La llamada de la venganza (6 page)

BOOK: La llamada de la venganza
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Los soles salieron, y la gente empezó a salir a las calles. Qui-Gon vio con alivio la llegada de la mañana. Fue hasta un café situado ante la Legislatura para tomar un desayuno ligero, y observó y esperó a que los edificios oficiales se llenaran de personas que empezaban su jornada laboral.

Seguía llevando una capa de viajero encima de su túnica. Esperaba no ser identificado como un Jedi y decidió hacerse pasar por un hombre de negocios que buscaba nuevas oportunidades en Nuevo Ápsolon.

Justo cuando estaba a punto de irse, oyó una conversación a sus espaldas. Dos asistentes acababan de saludarse. Oyó el nombre de "legisladora Pleni". Y después el de "Qui-Gon Jinn".

Se inclinó hacia delante, simulando beber su té mientras filtraba el ruido del café y se concentraba en la conversación que tenía lugar tras él. Entonces recibió la desagradable sorpresa de descubrir que lo buscaban por el asesinato de un legislador.

Lo cual dificultaba más de lo que esperaba sus planes de obtener información en los edificios oficiales de la Legislatura. Qui-Gon sentía un gran respeto por los agentes de seguridad de Nuevo Ápsolon. Estaba seguro de que hasta el último de ellos tendría una detallada descripción suya. Y los despachos de la Legislatura estaban vigilados por guardias de seguridad.

Qui-Gon rodeó con las manos su taza de té, pero tuvo que llevárselas al regazo. El deseo de romper la taza en pedacitos era demasiado grande. Le parecía que cada vez que intentaba dar un paso adelante, le hacían retroceder de una patada.

Expulsó el aire por la nariz, respirando de forma reposada y regular. No pensaba como un Jedi. Debía controlar la frustración. Siempre había un modo de hacer las cosas.

Las calles seguían abarrotadas de gente, pero necesitaba moverse. También necesitaba un disfraz mejor que una simple capa. No podía disimular su altura, pero sí disfrazarse de alguna manera. Qui-Gon dejó el café y fue de compras.

Al cabo de media hora se había transformado en un hombre de negocios de ojos oscuros vestido con una túnica veda. Llevaba los largos cabellos ocultos por un turbante como el que utilizaba la élite del planeta Rorgam. Lo había encontrado en una pequeña tienda de objetos usados. Hacerse pasar por un ciudadano de Rorgam, planeta compuesto por inmigrantes de muchos mundos diferentes, sería una buena tapadera.

Qui-Gon se dirigió a las salas de la Legislatura. Que Nuevo Ápsolon fuera el centro tecnológico de esa parte de la galaxia hacía que allí se firmaran muchos acuerdos. La creciente inestabilidad del planeta causaba cierto frenesí en el ambiente.

En el primer control había un guardia de seguridad. Qui-Gon no tenía más remedio que cruzarlo. Si no podía cruzar las salas sin problema, no podría hacer nada.

Sintió alivio al pasar junto al guardia de seguridad, que se limitó a mirarlo sin interés antes de desplazar la mirada para examinar al visitante que iba tras él. Tenía suerte de que Manex no hubiera instituido medidas de seguridad más férreas que requiriesen documentación textual para la admisión.

Necesitaba saber varias cosas. ¿Por qué era sospechoso de la muerte de Pleni? No había conocido su existencia hasta esa mañana. ¿Estaba su muerte relacionada con la de Oleg? ¿Había intentado comprar también la lista? Qui-Gon había decidido que el único rumbo a seguir que le quedaba era presentándose como posible comprador de la misma. Si se corría la voz de que había un próspero hombre de negocios de Rorgam con dinero para gastar, tarde o temprano aparecería alguien con algo que vender.

Se ajustó la túnica y se sumergió en la multitud.

***

Estaba conversando con un importante asistente legislativo cuando vio a Eritha y Alani al fondo de la sala. Alani hablaba con un grupo de admiradores que se agrupaban a su alrededor. Para su alivio, se alejaron por un pasillo. Eritha iba rezagada y vio a Qui-Gon. Una expresión de sorpresa, y luego de saludo, llenaron su rostro. Qui-Gon la ignoró.

Eritha titubeó. Entonces, su rostro se tornó inexpresivo al darse cuenta de que él no quería que lo reconocieran. Todo esto pasó en un latido. Una vez más, Qui-Gon tuvo que admirar la inteligencia de Eritha. La chica tenía buenos reflejos.

Ella le hizo una seña y se desplazó a una sala contigua. Qui-Gon concluyó su conversación con el asistente y se encaminó hacia ella con aire casual.

La sala estaba vacía y ella se aseguró de que él la seguía antes de abrir una puerta. Él la siguió hasta una pequeña sala de conferencias.

Para su sorpresa, Eritha se arrojó a sus brazos.

—Me alegro mucho de verte —dijo—. Estaba muy preocupada —él le dio unas palmaditas en el hombro y ella se apartó—. No deberías estar aquí. ¿No sabes que te buscan por asesinato?

Qui-Gon asintió.

—¿Sabes por qué? Nunca he visto a la legisladora Pleni. ¿Lo ha preparado Balog?

—No lo sé. Es posible. Sé que Alani sigue en contacto con él. Yo he venido a conseguir información. Creo tener una pista. Pero debo ir con cuidado. No quiero que Alani sospeche, así que simulo apoyar su candidatura. Por la Legislatura corre un rumor del que debías estar enterado. Manex tiene la lista de informadores secretos de los Absolutos.

—¿Manex?

Eritha asintió.

—Tengo la sensación de que el hermano de Roan es más ambicioso de lo que pretende aparentar. Quiere mantenerse en el poder.

—Necesito poder contactar contigo —le dijo Qui-Gon—. Voy a moverme mucho.

Eritha se mordió el labio.

—¿Puedes esperar aquí unos minutos? Estoy a punto de descubrir dónde se esconde Balog. Esta sala de conferencias ya no se usa mucho. Volveré en unos diez minutos.

—Si te retrasas...

—No me retrasaré —dijo Eritha, confiada, y salió por la puerta.

Qui-Gon suspiró. Eritha tenía la impaciencia y el optimismo de la juventud. Si no volvía no tendría modo de contactar con ella y debería entrar en la residencia del Gobernador Supremo para hacerlo.

No le quedaba más remedio que esperar. Podía perder diez o quince minutos. Se sentó en una silla y repasó lo que había pasado esa mañana. Había dejado caer insinuaciones de que quería comprar poder y que estaba dispuesto a pagar bien por ello. Hasta había insinuado la existencia de una lista. Había captado ocasionales destellos de interés en algún legislador o en algún asistente, pero no sabía con certeza si se basaban en el conocimiento o en la pura avaricia.

Pasaron cinco minutos. Estaba inquieto y se acercó a la ventana. Miró a la abarrotada calle de abajo, al otro lado del muro de la Legislatura. ¿Se estaría moviendo Balog con libertad, o se escondería durante el día, dejando que aliados como Alani prepararan su regreso?

La puerta se abrió con un siseo. Pero en vez de Eritha, apareció un asistente con aire confundido.

—Disculpe, ¿no es aquí donde se reúne el comité para el Acta de Desarrollo Minero?

—Me temo que no —dijo Qui-Gon.

—Oh. Disculpe otra vez.

El joven asintió y se retiró, y la puerta volvió a sisear al cerrarse tras él.

"Una interrupción inocente", se dijo Qui-Gon. Pero igual no lo era. Pensó cuidadosamente en la apariencia del joven. Llevaba la túnica azul de un asistente, pero...

Las botas. Llevaba las botas de un agente de seguridad. Estaba comprobando todas las salas. Y podía haber reconocido a Qui-Gon.

Cogió el sable láser con un rápido movimiento. Ya hablaría más tarde con Eritha. Cortó un agujero limpio en el cristal y salió a la cornisa. Descendió hasta el suelo de su lado del muro empleando el lanzacables.

—¡Allí está!

Esquirlas del muro volaron al ser alcanzado por disparos láser a ambos lados de él. Qui-Gon alzó la mirada. Dos agentes de seguridad le apuntaban con sus armas.

—¡No se mueva! —gritó uno de ellos.

Qui-Gon corrió. Desvió los disparos mientras zigzagueaba por el corto pasaje que había entre el muro y el edificio legislativo. Entonces saltó a lo alto del muro y lo franqueó.

Los peatones se apartaron al aterrizar él. Le miraron con curiosidad, pero igualó su paso al de la gente y caminó entre ella, acelerando los andares a medida que la gente se desinteresaba de él. Entró por una calle lateral y se movió entre los edificios que rodeaban la Legislatura. Finalmente, encontró un callejón desierto donde quitarse la túnica y el turbante. Ya debía de haber una descripción actualizada de su persona en el datapad de todos los agentes de seguridad. Le iría mejor mezclándose entre la gente llevando su capa de viajero.

Qui-Gon subió a un aerobús propulsado por repulsores y no bajó hasta llegar al final de su recorrido. Decidió volver y visitar a Eritha al abrigo de la noche.

Balog siempre había ido un paso por delante de él. Decidió que esta vez sería él quien fuera delante.

Capítulo 11

La holocinta de Tahl actuando como un Absoluto había perjudicado mucho a los Jedi. La orden de arresto contra Qui-Gon había empeorado la situación. Mace encontraba obstáculos cada vez que intentaba obtener información. Ya no bastaba con el respaldo de Manex.

Obi-Wan vio cómo la frustración tensaba los rasgos de Mace. Sabía que a Mace le preocupaba profundamente que Qui-Gon no hubiera aparecido para limpiar su nombre. Él también se preguntaba qué estaría pensando su Maestro. En los escasos momentos de reposo, lo buscaba con la Fuerza, intentando conectar desesperadamente con él. A veces le parecía sentir a Qui-Gon, pero no de forma clara y potente, sino de un modo turbio y gris. Sabía que su intento de llegar a su Maestro con la Fuerza no funcionaría. No conectarían. En Qui-Gon había demasiadas emociones sin resolver, demasiadas cosas que intentaba ocultar.

—Necesitas descansar —dijo Mace al cabo de un largo e infructuoso día—. Los dos lo necesitáis.

Pero ni Bant ni Obi-Wan querían retirarse a sus aposentos. Se sentaron en la sala privada de Manex. Siendo el verde el color favorito de Manex, y en vista de su afición a darse el gusto en todo, cada cojín y cada zona para sentarse era de un tono diferente de ese color. Los suelos eran de piedra negra muy pulida. Tanto color brillante casi mareó a Obi-Wan cuando se sentó en el centro de la sala, pero Manex insistió en cederles su sala favorita, y no les pareció correcto rechazarla.

Manex había vuelto de la Legislatura sólo momentos después que los Jedi. Corrió a la sala con los rizos agitándose y aspecto alterado.

—Vieron a Qui-Gon en la Legislatura. Tuvo lugar un tiroteo con láser.

Obi-Wan sintió que un silencioso grito de protesta se elevaba dentro de él. No soportaría que ahora le pasara algo a Qui-Gon. Su cuerpo se volvió gélido al instante. Bant se acercó a él y le tocó con el hombro.

Mace se levantó.

—¿Qué ha sucedido?

—Escapó, por supuesto.

Obi-Wan lanzó un largo suspiro. Qui-Gon estaba a salvo. Sintió que Bant se relajaba una fracción, y notó que le miraba con alivio.

Manex se secó la frente con un pañuelo dorado pálido.

—Menudo día. Debo deciros que intentan reclutarme para que me presente a las elecciones. No es un trabajo que desee, pero me lo estoy pensando. Quizá ya sea hora de que me implique. Siempre consideré que el héroe, el servidor del público, era mi hermano. Siempre dije que yo estaba aquí para ganar dinero —Manex se metió el pañuelo en el bolsillo—. Igual he acabado siendo como soy porque mi hermano era así de noble. Ya no estoy seguro de cuál es mi papel. Igual ha llegado el momento de abandonar mis principios de autoprotección.

—¿Qué pasa con Alani? —preguntó Obi-Wan—. ¿No te costará mucho enfrentarte a ella?

Manex no conocía la relación de Alani con los Absolutos. Sentía mucho afecto por las gemelas.

Manex titubeó.

—Tengo que pensar en lo que le conviene a Nuevo Ápsolon. Y me he dado cuenta de algo. No se podrá formar un Gobierno sólido, conmigo o con otro líder, si no descubrimos antes a Balog y a los Absolutos. Tengo un plan.

Obi-Wan intentó no parecer desconfiado. No podía imaginar qué clase de plan podía concebir Manex.

—Actuaré de señuelo. Correré la voz de que tengo en mi poder la lista de informadores secretos.

Mace negó con la cabeza.

—No, es demasiado peligroso. ¿Te das cuenta de lo que le pasó a las dos últimas personas que afirmaron tenerla?

—Han muerto, sí. Me doy mucha cuenta de ello. —Manex se agarró las manos—. Intento no pensar en ello. Y la verdad es que no podéis decirme que no, porque ya he difundido el rumor.

Obi-Wan notó cómo miraba Bant las caras de los dos hombres. Normalmente no hablaba en las reuniones, pero era la oyente más atenta que había visto. Podía aprender mucho de su quietud, pensó de pronto.

—Eso podría no ser inteligente —dijo Mace, frunciendo el ceño.

—A mí me lo dices —bufó Manex—. Yo no soy un hombre valiente, pero espero que no me pasara nada si tengo protección Jedi. Si conseguimos que Balog se descubra, podremos vencerlo. ¿No quieres limpiar el nombre de Qui-Gon?

—Por supuesto. Pero no tengo claro que ésta sea la forma de hacerlo.

—Es la única manera —insistió Manex—. Sabes que lo es.

La mirada de Obi-Wan fue de Manex a Mace. Por supuesto, sabía que Mace estaba obligado a proteger a Manex. Había sido un gesto imprudente por parte de Manex, pero no le habían pedido opinión a Obi-Wan. Ahora tendrían que hacer de canguros de Manex con la esperanza de que apareciera Balog. ¿Era eso lo que quería Manex? ¿Quería mantener ocupados a los Jedi hasta que pudiera consolidar su poder? Igual estaba aliado con Balog.

Obi-Wan recordó que Qui-Gon había confiado en Manex. Había indicado amablemente que el hecho de que un hombre disfrutara de riquezas no lo convertía en un hombre malvado. Qui-Gon había visto algo agradable en la alegre búsqueda de su propio placer por parte de Manex.

—De acuerdo, te protegeremos —dijo Mace—. Pero nosotros daremos forma al plan.

***

Las luces de la casa seguían bajas, como correspondía a una casa en duelo. Manex estaba sentado ante una mesa, en su jardín, jugueteando con una taza de "el mejor jugo de todo Nuevo Ápsolon, ¿puedo ofrecer una copa a los Jedi?". Los Jedi la habían rechazado mucho tiempo antes, y Manex apenas había sido capaz de comer o beber a su vez.

—Debes parecer relajado —le dijo Mace en voz baja.

—Lo intento —repuso Manex entre dientes.

Mace estaba tras una pantalla de arbustos. Obi-Wan, a unos metros de él. Bant estaba al otro lado del pequeño claro de hierba sobre el que Manex había hecho poner piedra negra para obtener una zona donde sentarse.

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