero Ender… creo que sabe, en el fondo, adonde lleva esto. Creo que ya lo siente.