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Aldous Huxley
, nacido en Godalmieng en 1894 y muerto en Hollywood en 1963. Se graduó en medicina, aunque no llegó a ejercer esta profesión. Publicó su primera novela en 1921 alcanzando la fama rápidamente. Su obra es extensa y ha gozado de una consideración crítica notable.
Un mundo feliz
, aparecida en 1932, se considera ya como un clásico de la ciencia-ficción y se cita a propósito de la progresiva pérdida de la individualidad del ser humano.
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George Orwell
, seudónimo de Eric Arthur Blair, nacido en 1903 y fallecido en Londres en 1950. Se trata de un autor altamente politizado. Participó en la guerra civil española en las filas del POUM y en su obra demuestra una creciente preocupación por el futuro de la izquierda socialista, motivada en parte por la experiencia soviética.
1984
es el título de una de las novelas más importantes y más tristes de ciencia-ficción escritas a lo largo de todos los tiempos. En ella se produce una amarga reflexión sobre el futuro de los hombres de un Estado totalitario.
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Fred Hoyle
, nacido en Yorkshire en 1915. Fue profesor de Astronomía en la Universidad de Cambridge y de Astrofísica en el Instituto de Tecnología de California. En la actualidad goza de gran reputación como hombre de ciencia y, aparte de su descubrimiento sobre el origen de los elementos químicos y de su
Teoría del estado estacionario del Universo
, ha elaborado una sugerente tesis según la cual la vida llegó a la Tierra desde el Cosmos en estado de congelación. En su novela de ciencia-ficción
La nube negra
narra la destrucción del sistema solar por un gigantesco organismo cósmico dotado de inteligencia.
Resumidas las aportaciones que a la ciencia-ficción han hecho estos tres escritores británicos, citemos ahora otros nombres importantes de autores especializados: John Brunner, Arthur C. Clarke, J. G. Ballard, Brian W. Aldiss, y Michael Moorcock, este último director de la revista especializada
New Worlds
.
Y a propósito de revistas no dejaremos de citar
Authen
tic
,
Nebula
, y
Science Fantasy
que con
New Worlds
forman el grupo más importante de las publicaciones británicas especializadas en el género.
El pesimismo como denominador común
Antes de poner punto final a esta introducción queremos señalar un rasgo que caracteriza a casi todas las obras: su pesimismo sobre el futuro de la humanidad.
Este pesimismo, que se atenúa o desaparece en los autores de los países del este de Europa, suele estar justificado por una desconfianza de orden político más que por un rechazo hacia los avances de la ciencia. En efecto, el escritor de ciencia-ficción disfruta con el conocimiento de los descubrimientos científicos y, sobre todo, con el material especulativo que éstos ofrecen a quienes viven de las ideas, pero desconfía de la aplicación práctica de tales avances, aplicación que en última instancia escapa del control del investigador para pasar a manos del político.
Estos autores han comprendido más que nadie hasta qué punto estamos inmersos en un cambio cuyas ultimas consecuencias, de no corregirse el actual estado de las cosas, no dejan de describir en sus relatos. La tendencia hacia la autodestrucción parece formar parte constitutiva del ser humano y de sus representantes políticos. Ahí están para demostrarlo los numerosos misiles que desde un lado u otro del planeta nos apuntan a la espera de que algún loco apriete por fin el botón que los haga funcionar.
El regreso a una especie de Edad Media como consecuencia de una explosión nuclear ha sido descrito ya por numerosos novelistas. Y según el pensador italiano Umberto Eco, ese regreso se puede dar de todos modos sin que medie tal clase de catástrofe. Bastaría tal vez con que ciudades-monstruos como New York, sometidas a un crecimiento tumoral, permaneciesen sin energía eléctrica durante un par de semanas. El encadenamiento de sucesos terribles a partir de un hecho como ese, que a simple vista puede parecer trivial, conduciría finalmente a los ciudadanos a matarse entre sí por un pedazo de carne.
Y, sin llegar a sucesos tan espectaculares, la simple visión de un mundo donde el control de los individuos alcance el grado de
1984
, la novela de Orwell, o de
Fahrenheit 451
, de Bradbury, ya es lo suficientemente aterradora como para prestar más atención a este género, alguna de cuyas predicciones se han cumplido con creces.
Juan José Millás
A mi querida madre
El Viajero a través del Tiempo (pues convendrá llamarle así al hablar de él) nos exponía una misteriosa cuestión. Sus ojos grises brillaban lanzando centellas, y su rostro, habitualmente pálido, se mostraba encendido y animado. El fuego ardía fulgurante y el suave resplandor de las lámparas incandescentes, en forma de lirios de plata, se prendía en las burbujas que destellaban y subían dentro de nuestras copas. Nuestros sillones, construidos según sus diseños, nos abrazaban y acariciaban en lugar de someterse a que nos sentásemos sobre ellos; y había allí esa sibarítica atmósfera de sobremesa, cuando los pensamientos vuelan gráciles, libres de las trabas de la exactitud. Y él nos la expuso de este modo, señalando los puntos con su afilado índice, mientras que nosotros, arrellanados perezosamente, admirábamos su seriedad al tratar de aquella nueva paradoja (eso la creíamos) y su fecundidad.
—Deben ustedes seguirme con atención. Tendré que discutir una o dos ideas que están casi universalmente admitidas. Por ejemplo, la geometría que les han enseñado en el colegio está basada sobre un concepto erróneo.
—¿No es más bien excesivo con respecto a nosotros ese comienzo? —dijo Filby, un personaje polemista de pelo rojo.
—No pienso pedirles que acepten nada sin motivo razonable para ello. Pronto admitirán lo que necesito de ustedes. Saben, naturalmente, que una línea matemática de espesor nulo no tiene existencia real. ¿Les han enseñado esto? Tampoco la posee un plano matemático. Estas cosas son simples abstracciones.
—Esto está muy bien —dijo el Psicólogo.
—Ni poseyendo tan sólo longitud, anchura y espesor, un cubo tener existencia real.
—Eso lo impugno —dijo Filby—. Un cuerpo sólido puede, por supuesto, existir. Todas las cosas reales...
—Eso cree la mayoría de la gente. Pero espere un momento, ¿puede un cubo instantáneo existir?
—No le sigo a usted —dijo Filby.
—¿Un cubo que no lo sea en absoluto durante algún tiempo puede tener una existencia real?
Filby se quedó pensativo.
—Evidentemente —prosiguió el Viajero a través del Tiempo— todo cuerpo real debe extenderse en cuatro direcciones: debe tener Longitud, Anchura, Espesor y... Duración. Pero debido a una flaqueza natural de la carne, que les explicaré dentro de un momento, tendemos a olvidar este hecho. Existen en realidad cuatro dimensiones, tres a las que llamamos los tres planos del Espacio, y una cuarta, el Tiempo. Hay, sin embargo, una tendencia a establecer una distinción imaginaria entre las tres primeras dimensiones y la última, porque sucede que nuestra conciencia se mueve por intermitencias en una dirección a lo largo de la última desde el comienzo hasta el fin de nuestras vidas.
—Eso —dijo un muchacho muy joven, haciendo esfuerzos espasmódicos para encender de nuevo su cigarro encima de la lámpara—, eso... es, realmente, muy claro.
—Ahora bien, resulta notabilísimo que se olvide esto con tanta frecuencia —continuó el Viajero a través del Tiempo en un ligero acceso de jovialidad—. Esto es lo que significa, en realidad, la Cuarta Dimensión, aunque ciertas gentes que hablan de la Cuarta Dimensión no sepan lo que es. Es solamente otra manera de considerar el Tiempo.
No hay diferencia entre el Tiempo y cualesquiera de las tres dimensiones salvo que nuestra conciencia se mueve a lo largo de ellas.
Pero algunos necios han captado el lado malo de esa idea. ¿No han oído todos ustedes lo que han dicho esas gentes acerca de la Cuarta Dimensión?
—Yo no —dijo el Corregidor.
—Pues, sencillamente, esto. De ese Espacio, tal como nuestros matemáticos lo entienden, se dice que tiene tres dimensiones, que pueden llamarse Longitud, Anchura, y Espesor, y que es siempre definible por referencia a tres planos, cada uno de ellos en ángulo recto con los otros. algunas mentes filosóficas se han preguntado: ¿por qué tres dimensiones, precisamente?, ¿por qué no otra dirección en ángulos rectos con las otras tres? E incluso han intentado construir una geometría de Cuatro Dimensiones. El profesor Simon Newcomb
[1]
expuso esto en la Sociedad Matemática de New York hace un mes aproximadamente. Saben ustedes que, sobre una superficie plana que no tenga más que dos dimensiones, podemos representar la figura de un sólido de tres dimensiones, e igualmente creen que por medio de modelos de tres dimensiones representarían uno de cuatro, si pudiesen conocer la perspectiva de la cosa. ¿Comprenden?
—Así lo creo —murmuró el Corregidor; y frunciendo las cejas se sumió en un estado de introversión, moviendo sus labios como quien repite unas palabras místicas—. Sí, creo que ahora le comprendo —dijo después de un rato, animándose de un modo completamente pasajero.
—Bueno, no tengo por qué ocultarles que vengo trabajando hace tiempo sobre esa geometría de las Cuatro Dimensiones. Algunos de mis resultados son curiosos. Por ejemplo, he aquí el retrato de un hombre a los ocho años, otro a los quince, otro a los diecisiete, otro a los veintitrés, y así sucesivamente. Todas éstas son sin duda secciones, por decirlo así, representaciones Tri-Dimensionales de su ser de Cuatro Dimensiones, que es una cosa fija e inalterable.
»Los hombres de ciencia —prosiguió el Viajero a través del Tiempo, después de una pausa necesaria para la adecuada asimilación de lo anterior— saben muy bien que el Tiempo es únicamente una especie de Espacio. Aquí tienen un diagrama científico conocido, un indicador del tiempo. Esta línea que sigo con el dedo muestra el movimiento del barómetro. Ayer estaba así de alto, anoche descendió, esta mañana ha vuelto a subir y llegado suavemente hasta aquí. Con seguridad el mercurio no ha trazado esta línea en las dimensiones del Espacio generalmente admitidas. Indudablemente esa línea ha sido trazada, y por ello debemos inferir que lo ha sido a lo largo de la dimensión del Tiempo.
—Pero —dijo el Doctor, mirando fijamente arder el carbón en la chimenea—, si el Tiempo es tan sólo una cuarta dimensión del Espacio, ¿por qué se le ha considerado siempre como algo diferente? ¿Y por qué no podemos movernos aquí y allá en el Tiempo como nos movemos aquí y allá en las otras dimensiones del Espacio?
El Viajero a través del Tiempo sonrió.
—¿Esta usted seguro de que podemos movernos libremente en el Espacio? Podemos ir a la derecha y a la izquierda, hacia adelante y hacia atrás con bastante libertad, y los hombres siempre lo han hecho. Admito que nos movernos libremente en dos dimensiones. Pero ¿cómo hacia arriba y hacia abajo? La gravitación nos limita ahí.
—Eso no es del todo exacto —dijo el Doctor—. Ahí tiene usted los globos.
—Pero antes de los globos, excepto en los saltos espasmódicos y en las desigualdades de la superficie, el hombre no tenía libertad para el movimiento vertical.
—Aunque puede moverse un poco hacia arriba y hacia —dijo el Doctor.
—Con facilidad, con mayor facilidad hacia abajo que hacia arriba.
—Y usted no puede moverse de ninguna manera en el Tiempo, no puede huir del momento presente.
—Mi querido amigo, en eso es en lo que está usted pensado. Eso es justamente en lo que el Mundo entero se equivoca. Estamos escapando siempre del momento presente. Nuestras existencias mentales, que son inmateriales y que carecen de dimensiones, pasan a lo largo de la dimensión del Tiempo con una velocidad uniforme, desde la cuna hasta la tumba. Lo mismo que viajaríamos hacia abajo si empezásemos nuestra existencia ochenta kilómetros por encima de la superficie terrestre.
—Pero la gran dificultad es ésta —interrumpió el Psicólogo—: puede usted moverse de aquí para allá en todas las direcciones del Espacio; pero no puede usted moverse de aquí para allá en el Tiempo.
—Ese es el origen de mi gran descubrimiento. Pero se equivoca usted al decir que no podemos movernos de aquí para allá en el Tiempo. Por ejemplo, si recuerdo muy vivamente un incidente, retrocedo al momento en que ocurrió: me convierto en un distraído, como usted dice. Salto hacia atrás durante un momento. Naturalmente, no tenemos medios de permanecer atrás durante un período cualquiera de Tiempo, como tampoco un salvaje o un animal pueden sostenerse en el aire seis pies por encima de la tierra. Pero el hombre civilizado está en mejores condiciones que el salvaje a ese respecto. Puede elevarse en un globo pese a la gravitación; y ¿por qué no ha de poder esperarse que al final sea capaz de detener o de acelerar su impulso a lo largo de la dimensión del Tiempo, o incluso de dar la vuelta y de viajar en el otro sentido?