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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La princesa de hielo (42 page)

BOOK: La princesa de hielo
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—Sí, la recuerdo, pero como Alexandra Carlgren, no Wijkner, claro está.

—Claro, desde luego. ¿Cómo la recuerdas en la escuela?

—Callada, algo retraída, bastante madura para su edad.

Vio que Erica se desanimaba ante su parquedad, pero él estaba haciendo un esfuerzo consciente por decir tan poco como fuese posible, como si las palabras pudiesen tomar el mando y empezar a fluir por sí mismas si eran muchas.

—¿Era buena estudiante?

—Bueno, del montón, diría yo. No se contaba entre los más ambiciosos del grupo, por lo que yo recuerdo, pero era inteligente sin llamar la atención y se encontraba más o menos en la media de la clase.

Erica vaciló un instante y Axel comprendió que estaba a punto de acercarse a las preguntas que realmente quería hacerle. Las que había formulado hasta ahora no habían sido más que una introducción.

—Sabes que se mudaron a mitad de curso. ¿Recuerdas cuáles fueron los motivos que adujeron sus padres?

Axel fingió que pensaba, juntó las yemas de los dedos y apoyó sobre ellas la barbilla, en un impostado gesto de reflexión. Vio que Erica se adelantaba un poco en el sofá, mostrando así su expectación ante la respuesta. Pero no tenía más remedio que decepcionarla. La verdad era lo único que no podía ofrecerle.

—Pues, si no recuerdo mal, su padre encontró trabajo en otra ciudad. Para ser sincero, no lo recuerdo bien, pero creo que fue algo así.

Erica no podía ocultar su desencanto. Él volvió a sentir el deseo de aliviar su pecho y desvelar lo que tantos años llevaba ocultando. Pero respiró hondo y reprimió todas las confesiones que luchaban por salir a la luz.

Ella continuó, sin darse por vencida.

—Pero ¿no fue un poco precipitado? ¿Tú habías oído algo al respecto antes de que se mudaran? No sé, quizá Alex había mencionado algo…

—Bueno, a mí no me pareció tan raro. Cierto que fue, como dices, un poco precipitado, si no recuerdo mal, pero son cosas que pueden suceder y tal vez a su padre le hiciesen la oferta con poco margen de tiempo, qué sé yo.

Abrió los brazos, marcando más aún la arruga de su frente, en un gesto que indicaba que su suposición era tan válida como la de Erica. No era ésa la respuesta que ella esperaba, pero tuvo que contentarse con ello.

—Ya, bueno, hay otra cosa. Recuerdo vagamente que, las últimas semanas antes de que se marchasen, la gente hablaba de algo relacionado con Alex. También recuerdo que oí que los mayores mencionaban la escuela. ¿Tienes idea de qué podía ser? Como te digo, mis recuerdos son muy vagos, pero sé que todos intentaban que los niños no nos enterásemos.

Axel notó que todas sus articulaciones se ponían rígidas. Tenía la esperanza de que su turbación no fuese tan evidente como él la sentía. Por supuesto que era consciente de que debían de correr rumores, siempre los había. Era imposible mantener nada en secreto, pero creía que el daño habría quedado limitado. De hecho, él mismo había contribuido a que así fuese. Aquello aún lo devoraba por dentro. Erica seguía esperando su respuesta.

—No, no tengo la menor idea de qué pudo ser. Claro que la gente habla tanto… Ya sabes cómo son. Y por lo general, sus habladurías no tienen mucho de verdad. Yo en tu lugar no le daría importancia.

El rostro de Erica reflejaba una decepción mayúscula. Axel Wennerström comprendía que no había averiguado nada de lo que esperaba cuando llegó. Pero no tenía elección. Era como una olla a presión. Si levantaba un poco la tapa, cualquier cosa lo haría estallar todo. Al mismo tiempo, algo seguía removiéndose en su interior, como queriendo ser contado. Como si alguien se hubiese adueñado de su cuerpo, sentía que la boca se abría y la lengua empezaba a dar forma a las palabras, unas palabras que no debían pronunciarse. Vio con alivio que Erica se ponía de pie y el momento de angustia pasó. La vio ponerse el abrigo y las botas y extender la mano para despedirse. Él miró la mano y tragó saliva un par de veces, antes de estrechársela. Tuvo que reprimir el impulso de retorcer la boca de asco. El contacto con la piel de otra persona le producía una repugnancia que escapaba a toda posibilidad de descripción. Erica cruzó por fin la puerta, pero, justo cuando él iba a cerrarla, se dio la vuelta.

—Por cierto, ¿sabes si Nils Lorentz tenía alguna relación con Alex o con la escuela?

Axel vaciló un instante, pero finalmente, tomó una decisión. La mujer terminaría enterándose por alguna vía. Si no se lo decía él, alguien acabaría diciéndoselo.

—¿No te acuerdas? Fue profesor de apoyo en primaria durante un semestre.

Después, cerró la puerta, echó las dos cerraduras y la cadena y apoyó la espalda en la puerta con los ojos cerrados.

Rápidamente, sacó los utensilios de limpieza y se puso a eliminar cualquier rastro de la inoportuna visita. Cuando terminó, volvió a sentirse seguro en su mundo.

L
a noche no había empezado bien. Lucas estaba de mal humor cuando llegó a casa del trabajo y ella intentaba estar atenta para no darle más motivos de irritación. Aunque a aquellas alturas, ya sabía que cuando llegaba malhumorado, cualquier cosa le servía de excusa para desahogar su ira.

Puso especial cuidado al preparar la cena, que era la comida favorita de Lucas y puso la mesa a conciencia. Quitó de en medio a los niños: a Emma le puso la película de
El rey león
en su cuarto y a Adrian le dio un biberón para cenar, con el fin de que se durmiese pronto. Puso el disco favorito de Lucas, Chet Baker y, además, se vistió algo mejor que de costumbre y se esmeró más de lo habitual con el peinado y el maquillaje. Sin embargo, no tardó en comprender que, aquella noche, daba igual lo que hiciese. Al parecer, Lucas había tenido un día nefasto en el trabajo y la rabia que había ido acumulando tenía que salir por algún lado. Anna vio el destello en sus ojos y supo que no había más que esperar a que estallase la bomba.

El primer golpe llegó sin avisar. Una bofetada con la derecha que le resonó en el oído. Ella se llevó la mano a la mejilla y miró a Lucas, como confiando en que algo se ablandase en su interior al ver las marcas que le dejaba. Pero aquello surtió el efecto contrario y despertó en él el deseo de hacerle más daño aún. El hecho de que él disfrutase de verdad golpeándola era lo que más tiempo le había llevado comprender y aceptar. Durante muchos años, le había creído cuando él le aseguraba que los golpes le dolían a él tanto como a ella. Pero eso había terminado. Había visto a la fiera que llevaba dentro otras veces, y ya le resultaba familiar.

Se acurrucó como por instinto para protegerse de los golpes que sabía se sucederían. Cuando empezaron a lloverle, intentó concentrarse en un punto de su interior al que sabía que Lucas no tenía acceso. Era un truco que había perfeccionado con los años y, aunque seguía siendo consciente del dolor, podía distanciarse de él casi todo el tiempo. Era como si estuviese flotando por el techo de la habitación y, al mismo tiempo, viese a su propio yo encogido en el suelo mientras Lucas desataba su ira contra ella.

Un ruido la obligó a regresar rauda a la realidad y volver a entrar en su propio cuerpo. Emma estaba en la puerta, chupándose el pulgar y con su mantita en el brazo. Anna había conseguido que dejase de chuparse el dedo hacía más de un año, y ahora volvía a hacerlo con ansiedad, buscando consuelo. Lucas no la había visto aún, pues estaba de espaldas a la habitación de Emma, pero se volvió al ver que Anna tenía la mirada fija en un punto detrás de él.

De un salto, antes de que Anna lograse detenerlo, llegó junto a su hija, la alzó con brusquedad en sus brazos y empezó a zarandearla con tal fuerza que Anna pudo oír cómo le rechinaban los dientes. Anna empezó a levantarse del suelo, pero tenía la sensación de que todo sucedía a la velocidad de la luz. Sabía que la escena permanecería para siempre grabada en su mente. Lucas zarandeando a Emma, que miraba con los ojos desorbitados y sin comprender en absoluto a su querido padre que, de repente, se había convertido en un temible extraño.

Anna se lanzó contra Lucas con la idea de proteger a Emma pero no llegó a tiempo y, aterrada, vio cómo Lucas estrellaba el menudo cuerpo de su hija contra la pared. Se oyó un desagradable crujido y Anna supo que su vida acababa de cambiar para siempre en ese momento. Los ojos de Lucas, cubiertos por una membrana irisada, miraban extrañados a la pequeña que tenía en sus manos antes de dejarla en el suelo con sumo cuidado, con ternura. Después volvió a tomarla en sus brazos, pero como si se tratase de un bebé esta vez, y miró a Anna con los ojos brillantes, como de autómata.

—Tenemos que llevarla al hospital. Se ha caído por la escalera y se ha hecho daño. Tenemos que explicárselo. Se ha caído por la escalera.

Hablaba en forma incoherente mientras se dirigía a la puerta, sin mirar si Anna lo seguía o no. Ella estaba conmocionada y echó a andar tras él sin pensar. Era como si estuviese moviéndose en un sueño del que podía despertar en cualquier momento.

Lucas repetía una y otra vez:

—Se ha caído por la escalera. Tienen que creernos, con tal de que digamos los dos lo mismo, nos creerán. Porque los dos vamos a decir lo mismo, ¿verdad, Anna? Se ha caído por la escalera, ¿verdad?

Lucas repetía aquella frase sin cesar pero Anna sólo era capaz de asentir. Quería arrancarle de los brazos a Emma, que ahora lloraba histérica, dolorida y asustada, pero no se atrevía. En el último instante, ya en el rellano de la escalera, despertó de su letargo y cayó en la cuenta de que Adrian se quedaba solo en el apartamento. Se apresuró a entrar a buscarlo y lo llevó meciéndolo en sus brazos hasta que llegaron a urgencias, en tanto que el nudo que sentía en el estómago crecía más y más.

—¿
Q
uieres almorzar conmigo hoy?

—Sí, gracias. ¿A qué hora te parece que vaya?

—Puedo tener algo listo para dentro de una hora, más o menos. ¿Te viene bien?

—Sí, perfecto. Así me da tiempo a rematar un par de cosas. Entonces, nos vemos en una hora.

Se hizo una breve pausa. Después, se oyó la voz vacilante de Patrik:

—Un beso. Hasta luego.

Erica se sonrojó de alegría al oír la expresión de aquel avance en su relación, pequeño pero muy significativo. Respondió con la misma frase antes de colgar.

Mientras preparaba el almuerzo, se sintió algo avergonzada por su plan. Por otro lado, pensaba que no podía hacer otra cosa y cuando, una hora después, sonó el timbre, respiró hondo antes de abrir la puerta. Era Patrik, al que acogió con un apasionado recibimiento, que se vio obligada a interrumpir cuando el reloj de la cocina le avisó de que los espaguetis estaban listos.

—¿Qué hay de comer?

Patrik se pasó la mano por el vientre, indicando que tenía hambre.

—Espaguetis a la boloñesa.

—Mmmm, ¡qué rico! ¿Sabías que eres la mujer perfecta?

Patrik se le acercó por detrás, la rodeó con sus brazos y empezó a besarle el cuello.

—Eres sexy, inteligente, fantástica en la cama y, sobre todo, lo más importante de todo, eres buena cocinera. ¿Qué más se puede pedir?

En ese momento, llamaron al timbre. Patrik miró a Erica inquisitivo, pero ella bajó la vista y fue a abrir después de secarse las manos en un paño de cocina. Al otro lado de la puerta esperaba Dan. Tenía muy mal aspecto, la espalda vencida y la mirada sin vida. Erica se alarmó al verlo, pero se contuvo e intentó que no se le notase.

Cuando Dan entró en la cocina, Patrik miró a Erica intrigado. Ella se aclaró la garganta y los presentó:

—Patrik Hedström, éste es Dan Karlsson. Dan tiene algo que contarte. Pero, bueno, vamos a sentarnos.

Erica se encaminó al comedor con la olla de la carne picada. Se sentaron a comer, aunque la situación era muy tensa. Se sentía agobiada, pero sabía que era necesario hacerlo así. Había llamado a Dan por la mañana para convencerlo de que debía revelarle a la policía su relación con Alex y le propuso que lo hiciese en su casa, con la esperanza de que le resultase menos penoso.

No hizo caso de la insistente mirada inquisitiva de Patrik y tomó la palabra:

—Patrik, Dan ha venido porque tiene algo que contarte, como policía.

Le hizo una señal a Dan, animándolo a empezar. Dan bajó la vista hacia el plato, que no había tocado siquiera. Tras varios minutos de incómodo silencio, comenzó a hablar.

—Yo soy el hombre con el que se veía Alex. Y el padre del niño que esperaba.

Se oyó un tintineo: a Patrik se le había caído el tenedor. Erica posó la mano sobre su brazo y le explicó:

—Patrik, Dan es uno de mis mejores amigos de toda la vida. Ayer averigüé que él era el hombre con el que Alex se veía en Fjällbacka. Os he invitado a almorzar a los dos porque pensé que sería más fácil hablar en este entorno que en la comisaría.

Vio que a Patrik no le había gustado lo más mínimo que ella se hubiese entrometido de aquel modo, pero de eso ya se encargaría después. Dan era su amigo y pensaba hacer todo lo posible para que su situación no se agravase. Cuando habló con él por la mañana, le contó que Pernilla se había ido con las niñas a Munkedal, a casa de su hermana porque, según le dijo, necesitaba pensar, que no sabía cómo acabaría aquello y que no podía prometerle nada. Dan veía que su vida se desmoronaba a su alrededor. El confesarlo todo ante la policía sería, en cierto modo, una liberación. Las últimas semanas habían sido muy duras. Se había visto obligado a lamentar la pérdida de Alex en secreto al tiempo que se sobresaltaba cada vez que sonaba el teléfono o que llamaban a la puerta, convencido de que la policía había descubierto su relación con ella. Ahora que Pernilla lo sabía, no temía contárselo a la policía también. Nada podía ser peor que la situación que ya vivía. No le importaba qué iba a ser de él, con tal de no perder a su familia.

—Dan no tiene nada que ver con el asesinato, Patrik. Os contará cuanto queráis saber sobre él y Alex, pero jura que jamás le hizo ningún daño, y yo lo creo. Te ruego que intentes que esto quede dentro de la comisaría, en la medida de lo posible. Ya sabes lo cotilla que es la gente y la familia de Dan ya ha sufrido bastante. Dan incluido, por cierto. Cometió un error y, créeme, sé que lo está pagando muy caro.

Patrik no parecía nada conforme, pero asintió dándole a entender que tenía en cuenta sus palabras.

—Erica, me gustaría hablar con Dan a solas.

Ella no opuso objeción alguna sino que se levantó enseguida y se fue a recoger la cocina. Desde allí oía sus voces que subían y bajaban de tono. La voz profunda y grave de Dan, y la de Patrik, algo más clara. La discusión sonaba acalorada a veces pero cuando, algo más de media hora después, los dos aparecieron en la cocina, Dan parecía mucho más aliviado. Patrik, en cambio, parecía irritado aún. Dan abrazó a Erica antes de irse y le estrechó la mano a Patrik.

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