Read La princesa de hielo Online

Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La princesa de hielo (45 page)

BOOK: La princesa de hielo
10.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Estaban en la misma clase, pero de eso hace ya muchos años.

Birgit se retorcía nerviosamente las manos, sentada en el sofá, junto a su yerno, que intervino entonces:

—Su nombre me resulta familiar. ¿No tenía Alex unos cuadros suyos en la galería?

Patrik asintió y Henrik prosiguió:

—No lo entiendo, ¿insinúa que había entre ellos otro tipo de relación? ¿Qué razón tendría nadie para querer asesinar a mi esposa y a uno de sus artistas?

—Eso es precisamente lo que intentamos averiguar.

Patrik vaciló antes de proseguir.

—Por desgracia, también hemos podido constatar que mantenían una relación amorosa.

En medio del silencio que se hizo entonces, Karl-Erik detectó la avalancha de sentimientos que reflejaban los rostros que tenía frente a sí, el de Birgit, el de Henrik. Él no experimentó más que cierto asombro, que remitió enseguida en beneficio de la certeza de que lo que el policía acababa de decirles era verdad. Teniendo en cuenta las circunstancias, era lógico.

Birgit se tapó la boca con la mano, horrorizada ante la noticia, mientras el rostro de Henrik perdía paulatinamente el color. Karl-Erik observó que Patrik Hedström no disfrutaba lo más mínimo en su papel de mensajero de malas noticias.

—No puede ser verdad.

Birgit miró indecisa a su alrededor buscando la connivencia de su esposo y su yerno, pero fue en vano.

—¿Por qué razón iba a liarse nuestra Alex con un tipo como ése?

Miraba suplicante a Karl-Erik, pero éste se negaba a corresponder y mantenía la cabeza baja. Henrik no dijo nada, pero daba la impresión de haber quedado hundido.

—¿No saben si siguieron manteniendo el contacto después del traslado?

—No, no creo. Alex cortó de raíz todos los lazos cuando nos fuimos de Fjällbacka.

Una vez más fue Birgit quien respondió. Henrik y Karl-Erik, en cambio, seguían sin pronunciar palabra.

—Tengo otra pregunta que hacerles. Ustedes se mudaron en mitad del semestre, cuando Alex estaba en sexto. ¿Por qué? Además, prácticamente sin avisar.

—Yo no veo que sea tan extraño. A Karl-Erik le hicieron una oferta laboral magnífica que no podía rechazar. Tuvo que decidirse rápido porque necesitaban cubrir el puesto de inmediato. Por eso fue todo tan precipitado.

Birgit no dejaba de frotarse las manos nerviosamente mientras hablaba.

—Pero no matricularon a Alex en ninguna escuela de Gotemburgo, ¿no? Sino que empezó a estudiar en un internado en Suiza. ¿Por qué?

—Con el nuevo trabajo de Karl-Erik, nuestra situación económica cambió por completo y quisimos darle a Alex las mejores posibilidades a nuestro alcance —explicó Birgit.

—Ya, ¿y no había buenos colegios en Gotemburgo?

Patrik martilleaba implacable con sus preguntas y Karl-Erik no pudo por menos de admirar su interés y dedicación. También él fue joven y entusiasta un día. Ahora era simplemente un hombre cansado.

Birgit volvió a tomar la iniciativa:

—Claro que los había, pero se puede usted imaginar la red de contactos que podía adquirir en un internado como aquél. Incluso había un par de príncipes y, claro, figúrese, lanzarse a la vida adulta con semejantes conocidos.

—¿Ustedes fueron con ella a Suiza?

—Sí, claro, nosotros la matriculamos y esas cosas, si es a eso a lo que se refiere. Por supuesto que sí.

—Bueno, no me refería exactamente a eso.

Patrik ojeó su bloc de notas para refrescarse la memoria.

—Alexandra dejó la escuela de Fjällbacka a mediados del segundo semestre del 77. Y se matriculó en el internado en el segundo semestre del 78, que fue también cuando Karl-Erik empezó a trabajar aquí en Gotemburgo. Así que mi pregunta es, ¿dónde estuvieron durante ese año?

Con el entrecejo fruncido, Henrik miraba extrañado, ya a Birgit, ya a Karl-Erik. Ambos lo evitaron, no obstante, aunque Karl-Erik sintió un sordo y creciente dolor en el corazón.

—No entiendo adónde quiere ir a parar con estas preguntas. ¿Qué tiene que ver si nos mudamos en el 77 o en 78? Nuestra hija está muerta y viene a interrogarnos como si nosotros fuésemos los culpables. Simplemente debe de haberse producido algún error en alguna parte. Alguien que anotó mal en un registro, eso debe de ser. Nos vinimos aquí la primavera del 77, cuando Alexandra empezó en el internado en Suiza.

Patrik miraba consternado a Birgit, que parecía cada vez más alterada.

—Lo siento, señora Carlgren, siento causarles tantas molestias. Sé que están pasando por momentos muy difíciles, pero es mi deber hacerles estas preguntas. Y la información que tengo es correcta. Ustedes no se mudaron aquí hasta la primavera de 1978 y, de todo el año anterior, no hay un solo dato que certifique que vivían en Suecia. De modo que tengo que preguntar de nuevo: ¿dónde estuvieron ustedes entre la primavera del 77 y la primavera del 78?

Con la desesperación en el rostro, Birgit buscó apoyo en Karl-Erik, pero él sabía que ya no podía prestarle la ayuda que ella necesitaba. Tenía el convencimiento de que lo que iba a hacer sería, a la larga, lo mejor para la familia. Pero también sabía que, a corto plazo, podría destrozar a Birgit. Pese a todo, no había elección. Miró apesadumbrado a su esposa y se aclaró la garganta.

—Estuvimos en Suiza, mi esposa, Alex y yo.

—¡Calla, Karl-Erik! ¡No digas más!

Pero él no la escuchó.

—Estuvimos en Suiza porque nuestra hija de doce años estaba embarazada.

Sin sorprenderse lo más mínimo, vio cómo Patrik Hedström, estupefacto ante su respuesta, dejaba caer el lápiz de entre los dedos. Por mucho que el agente se lo hubiese imaginado, por mucho que hubiese sospechado, no era lo mismo oírlo decir en voz alta. ¿Cómo iba nadie a imaginar tal crueldad?

—Abusaron de mi hija, la violaron. Y era sólo una niña.

Sintió que se le quebraba la voz y se apretó el puño contra los labios para infundirse valor. Tras un instante, pudo continuar. Birgit se negaba a mirarlo siquiera, pero ya no había vuelta atrás.

—Notamos que algo no andaba bien, pero no sabíamos qué. Era una niña que siempre andaba feliz, se sentía segura. Pero en algún momento, a principios del sexto curso, empezó a cambiar. Se volvió taciturna e introvertida. Sus amigas dejaron de venir a casa y podía estar fuera durante horas sin que nosotros supiéramos dónde. No nos lo tomamos demasiado en serio, creímos que serían cosas de la edad, que estaba atravesando un estadio preadolescente, tal vez, yo qué sé.

Tuvo que pararse para aclararse la garganta de nuevo. El dolor del pecho crecía sin cesar.

—Y hasta que no estuvo de cuatro meses, no nos dimos cuenta de que estaba embarazada. Tendríamos que haber detectado antes algún indicio, pero quién iba a creer… Ni siquiera podíamos imaginar tal cosa…

—Karl-Erik, por favor.

El rostro de Birgit parecía una máscara cenicienta. Henrik parecía anestesiado, como si no pudiese dar crédito a lo que estaba oyendo. Y seguro que no podía. Incluso a Karl-Erik le sonaba increíble al oírse a sí mismo decirlo en voz alta. Aquellas palabras habían estado corroyendo sus entrañas durante veinticinco años. Por Birgit había contenido su necesidad de dejarlas salir de su boca; pero ahora, las palabras brotaban solas, sin freno.

—Para nosotros el aborto era impensable. Ni siquiera en tales circunstancias. Tampoco le dimos a Alex la posibilidad de elegir. Nunca le preguntamos cómo se sentía ni lo que quería. Erradicamos el suceso con silencio, la sacamos del colegio, nos fuimos al extranjero y nos quedamos allí hasta que tuvo el bebé. Nadie debía enterarse. Porque, ¿qué iba a decir la gente?

Oyó la amargura que rezumaban sus últimas palabras. Eso era lo más importante. Más incluso que la felicidad y el bienestar de su hija. Ni siquiera podía culpar totalmente a Birgit de aquella elección. Cierto que ella era la que más se preocupaba de cómo los veía la gente, pero, tras años de examen de conciencia, se vio obligado a reconocer que él le permitió actuar así a causa de su propio deseo de mantener limpia la fachada. Sintió ardor de estómago, volvió a tragar saliva y reanudó su relato:

—Cuando nació el bebé, la matriculamos en el internado, regresamos a Gotemburgo y continuamos con nuestras vidas.

Cada palabra estaba impregnada en amargura y desprecio de sí mismo. Los ojos de Birgit irradiaban ira, incluso odio, tal vez, mientras lo miraba fijamente, como para hacerlo callar con su sola voluntad. Pero él sabía que aquel proceso había comenzado en el mismo instante en que hallaron a Alex muerta en la bañera. Sabía que empezarían a indagar, a comprobar cada detalle y a desvelar todos los secretos. Y era mejor que contasen la verdad ellos mismos. O él solo, según se había visto. Tal vez deberían haberlo hecho antes, pero necesitaban armarse de valor gradualmente. Y la llamada de Patrik Hedström fue el empujón definitivo.

Era consciente de que había omitido muchos detalles, pero un cansancio enorme le había sobrevenido de repente posándose sobre él como una manta, así que dejó que Patrik fuese haciendo las preguntas precisas para llenar las lagunas. Se retrepó en el sillón que ocupaba y se aferró convulsamente a los brazos de madera. Henrik se adelantó a preguntar, con la voz trémula.

—¿Por qué no dijisteis nada? ¿Por qué Alex no me dijo nunca nada? Sabía que me ocultaba algo pero…, ¿esto?

Karl-Erik hizo un gesto de resignación: no tenía ninguna explicación que ofrecerle al esposo de Alex.

Patrik había librado una dura batalla por conservar su profesionalidad, pero era evidente que estaba conmocionado. Tomó el lápiz, que seguía en el suelo e intentó centrarse en el bloc que tenía ante sí.

—¿Quién fue el agresor de Alex? ¿Alguien de la escuela?

Karl-Erik asintió sin abrir la boca.

—¿Fue…? —Patrik vaciló un segundo—. ¿Fue Nils Lorentz?

—¿Quién es Nils Lorentz? —quiso saber Henrik.

Birgit respondió, con un retintín acerado en la voz.

—Un profesor de apoyo de la escuela. Hijo de Nelly Lorentz.

—Pero ¿dónde está? Supongo que acabó en la cárcel por lo que le hizo a Alex.

Henrik se debatía duramente por comprender lo que Karl-Erik acababa de contar.

—Desapareció hace veinticinco años. Y nadie lo ha visto desde entonces. Pero yo quisiera saber por qué no lo denunciaron a la policía. He estado mirando en nuestros archivos y jamás se presentó ninguna denuncia contra él.

Karl-Erik cerró los ojos. Patrik no formuló la pregunta como un reproche, pero así fue como sonó. Cada una de las palabras que la componían lo hería como un cuchillo, recordándole el terrible error que habían cometido hacía veinticinco años.

—No, nunca presentamos ninguna denuncia. Cuando nos dimos cuenta de que Alex estaba embarazada y nos contó lo que había pasado, subí a ver a Nelly hecho una fiera y le expliqué lo que había hecho su hijo. Tenía intención de denunciarlo a la policía, y así se lo hice saber a Nelly pero…

—Pero Nelly vino a hablar conmigo —intervino Birgit, sentada como una estaca en el sofá—. Y me propuso que lo resolviéramos sin mezclar a la policía. Dijo que no había ningún motivo para humillar a Alex más aún, como sucedería si toda Fjällbacka empezaba a chismorrear sobre lo sucedido. No pudimos por menos de admitir que tenía razón y decidimos que a nuestra hija le sería más provechoso que lo solucionáramos todo en el seno familiar. Nelly nos prometió que se encargaría de Nils del modo más adecuado.

—Fue ella quien me procuró un puesto muy bien pagado en Gotemburgo. Supongo que no éramos tan buenos para no rendirnos a sus promesas del oro y el moro.

La sinceridad de Karl-Erik para consigo mismo era implacable. Ya era hora de empezar a admitir la verdad.

—No tuvo nada que ver con eso, Karl-Erik. ¿Cómo puedes decir tal cosa? Nosotros sólo pensábamos en el bien de Alex. ¿De qué le habría valido el que todos se enterasen de lo ocurrido? Le dimos la oportunidad de seguir adelante y abrirse camino en la vida.

—No, Birgit. La oportunidad era para nosotros. Alex la perdió en el momento en que optamos por ocultarlo todo.

Se miraron a los ojos. Karl-Erik sabía que había cosas imposibles de cambiar, que ella jamás lo comprendería del todo.

—¿Y el bebé? ¿Qué fue del bebé? ¿Lo dieron en adopción?

Se hizo un silencio, que vino a romper una voz procedente de la puerta de la sala de estar.

—No, no lo dieron en adopción. Decidieron quedárselo y mentirle acerca de su identidad.

—¡Julia! ¡Creí que estabas en tu habitación!

Karl-Erik se volvió a mirar a Julia. La joven debió de haber bajado la escalera de puntillas, pues nadie la había oído llegar. Se preguntó cuánto tiempo llevaría allí escuchando.

Julia se apoyó en el marco de la puerta, cruzada de brazos. Todo su cuerpo expresaba rebeldía. Pese a que eran las cuatro de la tarde, aún no se había quitado el pijama. Y además, parecía que llevara una semana sin ducharse. Karl-Erik sintió en su pecho una mezcla de compasión y dolor. ¡Pobre, pobre patito feo!

—De no haber sido por Nelly, ¿o debería decir, «mi abuela paterna»?, no me habríais dicho nunca nada, ¿verdad? No se os habría ocurrido nunca contarme que mi madre no es, en realidad, mi madre, sino mi abuela materna y que mi padre es mi abuelo materno y, sobre todo, que mi hermana no es mi hermana, sino mi madre. ¿Te has enterado o lo repito una vez más? Ya sé que es algo complicado.

La mordaz pregunta iba dirigida a Patrik y Julia parecía disfrutar al ver cómo la miraba horrorizado.

—Una perversión, ¿no te parece?

Bajó la voz, con el índice en los labios, y susurró teatral:

—Pero shhh…, no se lo cuentes a nadie porque, ¿qué diría la gente entonces? Figúrate que empezasen a rumorear sobre los Carlgren, tan buena familia como son.

Después, volvió al tono de voz normal.

—Pero, gracias a Dios, Nelly me lo contó todo el verano pasado, cuando estuve trabajando en la fábrica. Me reveló lo que yo tenía derecho a saber. Quién soy en realidad. Toda mi vida me he sentido marginada. He tenido la sensación de que no pertenecía a la familia. Y tener una hermana mayor como Alex tampoco era tarea fácil. Pero yo la adoraba. Ella era todo lo que yo quería ser, todo lo que yo no era. Yo veía cómo la mirabais a ella y cómo me mirabais a mí. Y Alex, que no parecía interesarse por mí lo más mínimo, lo cual hacía que yo la idolatrase más aún. Ahora comprendo por qué. Supongo que apenas si soportaba verme, yo era la bastarda que nació fruto de una violación y vosotros la obligasteis a tenerlo siempre presente, cada vez que me veía. ¿De verdad que no comprendéis lo cruel que fue vuestro comportamiento?

BOOK: La princesa de hielo
10.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Scorpio's Lot by Ray Smithies
En el camino by Jack Kerouac
Avondale by Toby Neighbors
There Will Be Phlogiston by Riptide Publishing
Create Dangerously by Edwidge Danticat
Hidden Hills by Jannette Spann
The Slow Moon by Elizabeth Cox