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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La princesa de hielo (43 page)

BOOK: La princesa de hielo
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—Te llamaré si tenemos más preguntas que hacerte —le advirtió Patrik—. Puede que tengas que venir a dejar tu testimonio por escrito.

Dan asintió sin abrir la boca y se marchó, tras despedirse de los dos con la mano.

La mirada de Patrik no presagiaba nada bueno.

—Nunca, nunca vuelvas a hacer algo así, Erica. Estamos investigando un asesinato y tenemos que hacerlo todo como es debido.

Cuando se enfadaba, se le arrugaba la frente y Erica tuvo que reprimir un impulso de besarlo hasta borrar esas arrugas.

—Lo sé, Patrik. Pero el primero en vuestra lista, de sospechosos era el padre de la criatura y yo sabía que si iba a la comisaría lo meteríais en una sala de interrogatorios y le apretaríais las clavijas. Dan no soportaría algo así en estos momentos. Su mujer se ha llevado a las niñas y lo ha dejado y él no sabe si volverá algún día. Además, ha perdido a alguien que, lo mires como lo mires, significaba bastante para él: Alex. Y no ha podido mostrar su dolor ante nadie, no ha podido hablar con nadie de ello. Por eso pensé que podíais empezar por hablar aquí, en un ambiente neutro, sin policías de por medio. Comprendo que tendréis que volver a interrogarlo, pero ya ha pasado lo peor. De verdad que siento mucho haberte engañado así. ¿Crees que podrás perdonarme?

Con el puchero más seductor que supo componer, se le acercó despacio. Tomó los brazos de Patrik y los colocó alrededor de su cintura y, después, se puso de puntillas para alcanzar su boca. Fue probando a meter la punta de la lengua y, pocos segundos después, él respondió adecuadamente. Tras un instante, él la apartó y la miró tranquilo a los ojos.

—Estás perdonada, por esta vez. Pero no vuelvas a hacerlo, ¿me oyes? Y ahora, creo que debemos meter el resto de la comida en el microondas para que yo pueda acallar los rugidos de mi estómago.

Erica asintió y, abrazados, volvieron al comedor, donde el almuerzo seguía casi intacto en los platos.

Cuando llegó la hora de volver a la comisaría y Patrik estaba a punto de salir, Erica se acordó de pronto de algo más que había pensado contarle.

—¡Ah! Recuerdas que te dije que tenía un vago recuerdo de que, justo antes de que se mudase Alex, circuló algún rumor sobre ella; algo que tenía que ver con la escuela. Intenté comprobarlo, pero no conseguí averiguar nada. Lo que sí me recordaron fue que, de hecho, existe otra conexión entre Alex y Nils, aparte de que Karl-Erik trabajaba en la fábrica de conservas. Nils fue profesor de apoyo en primaria durante un semestre. Yo nunca lo tuve como profesor, pero sé que trabajó con la clase de Alex de vez en cuando. No sé si será importante, pero pensé que debías saberlo.

—¡Vaya! Así que Alex tuvo a Nils de profesor.

Patrik quedó pensativo en la escalinata.

—Tal y como tú has dicho, puede que no tenga la menor importancia, pero en estos momentos, cualquier relación entre Alex y Nils puede ser de interés. No tenemos muchas otras pistas en las que basarnos.

La miró muy serio.

—No puedo dejar de pensar en algo que me ha dicho Dan. Según él, últimamente Alex no dejaba de hablar de que había que aclarar el pasado, que había que enfrentarse a antiguos problemas difíciles para poder seguir adelante… No sé, ¿crees que puede guardar relación con lo que acabas de contarme?

Patrik calló de nuevo, pero enseguida volvió a poner los pies en la tierra:

—No puedo descartar a Dan como sospechoso, espero que lo comprendas.

—Sí, Patrik, lo comprendo. Pero no seáis duros con él, te lo ruego. ¿Vendrás esta noche?

—Sí, tengo que pasar por casa a coger algo de ropa y esas cosas. Pero llegaré sobre las siete.

Se dieron un beso de despedida. Patrik cambió el coche de Erica por el suyo. Ella se quedó en la escalinata hasta que lo perdió de vista.

P
atrik no volvió a su casa directamente. Sin saber muy bien por qué, se había llevado las llaves del apartamento de Anders en el último momento, antes de salir de la comisaría. Y decidió pasar por allí y echar un vistazo tranquilamente. Necesitaba algo, cualquier cosa, que abriera una grieta en el muro de la investigación. Tenía la sensación de ir topándose con callejones sin salida por todas partes, como si nunca fuesen a dar con el asesino, o los asesinos, si eran varios. El amante secreto de Alex era, tal y como había dicho Erica, el primero de la lista de sospechosos, pero ahora ya no estaba tan seguro de que así fuese. No estaba dispuesto a descartar por completo a Dan, pero no tenía más remedio que admitir que esa pista ya no le parecía tan sólida como antes.

En el apartamento de Anders reinaba un ambiente fantasmal. Patrik podía evocar la imagen de Anders balanceándose de un lado a otro colgado de la cuerda, pese a que ya la habían cortado cuando él llegó. Aunque no sabía lo que había ido a buscar, se puso un par de guantes para no eliminar ninguna posible huella. Se colocó justamente debajo del gancho del techo al que habían atado la cuerda e intentó hacerse una idea de cómo habrían colgado a Anders. Simplemente, no había manera. El techo era alto y la atadura del cuello estaba justo bajo el gancho. Para levantar el cuerpo de Anders a esa altura, se precisaba mucha fuerza física. Cierto que estaba bastante delgado, pero, teniendo en cuenta su altura, debía de pesar demasiado. Patrik se dijo que debía mirar el peso de Anders cuando recibiesen el informe de la autopsia. La única explicación plausible era que lo hubiesen izado entre varias personas. Pero ¿cómo es que no habían dejado marcas en su cuerpo? Aunque lo hubiesen sedado, debería haber quedado algún moretón. Aquello no tenía sentido.

Continuó revisando el apartamento mirando un poco aquí y allá, sin ningún objetivo concreto. Puesto que no había muchos muebles, a excepción del colchón de la sala de estar y la mesa de la cocina, con dos sillas, no había tanto que examinar. Patrik tomó nota de que el único lugar de almacenaje eran los cajones de la cocina, así que los revisó sistemáticamente, uno tras otro. Ya los habían inspeccionado antes, pero quería asegurarse de que no habían pasado por alto ningún detalle.

En el cuarto cajón encontró un bloc que sacó y abrió sobre la mesa de la cocina, para verlo con más detenimiento. Lo sostuvo ante la ventana para, a la fuerte luz del día, comprobar si habían quedado huellas en la hoja. En efecto, vio que lo que habían escrito en la primera hoja se había grabado en la de debajo y, para intentar leer al menos parte del texto, empleó un viejo truco infalible. Con un lápiz que encontró en el mismo cajón, fue coloreando el papel sin apretar mucho y pasó la mano para retirar los restos de grafito. Sólo se distinguían algunas partes del texto, pero lo suficiente para hacerse una idea de qué trataba. Patrik lanzó un leve silbido. Aquello era interesante, muy interesante. Y tuvo la virtud de poner en movimiento su máquina de pensar. Con sumo cuidado, metió el bloc en una de las bolsas de plástico que había cogido del coche.

Prosiguió con su examen de los cajones. La mayor parte de lo que en ellos había era basura, pero en el último encontró algo que llamó su atención. Se quedó mirando el trozo de piel que tenía entre los dedos. Era exactamente igual que el que Erica y él habían visto en la casa de Alex. Recordó que estaba en su mesilla de noche y que leyeron en él la misma inscripción que ahora leía en éste: «L.T.M. 1976».

Al darle la vuelta, vio que, al igual que en el de Alex, también en éste había unas manchas de sangre borrosas en el reverso. Que entre Anders y Alex había un lazo que ellos no habían descubierto aún no era ninguna novedad. No obstante, lo desconcertaba la extraña sensación que experimentaba al mirar aquel trozo de piel.

Había algo en su subconsciente que reclamaba su atención y que intentaba advertirle de que aquella pequeña marca debía revelarle un dato esencial. Estaba pasando por alto algo que era evidente pero que se negaba a hacerse patente. De lo que sí estaba convencido era de que aquella marca situaba la relación de Anders y Alex en un punto lejano del pasado. Como mínimo, en 1976. Un año antes de que Alex y su familia se fuesen de Fjällbacka para desaparecer sin dejar rastro durante todo un año. Un año antes de que Nils Lorentz desapareciese para siempre. El mismo Nils que, según Erica, había sido profesor de apoyo en la escuela a la que asistían tanto ella como Alex.

Patrik decidió que tenía que hablar con los padres de Alex. Si las sospechas que empezaban a fraguarse en su mente eran ciertas, ellos tenían las respuestas decisivas, las que le permitirían unir las piezas que él ya creía entrever.

Tomó el bloc y el trozo de piel en sendas bolsas de plástico y echó un último vistazo a la sala de estar antes de salir. De nuevo vio ante sí la imagen del cuerpo pálido y escuálido de Anders balanceándose de un lado a otro y se prometió a sí mismo que llegaría hasta el fondo de lo que llevó a Anders a terminar sus tristes días colgado de una cuerda. Si el cuadro que empezaba a recrear en su mente se correspondía con la verdad, se trataba de una tragedia que escapaba a la razón. Y, desde lo más hondo de su alma, esperaba estar equivocado.

P
atrik buscó el nombre de Gösta en la agenda y marcó el número de su extensión en la comisaría. Lo más probable era que su llamada interrumpiese una ronda de solitario.

—Hola, soy Patrik.

—Hola, Patrik.

La voz de Gösta denotaba el cansancio habitual en él. El hastío y el abatimiento habían terminado por conferirle un aspecto de permanente cansancio interior y exterior.

—Oye, ¿has concertado ya la visita a Gotemburgo, a la casa de los Carlgren?

—No, no me ha dado tiempo. He tenido muchas otras cosas de las que encargarme.

Gösta estaba en guardia, como a la defensiva ante la pregunta de Patrik, preocupado ante la idea de que lo criticasen por no haberse encargado aún de su cometido. Simplemente, no había tenido fuerzas para ponerse a pensarlo siquiera. Se le antojaba un imposible tomar el auricular y marcar el número; sentarse en el coche y ponerse en marcha rumbo a Gotemburgo, una tarea inabordable.

—¿Te importaría que me encargase yo?

Patrik tenía el convencimiento de que se trataba de una pregunta retórica. Era consciente de que Gösta se sentiría inmensamente feliz al verse liberado del encargo. Y, en efecto, Gösta le respondió con renovada energía en la voz:

—¡No, por supuesto que no! Si tú quieres hacerlo, por mí no hay inconveniente. Yo tengo tantas cosas que hacer que no creo que me dé tiempo de todos modos.

Ambos eran conscientes de que estaban representando una escena, pero bien consolidada desde hacía años, por lo que funcionaba perfectamente entre ellos. Patrik podía hacer lo que quisiera y Gösta, a su vez, podía volver a su juego de ordenador, con la tranquilidad de que él haría su trabajo.

—¿Podrías darme su número de teléfono y así los llamo ahora mismo?

—Claro que sí, aquí lo tengo. A ver…

Gösta le leyó el número.

Patrik lo anotó en el bloc que siempre llevaba sobre el salpicadero del coche. Le dio las gracias a Gösta y colgó antes de marcar el número de los Carlgren. Rogó por que estuviesen en casa y tuvo suerte. Karl-Erik respondió al tercer tono. Cuando Patrik le explicó el motivo de su llamada lo oyó vacilar, pero después le dijo que podía ir a hacerles las preguntas que necesitara. Karl-Erik intentó averiguar de qué tipo de preguntas se trataba, pero Patrik evitó responder y le dijo simplemente que había ciertos interrogantes que esperaba que ellos pudiesen aclarar.

Salió marcha atrás del aparcamiento de la urbanización y tomó primero a la derecha y luego a la izquierda en el siguiente cruce para salir a la carretera que lo conduciría a Gotemburgo. El primer tramo era bastante pesado, una serpenteante carretera comarcal que discurría bosque a través. Pero, tan pronto como salió a la autopista, todo fue más rápido. Dejó atrás Dingle, luego Munkedal y, cuando llegó a Uddevalla lo tranquilizó pensar que ya había recorrido la mitad del camino. Como siempre que conducía, llevaba la música a todo volumen. Conducir lo relajaba. Se detuvo ante la gran casa de color azul claro de Kålltorp, para recobrar fuerzas. Si sus sospechas eran ciertas, destrozaría el idilio familiar. Pero en eso consistía, a veces, su trabajo.

U
n coche se había detenido ante su casa. No lo veía, pero oyó el ruido de las ruedas en la gravilla. Erica abrió la puerta y echó una ojeada. Al ver quién era, se quedó boquiabierta. Anna la saludó con gesto cansado, antes de abrir las puertas traseras para sacar a los niños de sus sillitas. Erica se puso un par de zuecos y salió a ayudarle. Anna no le había avisado de que iba a visitarla y se preguntaba qué habría ocurrido.

El abrigo negro de su hermana realzaba su palidez. Bajó a Emma mientras Erica le quitaba el cinturón a Adrian antes de tomarlo en brazos. Adrian le agradeció su ayuda con una enorme sonrisa desdentada a la que ella correspondió con la misma moneda. Después miró inquisitiva a su hermana, pero Anna negó con un leve gesto para indicarle que no preguntase. Erica conocía a su hermana lo suficiente para saber que ella misma se lo diría todo en el momento oportuno: no conseguiría sacarle nada antes.

—¡Vaya, qué visita más agradable! Así que se os ha ocurrido venir a visitar a vuestra tía, ¿eh?

Erica parloteaba sonriéndole al bebé que tenía en brazos y miró a su alrededor buscando a Emma para saludarla también. Emma siempre había tenido predilección por ella, pero en esta ocasión la pequeña no respondió a su sonrisa sino que, mirando a Erica con suspicacia, se aferró al abrigo de su madre.

Erica entró en la casa con Adrian y Anna la siguió con Emma de una mano y una pequeña maleta en la otra. Erica vio con sorpresa que el maletero estaba repleto, pero hizo un esfuerzo por no preguntar.

Con mano torpe e inexperta, fue quitándole a Adrian la ropa de abrigo, en tanto que Anna, haciendo gala de mayor soltura, hacía lo propio con Emma. Y entonces se dio cuenta Erica de que Emma tenía un brazo escayolado hasta el codo. Alarmada, miró a Anna que, una vez más y de modo casi imperceptible, negó con un gesto para evitar que preguntase. Emma seguía mirándola con grandes ojos tristes sin despegarse de Anna ni un instante. Además, la pequeña se chupaba el pulgar, lo que venía a confirmarle a Erica que había sucedido algo grave, pues, en efecto, hacía ya un año que Anna le había contado que habían conseguido que Emma abandonase esa costumbre.

Con el cálido cuerpecito de Adrian bien sujeto a su regazo, Erica entró en la sala de estar y se sentó en el sofá con el pequeño sobre sus rodillas. Adrian la miraba encantado, sonriendo entrecortadamente, como incapaz de resolver si romper a reír o no. Era tan lindo que a Erica le entraban ganas de comérselo como si fuese un pastelillo.

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