Read La llamada de la venganza Online
Authors: Jude Watson
Empezaba a considerar la posibilidad de volver a abordar a Oleg cuando le vio salir del café, mirando nervioso por encima del hombro. Qui-Gon se unió a la riada de gente de la acera y le siguió.
Al principio le resultó fácil. La gente de la calle era una buena tapadera. Pero el gentío aumentó al entrar en el sector Obrero. Oleg era un hombre pequeño, y pronto se perdió entre la multitud. Era difícil no perderlo de vista sin tropezarse con el.
Poco a poco se dio cuenta de que él no era el único que lo seguía. No volvió la cabeza ni cambió el paso, pero lanzó su atención a su alrededor como si fuera una red. Alguien seguía a Oleg desde la otra acera.
Era Balog. Lo vio reflejado en la reluciente superficie de un deslizador. Reconoció su forma robusta, la forma en que sus piernas musculosas parecían mover su cuerpo hacia adelante como una máquina, no como un hombre.
No sabía si Balog le había visto a su vez. Igual estaba concentrado en Oleg. Con suerte, sería así. Pero no podía depender de la suerte. El corazón se le empezó a acelerar y tuvo que disciplinarse para mantener la concentración. Quería volverse y precipitarse contra Balog en un ataque demoledor. Quería hacerle pagar por cada bocanada de aire que Tahl había obtenido entre jadeos, por cada segundo que sus sistemas vitales habían tardado en desmoronarse. Haría que cada instante de sufrimiento de Balog le pareciera una eternidad...
¿De dónde había salido ese pensamiento?
Su ferocidad le asustó. Había brotado de su interior. Sonaba a venganza. No sabía que una emoción semejante pudiera existir en su interior. Ese conocimiento lo incomodó.
Puedo controlarlo. No se apoderará de mí. Puedo capturar a Balog sin dejar que la ira se apodere de mí.
Se dijo eso tal y como se lo habría dicho a Obi-Wan.
Era un Jedi. Su entrenamiento lo mantendría en el buen camino. Debía ser así.
Las manos le temblaron, y se las agarró por un momento. "Ayúdame, Tahl", dijo con fervor. Nunca le había dicho algo así cuando ella vivía, aunque ahora se daba cuenta de la cantidad de veces que había acudido a ella buscando ayuda. Ella siempre supo lo mucho que le costaba pedírsela. Era lo único de lo que ella no se burlaba. En vez de eso, se limitaba a proporcionarle lo que necesitaba: información, tranquilidad, compasión.
A su izquierda, Balog aceleró el paso. Qui-Gon retrocedió. Ahora debía tener controlados tanto a Balog como a Oleg.
Éste entró en un almacén. Balog corrió por una calleja lateral del edificio. La mente de Qui-Gon no albergaba ninguna duda respecto a cuál debía seguir. Se dirigió a la calleja, tras Balog.
Cuando llegó al final se encontró ante una pequeña valla. El lugar estaba vacío. Todas las ventanas del almacén que miraban a la calleja estaban a oscuras. Probó con la puerta. Cerrada.
Un movimiento que captó por el rabillo del ojo lo alertó. Sólo era eso, pero fue bastante. Se estaba volviendo y activando el sable láser cuando le atacó la primera sonda robot. Disparos láser resonaron en su oído. Sintió calor cerca de su hombro. Intentó derribarla con el arma, pero se apartó.
Disparos a su izquierda, luego a su derecha. Y detrás de él. Contó siete sondas, todas en modo de ataque. Sus sensores brillaban rojos al establecer las coordenadas de su paradero. Los disparos láser llovieron a su alrededor, trazando una jaula. Era casi imposible esquivarlos.
Corrió hacia la valla. Desplazó su cuerpo de forma horizontal, llamando a la Fuerza para que le ayudara a escalarla sin usar las manos. Tenía un equilibrio perfecto al llegar a lo alto. Dio un salto hacia atrás y acabó con dos sondas de un solo mandoble hacia abajo.
Antes de tocar el suelo, se dobló en el aire para aterrizar a unos centímetros de allí, confundiendo a la sondas robot, que disparó hacia donde debía haber aterrizado.
Corrió hacia la pared del almacén, subió por ella y dio un salto hacia atrás, barriendo con un golpe a la tercera máquina. Ésta lanzó un zumbido, y los disparos láser brotaron en una serie de fogonazos. Entonces empezó a echar humo y a girar sobre sí misma hasta caer.
Qui-Gon luchó con frenesí, pensando que Balog estaba dentro del almacén. Las sondas robot le retrasaban, y la frustración ardía en su interior.
Atacó con ferocidad redoblada. Saltó a lo alto de la valla, dando una patada que hizo volar a una sonda mientras hundía su arma en el corazón de otra. Ésta lanzó un chirrido angustioso y se desplomó rápidamente contra el suelo, estrellándose y explotando en llamas.
Qui-Gon tocó el suelo, sable láser en alto, listo para el siguiente asalto. Pero, para su sorpresa, las dos sondas robot restantes se alejaron de pronto y desaparecieron en la oscuridad.
No titubeó ni un momento. Abrió un agujero en la puerta con el sable láser y cargó dentro. Corrió por el pasillo, mirando cuarto tras cuarto. Estaban llenos de herramientas, equipos y bidones de duracero. No encontró nada hasta llegar a un pequeño cuarto cerca del turboascensor.
Allí estaba Oleg, tumbado en el suelo, con los brazos estirados y la boca abierta. Una expresión de sorpresa se pintaba en su rostro. Pero nunca volvería a sorprenderse.
Mace no había evidenciado ninguna emoción cuando Obi-Wan le notificó la desaparición de Qui-Gon. Se había limitado a asentir.
—Estoy seguro de que tendremos noticias suyas —había dicho.
Pero cuando descubrieron que Qui-Gon había apagado su comunicador, la desaprobación de Mace fue obvia.
—Habrá que proceder sin Qui-Gon. Creo que debemos separarnos. Yo iré a la Legislatura Unida a recabar información. Obi-Wan, ¿puedes encontrar a esa médico, Yanci? Necesitamos otra copia de su lista.
—Supongo que sí —dijo Obi-Wan—. Dijo que estaba con los Obreros; podré encontrarla mediante Irini y Lenz.
—Bien. Entonces, Bant y tú iréis a buscarla y os uniréis a Qui-Gon en la búsqueda de Oleg. No tengo ninguna duda de que así os toparéis con Qui-Gon. En cuanto os encontréis con alguno de los dos, comunicádmelo.
Obi-Wan asintió. Mace los dejó, saliendo a toda prisa de la residencia de Manex y bajando a la calle. Alguno de los viandantes le miró, fijándose en sus ropas de Jedi. Seguramente habrían oído los rumores sobre la traición de la Jedi. Obi-Wan estaba seguro de que Mace lo había notado, pero, aun así, se alejó sin titubeo visible en sus andares o su expresión.
—¿Adonde vamos? —preguntó Bant. Había una nueva frialdad en su voz.
—Al sector Obrero. Por allí tomaremos un transporte público.
Mientras caminaban, Obi-Wan pensó que no soportaría que no pudieran volver a ser amigos. Necesitaba que las cosas quedaran claras y en paz con Bant. Las cosas ya estaban muy confusas ahora que no estaba Qui-Gon. Le preocupaba el motivo por el que se había ido sin él. ¿Le movería la venganza? ¿Por qué no quiso que le acompañara?
Obi-Wan echaba de menos a su Maestro y le resultaba muy difícil tener que echar de menos también a su amiga. Sobre todo cuando iba caminando a su lado.
Subieron a bordo de un aerobús casi vacío. Obi-Wan miró las calles ante las que pasaban, esperando poder captar algún atisbo de su Maestro.
—Está ahí fuera, en alguna parte —dijo. No sabía si Bant le hablaba, pero estaba tan acostumbrado a confiarse a ella que las palabras brotaron de él antes de que pudiera detenerlas—. Y no sé lo que piensa o planea. Podría estar encaminándose a un peligro. Podría necesitarme. Si le pasa algo...
Bant clavó en él sus fríos ojos plateados.
—Si a tu Maestro le pasa algo, te sentirás como me siento yo.
Tras decir esto, volvió a mirar al frente. Obi-Wan se sintió como si le hubiera abofeteado. Por supuesto, ella tenía razón.
¿Qué podía decir? Ya se había disculpado.
Lamentaba sinceramente no haber tenido en cuenta los sentimientos de Bant. Lo único que podía hacer era mostrarse de acuerdo.
—Sí —dijo—. Entonces sabría con exactitud cómo te sientes.
***
Era rara la misión donde algo salía tal y como debería salir. Pero esta vez tenían la suerte de su lado. Obi-Wan recordaba con exactitud dónde se habían reunido Qui-Gon y él con Lenz. Sólo había sido unos días antes, pero le parecía como si hubiera pasado toda una vida. Con suerte, Lenz aún viviría en el mismo lugar. Solía moverse mucho para escapar a la vigilancia de los nuevos Absolutos.
Lenz les comunicó voluntariamente la dirección donde estaba Yanci, a poca distancia de allí. Yanci recibió a Obi-Wan con afecto cansino y le imprimió una copia de la lista. En un periodo de tiempo muy corto volvieron a estar en la calle, camino de la primera clínica.
No tuvieron problemas en las tres primeras clínicas. Los empleados les dijeron sin poner trabas que Oleg no era paciente. Pero en la cuarta clínica había un empleado arrogante llamado Vero. Se daba una importancia excesiva y se negó a facilitar cualquier información.
—No sé lo que harán las clínicas del sector Obrero —dijo con altivez—, pero aquí somos Civilizados, y nos tomamos nuestro trabajo muy en serio. —Miró a Bant con desdén—. Es obvio que eres nueva aquí. Seguro que en tu planeta las cosas son más primitivas. Igual no estás familiarizada con nuestros procedimientos.
La piel de Bant se tornó rosada por la ira.
—Mira, eres...
—Gracias —dijo Obi-wan rápidamente, apartando a Bant del mostrador.
—Iniciar un enfrentamiento no nos ayudará en nada —le susurró—. Tenemos que pensar en otra cosa.
Bant miró al empleado.
—¿Y usando los sables láser? ¿Crees que será lo bastante "primitivo" para él?
Obi-Wan sonrió. Bant era la más dulce de las criaturas, pero hasta ella tenía sus límites.
—Seguramente nunca ha visto un calamariano. Nuevo Ápsolon no tiene mucho turismo. Hay Civilizados buenos, pero estoy seguro de que también hay muchos como Vero.
—¿Qué tal eres usando la Fuerza para afectar su mente? —preguntó Bant, frunciendo el ceño—. No sé si yo podría con él. Es un estúpido, pero parece testarudo.
Obi-Wan no creía que él tuviera éxito, de intentarlo.
—Y la sala de espera es muy pequeña... Nos oiría todo el mundo —murmuró.
La mirada plateada de Bant se paseó sobre la gente.
—Nos mira todo el mundo.
—Seguro que ellos tampoco han visto nunca una calamariana —comentó Obi-Wan.
Algo destelló en los ojos de Bant.
—Eso me da una idea.
De pronto se tambaleó y empezó a boquear.
—He superado mi límite —dijo—. Ayúdame. Necesito agua.
Obi-wan la sostuvo mientras se derrumbaba.
—¡Agua! —gritó ella.
Vero los miró con una expresión mezcla de irritación y alarma.
—¿Qué pasa? Los médicos están ocupados.
—Es una calamariana —dijo Obi-Wan frenético—. No puede estar fuera del agua más de cuatro horas. ¡Necesitamos sumergirla en agua ahora mismo!
—No puedo autorizar eso —dijo Vero, meneando la cabeza—. Tendrá que esperar.
—¡Se morirá! —gritó Obi-Wan. Bant cooperó, hundiéndose más aún.
—He oído hablar de los calamarianos —dijo alguien de la sala de espera—. Lo que dice es verdad.
—¡Esto figurará en tu expediente! —avisó Obi-Wan a Vero. Estuvo a punto de decir conciencia, pero no sabía si Vero tendría alguna—. ¿Es lo que quieres?
Vero pareció alarmarse ante la mención de su expediente.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo—. Atrás hay una bañera de inmersión. La llevaré a ella.
Obi-Wan entregó a Bant a Vero, que cogió su brazo con desagrado. Medio la arrastró hacia los cubículos médicos.
Obi-Wan no perdió el tiempo. Se movió con discreción hacia el mostrador y accedió rápidamente a los holoarchivos.
¡Sí! Oleg había estado allí pocos días antes. Y se incluía una dirección. Obi-Wan la memorizó rápidamente y volvió adonde estaba antes. Se estaba sentando en una silla de la sala de espera cuando volvió Vero.
—Tu amiga está nadando —dijo Vero con el ceño fruncido.
Bant salió unos minutos después, todavía mojada. Obi-Wan le hizo una seña con la cabeza para hacerle saber que había tenido éxito. Dejaron la clínica rápidamente y se dirigieron a un quiosco topográfico de una esquina cercana. Localizaron la dirección. Sólo estaba a unas manzanas de distancia. Era la dirección de un pequeño hotel, pero su búsqueda concluyó al descubrir que Oleg había salido.
—Preguntan demasiado por él —dijo el dueño del hotel con tono siniestro—. Y no tengo nada que deciros a vosotros.
Decepcionado, Obi-Wan se paró en la acera. Tenía la sensación de que Qui-Gon no se había rendido tan fácilmente.
—Supongo que podemos vigilar este sitio —dijo Bant, dubitativa—. O vigilar la clínica.
—Su siguiente cita es dentro de dos semanas —repuso Obi-Wan, desanimado.
—Bueno, llamemos a Mace y digámosle que es un callejón sin salida.
A Obi-Wan no le gustaba tener que dar malas noticias a Mace, pero buscó el comunicador.
Cuando contestó, le explicó rápidamente los pasos que habían dado y dónde estaban.
—Vuelve a darme tu localización —dijo Mace con tono extraño. Cuando Obi-Wan se la repitió, reinó una larga pausa—. Acaban de informarme de que han encontrado un cadáver cerca. Reuníos allí conmigo. Yo salgo ahora.
Mace le dio la dirección y cortó la comunicación. El padawan miró a Bant. Sabía que los dos temían lo mismo. No podía manifestar el miedo con palabras, pero creció en su interior, vaciándole de energías. El cadáver podía ser el de Qui-Gon.
Se volvieron sin decir palabra y corrieron hacia la dirección que les había dado Mace. Sólo estaba a unas manzanas de allí.
Se pararon ante un almacén. Había vehículos de seguridad aparcados fuera, y los guardias entraban y salían, Obi-Wan avanzó como si tuviera la obligación de estar allí. No podía esperar ni un segundo más.
—Somos Jedi. Manex nos ha autorizado a investigar —dijo con firmeza.
Para su sorpresa, el guardia les hizo pasar con un gesto. Manex debía de haber llamado y exigido acceso para los jedi.
El cuerpo estaba en el pasillo, bajo una tela. Obi-Wan sintió que el alivio terminaba de dejarle sin fuerza en los músculos. Pudo ver por su forma que el cuerpo era demasiado frágil y bajo para ser el de Qui-Gon.
Aun así, se inclinó y alzó una esquina de la tela unos ojos azules le miraron con sorpresa. Por muchas veces que viera la muerte, Obi-Wan seguía sin acostumbrarse a ella.
Supuso quién era el joven.