La palabra de fuego (57 page)

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Authors: Fréderic Lenoir y Violette Cabesos

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: La palabra de fuego
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—¡Por Plutón y Libitina, los dioses rugen, están enfurecidos! —exclama Barbidio—. ¡Patrón, tenéis que refugiaros!

Súbitamente sobrios, Javoleno y su séquito se precipitan al interior del mausoleo, único lugar que les ofrece protección. Bajando la escalera de mármol, desembocan en la cámara sepulcral, adonde el señor ha ido por la mañana a encender las lámparas de aceite, quemar incienso y depositar las ofrendas. En la tenue claridad impregnada del intenso perfume, distinguen dos nichos: uno contiene la urna con las cenizas de Gala Minervina, el otro las de su hijo, muerto unas horas después que su madre. Un tercer nicho, vacío, aguarda los restos incinerados de Javoleno. Recluidos al fondo de la tumba, amo y esclavos esperan que acabe la tormenta. El señor está callado y pensativo, retirado en una esquina.

Barbidio, su hermana y los demás balbucen súplicas a los dioses y a Gala Minervina, regando con vino el suelo de lava. Livia mantiene los ojos clavados en los de la desaparecida, cuyos retratos decoran el panteón. Su túnica clara parece ensangrentada por el
vesuvinum
que el viento ha derramado sobre ella.

—Estoy muy preocupado, Livia —dice Javoleno al final de ese insólito día, en la calma recuperada del cielo y la paz habitual de la biblioteca—. Esa tormenta virulenta y brutal, desacostumbrada en estas fechas…

—Ha sido una tormenta de verano, señor…

—Es la primera vez que veo una tan violenta.

Livia se queda pensativa, absorta en un tormento interior.

—Está también la muerte inesperada y sospechosa de Vespasiano —prosigue él—. Su higiene de vida era conocida por todos, tomaba comidas frugales, practicaba ejercicio físico, se sometía todos los años a una cura termal y hacía gala, hasta el día antes de morir, de una salud insolente. Caer fulminantemente muerto entre los brazos de sus sirvientes… Han corrido rumores de envenenamiento, pero…

—¿Un complot? —pregunta ella.

—El único del que Valerio Popilio Grifo me habló durante su visita no tenía por objetivo al emperador, sino a su hijo Tito. Contrarios a que Tito, designado por su padre heredero del trono, accediera al poder después de la muerte de Vespasiano y se convirtiera en un nuevo Nerón, los dos mejores amigos de Vespasiano decidieron actuar. Pero Tito fue informado de la conspiración. Invitó a uno de ellos a cenar en el palacio imperial y lo hizo acribillar a puñaladas a la salida del
triclinium
. El otro conjurado fue arrestado y condenado a muerte por el Senado, pero se cortó el cuello antes de ser ejecutado.

Las palabras de Javoleno despiertan en la joven recuerdos dolorosos que la alejan por un momento de su actual preocupación.

—En cualquier caso —continúa el filósofo—, aunque ignoro si Vespasiano ha sido o no asesinado, su muerte nie parece extraña y alarmante, como también me lo parece el desencadenamiento de las fuerzas de la naturaleza al que hemos asistido en la necrópolis. Justo en el momento en que entonaba
La caída de Troya…
Las coincidencias no existen… ¡Es una señal del destinola advertencia divina de una inminente catástrofe!

—Hace quince años, el emperador Nerón cantaba
La caída de Troya
tocando la lira en la cima del Quirinal durante el gran incendio de Roma. Nosotros solo vimos en eso una manifestación más de su demencia…

—¡Gracias, querida mía, por tratarme de loco! —dice él, sonriendo.

—¡En absoluto! Pero me resisto a relacionar esos hechos y a interpretarlos de la misma manera que vos.

—Mi interpretación se reduce a que es una advertencia divina ante un futuro desastre que nos será enviado por la Naturaleza y, por lo tanto, por Dios. Dios es siempre benevolente, pero a veces se muestra desfavorable a los hombres porque le disgusta su sinrazón.

—¿Se trata, entonces, según vos, de una especie de venganza divina?

—Un castigo a los hombres, que no respetan las leyes de la Naturaleza, o sea, la ley divina. Pero, para descubrir por anticipado las intenciones de Dios, no me baso únicamente en la muerte de Vespasiano y la tormenta de esta tarde… Mi traducción de esos fenómenos se basa en el oráculo del adivino y el procedimiento preconizado por Virgilio para conocer el futuro: abrir sus libros preferidos al azar. Todas las veces que lo he hecho me he encontrado con relatos de desastres. Ante todo, me remito a tu sueño premonitorio.

Ante estas palabras, el rostro de Livia se ensombrece.

—¿Qué te pasa? —pregunta Javoleno acariciándole la mano.

—No sabía si contároslo. La noche pasada volví a tener esas visiones terribles mientras dormía. Fue más espantoso que la última vez. Y me atormenta cada vez más… Porque, si vos lo interpretáis como el anuncio de una catástrofe provocada por la naturaleza, yo veo en ello la señal del fin del mundo.

—¿El fin del mundo? ¡Eso es imposible, puesto que el mundo no tiene fin y el tiempo es infinito! Los fenómenos naturales son cíclicos y se repiten eternamente. Mis maestros llaman a eso «el eterno retorno».Yo no creo en el fin del mundo, sino en el fin vehemente de un ciclo, que será reemplazado por otro. Así avanzan las civilizaciones, así muere y renace Roma desde los tiempos antiguos… Tal vez asista, si el destino quiere que sobreviva al cataclismo, a la agonía de los tiranos Flavios, al fin del Imperio y a la restauración de la República.

Livia suspira. Su mente está a mil leguas de un cambio político. Su semblante delata un dolor difuso que el estoico no comprende.

—Livia…, mi dulce amiga…, explícame por qué temes el fin del mundo.

—Porque Jesús lo anunció —responde ella con voz débil—. El Señor predijo el fin de los tiempos.

—Hummm… Debería haberlo imaginado… Y, dime, ¿dio detalles tu exasperante, aunque apasionante, profeta?

—Sí. Habló de guerras, de hambrunas, de terremotos, de calamidades abominables que destruirán el mundo. El odio y la traición triunfarán, el amor se enfriará, muchos de nosotros moriremos. Aparecerán falsos profetas, las naciones se alzarán contra las naciones, los reinos contra los reinos… Muchos humanos sucumbirán y, al final, no quedará piedra sobre piedra.

—Esa idea de destrucción suprema es sorprendente, pero he oído decir que algunos magos poco escrupulosos la utilizan para asustar a los crédulos y sacarles algún óbolo…

—¡Ese no era el objetivo de Jesús! —protesta la joven cristiana.

—¡Lo sé, Livia! Tu profeta me irrita, pero gracias a ti he aprendido a conocerlo y le reconozco ciertas virtudes, en especial la del desinterés absoluto ante los bienes materiales, un altruismo y una abnegación ascéticas dignos de un sabio estoico… Es solo que me has acostumbrado a escuchar de su boca mensajes de amor, de perdón y de paz, y me sorprende ese discurso de violencia y ruina.

Livia sonríe con una ternura traviesa.

—Entonces es que no conocéis suficientemente a Jesús…, pues él reveló que no traía la paz, sino la espada… Yo también he tardado mucho en descifrar esa aparente contradicción, hasta que las persecuciones perpetradas contra nosotros me han mostrado la luz. Los judíos que nos persiguen con su animosidad y las autoridades imperiales que asesinaron a Jesús y exterminan a sus discípulos comprendieron de inmediato que el mensaje de Cristo es ante todo un discurso subversivo, un pensamiento ofensivo, rebelde con el orden existente y profundamente sedicioso, peligroso para el poder religioso y político…,pues el Mesías, a diferencia de vuestros maestros del Pórtico, no se adapta al mundo tal como es. ¡Al contrario, Jesús es un agitador que quiere cambiar la sociedad, modificar al hombre, hacer que se tambalee nuestro mundo, tan inicuo y corrupto que debe perecer! ¡Todo lo que existe morirá!

Javoleno abre los ojos como platos, sorprendido y cautivado por la exaltación de Livia.

—De acuerdo. Admito, en teoría, tu postulado de la necesaria destrucción del orden antiguo. Pero, después del caos purificador, ¿qué pasará?

—El fin de los tiempos no es sino el preludio para el advenimiento del reino de Dios —responde ella—, Al final de los tiempos, Jesús regresará en su gloria, escoltado por todos los ángeles, y se sentará en el trono ante el que estarán congregadas todas las naciones de aquí abajo y del más allá.

—¿Dónde tendrá lugar eso, puesto que el universo habrá sido abolido?

—Bien en esta tierra renovada, o bien en otro mundo. Entonces el Señor pronunciará el Juicio Final. Primero separará a la gente —dice Livia, emocionándose—. Colocará a los buenos a su derecha y a los malos a su izquierda. A aquellos que hayan realizado buenas acciones, les ofrecerá la vida eterna en el reino de Dios. A los otros, los injustos, los pecadores, los malvados, los maldecirá y los condenará a una pena eterna en el fuego del diablo.

—Y, naturalmente, tú esperas que Jesús te coloque a su derecha —dice él con una pizca de ironía.

—Yo espero el fin del mundo —prosigue Livia—. Todo discípulo del Camino lo espera con impaciencia, esperanza y júbilo. Ese fin está próximo y yo debería alegrarme de que la Promesa se cumpla, de volver a ver a mi familia y de vivir por siempre jamás junto a Cristo. Pero no puedo evitar tener miedo de ser separada de vos, y mi alegría se transforma en suplicio.

Javoleno la coge entre sus brazos.

—¿Y si el fin de la historia y del tiempo se produjera más adelante? —le susurra al oído—. ¿Dijo tu profeta cuándo sobrevendría la destrucción del mundo?

—No.

—¡Luego no puedes estar segura de que va a ocurrir ahora!

—Las señales, el sueño… Vos mismo estáis seguro de que…

—Los astros y los augurios no indican estragos tan vastos como tú crees, Livia. Confía en mí. ¡El último terremoto, previsto por los astrólogos gracias a un cometa de la constelación de Perseo, dañó gravemente la región, pero no el mundo entero! Nos hirió, pero, en lugar de lamentarnos y de vivir con miedo al mañana, reconstruimos poniendo en ello toda el alma. La razón y el corazón me dicen que va a producirse el mismo suceso, otro terremoto, pero que no todo será destruido. ¡Es posible incluso que sobrevivamos! Livia, vamos a vivir. Ciertamente, continuaremos estando en este mundo cruel e injusto, pero seguiremos juntos. Te lo prometo. Ven, voy a enseñarte una cosa.

Le coge la mano a la joven y la lleva fuera de la habitación. Después de cruzar el peristilo y el huerto, donde está el pozo, se adentra en los sótanos de la casa. La luz que entra a través de los respiraderos permite a Livia ver la impresionante cantidad de
dolia
y de ánforas de vino.

—Me gusta ver todas estas ánforas incrustadas en el suelo —dice—. Me recuerda la tienda de mi padre, los tiempos mágicos de mi infancia, en los que no tenía conciencia de ser feliz.

—Casi siempre sucede así, querida mía —contesta él, apretándole más fuerte la mano—. A mí esta imagen de abundancia me resulta desagradable. De hecho, significa que este año no he conseguido exportar toda mi producción. Antes todo iba principalmente a Galia, donde las tropas romanas y los bárbaros galos apreciaban mi vino.

—¿Ya no les gusta?

—Han plantado miles de viñas allí y elaboran ellos mismos su vino, que al parecer tiene buen sabor. Y no solo eso, ¡desde hace poco lo exportan a Roma! Mis principales clientes se han convertido en mis competidores.

—¡Es imposible que su bebida alcance la calidad de nuestro
vesuvinum
! —objeta Livia, y esa reacción chovinista complace a Javoleno.

—El soberano del Vesubio me ha inspirado. ¡Ven y mira!

Javoleno atraviesa varias habitaciones hasta acabar deteniéndose en una de ellas, desplaza unas ánforas y deja a la vista, en una pared del fondo, una abertura tapada por dos
doiia
. Detrás, en el suelo, hay una losa de mármol que él aparta con dificultad utilizando una barra de hierro. Una escalera estrecha y abrupta baja casi en vertical hacia lo desconocido.

—¿Habéis puesto en práctica vuestro proyecto?

—Exacto. Ven, no temas…

Con ternura, la guía hacia los peldaños tallados en la piedra de lava del subsuelo pompeyano mientras enciende un velón. A la luz de la llama vacilante, se adentran en las profundidades. Livia descubre un oscuro sótano de dimensiones reducidas.

—No cabremos todos en esta pequeña cavidad —susurra.

—Si nuestra vida depende ello, lo haremos. Desgraciadamente, no he podido disponer de albañiles todo el tiempo que quería porque están demasiado ocupados en las numerosas obras de la ciudad; así que he tenido que reducir el tamaño de la caverna secreta para que terminaran antes. ¡Esta piedra negra es tan dura! Si hubiera mantenido mi idea inicial, las obras habrían durado varios años, y me temo que el tiempo apremia.

—Habéis hecho bien, señor. No importa, nos apretaremos unos contra otros.

—Mañana mismo haré que bajen las esculturas y las máscaras del larario, un candelabro, velones, mantas, agua, provisiones, vinoy las herramientas que nos liberarán una vez que haya pasado el peligro. Antes de nada, traeré mis
volumina.

—Señor, os sugiero que trasladéis también la vajilla de plata, vuestras tablillas de cuentas, las joyas y las monedas de oro de las que podáis disponer, porque, si sobrevivimos a la destrucción…

Javoleno la rodea con sus brazos.

—Sobreviviremos, Livia. Todos los allegados a Javoleno Saturno Vero sobrevivirán. Aunque sean los únicos. Ven por aquí…

Con un gesto orgulloso y seguro, le señala un agujero en una pared de la caverna.

—¡Admira la vida, Livia! ¡Está ahí! Olvida tus temores de fin del mundo. Este sólido conducto da directamente al aire libre, a una pared del pozo. Gracias a ese tubo, podremos respirar varios días. Pompeya puede ser arrasada, derribada, incendiada, reducida a cenizas… Nosotros, amor mío…, nosotros viviremos.

Capítulo 34

Livia, mira, Apolo y Febo, dioses del sol, están con nosotros, admira nuestra hermosa ciudad, contempla la belleza del Vesubio, la opulencia de nuestros jardines, la calma del mar, la pureza del cielo, alégrate, como yo, de vivir en esta mirífica región y deja de llamar al mal ojo con tus miedos ridículos. Los dioses nos escuchan y podrían molestarse.

Livia levanta una mirada ansiosa hacia Helvia, la autora de la perorata.

—Los animales —dice—. ¿No has oído al palafrenero contar que los caballos relinchan continuamente en la cuadra? Al parecer, los bueyes y las vacas mugen sin motivo tirando del ronzal, como si quisieran escapar… Y los perros, ¿no oyes sus ladridos desesperados? ¡Escucha cómo gritan a la muerte! Los animales lo perciben todo antes que nosotros. Ellos saben que algo terrible…

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