Por lo que Bean había oído sobre Wiggin de los niños de su grupo de novatos que acudían a las prácticas, se dio cuenta de que no era así Wiggin parecía preocuparse realmente de que los otros niños lo hicieran lo mejor posible. ¿Tanto necesitaba que lo apreciaran? Porque si eso era lo que pretendía, estaba funcionando. Lo adoraban.
Aun así, tenía que haber algo más que ansia de amor. Bean no podía comprenderlo.
Descubrió que las observaciones de los profesores, aunque eran valiosas, no le eran de utilidad para entender lo que pasaba por la cabeza de Wiggin. Para empezar, guardaban las observaciones psicológicas del juego mental en alguna otra parte a la que Bean no tenía acceso. Además, los profesores nunca serían capaces de penetrar en la cabeza de Wiggin porque simplemente no pensaban a su nivel.
Bean sí.
Pero el proyecto de Bean no era analizar a Wiggin por simple curiosidad científica, ni para competir con él, ni siquiera para comprenderlo. Era para convertirse él mismo en el tipo de niño en quien los profesores confiaran, de quien pudieran fiarse. Un niño a quien consideraran completamente humano. Para ese proyecto, Wiggin era su profesor porque ya había hecho lo que Bean necesitaba hacer.
Wiggin lo había hecho sin ser perfecto. Sin estar, por lo que podía decir Bean, cuerdo por completo. No es que nadie lo estuviera. Pero la disposición de Wiggin a dedicar horas cada día a entrenar a niños que no podían hacer nada por él… cuanto más pensaba Bean en ello, menos sentido tenía. Wiggin no estaba construyendo una red de seguidores. Al contrario que Bean, no tenía una memoria perfecta, así que Bean estaba seguro de que Wiggin no llevaba un dossier mental de todos los otros niños de la Escuela de Batalla. Los niños con los que trabajaba no eran los mejores, y a menudo eran los más temerosos y dependientes de entre los novatos y los perdedores de las escuadras normales. Acudían a él porque pensaban que estar en la misma habitación con el soldado que lideraba las puntuaciones podría traerles algo de suerte. Pero ¿por qué seguía Wiggin dedicándoles su tiempo?
¿Por qué murió Poke por mí?
Era la misma pregunta. Bean lo sabía. Encontró en la biblioteca vanos libros sobre ética y los recuperó en su consola para leerlos. Pronto descubrió que las únicas teorías que explicaban el altruismo eran falsas. La más estúpida era la vieja explicación sociobiológica de que los tíos morian por los sobrinos: ahora no había lazos de sangre en los ejércitos y la gente a menudo moría por desconocidos. La teoría de la comunidad no estaba mal, explicaba por qué todas las comunidades honraban en sus historias y rituales a los héroes que se sacrificaban, pero seguía sin explicar la personalidad de los propios héroes.
Pues eso era lo que Bean veía en Wiggin. Un héroe en sus raíces.
Wiggin, en realidad, no se preocupa tanto por sí mismo como por los otros niños, que no merecen ni cinco minutos de su tiempo.
Sin embargo era esta misma tendencia lo que hacía que todo el mundo se fijara en él. Tal vez por eso en todas las historias que sor Carlotta le contó, Jesús siempre estaba rodeado por una multitud.
Tal vez por eso tengo tanto miedo de Wiggin. Porque él es el extraño, no yo. Él es el ininteligible, el impredecible. Él es el que no hace las cosas por motivos sensatos y predecibles. Yo voy a sobrevivir, y una vez que sepas eso, no hay nada más que saber sobre mí. Pero él… él era capaz de todo.
Cuanto más estudiaba a Wiggin, más misterios destapaba Bean. Más se decidía a actuar como Wiggin hasta que, en algún momento, llegara a ver el mundo como lo veía Wiggin.
Pero incluso mientras seguía la pista de Ender (siempre a lo lejos) lo que Bean no podía hacer era lo que hacían los niños más pequeños, lo que hacían los discípulos de Wiggin. No podía llamarlo Ender. Llamarlo por su apellido lo mantenía a distancia. A una distancia microscópica, de todas formas.
¿Qué estudiaba Wiggin cuando leía a solas? No los libros de historia militar y estrategia que Bean había leído en un soplo y ahora repasaba de forma metódica, aplicándolo todo al combate espacial y a la guerra moderna en la Tierra. Wiggin leía la parte que le correspondía, también, pero cuando acudía a la biblioteca con la misma frecuencia para visualizar combates en una cinta de vídeo, y lo que más observaba eran las naves insectoras. Y los clips de la fuerza de ataque de Mazer Rackham en la heroica batalla que impidió la Segunda Invasión.
Bean también los visualizó, aunque sólo una vez: en cuanto los había visto, los recordaba a la perfección y podía reproducirlos en su memoria, con suficientes detalles para advertir más tarde escenas que había pasado por alto en un primer momento. ¿Veía Wiggin algo nuevo cada vez que volvía a ver aquellos vids? ¿O estaba buscando algo que no había encontrado todavía?
¿Acaso trataba de comprender cómo pensaban los insectores? ¿Por qué no se daba cuenta de que la biblioteca de allí no disponía de suficientes vids? No había más que propaganda. Quitaban todas las terribles escenas de tipos muertos, de luchas y muertes mano a mano cuando las naves eran abordadas. No tenían vids de derrotas, donde los insectores borraban del cielo a las naves humanas. Todo lo que tenían eran naves que daban vueltas en el espacio, unos cuantos minutos de maniobras antes del combate.
¿Guerra en el espacio? Tan emocionante que era en las historias inventadas, y en cambio tan aburrida en la realidad. De vez en cuando algo se iluminaba, pero la mayoría era sólo oscuridad.
Y, naturalmente, el momento obligatorio de la victoria de Mazer Rackham. ¿Qué podía esperar aprender Wiggin?
Bean aprendía más por las omisiones que por lo que realmente veía. Por ejemplo, no había ni una sola imagen de Mazer Rackham en toda la biblioteca, lo cual resultaba extraño. Los rostros de los triunviros estaban por todas partes, igual que los de otros comandantes y líderes políticos. ¿Por qué no Rackham? ¿Había muerto en el momento de la victoria? ¿O era, quizás, una figura ficticia, una leyenda creada a propósito, para que fuera posible asociar un nombre a la victoria? Pero si ése fuera el caso, habrían creado un rostro para él… era muy fácil hacerlo. ¿Era deforme?
¿Era muy, muy pequeño?
Si crezco y me convierto en el comandante de la flota humana que derrote a los insectores, ¿esconderán también mi foto, porque alguien tan pequeño no puede ser considerado un héroe?
¿A quién le importa? No quiero ser ningún héroe.
Eso es cosa de Wiggin.
Nikolai, el niño que dormía frente a él. Era lo suficientemente inteligente para hacer algunas suposiciones que a Bean no se le habían ocurrido. Y lo bastante confiado para no enfadarse cuando pilló a Bean en su consola. Bean estaba lleno de esperanza cuando llegó por fin al archivo de Nikolai.
La evaluación del profesor era negativa. «Un comodón,» Cruel, pero ¿era cierto?
He confiado demasiado en las evaluaciones de los profesores, advirtió Bean. ¿Tengo alguna prueba real de que tengan razón? ¿O creo en sus evaluaciones porque mis notas son tan altas? ¿Acaso he dejado que sus halagos me vuelvan complaciente?
—¿Y si todas las evaluaciones estaban equivocadas?
En las calles de Rotterdam no disponía de ningún archivo de ningún profesor. Conocía a los niños. Poke… hice mi propio juicio sobre ella y casi acerté, sólo unas cuantas sorpresas aquí y allá. Sargento… ninguna sorpresa. Aquiles… sí, lo conocía.
Entonces, ¿por qué me he mantenido aparte de los otros estudiantes? Porque ellos me aislaron primero, y porque decidí que los profesores tenían el poder. Pero ahora veo que sólo tenía parte de razón. Los profesores tienen el poder aquí y ahora, pero algún día no estaré en la Escuela de Batalla, ¿y qué importará entonces lo que los profesores piensen de mí? Puedo aprender toda la teoría e historia militar que quiera, y no me servirá de nada si no me confían el mando. Y nunca me pondrán a cargo de ningún ejército o ninguna flota a menos que tengan razones para creer que los demás hombres me seguirán.
Hoy no son hombres, sino niños, la mayoría; tan sólo hay unas cuantas niñas. No son hombres, pero lo serán. ¿Cómo eligen a sus líderes? ¿Cómo puedo lograr que sigan a alguien que es tan pequeño, tan despreciado?
¿Cómo actuó Wiggin?
Bean le preguntó a Nikolai qué niños de su grupo de novatos entrenaban con Wiggin.
—Sólo unos pocos. Y son unos capullos, ¿no? Los pelotas y los chulitos.
—Pero ¿quiénes son?
—¿Estás intentando hacerte amigo de Wiggin?
—Sólo quiero saber cosas sobre él.
—¿Qué quieres saber?
Ese era el tipo de preguntas que molestaban a Bean. No le gustaba hablar sobre lo que hacía. Pero no vio ninguna malicia en Nikolai. Sólo quería saber.
—Historia. El mejor, ¿no? ¿Cómo lo consiguió? —Bean se preguntó si había conseguido hablar con el lenguaje lacónico de los soldados. No lo empleaba mucho. Todavía faltaba la música.
—Lo descubres y me lo dices —dijo, poniendo los ojos en blanco, burlándose de sí mismo.
—Te lo diré —aseguró Bean.
—¿Tengo alguna posibilidad de ser el mejor, como Ender? — Nikolai se rió—. Por la forma en que aprendes, tú sí que la tienes.
—Los mocos de Wiggin no saben a miel —dijo Bean.
—¿Y eso qué significa?
—Es humano como cualquiera. Si lo descubro, te lo cuento, ¿vale?
Bean se preguntó por qué Nikolai descartaba ya la posibilidad de ser uno de los mejores. ¿Podría ser que la evaluación negativa de los profesores fuera acertada, después de todo? ¿O habían dejado ver inconscientemente su desdén hacía él, y él los creía?
Gracias a los niños que Nikolai había señalado (los pelotas y los chulitos, que no era una evaluación inadecuada de todas formas), Bean descubrió lo que quería saber. Los nombres de los amigos más íntimos de Wiggin.
Shen. Alai. Petra… ¡ella otra vez! Pero Shen era el más antiguo.
Bean lo encontró estudiando en la biblioteca. El único motivo que tenía para ir allí eran los vids: todos los libros podían leerse desde las consolas. Sin embargo, Shen no visualizaba ninguna cinta. Tenía su consola, y estaba jugando al juego de fantasía.
Bean se sentó a su lado a mirar. Un hombre con cabeza de león y cota de mallas estaba plantado ante un gigante, quien parecía estar ofreciéndole a elegir varias bebidas. El sonido estaba configurado de manera que Bean no podía oírlo desde el lado, aunque Shen parecía estar respondiendo; tecleó unas cuantas palabras. La figura de hombre león bebió una de las sustancias y se murió al momento.
Shen murmuró algo y apañó la consola.
—¿Esa es la Bebida del Gigante? — dijo Bean—. He oído hablar de ella.
—¿Nunca has jugado? — preguntó Shen—. No se le puede ganar. O eso creía.
—Eso me han dicho. No parecía divertido.
—¿Parecer divertido? ¿Ni siquiera lo has intentado? No es que sea difícil de encontrar el juego.
Bean se encogió de hombros, tratando de falsear los manierismos que había visto usar a los otros niños. Shen parecía divertido. ¿Porque Bean se encogió de hombros mal? ¿O porque parecía curioso que alguien tan pequeño lo hiciera?
—Venga ya, ¿no juegas al juego de fantasía?
—Eso que has dicho —le interrumpió Bean—. Creías que nadie ganaba nunca.
—Vi a un tipo en un lugar que nunca había visto. Le pregunté dónde estaba, y dijo: «Al otro lado de la Bebida del Gigante.»
—¿Te dijo cómo se llega allí?
—No se lo pregunté.
—¿Porqué no?
Shen sonrió y apartó la mirada.
—Sería Wiggin, ¿no? — preguntó Bean.
La sonrisa se desvaneció.
—No he dicho eso.
—Sé que eres amigo suyo, por eso he venido a verte.
—¿Qué es esto? ¿Lo estás espiando? ¿Eres de Bonzo?
Aquello no le estaba resultando nada fácil. Bean no había advertido lo protectores que serían los amigos de Wiggin.
—Soy de mí mismo. Mira, nada malo, ¿vale? Yo sólo… mira, sólo quiero saber… lo conoces desde el principio, ¿no? Dicen que eres amigo suyo desde los días de novato.
—¿Y qué?
—Mira, él hizo amigos, ¿no? Como tú. Aunque siempre era el mejor en la clase, siempre el mejor en todo, ¿vale? Pero no lo odian.
—Muchos bichão lo odian.
—Tengo que hacer algunos amigos, tío. — Bean sabía que no debería inspirarle lástima, sino simplemente un niño triste que intentaba no inspirar lástima. Así que terminó su queja con una sonrisa. Como si intentara hacer que pareciera una broma.
—Eres muy bajito —le espetó Shen.
—No en el planeta del que vengo.
Por primera vez, Shen dejó que una sonrisa auténtica asomara a su rostro.
—El planeta de los pigmeos.
—Son demasiado grandes para mí.
—Mira, sé lo que estás diciendo. Tuve una charla curiosa. Algunos de los niños se metían conmigo. Ender los detuvo.
—¿Cómo?
—Se metió con ellos.
—Nunca había oído decir que tuviera mala lengua. —No, no dijo nada. Lo hizo en la consola. Envió un mensaje de parte de Dios.
Oh, sí. Bean había oído hablar de eso.
—¿Lo hizo por ti?
—Se estaban burlando de mi culo. Tenía un culo gordo. Antes de las prácticas, ¿sabes? Hace tiempo de eso. Así que él se burló de ellos por mirarme el culo. Pero lo firmó como Dios.
—Así que no supieron que era él.
—Oh, lo supieron. De inmediato. Pero él no dijo nada. En voz alta.
—¿Así es como os hicisteis amigos? ¿Es el protector de los niños pequeños?
Como Aquiles.
—¿Niños pequeños? — dijo Shen—. Él era el más pequeño de nuestro grupo de novatos. No como tú, pero muy pequeño. Era más joven.
—¿Era más joven, pero se convirtió en tu protector?
—No. No fue así. No, impidió que la cosa continuara, nada más. Se dirigió al grupo… era Bernard, que estaba juntando a los niños más grandes, a los más duros…
—A los matones.
—Sí, supongo. Sólo que Ender fue y se acercó al número uno de Bernard, su mejor amigo. Alai. Consiguió que Alai fuera su amigo también.
—¿Así que le robó a Bernard su apoyo?
—No, hombre. No, no es así. Se hizo amigo de Alai, y luego hizo que Alai le ayudara a hacerse amigo de Bernard.
—Bernard… Ender le rompió el brazo en la lanzadera.
—Eso es. Y creo, de verdad, que Bernard no lo perdonó nunca, pero vio cómo estaba el patio.
—¿Y cómo estaba?
—Ender es
bueno
, tío. Es que… no odia a nadie. Si eres una buena persona, te tiene que gustar. Quieres caerle bien. Si él te aprecia, entonces estás bien, ¿entiendes? Pero si eres escoria, él te vuelve loco. Con sólo saber que existe, ¿captas? Así que Ender trata de despertar la parte buena que hay en ti.