Por eso dijo que iban a esperar.
Se agazapó con Ann-Britt Höglund al abrigo de un granero en ruinas. La puerta exterior estaba a unos veinticinco metros. Pasaba el tiempo. Pronto amanecería. No podían esperar más.
Wallander ordenó que fueran armados. Pero pretendía que todo ocurriera sin sobresaltos. Katarina Taxell estaba en la casa con su hijo recién nacido.
Nada podía salir mal. Que ellos mantuvieran la calma era lo más importante de todo.
—Vamos —dijo—. Da el aviso.
Ann-Britt Höglund habló en voz baja por el transmisor-receptor. Oyó varias confirmaciones de que la habían entendido. Sacó su pistola. Wallander sacudió la cabeza.
—Guárdala en el bolsillo. Pero no te olvides de en cuál.
La casa permanecía en silencio. Ningún movimiento. Echaron a andar, Wallander delante, Ann-Britt Höglund detrás. El viento seguía soplando con intensidad. Wallander miró una vez más el reloj. Las cinco y diecinueve minutos. Yvonne Ander debía de haberse levantado ya si pensaba llegar a tiempo a su trabajo en el tren de la mañana. Se detuvieron ante la puerta. Wallander contuvo el aliento. Llamó y dio un paso atrás. Con la mano agarraba la pistola en el bolsillo derecho de la chaqueta. No ocurría nada. Dio un paso adelante y volvió a llamar. Tocó al mismo tiempo la cerradura. La puerta estaba cerrada con llave. Insistió en su llamada. De pronto empezó a sentirse inquieto. Golpeó la puerta. Seguía sin producirse una reacción. Algo no funcionaba.
—Vamos a entrar —anunció—. Comunícalo. ¿Quién cogió la palanqueta? ¿Por qué no la cogimos nosotros?
Ann-Britt Höglund habló con voz firme en el transmisor-receptor. Se colocó de espaldas al viento. Wallander no perdía de vista las ventanas de los lados de la puerta. Svedberg llegó corriendo con la ganzúa. Wallander le dijo que volviera enseguida a su sitio. Luego metió la palanqueta y empezó a hacer fuerza. La puerta se rompió a la altura de la cerradura. En el vestíbulo había luz. Sin proponérselo había sacado el arma. Ann-Britt Höglund le siguió rápidamente. Wallander se agachó y entró. Ella fue detrás, un poco de lado, cubriéndole con su pistola. Todo estaba en silencio.
—¡Policía! —gritó Wallander—. Buscamos a Yvonne Ander.
No pasó nada. Volvió a gritar. Avanzó con cuidado hacia la habitación de enfrente. Ella le siguió. La irrealidad volvió a aparecer. Wallander entró en una estancia grande y abierta. Paseó la pistola por la habitación. Todo estaba vacío. Bajó la pistola. Ann-Britt Höglund permanecía al otro lado de la puerta. La sala era grande. Había lámparas encendidas. Junto a una de las paredes vieron un horno de amasar con una forma extraña.
De pronto se abrió una puerta al otro lado de la habitación. Wallander se sobresaltó y alzó de nuevo la pistola, Ann-Britt Höglund puso una rodilla en el suelo. Katarina Taxell entró por la puerta. Iba en camisón. Parecía asustada.
Wallander y Ann-Britt Höglund bajaron el arma.
En ese instante Wallander se dio cuenta de que Yvonne Ander no estaba en la casa.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Katarina Taxell.
Wallander se acercó a ella.
—¿Dónde está Yvonne Ander?
—No está aquí.
—¿Dónde está?
—Supongo que camino de su trabajo.
Wallander tenía ahora mucha prisa.
—¿Quién vino a buscarla?
—Ella siempre va en coche.
—Pero su coche está aquí aparcado.
—Tiene dos coches.
«Así de fácil», pensó Wallander. «No tenía sólo el Golf rojo».
—¿Estás bien? —preguntó luego—. ¿Y tu hijo también?
—¿Por qué no íbamos a estar bien?
Wallander echó una mirada rápida por la estancia. Luego le dijo a Ann-Britt Höglund que llamara a los otros. Disponían de muy poco tiempo y tenían que seguir la búsqueda.
—Traed a Nyberg —pidió—. Hay que inspeccionar esta casa del derecho y del revés.
Los policías se reunieron en la gran habitación blanca.
—Se ha ido —informó Wallander—. Va camino de Hässleholm. Al menos no hay razón para suponer otra cosa. Va a empezar a trabajar. Allí subirá también al tren un pasajero que se llama Tore Grundén. Es el próximo a matar en su lista.
—¿Será posible que vaya a matarle en el tren? —preguntó Martinsson incrédulo.
—No lo sabemos —contestó Wallander—. Pero no podemos permitirnos más asesinatos. Tenemos que detenerla antes.
—Hay que avisar a los colegas de Hässleholm —dijo Hansson.
—Lo haremos por el camino. Que Hansson y Martinsson vengan conmigo. El resto puede empezar a registrar la casa. Y a hablar con Katarina Taxell.
Hizo un gesto en dirección a la muchacha, que estaba junto a una de las paredes. La luz era gris. Parecía fundirse con la pared, diluirse, borrarse. ¿Podía palidecer tanto una persona que dejara de ser visible?
Se fueron al coche. Hansson conducía. Martinsson estaba a punto de telefonear a Hässleholm cuando Wallander le pidió que esperara.
—Creo que es mejor que esto lo hagamos nosotros. Si se arma un caos, no sabemos lo que puede pasar. Esa mujer puede ser peligrosa. Me doy cuenta ahora. Peligrosa también para nosotros.
—¿Cómo no va a ser peligrosa? —dijo Hansson, sorprendido—. Ha matado a tres personas, clavándoles estacas, estrangulándolas, ahogándolas. Si una persona así no es peligrosa, no sé yo quién puede serlo.
—No sabemos siquiera qué aspecto tiene Grundén —dijo Martinsson—. ¿Daremos su nombre por los altavoces de la estación? Ella llevará uniforme, es de suponer.
—Tal vez —contestó Wallander—. Ya veremos cuando lleguemos. Pon las luces. Tenemos prisa.
Hansson conducía deprisa. Con todo, el tiempo escaseaba. Cuando les faltaban veinte minutos, Wallander creyó que llegaban.
Luego tuvieron un pinchazo. Hansson lanzó un juramento y frenó. Cuando vieron que había que cambiar la rueda izquierda trasera, Martinsson quiso llamar de nuevo a los colegas de Hässleholm. Por lo menos podían mandarles un coche. Pero Wallander dijo que no. Lo tenía decidido. Llegarían de todas maneras. Cambiaron la rueda a toda velocidad, con el viento tirándoles de la ropa. Luego siguieron adelante. Hansson volaba ahora, el tiempo se les escapaba de las manos y Wallander trataba de decidir qué iban a hacer. Le resultaba difícil imaginar que Yvonne Ander matase a Tore Grundén delante de los ojos de los pasajeros que esperaban o subían a los trenes. No casaba con su forma de hacer las cosas anteriormente. Llegó a la conclusión de que, de momento, debían olvidar a Tore Grundén. La buscarían a ella, a una mujer de uniforme, y la detendrían lo más discretamente posible.
Llegaron a Hässleholm y Hansson, con los nervios, empezó por equivocarse, aunque aseguró que conocía el camino. Wallander ahora también estaba de mal humor y cuando llegaron a la estación casi empezaron a gritarse unos a otros. Saltaron del coche con la luz de policía. Tres hombres, pensó Wallander, en lo mejor de su vida, que parecían ir a atracar la caja de la estación o, por lo menos, a coger un tren a punto de irse. El reloj indicaba que tenían tres minutos por delante. Las 7:49. Los altavoces anunciaron el tren. Pero Wallander no logró entender si decían que llegaba o que había llegado ya. Les pidió a Martinsson y a Hansson que se calmaran. Saldrían al andén, un poco separados, pero manteniendo siempre el contacto entre los tres. Cuando la encontraran, se acercarían rodeándola y le dirían que les acompañase. Wallander suponía que ése sería el momento crítico. No podían estar seguros de cómo iba a reaccionar. Tenían que estar preparados, no con las armas sino con los brazos. Insistió en ello varias veces. Yvonne Ander no usaba armas. Ellos tenían que estar preparados pero debían reducirla sin disparar.
Luego salieron al exterior. El viento seguía soplando con fuerza. El tren aún no había entrado en la estación. Los pasajeros se protegían del vendaval donde podían. Eran muchos los que iban a viajar hacia el norte ese sábado por la mañana. Llegaron al andén, Wallander delante, Hansson tras él, Martinsson cerca de las vías. Wallander vio enseguida a un jefe de tren hombre que estaba fumando un cigarrillo. La tensión le había hecho sudar. A Yvonne Ander no la veía. A ninguna mujer de uniforme. Buscó con la mirada a un hombre que pudiera ser Tore Grundén. Pero era, naturalmente, inútil. El hombre no tenía rostro. Era sólo un nombre tachado en un macabro cuaderno de notas. Intercambió miradas con Hansson y Martinsson. Luego miró hacia la estación por si ella venía de allí. Al mismo tiempo, el tren entraba en la estación. Se dio cuenta de que algo estaba fallando por completo. Todavía se resistía a pensar que ella tuviera previsto matar a Tore Grundén en el andén. Pero no podía estar completamente seguro. Demasiadas veces le había tocado ver cómo personas muy calculadoras perdían el control de repente y empezaban a actuar impulsivamente y en contra de sus costumbres de siempre. Los pasajeros empezaron a recoger sus equipajes. El tren estaba entrando. El jefe de tren había tirado el cigarrillo. Wallander comprendió que no tenía elección. Tenía que hablar con él. Preguntarle si Yvonne Ander había subido ya al ferrocarril. O si había pasado algo con su horario de trabajo. El tren frenó. Wallander tuvo que abrirse paso entre los pasajeros que se apresuraban a escapar del viento y a subirse al vagón. De repente descubrió a un hombre solo, un poco más allá, en el andén. Iba a coger su maleta. Junto a él había una mujer. Llevaba un abrigo muy largo que el viento azotaba. Un tren se acercaba por el lado contrario. Wallander no llegó a estar nunca seguro de haber entendido la situación. Pero, a pesar de ello, reaccionó como si estuviera muy clara. Se lanzó arrollando a los pasajeros que se interponían en su camino. Tras él iban Hansson y Martinsson sin saber en realidad adónde. Wallander vio cómo la mujer agarraba de pronto al hombre por detrás. Parecía muy fuerte. Casi le levantó del suelo. Más que comprender, Wallander intuyó que la mujer pretendía tirarle contra el tren que entraba por la otra vía. Como no llegaba, dio un grito. A pesar del estruendo de la locomotora, ella debió de oírle. Bastó un segundo de vacilación. Miró a Wallander. Martinsson y Hansson ya estaban a su lado. Corrieron hacia la mujer, que ahora había soltado al hombre. El viento le había levantado el largo abrigo. Wallander vislumbró el uniforme debajo. De repente, ella levantó la mano e hizo algo que por un instante detuvo de golpe a Hansson y a Martinsson. Se arrancó el pelo. El viento se apoderó de él inmediatamente y desapareció por el andén. Debajo de la peluca tenía el pelo corto. Echaron a correr de nuevo. Tore Grundén seguía sin comprender qué era lo que había estado a punto de ocurrir.
—¡Yvonne Ander! —gritó Wallander—. ¡Alto, policía!
Martinsson llegó hasta ella. Wallander vio cómo extendía el brazo para agarrarla. Luego todo sucedió muy deprisa. Ella golpeó con el puño derecho, con dureza y decisión. El golpe le dio a Martinsson en la mejilla izquierda. Se desplomó sin emitir un ruido en el andén. Detrás de Wallander, alguien dio un grito. Un pasajero había comprendido lo que estaba ocurriendo. Hansson se paró en seco al ver a Martinsson en el suelo. Hizo gesto de coger su pistola, pero ya era demasiado tarde. Ella agarró a Hansson por la chaqueta y le dio un rodillazo con toda su fuerza en la entrepierna. Se inclinó un instante sobre él. Luego echó a correr por el andén. Se quitó a tirones el largo abrigo y lo tiró lejos de sí. Ondeó al viento y se lo llevó una ráfaga. Wallander se detuvo junto a Martinsson y Hansson para ver cómo estaban. Martinsson había perdido el conocimiento. Hansson gemía y estaba pálido. Cuando Wallander levantó la vista, ella había desaparecido. Echó a correr por el andén. La divisó a lo lejos cruzando las vías. Se dio cuenta de que no la alcanzaría. Además no sabía cómo estaba Martinsson. Se dio la vuelta y vio que Tore Grundén ya no estaba. Llegaron corriendo algunos funcionarios de los ferrocarriles. En plena confusión, nadie entendía, naturalmente, qué había ocurrido en realidad.
Más tarde Wallander recordaría la hora siguiente como un caos que no parecía acabar nunca. Había tratado de hacer muchas cosas al mismo tiempo. Pero nadie comprendía lo que decía. Además los pasajeros del tren no paraban de dar vueltas a su alrededor. En medio de aquella confusión increíble, Hansson empezaba a recuperarse. Pero Martinsson seguía inconsciente, Wallander estaba furioso porque la ambulancia no llegaba nunca y sólo cuando aparecieron en el andén unos desconcertados policías de Hässleholm, consiguió hacerse, por lo menos, una idea aproximada de la situación. Martinsson había recibido un buen golpe. Pero la respiración era tranquila. Cuando los hombres de la ambulancia se lo llevaron, Hansson había conseguido ponerse en pie y le acompañó al hospital. Wallander explicó a los policías que habían estado a punto de detener a una mujer que trabajaba en el tren. Pero se les había escapado. En ese momento Wallander también advirtió que el tren se había ido. Se preguntó si Tore Grundén se habría subido a él. ¿Se habría dado cuenta siquiera de lo cerca que había estado de morir? Wallander se percató de que nadie entendía sus palabras. Era su placa y su autoridad lo que, a pesar de todo, les hacía aceptar que era un policía y no un demente.
Lo único que le preocupaba, aparte del estado de salud de Martinsson, era dónde se habría metido Yvonne Ander. Llamó a Ann-Britt Höglund durante los agitados minutos del andén y le contó lo sucedido. Ella respondió que estarían preparados en caso de que regresara a Vollsjö El piso de Ystad fue puesto también bajo vigilancia de inmediato. Pero Wallander dudaba. No creía que se presentara allí. Ahora sabía que la estaban vigilando. Que le estaban pisando los talones y que no cejarían hasta darle alcance. ¿Adónde podía ir? ¿Una fuga al azar? No podía desechar esa posibilidad. Al mismo tiempo, algo contradecía esa alternativa. Ella hacía planes continuamente. Era una persona que buscaba salidas muy bien pensadas. Wallander llamó a Ann-Britt Höglund de nuevo. Le pidió que hablara con Katarina Taxell. Que le hiciera una sola pregunta: ¿tenía Yvonne Ander otro escondite? Los demás interrogantes podían esperar.
—Es que yo creo que siempre tiene una solución de reserva. Puede haber mencionado una dirección, un lugar, sin que Katarina haya pensado en ello como en un escondite precisamente.
—Quizá se decida por el piso de Katarina Taxell en Lund.
Wallander se dio cuenta de que eso podía ser acertado.
—Llama a Birch. Dile que se ocupe él de eso.
—Tiene las llaves del piso —dijo Ann-Britt Höglund—. Lo ha dicho Katarina.