Read La meta Online

Authors: Eliyahu M. Goldratt

Tags: #Descripción empresarial

La meta (35 page)

BOOK: La meta
7.15Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Creo que se encuentra en los servicios.

Hacia allí me lanzo. Dentro me encuentro a Bob terminándose de lavar las manos.

—Pedido Burnside. ¿Hubo problemas de calidad?

—No, nada que yo sepa.

—¿Ningún problema con ese pedido? Extrae una toalla de papel y comienza a secarse.

—Todo fue como un mecanismo de relojería. Reclino el cuerpo contra la pared, mientras tomo aire.

—Entonces, ¿qué demonios está haciendo aquí?

—¿Quién está aquí?

—Burnside. Acaba de aterrizar en un helicóptero sobre el césped de la fábrica. Viene con J. Jons.

—¿Cómo?

—Anda, acompáñame.

Nos dirigimos a recepción, pero no hay nadie esperando.

—¿No acaba de llegar ahora mismo el señor Jons con un cliente?

—¿Los dos hombres del helicóptero? Sí, les vi pasar rápidamente, en dirección a la factoría.

Bob y yo, hombro con hombro, galopamos por el corredor, atravesamos las dobles puertas y nos sumergimos en la luz anaranjada y el peculiar ruido de la fábrica. Uno de los supervisores nos señala la dirección que han tomado Burnside y Jons. Al fin los veo, en medio de uno de los pasillos.

Burnside se dirige a cada operario que ve y le
estrecha la mano
. Apenas si puedo creer lo que ven mis ojos. Estrecha manos, palmea espaldas y parece estar hablando y sonriendo.

Jons le acompaña. También él se entrega a la extraña ceremonia.

Tan pronto como Burnside deja una mano, Jons toma otra. Nadie parece librarse.

Jons nos acaba de ver. Golpea a Burnside en un hombro y le dice algo al oído. Burnside esgrime una enorme sonrisa y se dirige con los brazos abiertos hacia nosotros.

—Aquí está la persona a la que yo quería felicitar muy especialmente.

La voz de Burnside retumba como un cañonazo.

—Quería dejar al mejor para el final, pero te me has adelantado.

—¿Qué tal te va?

—Oh, muy bien, gracias, señor Burnside. ¿Y a usted?

—Rogo, he querido venir a estrechar la mano de cada uno de los obreros de esta fábrica — ruge la voz de trueno de Burnside —. Ha sido un trabajo fantástico el que habéis hecho con mi pedido. Fantástico. Esos otros bastardos han estado cinco meses, y todavía no lo tenían hecho. Y vosotros lo habéis terminado en cinco semanas. ¡Ha tenido que ser un esfuerzo increíble!

Jons interviene rápidamente, antes de que tenga tiempo de decir nada.

—Bucky y yo hemos estado almorzando hoy y le he puesto al corriente de cómo lo habéis dado todo para cumplir con lo prometido.

—Ah, sí…, bueno, pues, hicimos lo que pudimos.

—No te importará que continúe, ¿verdad?

—No, no, señor Burnside. Puede usted seguir.

—No creo que perjudique vuestros rendimientos, ¿eh? — grita, sonriendo.

—En absoluto, señor Burnside, en absoluto.

En cuanto puedo, le susurro a Bob que avise inmediatamente a B. Penn, para que se acerque con la cámara y una montaña de película. Mientras, Jons y yo seguimos a Burnside en su gira triunfal por la nave, saludando los tres a diestro y siniestro.

Observo que Johnny está fuera de sí por la excitación. Cuando Burnside se encuentra lo suficientemente alejado para no poder oírnos, me dice:

—¿Qué pie calzas?

—El cuarenta y dos.

—Te debo un par de zapatos.

—Está bien. No te preocupes, Johnny.

—Al, te lo digo yo, estamos en el buen camino. Acabas de marcar un golazo con este asunto, muchacho. La próxima semana nos reunimos con la gente de Burnside para firmar un contrato a largo plazo del modelo 12, ¡por diez mil unidades al año!

Las cifras tan altas me marean.

—Pienso convocar a todo el departamento en cuanto regrese. Vamos a hacer una campaña para promocionar todo el género que hacéis aquí. Sois la única fábrica de esta maldita división que es capaz de servir productos de calidad dentro del plazo. Con estos tiempos de entrega, vamos a borrar a la competencia del mercado. Al, gracias a ti tenemos, por fin, un as en la mano.

Me siento flotar.

—Muchas gracias, Johnny, pero, en realidad, no hemos hecho ningún esfuerzo especial con Burnside.

—Chisst. Calla, no te vaya a oír.

A mis espaldas, escucho a dos obreros.

—¿Y a qué viene todo esto?

—Ni idea, pero debe de ser que hemos hecho algo bien.

En vísperas de mi informe sobre los resultados del último mes, me entran ganas de ver a Julie. He ensayado más de una vez la intervención, tengo diez copias del informe listas y no puedo dejar de pensar en algún fallo no previsto. Lo mejor es desentenderme durante unas horas.

—Hola, Julie. Había pensado que, como mañana tengo que estar en las oficinas centrales, y Forest Grove me cae de paso, podríamos vernos esta noche. ¿Qué te parece?

—Estupendo, Al.

Salgo del trabajo un poco antes para estar más tiempo con Julie. Desde la carretera interestatal tengo una amplia visión de Bearington, extendiéndose a mi izquierda. El gran letrero luminoso sobre el rascacielos de oficinas sigue mostrando su ominoso EN VENTA. Cerca de treinta mil personas están al alcance de mi vista. Y muy pocas de ellas saben de la pequeña, pero importante, parte del futuro económico de la ciudad que estará mañana en juego. Casi nadie tiene el menor interés en la fábrica, o en lo que producimos, salvo en el caso de que UniWare cerrase la factoría. En ese caso, se asustarían y enfadarían. Pero nadie se enterará si seguimos funcionando. Nadie sabrá por lo que hemos tenido que pasar.

En fin, la suerte está echada. Sé que hice lo que pude.

Sharon y Dave salen a mi encuentro en cuanto llego a casa de los Barnett. Cambio mi traje de faena por cómodas ropas de andar por casa y, durante toda una hora, mis hijos me tienen secuestrado con sus juegos. Julie me sugiere luego que salgamos a cenar fuera. Presiento que quiere hablarme. Me lavo un poco y salimos.

—Al, ¿no te importa que paremos un momento? ¿Y eso? En esos momentos, pasamos con el coche por el parque próximo a su casa.

—La última vez que estuvimos aquí, no terminamos el paseo.

Aparco el coche. Caminando por el paseo, no tardamos mucho en llegar al banco junto al río. Nos sentamos.

—¿De qué trata la reunión de mañana?

—Es un informe sobre los resultados de la fábrica. La división tiene que tomar una decisión sobre su futuro.

—¿Y qué piensas que va a decir?

—Bueno, no cumplí completamente con la promesa que hice a Peach. Algunas cifras no reflejan exactamente la realidad, por aquello de los costes por unidad producida. ¿Recuerdas?

Ella asiente, mientras yo me enfurezco nuevamente al recordar los resultados de la auditoría.

—Aun así, hemos tenido un buen mes. Lo único que ocurre es que las cifras no reflejan exactamente lo bueno que ha sido.

—¿Temes que te cierren la fábrica?

—No, no lo creo. Tendrían que ser idiotas para cerrarme la fábrica, sólo porque hemos tenido un cierto aumento de los costes. Lo importante es que estamos ganando dinero, y eso es así, incluso con los datos más retorcidos.

Julie toma mi mano entre las suyas.

—Me gustó mucho cuando salimos la otra mañana a desayunar fuera.

—Te lo merecías — y sonrío tiernamente al decírselo — después de estar aguantándome el rollo desde las cinco de la mañana.

—Pues ese día me di cuenta de lo poco que sé de tu trabajo. Ojalá me hubieses hablado de ello más a menudo, durante todos estos años.

—No sé, pensé que no te gustaría oír mis problemas, o que no tenía derecho a cargarte con ellos. El caso es que no lo hice.

—Creo que tendría que haber salido de mí también; haberte hecho más preguntas.

—Tampoco es que te diese muchas ocasiones, a las horas en que siempre me presentaba en casa.

—Te acuerdas de aquellos días, poco antes de irme, que no llegabas nunca…, me lo tomaba como algo personal. Llegué a pensar que era una excusa tuya para mantenerme lejos. No podía creer que no tuviese nada que ver conmigo.

—No, claro que no, Julie. Cuando me vino la crisis, yo pensaba que tú
tenías
que comprender, darte cuenta del problema que tenía entre manos. Debía haberte contado las cosas, como el otro día. Lo siento.

Me aprieta la mano, más fuerte.

—También he estado pensando en nuestro matrimonio y las cosas que hablamos la última vez que estuvimos sentados en este mismo sitio. Tengo que admitir que llevabas razón. Durante muchos años, hemos dejado que la costumbre nos arrastrase, y la consecuencia ha sido que nos hemos ido separando poco a poco, sin darnos cuenta. Veía cómo te ibas enzarzando, más y más, en los problemas del trabajo y, para compensar tu pérdida, intentaba ocuparme de la casa y salir con mis amigas. Pero, entretanto, fuimos perdiendo de vista lo más importante.

Su cabello recoge mágicamente la luz del sol. Han desaparecido los reflejos claros con los que se había teñido el día en que se estropeó la NCX-10. Su pelo tiene, de nuevo, su hermoso tono oscuro, tal y como siempre fue.

—Al, sé una cosa, tal vez esa sola cosa, con absoluta certeza; que quiero más de ti, no menos. Ese siempre ha sido mi problema.

Clava en mí la profunda y hermosa mirada de sus ojos azules. Siento renacer dentro de mí la pasión de otros tiempos.

—Ya sé por qué no quería volver a casa. No era por la ciudad, aunque desde luego no puedo decir que me guste. Es que, desde que vivimos separados, hemos estado pasando, de hecho, más tiempo juntos. Quiero decir que antes, cuando estábamos en la misma casa, sentía como si tú ya me dieses por conquistada. En cambio, ahora me envías flores, encuentras tiempo para venir a visitarme, para estar conmigo y los chicos y todo eso. Me gusta y no quería que volviésemos a lo de antes. No quería que esto terminase, aunque sé que no podía durar eternamente.

Empiezo a sentirme en la gloria.

—Por lo menos, Julie, estamos seguros de no querer separarnos.

—Al, no sé cuál es nuestra meta, o cuál debería ser. Pero pienso que nos necesitamos. Quiero ver crecer a Sharon y Dave, hacer que sean personas íntegras y valiosas para la sociedad, y quiero que tú y yo nos demos mutuamente lo que necesitamos.

Paso mi brazo por su hombro.

—Bueno, eso suena muy bien para empezar. Sé que es más fácil decirlo que cumplirlo, pero intentaré no darte ya por conquistada. Quiero que regreses conmigo a casa, pero hay que ser realista; las presiones que causaron todos nuestros problemas van a continuar estando ahí, no van a desaparecer con chasquear los dedos, ni tampoco puedo ignorar mi trabajo.

—Nunca te he pedido que lo hagas. Sólo que no nos ignores ni a mí ni a los chicos. A cambio, yo intentaré aceptar y entender tu trabajo.

Sonrío.

—Recuerdas, hace mucho tiempo, nada más casarnos. Los dos teníamos un trabajo y, cuando llegábamos a casa, nos contábamos nuestras penas, nos sentíamos compenetrados, compartiendo las dificultades. Fue muy bonito.

—Sí, pero no teníamos hijos. Y luego, tú empezaste a trabajar más horas.

—Sí, perdimos nuestras buenas costumbres. ¿Qué me dices si lo intentamos de nuevo?

—Magnífico. Al, me doy cuenta de que, al abandonarte, he podido parecerte muy egoísta. Lo siento. Pero hubo unos momentos en que me volví medio loca.

—No, no quiero que pidas disculpas. Tendría que haberos dedicado más atención.

—Pues yo intenté que lo hicieras. Sonríe brevemente y añade:

—Ya que nos hemos puesto a hacer memoria, ¿recuerdas nuestra primera discusión? Y luego, cuando hicimos las paces, juramos que no volvería a suceder y que siempre nos pondríamos en el lugar del otro. Bueno, creo que hace algunos años que no hacemos eso mismo. Estoy dispuesta a intentarlo, ¿y tú?

—Te lo prometo.

Hay un largo, largo abrazo.

—Entonces, ¿me aceptas por esposo? Se recuesta contra mis brazos:

—Yo siempre lo intento dos veces.

—Pero sabes que no va a salir perfecto, y sabes que tendremos nuestros más y nuestros menos.

—Y yo, seguramente, me sentiré celosa de cuando en cuando.

—¡Qué demonios! Ahora mismo nos vamos a Las Vegas por un juez de paz.

Se echa a reír.

—¿Lo dices en serio?

—Claro. Bueno esta noche no podemos, porque mañana tengo esa fastidiosa reunión. Pero, ¿qué te parece mañana?

—¡Lo dices en serio!

—Mira. Todo lo que he estado haciendo desde que te fuiste ha sido ingresar los cheques de la paga en el banco. Ya va siendo hora de sacar alguno de la cuenta.

—De acuerdo, derrochador. Estoy contigo.

30

A la mañana siguiente, en el piso 15 del edificio de UniCo, entro en la sala de reuniones escasos minutos antes de las diez. Sentado en un extremo de la larga mesa está Hilton Smyth y junto a él Neil Cravitz. Flanqueándoles hay varias personas de la administración.

—Buenos días — digo.

Hilton levanta la mirada hacia mí sin sonreír y dice:

—Si cierras la puerta, podemos empezar.

—Espera un momento, Bill Peach aún no ha llegado — comento —. Le esperamos, ¿no?

—Bill no va a venir. Está ocupado con algunas negociaciones — contesta Smyth.

—Entonces, me gustaría que esta reunión se pospusiera hasta que esté disponible — le digo.

La mirada de Smyth se vuelve penetrante.

—Bill me pidió expresamente que presidiera esta reunión y le hiciese llegar mis recomendaciones — dice Smyth —. De modo que, si quieres exponer algo relativo a tu fábrica, sugiero que empieces. Si no es así, tendremos que sacar nuestras propias conclusiones a partir de tu informe. Y con ese aumento en el coste de productos que me ha contado Neil, me parece que no tienes mucho que explicar. A mí, particularmente, me gustaría saber por qué no se están siguiendo los debidos procedimientos para determinar los lotes económicos.

Me quedo parado por un momento delante de ellos antes de responder. La llama de mi cólera ha comenzado a prender despacio. Intento apartarla de mí y pensar qué significa todo esto. No me gusta un pelo esta situación. El condenado Peach debería estar aquí. Y se suponía que yo tenía que hacer mi presentación ante Frost, no ante su ayudante. Pero, por lo visto, Hilton puede haber decidido con Peach ser mi juez, jurado y, posiblemente, ejecutor. Decido que la apuesta más segura es hablar.

—Bien — digo finalmente —. Pero antes de comenzar mi presentación sobre lo que ha estado ocurriendo en mi planta, déjame hacerte una pregunta. ¿Reducir costes es la meta de la división UniWare?

BOOK: La meta
7.15Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

In the Air Tonight by Lori Handeland
Count Zero by William Gibson
The Mistress of His Manor by Catherine George
No Sugar by Jack Davis
A Kachina Dance by Andi, Beverley
Ghost Story by Peter Straub