La rama hacia el este. El álamo y el viento. (5 page)

BOOK: La rama hacia el este. El álamo y el viento.
4.86Mb size Format: txt, pdf, ePub

[como un jardín.

El invierno no será…

El invierno no será este sueño oscuro que se parece

[a la muerte. Este frío oscuro.

Si, ya sé; la desnudez delicada, el elegante

[despojamiento.

Pero el hombre deshecho, junto al rancho deshecho?

Y las mujeres y los niños que vuelven sin leña hacia

[la noche que cae como la agonía?

Veremos todos, todos verán los paisajes finos del

[invierno,

andando, o a través de las anchas, anchísimas

[ventanas, en la gran sala cálida con libros.

Andando, en las mañanas quietas de un rosa

[permanecido y de ramas bordadas sobre

[distancias que ya son de la música.

Andando, caminando como sobre una alfombra

[sagrada sobre el silencio marchito de los

[pastizales.

Veremos todos, todos verán los paisajes finos del

[invierno,

desde un silencio puro, no ganado a la angustia ni al

[horror,

o desde la alegría segura, al fin segura, de las manos

[unidas.

No era necesario

No era necesario mirar el cielo ni las ramas.

Aquí te vi, en la tierra pura, en la tierra desnuda.

Aquí te vi, espíritu primaveral, danzar o arder

[serenamente como la alegría sin nombre,

transparencia imposible de una dicha flotante sobre

[el polvo.

Aquí te vi, niña fantasmal de velos diáfanos, en el

[mediodía inexistente.

No era necesario mirar el cielo ni las ramas.

Colinas, colinas.

Colinas, colinas, bajo este Octubre ácido…

Colinas, colinas, descomponiendo o reiterando

[matices aún fríos,

o no pudiendo decir plenamente el oro y el celeste,

[fluidos, de los cultivos.

Nos dueles, oh paisaje que no puedes cantar en la

[tarde agria e indecisa,

lleno de escalofríos bajo las nubes tenaces e inquietas

[todavía de tu sueño

y estás solo, solo, solo, con la angustia y el

[desamparo de tus criaturas.

Pero aun si cantaras el canto no se oiría casi.

Oiríamos sólo el ruido de los carros largos con su

[carga de desesperación.

Oiríamos sólo el silencio de los niños y de las

[mujeres junto a los ranchos transparentes.

Veríamos sólo la figura deshecha con la bolsa al

[hombro sobre la cima de la loma.

Veríamos sólo esos arrabales de las Estaciones,

[oh campos de Entre Ríos con aún países

[absolutos de injusticia,

oh campos de Entre Ríos hechos para la dicha

de los que os evocaron esa aurora florecida que aún

[no canta y que es extraña al día.

Otro será el paisaje mañana en las mismas líneas

[puras.

Cantará con un múltiple canto entre las casas

[próximas con mesas, ah, seguras y con

[libros y músicas,

Como de la noche de su alma del sueño de los

[campos el hombre extraerá toda la

[maravilla.

No más dividido, no, con el hermano, ni consigo

[mismo, ni con la tierra, el hombre.

Uno consigo mismo y con el mundo para crearse sin

[fin en la gracia más alta de la criatura,

y sonreír al rostro cejante de la sombra.

La noche pálida tiembla

La noche pálida tiembla con una inquietud secreta.

Tanto jazmín, no obstante, y azahares tantos, en la

[luna un poco alejada por los focos eléctricos,

en la sensible soledad del arrabal —oh, los tapiales

[viejos, oh, las veredas rotas, noche

en que nuestros pasos parecen pisar un corazón

[inquieto y delicado.

Alma de los tapiales y de las veredas, quizás?

Allá, hacia el hervor plateado del río, será otro el

[sentimiento?

—soledad de azucenas hacia el vapor celeste de las

[islas—.

Otra será la emoción de las quintas cercanas que

[descienden hacia el alba a destiempo de las

[costas

entre una nieve tímida de flores?

Sobre la arena de los patios de los ranchos, tan

[blanca, ah, tan blanca,

una memoria, acaso, de rondas sobre el hambre?

Más allá del jazmín, más allá del azahar, más allá de

[los tapiales viejos,

más allá de la luna de las islas, más allá de la luna de

[las quintas,

más allá de la luna de las arenas que alumbró los

[juegos pobres,

la noche pálida tiembla con una inquietud secreta.

Un viento vago, un vago viento.

Un viento fuerte por momentos, y profundo.

En la dirección del viento todo se inclina y huye.

No hay paz perfecta en ninguna noche, no hay luna

[con jazmín íntimamente pura.

Un hondo estremecimiento que luego se alza y

[deshace, hecho ráfaga, la noche.

El viento de la angustia de los niños lejanos, de las

[mujeres lejanas, bajo la muerte brutalmente

[alada.

El viento más lento, terriblemente lento, y como

[circular, de la desesperación cercana.

Alma mía, sobre el viento y la noche, mira, mira el

[bosque de brazos que sostendrá el día puro.

La tarde de verano…

La tarde de verano es una frescura indecisa, gris,

[después de las lluvias.

Pero el jardín, ah, el jardín con la luz de las rosas,

[frágil y húmeda,

va dando la dulzura del tiempo, la secreta dulzura,

[irisada, del tiempo.

El momento dorado se abre y mira las flores.

Amigos, y los otros que no saben de la vida de los

[jardines, luego de las lluvias,

ni de los sentimientos de las horas a través de las

[rosas,

ni menos de las relaciones del cielo último con las

[criaturas que se empinan para recogerlo?

Amigos, y los otros, entre un agudo mundo de

[puñales?

Tarde de primavera o de otoño?

Tarde de primavera o de otoño ésta de principios de

[Febrero?

Grillos en la limpidez llovida, tan pura que nos

[duele.

—Oh, Rimbaud frente al vacío apenas dorado, a la

[nada encantada e infinita,

resplandor extraño y casi triste de unas verdes

[presencias

que esperan el mensaje de los espíritus que volverán

[dentro de algunos momentos.

Dónde están los pájaros ahora?

En esta tarde recuerdo la otra.

Niebla luminosa sobre las fachadas, sobre el pasto,

[sobre los árboles, a las 4.

Una felicidad súbita e interior de un resplandor

[inmóvil como un ángel

que sonriera para nadie

apenas, muy apenas traspuesto el límite de la siesta

[de Enero.

El silencio del otoño…

El silencio del otoño entre la arboleda del crepúsculo.

El pálido silencio del agua rameada, gris, bajo la

[última ceniza.

Apenas, muy apenas, la frágil despedida

de algunas hojas.

Por calles de sueño fuimos hacia la arboleda

en el anochecer del arrabal.

Angustia solitaria, casi trágica, la del anochecer del

[arrabal.

Y el silencio del otoño entró en el sueño,

en el duermevela prolongado.

Y surgiste, tú, rostro de madre,

surgiste del silencio del otoño,

de la no todavía muerte de la tierra.

De un silencio de árboles obscuros contra el

[crepúsculo

y de ramas hundidas en un más allá líquido, surgiste.

No, no, la tierra atraía todo el sueño del cielo

y me devolvía un rostro casi perdido.

La sonrisa iluminada no se había apagado en la

[noche de las raíces.

Y tu voz, madre mía, siempre sabia para la tristeza o

[la inquietud sin nombre.

Y tus ojos que veían tantas cosas hostiles en torno de

[nosotros…

Me hablaste y no eras tú, madre, la que me hablaba.

Por qué en el sueño tu voz perdió de pronto los

[límites queridos?

Era la otra madre, sí, la que me hablaba con

[palabras sin formas y de una profundidad

[infinita

pero a las cuales una íntima luz que nacía del sueño

iba dando su consentimiento y su adhesión.

Y fue el juramento luego de todo el ser:

la absoluta fidelidad al destino de esta madre,

iluminado como un arcoiris en el cielo del sueño,

en el cielo del sueño cerrado por el silencio del otoño.

Un éxtasis transparente…

Un éxtasis transparente,

no excesivamente claro.

No demasiado acusadas

las cosas:

ni nítidas ni brillantes en el éxtasis.

Y una soledad suspendida

y translúcida,

fácil para el olvido,

que sería fácil para el olvido,

si no amásemos estas húmedas llanuras,

estas tímidas colinas,

con su deshecha planta humana,

si nuestra comunión excluyera esta planta,

esta dolida planta.

Los estetas dirán

que este cielo delicado

lo domina todo.

Pero el amor tiene memoria,

pero el amor tiene ojos humildes.

La memoria del amor y sus ojos

nos ponen frente

a otras criaturas

del paisaje

que las determinaciones

del cielo,

a otras criaturas ajenas

a la dicha del aire,

sin cielo en sí para mirar el otro

despojadas y humilladas,

entre el honor del aire y las colinas.

Sí, hay que buscar el cielo dentro de nosotros y para

[todos.

Muchas cosas deberán cambiar para que este cielo

[tenga una dulce réplica

en una interior dicha ligera.

Mejor: esta dicha discreta que casi es del

[pensamiento

será como la irradiación de la otra

que se habrá conquistado con duras manos, ay, lo sé.

Cielo en el corazón del hombre para que el otro

dé todo su valor en un paisaje

que será del hombre, por fin.

Nosotros también de las cosas

como su aspiración iluminada.

Sentí de pronto.

Sentí de pronto como nunca

la profundidad de mis raíces

en este paisaje de montes.

El monte silencioso

como una verde nube baja.

El silencio del monte

bajo el silencio del cielo.

Eran mi alma

ese monte y ese cielo.

Nada más que monte y cielo.

Y las islas y los arroyos?

Mis raíces estaban, en verdad,

en un paisaje más vasto.

La voz nocturna o crepuscular del agua

también era mi voz.

Y las ramas inclinadas

en un silencio pendiente

hacia el día fluido

o las estrellas rotas o fijadas

eran mi cortesía permanente

hacia la luz viajera o abismada.

Pero ese monte y ese cielo

lo resumían todo.

Eran mi paisaje, yo era su paisaje.

Allí estaba el agua

en el cielo

y en el pasto.

El agua, diosa también etérea de estos campos.

El agua, que daría la dicha a los hijos de estos

[campos,

errantes por los caminos,

o incorporándose de debajo de los carros con

[criaturas de pecho en el escalofrío del

[amanecer…

* * *

El amanecer, ay, azula,

con qué azul, la laguna.

Qué hermosa, ay, mi tierra bajo el signo del cielo

y del agua fiel.

El amanecer es todo un celeste fluido o vaporoso

hecho de una sustancia

de un mundo

en que no hay familias errantes que duermen debajo

[de los carros.

El amanecer, con su celeste todavía no dorado

pero ya abriéndose como una flor para la laguna

y para el ramillete de cardos que desde el terraplén

[en la laguna se recorta.

Se recorta? Qué manos dibujaron, Dios, qué manos

[pintaron

esta gracia con corolas lilas, esta gracia con corolas

[moradas,

hacia un celeste que es apenas líquido?

* * *

Tendido en el sol,

qué fiesta de lilas, qué fiesta de morados.

Lámparas esbeltas, los cardos,

con una luz morada, con un resplandor lila,

sobre la ondulación morada, sobre la ondulación

[lila, del campo todo con la "flor morada".

El campanilleo de la perdiz flota en la brisa morada.

Hermanos míos, no puedo estar en esta fiesta

[amable porque sé de qué está hecha.

Para que esta fiesta se hiciera para nadie

fue necesario que os arrojaran a los caminos

o a vivir bajo un cielo que no tiene ciertamente

[sonrisas.

Algo mío, sin embargo, entra en este jardín con

[graciosas lámparas en la luz de la mañana

y vasto de violetas en la brisa,

pero diéralo a otro jardín ganado sobre las cuchillas

[con los colores de vuestra dicha.

Y algo tiembla en esta delicia solitaria:

vuestros hermanos del este, mis hermanos del este, a

[esta hora,

hecho fusil y fuego nuestro sueño ganado en una

[parte del mundo,

atraviesan el horror como ángeles terribles

para que el cielo suba al fin de la tierra para todos

[con los colores del destino.

Los mundos unidos…
(El Hospital Palma)

Ah, el paisaje amable de Paraná se nos pierde.

Es posible ver con ojos limpios las islas de enfrente

[detrás de los sauces,

el sol deshecho en colores de la ribera,

la barranca cincelada, con caminos disparadores de

[autos,

la luz vaporizada en las vueltas del río y sobre las

[lomas que danzan hasta el río?

Es posible ver con ojos limpios, esto,

alejándose hasta el cielo en un azul dormido,

luego de ver "aquello"?

Ah, es posible pero para ésos que solamente tienen

[ojos.

Other books

How the West Was Won (1963) by L'amour, Louis
Beg Me by Jennifer Probst
Bear Temptations by Aurelia Thorn
Postcards From Berlin by Margaret Leroy
Bound by C.K. Bryant
Bound, Spanked and Loved: Fourteen Kinky Valentine's Day Stories by Sierra Cartwright, Annabel Joseph, Cari Silverwood, Natasha Knight, Sue Lyndon, Emily Tilton, Cara Bristol, Renee Rose, Alta Hensley, Trent Evans, Ashe Barker, Katherine Deane, Korey Mae Johnson, Kallista Dane
Fathers and Sons by Ivan Turgenev
A Dangerous Deceit by Marjorie Eccles