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Authors: Eliyahu M. Goldratt

Tags: #Descripción empresarial

La meta (14 page)

BOOK: La meta
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—En cuanto salga del lío en que me encuentro ahora todo eso no volverá a suceder.

—¿Ves lo que acabas de decir? «En cuanto salga de este lío en que me encuentro ahora»… ¿Piensas que va a cambiar algo? Ya te he escuchado eso cien veces. Al, ¿sabes cuánto llevamos ya discutido por lo mismo?

—Bueno, llevas razón. Lo hemos discutido un montón de veces. Pero, en estos momentos, no puedo hacer nada más.

—Tu trabajo siempre ha sido lo primero —dice Julie—. Siempre. Lo que no entiendo es que, siendo como eres, no te den más ascensos y te paguen más.

Me pellizco el puente de la nariz.

—¿Cómo puedo hacer para que comprendas? Esta vez no voy detrás de un ascenso, ni tampoco quiero más sueldo. Esta vez es distinto, Julie; no tienes ni idea del problemón que tenemos ahora en la fábrica.

—Y tú tampoco tienes ni idea de lo que es estar en casa.

—Sí, de acuerdo. A mí me gustaría estar más tiempo en casa, pero el problema es de dónde saco más tiempo.

—No necesito todo tu tiempo. Pero sí necesito algo de tu tiempo, y los niños también…

—Lo sé, Julie, pero para salvar la fábrica voy a tener que dedicarle todo el que tenga en los próximos dos meses.

—¿No podrías, por lo menos, venir a cenar normalmente? Por las noches es cuando más te echo en falta. Todos nosotros te echamos en falta. Esto está vacío sin ti.

—Te agradezco que me digas eso, pero a veces necesito incluso esas noches. Durante el día no me queda tiempo para repasar papeles.

—¿Por qué no te los traes a casa? Haz todo eso aquí. Por lo menos te veríamos, e incluso podría echarte una mano.

—Pues… no sé si voy a poder, aquí. Quizá me distraiga demasiado. Bueno, lo intentaremos.

Sonríe.

—¿Lo dices de verdad?

—Pues claro. Si no funciona, lo discutiremos, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Me inclino hacia ella y le pregunto:

—¿Lo sellamos con un apretón de manos o con un beso? Ella rodea la mesa, se sienta encima de mí y me besa.

—¿Sabes que te eché mucho de menos anoche? —le digo.

—¿De verdad? Yo también te eché de menos. No tenía ni idea de lo deprimentes que son los bares para solteros.

—¿Para solteros?

—Fue idea de Jane. Te lo juro.

—No quiero saber nada de ese tema.

—Pero Jane me estuvo enseñando un nuevo paso de baile… Tal vez… este fin de semana…

La estrecho entre mis brazos.

—¡Este fin de semana es nuestro!

—¡Maravilloso! —Y me susurra al oído—: Hoy es viernes, ¿qué te parece si lo empezamos ya?

Vuelve a besarme.

Julie, me encantaría, pero…

—¿Pero qué?

—Debería pasarme por la fábrica. Se levanta.

—De acuerdo, pero promete que esta noche vendrás temprano.

Lo prometo. Ya verás, va a ser un fin de semana a lo grande.

13

Mañana del sábado. Cuando abro los ojos, veo delante de mí una mancha borrosa y verde. La mancha resulta ser mi hijo Dave, en uniforme de boy-scout. Me tira del brazo.

—¡Dave! ¿Qué haces aquí?

—Papá, ya son las siete.

—¿Las siete? Quiero dormir. Por qué no te vas a ver la tele, o lo que sea.

—Vamos a llegar tarde.

—¿Tarde? ¿A dónde?

—A la excursión. ¿No te acuerdas? Me prometiste que te podría presentar voluntario… para ayudar al jefe de grupo…

Se me escapa una palabrota que ningún boy-scout debería escuchar nunca. Dave ni se inmuta.

—Venga, anda, métete en la ducha. —Y me empuja fuera de la cama—. Anoche hice tu mochila y lo he metido todo en el coche. Tenemos que estar allí a las ocho.

—Le echo una última mirada a Julie, que tiene los ojos aún cerrados, y a la cama, calientita y confortable, mientras Dave me arrastra materialmente fuera del cuarto.

Una hora y diez minutos después, mi hijo y yo llegamos a la entrada de un bosque. El grupo nos espera. Quince muchachos con sombrero, pañuelo y bandas de honor al pecho.

Antes de que tenga tiempo de decir «¿dónde está el jefe de grupo?», los cuatro padres que se han quedado rezagados suben a sus coches y salen disparados. Miro alrededor, pero soy el único adulto a la vista.

—El jefe de grupo no ha podido venir —me cuenta uno de los chavales.

—¿Y eso?

—Está enfermo.

—Sí —dice otro chaval—, tiene hemorroides. Le han vuelto a salir otra vez. Parece que se ha quedado usted con el mando.

—¿Qué vamos a hacer, señor Rogo?

Al principio me pongo furioso por el embolado que me ha caído, pero pronto me hago a la idea de controlar esta manada. Al fin y al cabo es parecido a lo que hago a diario en la fábrica.

Los reúno a mi alrededor, estudiamos el mapa y discutimos los objetivos de la expedición hacia las «peligrosas extensiones inexploradas» que se extienden ante nosotros.

Descubro que el plan del grupo es avanzar por el bosque, a través de una ruta marcada, hasta un lugar llamado el Barranco del Diablo. Allí debemos dormir esa noche. Por la mañana, después de levantar el campamento, tendremos que regresar al punto de partida, en el que se supone que mamá y papá estarán esperando a los pequeños Freddy y Johny y sus amigos.

Primero deberemos llegar, pues, al Barranco del Diablo, que resulta estar a diez millas de distancia. Formo al grupo en fila. Todos llevan su mochila a la espalda. Mapa en mano, me coloco al frente de la fila para abrir el camino, y allá que nos dirigimos.

Hace un tiempo fantástico. El sol se filtra entre los árboles. El cielo está despejado. Hay una ligera brisa y la temperatura es más bien fresca, lo que resulta de lo más adecuado para andar.

La pista se sigue con facilidad, gracias a los hitos marcados en el camino. A ambos lados, el monte bajo es espeso. Tenemos que avanzar en fila de a uno.

Debemos de estar caminando a unas dos millas por hora, que es la velocidad media de una persona andando. A este ritmo, calculo, tardaremos cinco horas en cubrir las diez millas. Mi reloj señala las ocho y media. Contando hora y media para el descanso y la comida deberíamos llegar al Barranco del Diablo sobre las tres, sin sudar mucho.

Unos minutos después, me doy la vuelta para vigilar. La columna de scouts se ha estirado un tanto, a partir de la formación compacta con la que empezamos. La separación entre los chavales ha aumentado en unos sitios más que en otros. Continúo andando.

Al cabo de un rato vuelvo a mirar hacia atrás y la columna se ha estirado aún más. Se han producido algunos huecos grandes y apenas consigo ver al último de la fila.

Creo que es mejor que me sitúe al final de la línea, en vez de al principio. De esa forma, sé que tendré a la columna a la vista y me aseguraré de que nadie se quede atrás. Espero que el primero me alcance y le pregunto su nombre.

—Me llamo Ron.

—Ron, quiero que seas tú quien dirija la columna. —Le paso el mapa—. Sólo tienes que seguir la ruta a un paso moderado. ¿De acuerdo?

—De acuerdo, señor Rogo.

Echa a andar a un paso que parece razonable.

—Todo el mundo detrás de Ron —grito al resto—. Que nadie adelante a Ron, porque es él quien lleva el mapa, ¿entendido?

Espero a un lado a que pase el grupo. Mi hijo Dave camina junto a un amigo, con el que va charlando. Ahora que está entre compañeros hace como si no me conociera. Disimula excelentemente. Otros cinco o seis mantienen el paso sin problemas. Luego hay un hueco, tras el que siguen dos scouts más y después, un hueco aún más grande. Miro camino abajo y veo al gordito. Parece que está ya algo cansado. Detrás de él sigue el resto de la tropa.

—¿Cómo te llamas? —le pregunto cuando llega cerca.

—Herbie.

—¿Estás bien, Herbie?

—Sí, sí, claro, señor Rogo. Qué calor hace, ¿verdad? Herbie continúa caminando, seguido de los demás. Algunos parecen querer ir más rápido, pero no pueden adelantar a Herbie. Me uno al último. La columna se estira ante mis ojos, pero la mayor parte del tiempo tengo a todos bajo control, aunque a veces una colina o una curva cerrada me impida verlos. Parece que hemos cogido un ritmo cómodo.

A pesar de que el panorama es bonito, al poco tiempo me sorprendo pensando en otros asuntos. En Julie, por ejemplo. En realidad, me hubiera gustado pasar este fin de semana con ella. Me había olvidado de la excursión con Dave. Me parece oír su voz: «Muy típico tuyo». No sé de dónde voy a sacar el tiempo para estar con ella. Al menos en este caso, tiene que entender que debía ir con Dave.

Y luego, la conversación con Jonah en Nueva York. No he tenido tiempo de pensar en ello. Siento cierta curiosidad por saber qué hace un profesor de Física viajando en limusinas con peces gordos de los negocios. Tampoco entiendo a qué se refería con aquellos dos fenómenos que me describió, los «sucesos dependientes» y las «fluctuaciones estadísticas». Bueno, a mí me parecen bastante vulgares como para darles tanta importancia.

Es obvio que en la industria se dan sucesos dependientes, lo que significa que una operación ha de preceder a otra para que esta segunda tenga lugar. Las piezas, por ejemplo, se elaboran en una sucesión de fases. La máquina «A» ha de terminar la fase «UNO», antes de que el trabajador «B» pueda empezar con la fase «DOS». Hay que terminar todas las piezas, antes de poder montar los productos. Y los productos tienen que ensamblarse antes de enviar el pedido. Y así sucesivamente.

Pero uno se encuentra con sucesos dependientes en cualquier proceso, no sólo en una fábrica. Conducir un coche, por ejemplo, requiere una secuencia de sucesos dependientes. La marcha que estamos haciendo ahora, también. Para llegar hasta el Barranco del Diablo, primero hay que hacer la ruta. Delante, Ron tiene que avanzar, antes de que lo pueda hacer Dave, Dave, antes que Herbie… y así. Este es un sencillo caso de sucesos dependientes.

¿Y las fluctuaciones estadísticas? Al levantar la vista me doy cuenta de que el chaval que me precede anda algo más deprisa que yo. Aumento mis zancadas para acercarme, pero me aproximo demasiado y vuelvo a reducirlas. Así es que, si hubiera estado midiendo mi paso, habría detectado fluctuaciones estadísticas. Bueno, ¿pero es esto algo tan importante?

Cuando digo que camino a unas dos millas por hora, no me refiero a que siga este ritmo constantemente. La velocidad fluctúa, según la amplitud de mi zancada y la velocidad de los pasos. Lo que sí es cierto es que, al cabo de un cierto tiempo y una cierta distancia, la
media
es ésa.

Eso mismo es lo que ocurre en la fábrica. ¿Cuánto se tarda en soldar los cables a un transformador? Si coges un cronómetro y mides los tiempos que se invierten en la operación, sacas una media, digamos, de 4,3 minutos. Pero los tiempos reales pueden variar, por ejemplo, entre 2,1 y 6,4 minutos. Y no se puede saber de antemano si, en un caso determinado, se tardará 3,2 o 5,7 minutos.

Bueno, ¿y qué? ¿Qué hay de malo en ello? Además, no tenemos otra alternativa. ¿Qué podemos utilizar en vez de las «medias»?

Por poco me trago al chaval de delante. Por alguna razón hemos reducido la marcha. Claro, estamos ascendiendo por una colina bastante empinada y larga. Nos quedamos retrasados detrás de Herbie.

—¡Venga, «Herpes»! —grita uno de los chicos.

—Eso, «Herpes», muévete —grita otro.

—Bueno, ya vale —intervengo yo.

Herbie termina coronando la cima. Se vuelve y su cara estalla de congestión debido al esfuerzo de la subida.

—Muy bien. Herbie —le digo, para animarle—. Venga. ¡Sigue andando!

Herbie desaparece por el otro lado. El resto sigue subiendo y yo me apresuro hasta alcanzar también la cima. Me detengo y miro hacia delante. ¡Dios bendito! ¿Dónde está Ron? Tiene que estar a casi media milla. Veo a un par de muchachos delante de Herbie. El resto debe estar desperdigado camino adelante. Formo una bocina con las manos:

—¡ATENCIÓN!, MÁS DEPRISA. HAY QUE CERRAR ESTAS FILAS. ¡PASO LIGERO!

Herbie empieza a correr, mientras los chicos que van tras él le siguen. A cada paso las mochilas, las cantimploras y los sacos de dormir bandean de un lado a otro y se golpean entre sí. ¡La de Herbie! No sé lo que lleva, pero cuando corre parece llevar encima una chatarrería. Unos metros después hemos conseguido reducir la distancia. Herbie vuelve a aminorar. Los chicos le chillan para que se apresure. Yo adelanto puestos en la columna, resoplando. Por fin, consigo ver a Ron, a lo lejos.

Le grito:

¡EH, RON. ¡ESPERA!

Los chicos pasan la voz a lo largo de la fila. Ron se detiene y vuelve su cara hacia nosotros: Herbie ve el cielo abierto y reduce su trote a un paso rápido. Las caras se vuelven hacia nosotros según nos aproximamos.

—Bueno, Ron, creí haberte dicho que caminases moderadamente.

—¡Pero si eso es lo que he hecho! — intenta defenderse el chico.

—Bueno, a ver si conseguimos mantenernos juntos la próxima vez. Señor Rogo, ¿qué le parece si descansamos cinco minutos? —pide Herbie.

—De acuerdo. ¡Vamos a descansar!

Herbie se derrumba sobre el suelo, a un lado del camino, con la lengua fuera. Los demás echan mano de sus cantimploras. Yo localizo el más cómodo de los troncos próximos y me siento. Unos minutos después, Dave se acerca para dejarse caer a mi lado.

—Lo estás haciendo fenomenal, papá.

—Gracias. ¿Cuánto crees que hemos avanzado?

—Unas dos millas.

—¿Sólo? Tengo la sensación de que deberíamos haber llegado ya. Tenemos que haber hecho más de dos millas.

—No, según el mapa que tiene Ron.

—Bueno, bien, entonces vamos a empezar a movernos otra vez.

Los chavales de preparan.

—¡Vamos!

Empezamos a andar de nuevo. Ahora el camino es recto y puedo tener a todo el mundo a la vista…, pero no hemos andado apenas nada, cuando la historia vuelve a repetirse. ¡Maldita sea!, nos vamos a pasar el día corriendo y frenando, de continuar así. Hay que hacer algo.

Al primero que controlo es a Ron. Efectivamente, Ron marca un paso constante y moderado. El grupo no tendría por qué tener problemas para mantenerlo. Miro hacia adelante y veo que los chicos andan a la misma velocidad, aproximadamente, que Ron. Herbie se esfuerza también por mantener el paso. Se debe sentir culpable y camina pegado al compañero que le precede.

Si vamos, aproximadamente, a la misma velocidad, ¿por qué aumenta la distancia entre Ron y yo?… ¿Fluctuaciones estadísticas?…

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