La llamada de la venganza (11 page)

BOOK: La llamada de la venganza
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Qui-Gon apartó la mirada.
No seré yo quien venga
, pensó. Nunca volvería a Nuevo Ápsolon.

—Te damos las gracias por el transporte —dijo Mace a Manex—. Y por todo lo que has hecho.

Los ojos castaños de Manex reflejaban su pena.

—No puedo ni empezar a reemplazar lo que habéis perdido aquí. Sólo puedo prometeros mi servicio por el resto de mi vida, en caso de que los necesitéis.

Manex hizo una seña al piloto para que bajara la rampa de la nave. Entonces, se alejó tras efectuar una última reverencia.

Qui-Gon se mantenía a cierta distancia de los demás. Vio que Bant se acercaba a Obi-Wan.

—¿Está bien Qui-Gon? —preguntó en voz baja y preocupada.

—No lo sé —dijo su padawan—, pero lo estará.

¿Lo estaré?
, se preguntó Qui-Gon con un extraño distanciamiento.

Obi-Wan miró a Bant.

—¿Y nosotros estamos bien?

Qui-Gon sintió que si era posible que su corazón volviera a conmoverse, se conmovería ante la calidez que vio en los ojos de Bant. Recordaba cuando Tahl y él eran así de íntimos.

—Por supuesto —respondió ella.

Él también le debía algo a Obi-Wan. Lo llamó a su lado.

—Necesito darte las gracias —le dijo—. Me salvaste cuando estaba sobre Balog, con odio en mi corazón. Fue el sonido de mi nombre lo que me devolvió a mí ser.

Obi-Wan le miró desconcertado.

—Pero si yo no hablé.

El corazón de Qui-Gon se hinchó. Había sido Tahl. Claro que había sido Tahl. La voz había sonado tan cercana y al mismo tiempo tan lejana. Era su voz, suave y cálida, una voz que oía raras veces, y un tono que, ahora se daba cuenta, ella reservaba sólo para él.

Ella seguía estando con él. Saberlo debería ayudarle. Pero en vez de eso, una nueva agonía recorría su ser. No le bastaba con oír su voz en un momento de necesidad. Necesitaba su presencia física. Necesitaba su calor y su respiración, lo bastante cerca como para tocarla, lo bastante cerca como para intercambiar una sonrisa de complicidad.

Obi-Wan debió de notar algo en su cara. Posó una mano en el hombro de su Maestro. Qui-Gon no sintió la presión. No quería sentir el tacto de su padawan. Estaba agradecido a Obi-Wan por su compasión. Tenía una deuda con Mace y con Bant por su silenciosa comprensión.

Pero no soportaba estar con ellos.

Qui-Gon se alejó de su lado y subió la rampa. Pasaría el viaje de regreso a Coruscant velando a Tahl solo.

Sabía una cosa: tendría que cargar con esa pena y no sería una carga que se aligeraría con el tiempo. Aparecería y reaparecería en ocasiones, cobraría fuerza y la perdería, y volvería a asomarse en él cuando la creyera disminuida. Era demasiado grande para que la aceptación Jedi pudiera contenerla.

¿Y qué implica ser un Jedi y ser incapaz de aceptarla?
, se preguntó Qui-Gon. Era una pregunta para otro momento.

Entró en la nave sin mirar atrás. Dejaba en Nuevo Ápsolon la posibilidad de una vida diferente, una vida a la que había aspirado con una alegría que no había sabido que pudiera existir. Volvería a su vida anterior, a una vida de servicio solitario. No sabía adonde más podría ir.

Esperaba volver a encontrar algún día satisfacción en el servicio. Ese día le parecía muy lejano. Pero, de momento, se dirigía al pequeño camarote donde le esperaba Tahl para un último y largo adiós.

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