—¿Has oído eso?
—Lo oigo.
—No pinta bien.
—¡Quédate donde estás!
—No me muevo, pero no pinta bien.
Randal colgó y miró a su alrededor. Lo habían dejado a media manzana de distancia, en las sombras, pero podía estar en la acera delante de la entrada en cuestión de segundos. La calle seguía vacía, aunque los disparos hicieron que se encendiese una luz en la ventana de un piso al otro lado de la calle en la que estaba. Entonces vio movimiento por el espejo retrovisor: una mujer con un largo abrigo de piel y tacones altos corría aterrada por el centro de la calle. Randal examinó de nuevo la zona; estaba sola y miraba hacia el edificio mientras corría. Llevaba el abrigo abierto y Randal vio, sin poder creérselo, que sus únicas prendas de ropa eran los tacones altos, un ligero y unas medias. Dedicó una palabrota entre dientes a la imagen y a los alemanes en general, aunque no pudo resistir la tentación de observar el espectáculo con atención durante los pocos segundos que la mujer tardó en acercarse a su vehículo, al parecer sin darse cuenta de su presencia. Finalmente apartó la mirada y examinó la calle. Entonces la oyó llamarlo en alemán. Como vio que no respondía, se tambaleó hacia él y señaló hacia los disparos, gritando más cosas en alemán... algo sobre sheezie o shitzi. Tenía el abrigo completamente abierto, como si fuese la cosa más natural del mundo.
Randal no sabía bien qué hacer, así que lo primero que se le ocurrió fue abrir la ventana.
—¿Hablas inglés?
Decidió que, si hablaba inglés, podía decirle que se largara, y, si no, sacaría el arma reglamentaria y le diría que se largara. Sin embargo, mientras pensaba en cómo encargarse de ella, notó algo caliente en el cuello. Después empezó a marearse.
Ethan fue el primero en bajar del balcón. Aquella vez utilizó las piernas, ya que no podía cargar peso en el brazo derecho. Cuando llegó al suelo, vio una sombra y supo que era Dale.
—¡Hemos perdido a un hombre! —susurró, sacando el arma para prepararse.
—¿Qué? ¿Qué ha pasado? —preguntó Malloy.
Ethan corrió hacia el cuerpo y le volvió el hombro.
—Es Dale. Le han cortado el cuello.
Observó la oscuridad con las gafas y vio unas huellas de zapatos de mujer acercándose y alejándose. Las de ida parecían serpentear, mientras que las de vuelta iban en línea recta. Ethan retrocedió y apoyó el arma en el hombro para cubrir el edificio mientras Malloy bajaba lentamente por la cuerda. Estaba herido, quizá de gravedad. Kate vigilaba los balcones superiores desde su posición en el balcón de la primera planta. Por el momento estaba atrapada y no podía hacer demasiado desde allí. Una vez Malloy tocó el suelo, ella bajó del balcón y descendió rápidamente con las manos. Cuando estaba a punto de terminar, algo se movió en uno de los balcones de arriba, así que Ethan miró hacia allí, vio un arma y disparó. Oyó a Josh llegar con el todoterreno. Kate corrió, dejando atrás a Ethan, y se volvió, disparando varias veces hacia el edificio.
Ethan vio que Malloy intentaba llevarse a Dale a rastras.
—Yo lo llevaré, T.K. —le susurró—. Tú cubre el edificio.
Dio un paso adelante y se echó a Dale al hombro; el peso, unido al dolor del hombro, estuvieron a punto de tirarlo. Kate y Malloy siguieron disparando al edificio, mientras Kate retrocedía de espaldas hacia la acera. Josh esperaba en el todoterreno, que estaba recibiendo disparos.
Kate vació su arma y se lanzó al asiento trasero. Unos cuantos disparos más alcanzaron el vehículo cuando Ethan metió el cadáver de Dale atrás y se metió detrás de él. Malloy vació el cargador y se lanzó de cabeza por la ventana abierta del asiento del copiloto.
—¡Vamos! —gritó Ethan, aunque Josh ya estaba quemando neumático.
Josh giró bruscamente a la derecha al final de la manzana y giró de nuevo para llegar a la parte delantera del edificio. Frenó, perplejo, al no ver el Land Rover de Dale. Un disparo dio en la ventanilla, rompiendo el hechizo. Josh giró ciento ochenta grados, dándole con la parte de atrás a un coche aparcado al terminar, pero los sacó de la zona caliente. Kate le dio instrucciones desde el asiento de atrás mientras volaban por la calle, y pronto entraron patinando en la gasolinera BP. Por el momento nadie los seguía y las calles estaban en calma, lo que les daba tiempo para pasarse al Toyota; Malloy y Ethan metieron el cadáver de Perry en el maletero, y Malloy tomó el volante. Dejó despacio del aparcamiento, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo, justo cuando el primer coche de policía salía con la sirena puesta de la calle que tenían enfrente.
—Llama a Jim —le dijo Malloy a Sutter, mientras él también marcaba un número en su móvil.
En los Estados Unidos era primera hora de la noche, y Jane dejó sonar el teléfono varias veces antes de contestar.
—Sí —respondió al fin. Sabía que era Malloy y, por el tono, estaba seguro de que esperaba buenas noticias.
—Dale está muerto —le dijo Malloy.
—¿Cómo? —preguntó Jane tranquila y fría.
Malloy se imaginaba que había alguien con ella, que no podía hablar con libertad, pero lo cierto era que siempre se comportaba así. Cuanto peor se ponían las cosas, más fría se volvía.
—Alguien se acercó y utilizó un cuchillo —respondió, mirando a Sutter, que no obtenía respuesta de Jim—. También tenemos un desaparecido en combate..., uno de los agentes del FBI en el caso.
—¿Cuál de los dos?
—El agente especial James Randal.
—Se lo haré saber a su gente. ¿Puedes darme la última ubicación?
Malloy le dio la dirección del edificio y le dijo que Randal había estado conduciendo el Land Rover de Dale. Ethan le dio la matricula del Land Rover desde el asiento de atrás y Malloy la repitió, preguntándose cómo Ethan podía recordar algo así en un momento como aquél.
—Yo me encargo —respondió Jane.
—He sacado el cadáver de Dale del lugar. Lo dejaré en su piso franco bajo el Das Sternenlicht.
—¿Dónde está el segundo agente, T.K.?
—Conmigo —respondió, mirando a Josh Sutter, que parecía desolado y perdido.
—Tenemos que sacarlo del país esta noche.
—Ahora mismo estoy ocupado con otro problema.
—¿Me lo puedes contar?
—La verdad es que no.
—Puedo enviarte dos equipos: uno para limpiar lo de Dale y otro para llevar al agente Sutter a Ramstein. ¿Y tú? ¿Estarás bien?
—Estoy bien. —«Dolorido, quizá incluso herido», pensó, Pero ella no tenía por qué saberlo. Al menos, no de momento.
—Quiero que vayas a por Chernoff, T.K. Ahora ella es la prioridad. Con un agente federal muerto en la persecución, el señor Farrell acaba de perder toda la simpatía que pudiera despertar en los medios. ¿Está claro?
—Hemos derribado a una mujer. Puede que fuera Chernoff, aunque, si no, créeme, es mía.
Cuando Sutter vio que Malloy colgaba, le preguntó:
—¿Qué posibilidades hay de que Randal siga con vida? —Probaba a llamarlo al móvil cada par de manzanas y miraba por la ventana como si creyese poder encontrarlo en alguna parte de la calle. Como Malloy no respondía, Sutter añadió—: ¿Crees que está muerto?
En realidad no era una pregunta, así que Malloy la dejó en el aire antes de responder:
—Creo que lo mejor es prepararse para lo peor.
—Tengo que llamar a mi supervisor —dijo Sutter, empezando a marcar otro número.
—Ya está arreglado —repuso Malloy. Como eso no lo detenía, lo cogió de la muñeca—. No tienes que hacer nada ahora mismo, Josh. Está todo arreglado.
—¿Y Jim? ¡Ha desaparecido, T.K.! ¡No podemos suponer que ha muerto y ya está!
—Los polis de Hamburgo estarán buscándonos por todas partes. Ya tienen la escena de crimen y la matrícula del Land Rover.
—¡Tengo que llamar a Hans!
—Llámalo... y te pasarás veinte años como mínimo en la cárcel por cómplice de asesinato.
La palabra asesinato hizo que Sutter se detuviese en seco. —¿De qué estás hablando?
—Si matas a alguien mientras cometes un delito en los Estados Unidos, te acusan de homicidio premeditado, ¿no? —dijo Ethan. Como Sutter no respondía, Ethan siguió hablando—
Aquí es lo mismo. La única diferencia es que aquí no hay pena de muerte.
—Hans no es tu amigo, Josh —añadió Malloy—. Ya no.'
—Te equivocas, T.K.: tú no eres mi amigo.
—Ahora mismo —repuso Ethan—, te guste o no, tienes tres amigos en este país: las personas de este coche. Todos los demás van detrás de tu pellejo.
Altstadt (Hamburgo).
—¿Es malo? —preguntó Carlisle. Jim Randal estaba atado y amordazado en la habitación contigua, consciente, pero atontado. Helena Chernoff se había cambiado de ropa y estaba colocándose un chaleco antibalas.
—No responde nadie en los pisos —dijo—. Los otros tres salieron antes de que apareciese la policía.
—Entonces, ¿podemos coger a Ohlendorf?
—No creo que sea problema —respondió ella, mirando a Randal con curiosidad—. Solo tenemos que convencer al agente Randal para que haga una llamada.
B
ARRIO DE
S
T
. P
AULI
(H
AMBURGO
).
Será mejor que le cuentes a Josh lo de Ohlendorf —dijo Kate mientras Ethan salía del coche y abría la verja del aparcamiento trasero del Das Sternenlicht.
—Estaba a punto de hacerlo —respondió Malloy mirando a Josh, que se había callado al darse cuenta de que no tenía ningún amigo—. El tipo que nos dio la información está ahí dentro.
—¿Todavía confías en él? —le preguntó Sutter. Sonaba como una broma, pero nadie se reía.
—Nunca lo he hecho —respondió Malloy, y metió el coche en el aparcamiento—. Cuando entres, quiero que vayas a la habitación de atrás. Que no te oiga decir nada. Vamos a tener que dejarlo marchar después y no quiero que tenga información que la policía pueda utilizar para encontrarnos.
Malloy entró primero para asegurarse de que nadie entraba al almacén desde el bar y los encontraba. Ethan y Josh Sutter sacaron el cadáver de Dale del maletero del Toyota y lo metieron en el sótano. Kate cogió las bolsas de lona.
Malloy condujo a los tres al dormitorio. Después de dejar el cadáver de Dale Perry apoyado en la pared, Sutter dijo:
—No podemos dejarlo así.
—Un equipo vendrá antes de que amanezca. Ellos se encargarán.
Malloy quería decir que soltarían el cadáver en alguna otra parte y dejarían que otros lo encontraran. Sutter examinaba el dormitorio, de aspecto estéril.
—¿Vivía aquí?
—No, es uno de sus pisos francos. Tenía mujer e hijos, una casa..., una vida real.
Sintió que la tristeza amenazaba con hacerse con él, así que la empujó de nuevo hacia dentro.
Kate se quitó la chaqueta y las armas.
—¿Tienes un botiquín de algún tipo?
—En el baño.
—Pues vamos, quiero echarle un vistazo a tu espalda.
—Encárgate de Ethan, tengo que limpiar el ordenador antes que nada —cuando se fueron, le dijo a Sutter—: puedes ponerte cómodo, Josh, tenemos que esperar tres o cuatro horas para llevarte a casa. —Consultó la hora—. La buena noticia es que atarás en un avión a Nueva York antes de ocho horas.
—No me voy de aquí hasta saber qué le ha pasado a mi compañero.
—Josh, no tienes elección. Si la policía te encuentra, te acusará de varios asesinatos y un secuestro.
—Entonces, ¿estás diciendo que si la policía encuentra vivo a Jim...? —preguntó Sutter, pálido de miedo, aunque todavía pensando en Randal.
—De cualquier modo, no será bueno, pero, al menos, si lo encuentran los polis seguirá vivo y podremos negociar con los alemanes. Quizá conseguir una reducción de su pena.
—Joder, ¿en qué nos has metido, T.K.?
—No lo sé, Josh —respondió Malloy, mirando a Dale y sintiendo que se le revolvía el estómago—. De verdad que no tengo ni idea.
Malloy encendió el ordenador. Tenía todos los archivos relevantes sobre Chernoff en su hotel de la Neustadt, pero le pareció buena idea buscar pistas sobre los Caballeros de la Lanza antes de limpiar el cacharro. Probó con caballeros, lanza y paladines. Como no encontró nada, buscó a Ohlendorf y encontró un nido de ficheros, incluidos sus socios conocidos. Se bajó el material a un lápiz de memoria de dos gigas y se guardó el dispositivo en el bolsillo. Después activó el software de autodestrucción. Una ventanita emergente le pidió su código, así que introdujo JANE, y los archivos empezaron a desaparecer. Mientras el programa estaba funcionando, registró los cajones y encontró una caja de DVD con material de la agencia. También había otro lápiz de memoria con dos gigas, aunque no terna tiempo para leerlo. Se lo llevó todo a la cocina y empezó a romperlo. Una vez limpio el ordenador, sacó el disco duro, se lo llevó a la cocina y lo hizo pedazos. Después metió el disco roto, los DVD y el segundo lápiz de memoria en un cuenco de cristal y los roció con líquido desatascador de tuberías..., solo para asegurarse de que no sobrevivía nada.
Cuando llamó a la puerta del baño, Kate le dijo que entrara. Ethan estaba desnudo de cintura para arriba y sentado en el borde de la bañera. Kate estaba a su lado, a horcajadas sobre el borde, cosiéndole la herida con una aguja e hilo quirúrgico.
—¿Es malo? —preguntó Malloy.
—Tres postas le atravesaron la parte de arriba del brazo. He hecho lo que he podido para limpiar las heridas, pero va a necesitar un médico para sacarlas. De esto —añadió, señalando el trozo de piel suelta— hay que encargarse ahora mismo.
—¿Qué ha hecho para aliviar el dolor? —preguntó Malloy, hurgando en el botiquín.
Kate apartó la mirada brevemente de su sangrienta costura, miró a Malloy a los ojos y respondió:
—Echarle narices.
—¿Te duele? —le preguntó Malloy a Ethan.
—Un poquito —consiguió decir Ethan, aunque en su rostro, blanco como el de un fantasma, no se veía expresión alguna.
Kate terminó de coser la herida y buscó vendas en el botiquín. Después se volvió hacia Malloy.
—Te toca, T.K. Quítate la ropa.
Una vez libre de los pinchazos de la aguja, Ethan logró sonreír para comentar:
—¿Recuerdas aquellos tiempos en los que oírle decir eso a una mujer era algo estupendo?
Malloy se quitó el chaleco y la camisa. Le dolía, era un dolor profundo y sordo, como si se hubiese estrellado contra un muro unas cuantas veces.
—Quítate los pantalones también —le dijo Kate.