Read La llamada de la venganza Online
Authors: Jude Watson
—Sentimos estar aquí en tan trágicas circunstancias —dijo Bant a Qui-Gon.
Obi-Wan captó hasta un atisbo de frialdad en su saludo a Qui-Gon. Ésa era una sorpresa aún mayor. Bant reverenciaba a Qui-Gon, y éste reservaba en su corazón un lugar especial para la amiga de Obi-Wan.
Qui-Gon no pareció notar el cambio. Obi-Wan sabía que su Maestro estaba demasiado consumido por su propia pena. Hizo un gesto en dirección a Bant.
—Tahl está dentro —dijo.
—La veremos un momento —dijo Mace—. Y después quisiera un informe sobre la situación aquí.
Qui-Gon asintió con energía. Mace y Bant desaparecieron dentro y volvieron al cabo de unos minutos. Bant parecía afectada. Mace cerró en silencio las puertas dobles y caminó por el pasillo.
—El culpable fue Balog, el Controlador en Jefe de Seguridad —dice Mace—. Eso lo sabemos con certeza, pero no conocemos su paradero. ¿Es así?
Qui-Gon no habló, así que tuvo que hacerlo Obi-Wan.
—Sí.
—Contadme lo que sucedió —dijo Mace, con los ojos puestos en Obi-Wan.
Parecía comprender que Qui-Gon no quería hablar. Los ojos de éste estaban clavados en la puerta del cuarto donde estaba Tahl, como si sólo lo retuviera en el pasillo un ligero asomo de respeto.
—En cuanto supimos que Balog había capturado a Tahl, compramos dos sondas robot para rastrearlo —explicó Obi-Wan.
Mace frunció el ceño.
—¿No son las sondas robot ilegales en este planeta?
—Sí —respondió, tragando saliva. Era muy consciente de que se suponía que los Jedi no quebrantaban las leyes de otros mundos—. Pero pueden comprarse en el mercado negro. Era la única posibilidad de encontrar a Tahl. Teníamos motivos para pensar que podía estar en un contenedor de privación sensorial, así que cuanto más tardásemos en encontrarla, más peligro correría. Las sondas nos indicaron que Balog había salido a campo abierto, rumbo a la región minera del planeta. Eritha, una de las hijas del difunto gobernante Ewane, nos siguió para decirnos que había descubierto que su hermana gemela, Alani, se había aliado con los Absolutos. Esto fue una sorpresa, ya que tanto Eritha como Alani son Obreras. Cuando los Civilizados estuvieron en el poder, emplearon a los Absolutos para vigilar y torturar Obreros, entre ellos al padre de Alani y Eritha.
—Sabía que los Absolutos eran la policía secreta de Nuevo Ápsolon —dijo Bant dubitativa—. No tuve oportunidad de informarme debidamente, pero ¿no fueron declarados proscritos cuando se eligió a Ewane?
—Sí. Pero los Obreros creen que la policía secreta no llegó a dispersarse. Descubrimos que era así, pero no sospechamos que Balog fuera su cómplice. Es un Obrero, y un protegido de Ewane. Gracias a Eritha sabemos que Alani organizó su propio secuestro y el de su hermana para desviarnos de la pista y así ganarse la simpatía del público. También creemos que fue una forma de poner a Roan en manos de los Absolutos. Roan fue elegido a la muerte de Ewane.
—Roan era un Civilizado, no un Obrero —dijo Bant.
—Así es. Pero simpatizaba con la causa de los Obreros y trabajaba con Ewane para traer la justicia a todo Nuevo Ápsolon. Incluso llegó a adoptar a las gemelas cuando asesinaron a Ewane.
—Y Alani lo traicionó —dijo Bant despacio—. Debe de ser muy corrupta.
Cuando perseguíamos a Balog, encontramos un pueblo de Obreros Mineros —continuó Obi-Wan—. El pueblo entero había sido destruido en un ataque del que sólo se salvó Yanci, una Obrera Minera. Ella nos ayudó a encontrar el cuartel general secreto de los Absolutos, donde rescatamos a Tahl. Pero ya era demasiado tarde.
Qui-Gon la trajo aquí, pero el daño de sus órganos internos era demasiado grave...
—Balog la mató lentamente —dijo Qui-Gon. Su voz sonaba ronca y oxidada.
—Escapó en un deslizador submarino —añadió Obi-Wan—. Nos fue imposible seguirlo, y debíamos poner a salvo a Tahl.
—¿Y ahora? —preguntó Mace—. Hay alborotos en las calles. Si Alani planea dar algún golpe de Estado, lo dará pronto. Lo más inteligente es partir de inmediato tras Balog.
—Eso es lo que pensamos —dijo Qui-Gon.
—Pero cumplir con nuestra misión también nos proporcionará resultados —continuó Mace—. Si Balog está escondido, tendremos que encontrarlo utilizando su ambición. Las ambiciones revelan la dirección.
—Los Obreros me han llamado —dijo Obi-Wan—. Han examinado todos lo sistemas de archivos del cuartel de los Absolutos. Lo habían borrado todo. No tenemos mucho con lo que continuar.
—Tenemos nuestros instintos —dijo Mace. Se volvió hacia Qui-Gon—. ¿Hay aquí algún lugar donde podamos hablar a solas, Qui-Gon?
Qui-Gon asintió con reticencia. Se volvió y caminó pasillo abajo delante de Mace.
En cuanto se quedaron a solas, Obi-Wan se volvió hacia Bant.
—Siento mucho lo de Tahl —dijo atropelladamente—. Sé cómo debes de sentirte.
—Creo que no.
El tono de Bant era inexpresivo. Le miró fijamente con sus grandes ojos plateados. Los calamarianos tienen ojos extraordinariamente claros, y Obi-Wan siempre había podido leer en ellos las emociones de Bant. Y se sintió confuso ante la ira que veía en ellos.
—Tus condolencias llegan demasiado tarde —continuó Bant—. ¿Cómo pudiste ocultarme el hecho de que habían secuestrado a Tahl? Sabes que Qui-Gon y tú debisteis contactar de inmediato con el Templo.
—Lo sé —dijo Obi-Wan—, pero las cosas pasaron muy deprisa. Qui-Gon pensó que la llegada de más Jedi podía poner en peligro la vida de Tahl. Decidimos llamar al Templo sólo si no podíamos rescatarla en veinticuatro horas.
La verdad era que la decisión de esperar había sido de Qui-Gon, pero Obi-Wan también asumía la responsabilidad de la misma. Podría habérsela cuestionado a Qui-Gon, y no lo había hecho.
—No os correspondía tomar esa decisión —le interrumpió Bant. Su voz, normalmente cálida, era cortante por la ira—. ¿Cómo te sentirías tú si otro equipo Jedi te hubiera hecho eso a ti? ¿Y si el secuestrado hubiera sido Qui-Gon?
Obi-Wan sintió que la vergüenza lo inundaba. Qui-Gon ya había sido secuestrado antes, por la científica Jenna Zan Arbor. Se habría vuelto loco de no poder participar en su rescate.
—No lo pensamos con detenimiento —admitió.
—Así es —dijo Bant amargamente. Nunca había empleado con él un tono tan agresivo—. ¿Acaso pensaste en mí, Obi-Wan?
—Por supuesto. Creí ahorrarte un día de preocupación. Si no hubiéramos podido rescatar a Tahl, habríamos llamado a un equipo Jedi.
—Pero no rescatasteis a Tahl —dijo Bant con calma—. Al menos no a tiempo, ¿verdad?
Obi-Wan se sintió herido. Bant sólo había dicho la terrible verdad, pero no era propio de ella herirle así.
Ella pareció darse cuenta de lo mucho que le habían afectado sus palabras.
—Ella fue mi Maestra, Obi-Wan —dijo en tono ligeramente más suave—. Me necesitaba, y yo no estaba a su lado. No puedes imaginar lo que se siente.
—No —dijo él en voz baja—. Y no quiero llegar a saberlo. Lo siento de verdad, Bant. Tienes razón. Debimos llamarte.
Bant asintió con rigidez. Los actos de Obi-Wan habían agrietado su relación. No sabía lo profunda que podía ser esa grieta, ni durante cuánto tiempo existiría.
Tahl había muerto. Qui-Gon era como un extraño. Y ahora hasta su mejor amiga se apartaba de su lado.
Nunca se había sentido tan solo.
Lo último que quería Qui-Gon era una charla privada con Mace Windu. Sentía tal dolor de espíritu que lo único que consiguió hacer fue mostrarse cortés ante el Maestro Jedi. El dolor de su interior latía y fluía como una marea impredecible, aumentando a veces de forma tan feroz que le desgarraba las entrañas como si fuera un animal salvaje.
¿Por qué tenía que ser Mace, de todos los Jedi, quien se encargara de esta misión? Existía un gran respeto entre los dos, pero Qui-Gon nunca había tenido mucha intimidad con su formidable colega.
La puerta se deslizó para cerrarse detrás de ellos. Incluso aquí, en su sala de recepción privada, Manex había hecho que las luces adquirieran un pálido tono azul. Eso dotaba de un extraño brillo a la lustrosa piedra negra que cubría paredes y suelo, dando un aspecto enfermizo a los luminosos verdes de asientos y cojines.
—¿Deseas acompañar al cuerpo de Tahl hasta el Templo? —Preguntó Mace—. Bant, Obi-Wan y yo podemos quedarnos y acabar la misión.
Qui-Gon se dio cuenta de que Mace intentaba ser amable. Había una honda compasión en su sobria mirada. Sintió un gran alivio porque Mace no le preguntara por sus sentimientos, ni quisiera saber si había algo más que amistad entre Qui-Gon y Tahl. Sospechaba que ya lo sabía sin necesidad de palabras.
No pensaba renunciar a buscar al asesino de Tahl, pero debía ir con cuidado. No podía decir a Mace que la necesidad de encontrar a Balog le consumía por dentro. La ira podía asomar a su voz o a su rostro y hacer que Mace pensara que no controlaba su rabia. No comprendería que el control de Qui-Gon era completo a pesar de la pena.
Porque tiene que ser así. Es la única forma en que puedo seguir adelante
.
—Gracias por la oferta —dijo—, pero debo continuar la misión si quiero honrar el recuerdo de Tahl.
Mace asintió, para alivio de Qui-Gon. No pensaba discutir con él. Tahl lo habría hecho. Siempre supo cuándo intentaba disimular sus sentimientos. Una nueva punzada de dolor le hizo cerrar las manos hasta formar puños. Si Mace se dio cuenta, no hizo ningún comentario.
La luz situada sobre la puerta se iluminó, y ésta se abrió a medias. El androide de protocolo de Manex, recubierto de plastoide negro muy pulimentado, flotó hasta el interior.
—Manex ha vuelto y desea hablar con los Jedi —dijo.
Qui-Gon se volvió hacia él, alegrándose por la interrupción.
—Por favor, dile que pase.
Un momento después, la puerta se abría más aún, y entraba Manex, acompañado de Obi-Wan y Bant.
—Disculpad la interrupción, por favor —dijo Manex, pasándose la mano por el corto pelo rizado: Qui-Gon se dio cuenta por primera vez de que empezaba a ponérsele gris como el de su hermano—. Acabo de volver de la Legislatura Unida y tengo noticias que creo deberían oír. Me alegra ver que ha llegado el nuevo equipo Jedi.
—Yo soy Mace Windu, y ésta es Bant.
Manex hizo una reverencia de bienvenida.
—Me siento honrado por tener en mi casa a unos Jedi tan distinguidos. Me temo que mis noticias no son buenas. Se ha filtrado a los senadores la información de que Tahl ayudaba a los Absolutos. Tienen una holocinta de una reunión donde habla de derrocar al Gobierno.
—Tahl trabajaba de incógnito para descubrir a los Absolutos —explicó Obi-Wan.
—Los senadores no saben qué pensar —dijo Manex.
—¿De dónde ha salido esa cinta? —preguntó Mace.
—De Balog —dijeron a la vez Obi-Wan y Qui-Gon.
—Es evidente que la ha filtrado él —continuó Obi-Wan—. Necesita desacreditar a los Jedi para preparar su camino de regreso al poder.
—Eso no importa —dijo Qui-Gon—. Limpiaremos el nombre de Tahl cuando lo encontremos.
—Si podéis encontrarlo con rapidez —dijo Manex con gravedad—. Yo temo que suba al poder y no podamos acusarle de nada. ¿Sabéis quién puede estar respaldándolo? Sea quien sea, debe de ser muy poderoso.
—No estamos seguros de nada —dijo Mace.
Los Jedi no podían confiar en Manex, que en teoría no sabía nada de la traición de Alani. Hasta podía ser un aliado de ella.
—Tengo más noticias —dijo Manex—. Me han nombrado Gobernador Supremo en funciones hasta que se celebren las elecciones. No buscaba esta posición, ni la deseo. Soy hombre de negocios, no político. Pero los senadores apelaron a mi amor por el planeta y mi deseo de paz. Creen que el hermano de Roan tendrá más posibilidades que cualquier otro de mantener al Gobierno unido. No hay duda de que el periodo de elecciones será muy volátil. He doblado la seguridad y cerrado el museo de los Absolutos. Queremos mantener al pueblo tranquilo. Y hay una cosa más. Como Gobernador Supremo en funciones hago una petición oficial a los Jedi. Quisiera que supervisaran los preparativos de las próximas elecciones. Se celebrarán dentro de tres días. No podemos permitirnos retrasarlas más. Es la única manera de mantener la paz.
—Pero no todo el mundo confía en los Jedi —dijo Obi-Wan—. Y seguro que la holocinta de Tahl no nos ayuda mucho.
—Hay los suficientes que sí confían —dijo Manex—. Y el nombre de Tahl quedará limpio en cuanto encontréis a Balog. Hasta entonces, tenéis todo mi apoyo. He ordenado a Seguridad Mundial que os brinde su cooperación.
Mace asintió.
—Entonces aceptamos.
Qui-Gon se tensó. Mace ni había mirado en su dirección ni le había pedido su opinión. Se habría manifestado en contra.
—Entonces, os dejo solos —dijo Manex.
Salió de la sala con la capa dorada revoloteando alrededor de sus suaves y pulidas botas.
Qui-Gon sabía que debía hablar con diplomacia, pero no tenía tiempo para mostrar tacto.
—Esto es un error —dijo a Mace—. Supervisar las elecciones nos apartará de la investigación de la muerte de Tahl. Deberíamos concentrarnos en encontrar a Balog.
Mace retomó el tono grave de Qui-Gon.
—Discrepo. La situación política es parte de la búsqueda de justicia para el asesino de Tahl. Todo está relacionado. Así nos encontraremos en la posición ideal para recabar información. Sin olvidar que nuestra misión inicial era devolver la estabilidad a Nuevo Ápsolon. Si el Gobernador Supremo solicita nuestra ayuda para una causa legítima, los Jedi debemos darla.
Qui-Gon apretó los labios con fuerza. Sabía que no debía continuar la discusión, pero estaba furioso por la decisión de Mace. Quería salir de ese cuarto, de esa casa, y seguir moviéndose. Quería alejarse volando en un deslizador a toda la velocidad posible, aunque fuera sin una dirección concreta. La frustración bullía en su interior. Sentía que Balog se escapaba de su alcance a cada segundo que pasaba.
—Sugiero que busquemos nuestros aposentos y nos refresquemos un poco —dijo Mace, volviéndose hacia Bant—. Hemos hecho un largo viaje y no sabemos cuándo tendremos oportunidad de descansar. Después iremos a la Legislatura Unida y daremos inicio a nuestra misión.
Obi-Wan había notado el desagrado de Qui-Gon con la decisión de Mace. Sabía que la consideraba una pérdida de tiempo, pero tampoco había ofrecido un plan alternativo... Mace enarcó una ceja al mirar a Qui-Gon.