Read La rama hacia el este. El álamo y el viento. Online
Authors: Juan L. Ortiz
Sí, hubo el oro quieto de los chañares.
Y el rosa alado de los lapachos tembló ligeras nubes
de alba sobre la barranca,
en las ráfagas vivas de la luz acida y loca.
Sí, la dicha fue una tarde increíblemente celeste.
Una dicha algo angustiosa, por cierto.
Sí, entre las ramas de los paraísos florecidos
se encendió un silencio ligero de jardines,
y el río, y las islas, y el cielo muriente de las islas,
fueron una ceniza honda y vaga de flores…
Sí, entre los grandes y oscuros árboles anochecidos
el verde, apenas verde, se afinó como un agua
y los grillos dijeron de nuevo la ilusión de las hierbas
[natales
cuando allá nuestra alma era una con ellos desde el
[atardecer hasta la aurora…
Sí, todo esto en la primavera de 1945.
Todo esto y aquello que un ave inquieta desfloró en
[el aire
o quebró como un ángel al penetrar en el "círculo"
[de la tierra.
Sí, pero en nuestra tierra se cerró aún más el aire, de
[repente:
el aire, el mismo aire, porque uno solo es el aire para
[nosotros:
el de las colinas y el de nuestro pensamiento,
el de las nubes y el de nuestro sueño más profundo,
y el de la necesaria lealtad con el pensamiento y el
sueño que han encontrado sus raíces.
Sí, pero sobre las frentes jóvenes, las nobles frentes
[jóvenes,
se ha abatido una sombra bárbara de sables y de
[cascos…
Sí, pero en torno de las jóvenes frentes se aprieta un
[cerco de sables y de cascos…
Sí, pero los bárbaros, los bárbaros, los bárbaros,
contra las sienes y la sangre en que late como una
[fiebre el porvenir.
Sí, pero los bárbaros, los bárbaros, los bárbaros,
contra las sienes pálidas sin armas, contra los
[alzados corazones sin armas.
Los bárbaros, los bárbaros, los bárbaros, los
[bárbaros…
Rasgó la niña la piel
ardida del Paraná.
Azoramiento del río
ante la flecha dorada
que en él abrió cuatro tallos
rítmicos.
Cayó del aire la niña
sobre el destino del río
para unir sus alejadas
sus alejadas orillas
con sus solos cuatro tallos.
Delante de los donceles,
niña de los remolinos,
niña sobre las corrientes
ciegas,
niña sobre los abismos,
atravesando el destino
del gran río hijo del mar,
flecha dorada de alternos
pétalos sobre las aguas,
la niña unió la primera
la mañana de las márgenes…
Sobre los hombros del triunfo
la niña hija del aire,
la niña hija del agua,
la niña que venció al río,
que al destino del gran río,
impuso, flecha dorada,
sus cuatro tallos alados…
Una rama de laurel
para la hija del aire,
para la hija del agua,
la niña que venció al río,
hombres que ante las oscuras
fuerzas tembláis o el esfuerzo
desordenáis. Una rama
para la niña dorada
que venció a un dios. Llegaremos
a tanta gracia nosotros
y a una tal serenidad,
sobre los profundos vértigos
y las corrientes contrarias,
para alcanzar, ay, las playas
del sueño?
Una rama de laurel
para la hija del aire,
para la hija del agua,
la niña que venció al río…
No podemos entrar, Abril, en tu dicha translúcida.
Hay una sombra, Abril,
la sombra de una inquietud,
que nos deja en la orilla, en la orilla, temblando, de
[tu dicha.
En la orilla quedamos, Abril, de los cielos y las aguas,
tan poco cielos y aguas,
que ya no son cielos y aguas
sino pálidos y exaltados sentimientos.
En la orilla quedamos, Abril, de tu luna líquida y
[profunda,
de tu luna sin fin,
al lado de los sauces oscuros sobre su largo, largo
[escalofrío, cortado de islas negras,
y de las sombras, las sombras?, que contra las canoas
[palpitan y gloglean…
Abril, de tu rocío, en la orilla quedamos,
de la delicada fiebre de tus noches tan alta pero tan
[presente,
con sus miradas, ah, con sus miradas que nos buscan.
Por qué, Abril, esta vez, vagamos, sólo vagamos, en
[tu orilla
como niños con una ligera desesperación corriendo,
[corriendo, a la orilla del mar?
Por qué Abril, quedamos en tu orilla?
No, no, la sombra de la inquietud no es tuya, no
[viene de ti,
aunque sabemos ya de tu ceniza que a veces tiene
[alas, es verdad,
de la oscura semilla que condena a tu diamante
y lo hace, por eso, casi nuestro,
casi de nuestro mismo pensamiento más puro pero
[ya quebrado por ahí…
Son criaturas vagas de dolor, próximas y del aire,
de un aire que, ay!, no puede acariciar las colinas de
[la tierra
con el feliz acuerdo de las criaturas, de todas las
[criaturas,
las que en tu orilla, Abril,
en el límite, Abril, de tu delicia eterna
sobre aquel barranco rosa que en la tarde es casi
[diáfano,
nos tiran hacia ellas,
y nos dejan temblando, Abril, en no sabemos qué
[zonas de sentimiento,
pero de donde vemos al fin tu alba, Abril, como un
[anillo tenue
rodeando los sueños y los ojos de los hombres,
presente en los sueños y los ojos de los hombres
igual que una caricia que llamara para el día del
[trigo y la gran relación…
Agosto, fines de Agosto, cede ya
a una, sin embargo, imprecisa delicia nocturna.
Delicia oscura, oscura delicia de árboles, que baja,
[de qué cielo?
hacia el gran río, hacia el gran río perdido.
Pero a la vez se apoya contra la altísima barranca
para aspirar no sé qué anhelo en que ella misma se
[exhala.
Qué almas, qué sentidos, dentro de muchos años,
[muchos años,
qué corazones acordados, acaso,
aquí, en este mismo lugar, serán tocados
por el primer suspiro tenue de la sombra de Agosto?
Y qué sentimiento sutil tendrá la noche que
[descenderá, suavísima,
hacia el misterio del agua o las luces?
O no habrá nadie para recogerlo?
Ah, bajarán cantando las voces jóvenes
una esperanza que será de todos
hacia el Octubre azul de los jacarandaes.
Dicha deshojada, violeta, o aérea, titilando,
en los días acordes, de vidas enlazadas,
dueñas de su destino y de su soledad, por fin.
Cuánta dicha que se da para nadie, ay, para nadie.
Pero el aire se llena de ella y algo de ella debe de
[llegar a sus criaturas,
a sus criaturas menos visibles o conocidas.
Algo debe de llegar también a las otras de los pastos.
He visto los campos iluminados y estrellados de esa
[dicha.
Se hubiera querido llamar: venid, hombres, hacia la
[dicha dorada de los espinillos
—los linares habían fluido sobre las colinas,
llenos de escalofríos celestes entre las finas azucenas
[rojas—;
venid hacia los delicados y casi increíbles fuegos de
[las hierbas
entre esos mismos espinillos o entre los ceibos
[encendidos de junto a los arroyos…
Se hubiera querido llamar… pero allí cerca estaba el
[desamparo.
Allí cerca había niños rotosos, había madres
[pálidas…
Hombres, oscuros hombres, con los brazos caídos…
Cuánta dicha que se da para nadie, ay, para nadie.
La madreselva ha florecido y cubre casi el rancho
[abandonado.
Para mí sólo llega su alma en el atardecer o en la alta
[noche.
Ah, que las plantas que hemos acariciado no nos
[encuentren en la hora del don,
que el don sea sólo para la soledad y la ruina
o para alguien que pueda inclinarse sobre ellas.
Pero el aire no está de dicha,
y no están ellas en el aire de la calle,
de esta parte de calle,
abriendo acaso una inconsciente sonrisa
en la gente modesta o pobre que busca a pesar de
[todo
el azar de la noche
o responde al llamado, al llamado del río?
Siento, sin embargo, la casi soledad de este perfume,
la casi pérdida de este hálito feliz
o la casi frustración de este sutil destino.
Pero cuántas cosas finas y flotantes no son recogidas,
cuántos llamados de la tierra
a través de las criaturas que se ha dicho dormidas no
[son escuchados!
Como para escucharlos si el caos cruel y terrible
[todavía nos domina,
si no hemos alcanzado siquiera la estatura humana…
Ah, pero asumiremos alguna vez la trama de las
[vidas, de todas las vidas,
para irlas llevando hasta su cumplimiento o ir
[haciendo luz sobre sus hilos más delgados,
entre la sombra, la gran sombra, que palpitará
[entonces como un infinito corazón.
Ah, los crepúsculos de allá. Iguales a los de acá.
La misma tristeza primaveral, límpida.
Y los grillos, los grillos…
Y la brisa, casi el viento,
con la misma melancolía, de qué agua invasora?
en las islas de los follajes.
Sí, sobre la tierra siguen flotando las imágenes
o los sentimientos a veces nostálgicos
de aquéllos que la amaron o vivieron en su
[resplandor,
de aquéllos a quienes este resplandor
los tocó en su hora, en una hora lejanísima,
—oh, los del "Libro de la Poesía", oh, Li-Pó—
con una gracia eterna.
Sobre los juncos y los lagos, sobre los arroyos y las
[colinas y los sauces,
su errante corazón es una niebla ligeramente ebria.
Los amantes y los poetas sienten en esa niebla que
[todo sube hasta el canto,
que el canto viene de muy lejos, de muy lejos, y no
[muere.
Y no morirá.
Mientras exista la tierra.
Porque la tierra tiene una atmósfera,
y ellos son del aire.
Ellos son el sentimiento del aire, las lágrimas del
[aire,
el espíritu del aire iluminándose
como vagas lámparas hacia los confines.
Oh, arder en el amor de la tierra y de sus criaturas,
[de su criatura,
arder en la nostalgia de la total relación,
ser atentos, completamente atentos,
a los cuidados cambiantes y a veces paradojales del
[amor,
en la llama decisiva quemarse si ella estalla,
y pasar también, por fin, al aire de los paisajes y las
[almas,
como un fuego sutil que abra siempre para los
[desconocidos
que miren temblar las hierbas o se encuentren frente
[a su destino,
el cielo, el cielo puro y misterioso del canto…
Quién habla de la muerte? El aire de la tierra, los
[espacios humanos,
tiemblan de sentimientos y de imágenes nobles.
Ah, las muchachas que miran
morir el sol de su calle.
Desde cuándo miran, miran
con una esperanza triste,
toda ojos,
ojos sólo de la calle,
o sus estrellas de cera,
la misma agonía dulce
de la esperanza del aire?
Hay muchachas aún que miran
en los pueblos la ilusión
del día
dorarse en su muerte igual,
solas, solas en su aroma
que se irá y no dejará
más que una ceniza, ay,
translúcida,
de jazmines olvidados?
Por las flores en la sombra
desierta,
por el silencio con hambre
de los arrabales,
por las niñas de quince años
paradas en los portones,
pálidas y mal vestidas,
mientras el cielo y las
hierbas
iluminan sus fantásticas
sedas del atardecer;
hermanos, para que el silencio
no sea trágico y pesado
sobre las glicinas
en la penumbra sensible,
para que las niñas vistan
como el cielo y las hierbas
y su perfume no espere
demasiado para darse:
las tardes nuevas, hermanos,
de los pueblos acerquemos:
armonía general
de las muchachas y el cielo
y las gramíneas de fuego
frágil, frágil, y flotante…
y flores acariciadas
o en los sueños libres ante
la noche que va a cantar…
En sulky por las colinas
de un atardecer perfecto
e igual a tantos, a tantos
atardeceres sin nadie.
Sin nadie aquí? Otros vuelven
de la ciudad en la niebla
dorada
o en el vaho azul
de las hondonadas.
Hacia qué países pálidos
del este casi marchito
y desde la loma con
tan tenue gracia de "suite"
desplegado,
por la calle con ombúes,
rosa o de qué color?
van aquéllos,
también en sulky?
En sulky por las colinas
de una melodía serena
y dulcemente dispuesta
a morir bien.
Sobre una balada en sulky.
Penumbras verdes allá
en donde baja la tarde
párpados felices y hace
las casas tan blancas, blancas.
Y el descenso lento, al paso,