—¿Ni siquiera piensas invitarme a cenar?
—¡Joder, tío! —exclamó Ethan cuando Malloy se apartó educadamente de Kate—. ¿Qué te ha pasado en el pecho?
—Me lo hicieron en el Líbano —respondió Malloy, mirándose el pecho mientras se bajaba los pantalones—. Mi primer día de servicio.
—Pues podría haber sido el último.
—La gente que me encontró después me dijo que no creían que tuviese ninguna oportunidad —respondió Malloy, con una mueca.
Kate empezó a tantear la zona de los riñones de Malloy, y este hizo un gesto de dolor; no pudo evitar las lágrimas. Era como si su amiga estuviese utilizando la aguja.
—Estás bastante magullado por aquí, pero no sé si hay daño interno. Tienes que estar pendiente de la sangre. No es bueno tontear con los riñones.
—¿Y las heridas de la escopeta?
—Es una porquería sanguinolenta, pero limpiaré la zona y la vendaré. ¿Qué prefieres, sal o alcohol? —¿Demerol? —Pues alcohol.
Limpiar las heridas dolió más que el disparo, pero no tuvo que soportar agujas e hilo, así que lo aceptó sin quejarse demasiado.
—¿Crees que mi mujer se imaginará lo que ha pasado? —preguntó.
—No sé —respondió Ethan—, ¿es muy estúpida?
Josh Sutter llamó a la puerta del baño y la abrió, con la cara pálida. Le pasó su móvil a Malloy.
—Hay una mujer al teléfono. Dice que solo hablará contigo.
Malloy miró a Kate y a Ethan antes de aceptar el móvil y decir en alemán:
—¿Quién es?
—Estoy dispuesta a hacer un intercambio —respondió en alemán la mujer—. ¿Y tú?
Reconoció la voz de las grabaciones de vídeo que había visto la noche antes.
—¿Qué vamos a intercambiar, Helena?
—Un agente del FBI por un abogado de Hamburgo.
—Necesito una prueba de que...
—¡T.K.! —se oyó gritar a Jim Randal—. ¡Por amor de Dios, ayúdame!
—¿Te vale? —preguntó la mujer. —Deja que hable con él.
—Hay un aparcamiento al final de Alsterchausseestrassé, cerca del Aussenalster. Podrás hablar con él allí, si traes al abogado.
—Lo encontraré —dijo Malloy, después de repetir en voz alta el nombre de la calle.
—Bien, porque tienes veinticinco minutos para llegar. Después... considera al agente especial Randal hombre muerto.
B
ARRIO DE
S
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AULI
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AMBURGO
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OMINGO, 9 DE MARZO DE 2008
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—ELENA CHERNOFF TIENE A JIM —LES DIJO Malloy—. Quiere hacer un intercambio. —¿Cuándo? —preguntó Kate.
—¿Crees que dice la verdad?
—Está claro que Ohlendorf sabe mucho sobre ella —respondió Malloy. No estaba seguro de que fuese sincera, pero el intercambio tenía sentido—. Supongo que estará desesperada por recuperarlo.
—¿Cómo sabe que secuestraste a Ohlendorf? —preguntó Ethan.
—Contactos dentro de la policía, un cómplice con un escáner de la policía, quizá haya salido ya en la tele y la radio. ¿Quién sabe? El tema es que lo sabe y quiere recuperarlo. Miró a Sutter—. ¿Estás en esto con nosotros, Josh?
—No podrías librarte de mí ni con una espátula.
Malloy asintió. Miró a Kate, que miraba a su marido.
—Cuenta con nosotros —respondió Ethan sin vacilar, y eso que ellos no sacaban nada del asunto, tan solo los problemas que les pudiera presentar Helena Chernoff.
—Creo que la mejor forma de llevar esto es hacer el intercambio y largarnos —les dijo Malloy—. El problema es que no puedo hacerlo. Necesito cargarme a esa mujer.
—Tendrá respaldo —respondió Kate.
—Pues nos los cargaremos también.
—Escuchad, esta noche ha perdido gente y está recomponiendo la situación sobre la marcha —intervino Ethan—. Puede que tenga a un par de personas más, quizá tres. No será como enfrentarse a un ejército.
—Siempre que no nos arriesguemos a perder a Jim —dijo Josh, que estaba ansioso por empezar a moverse.
—Dejaré al Chico y a la Chica a kilómetro y medio del intercambio; tú te quedarás conmigo —respondió Malloy—. Cuando hagamos el intercambio, ellos probarán suerte con Chernoff —añadió, señalando a Kate y Ethan con la cabeza.
—Eso significa perder a Jack Farrell —repuso Kate.
—Farrell da igual. Lo importante ahora, después de acabar con Chernoff, es recuperar a Ohlendorf. Creo que él puede decirnos lo que necesitamos.
Encontraron unas gafas de visión nocturna para Josh. Mientras le buscaban un chaleco, Ethan sacó de su arsenal las tres granadas de mano y toda la munición extra que tenían para los Kalashnikov. Recargaron las armas y se las guardaron debajo de los chubasqueros.
Una vez hecho eso, soltaron a Ohlendorf, lo enrollaron en un abrigo y lo esposaron. Seguía llevando una capucha, aunque no era problema, ya que, salvo por las luces ambientales de algunas ventanas, el patio estaba a oscuras. Además, en aquel barrio, un hombre con capucha y esposas casi parecía parte del paisaje.
Malloy, Kate y Ethan cogieron sus intercomunicadores, pero no se los pusieron. En aquel momento tenían que pensar en conservar las baterías.
—¿Todos listos? —preguntó Malloy. Después de que todos comprobaran el equipo y asintieran, señaló a Josh—. Tú te encargas de la distracción y te aseguras de que nadie entre por el almacén.
—¿Y cómo lo hago? ¿Qué digo?
—Enseña la placa y di: «Raus». Si eso no funciona, dispara. Cuando salgamos del aparcamiento, cierra detrás de nosotros, puede que tengamos que volver —le dio la llave—. Kate, tú vas delante, asegúrate de que nadie venga por el callejón mientras estemos metiéndolo en el coche. Ethan, os quiero a Kate y a ti en el asiento de atrás. Mantened a Ohlendorf oculto.
Cuando Josh aseguró las escaleras, Ethan y Kate lo siguieron, y Malloy salió detrás, guiando a Ohlendorf mediante su voz. En el exterior avanzaron rápidamente hacia el coche. Kate ya estaba en el lado opuesto del Toyota, cubriendo el callejón. Ethan abrió la puerta trasera del Toyota para Malloy y Ohlendorf. Sutter, tal como le habían dicho, salió por la parte de atrás del edificio y se puso en la parte delantera del coche esperando a que Malloy saliese para poder cerrar la verja.
Al ver que Ohlendorf vacilaba, Malloy pensó que el abogado no quería meterse en el coche. Obviamente, no tenía ni idea de dónde estaba y quizá creyese que montando una escena podría obtener ayuda. Entonces, Ohlendorf cayó al suelo y Malloy notó que unos proyectiles le impactaban en el chaleco. No se oyó nada; mientras caía, tres proyectiles más dieron a Pocos centímetros del primero.
—¡ ¡Francotirador!! —gritó mientras caía.
Kate estaba en el lado opuesto del Toyota cuando Malloy gritó. Junto a ella estaba la segunda plaza de aparcamiento de Dale Perry, vacía. Más allá había un estrecho callejón que daba a la calle. Oyó que las balas alcanzaban carne y chaleco cuando Malloy cayó con Ohlendorf..., herido o en busca de protección, no lo sabía. Vio que Ethan daba un bote sorprendido y movía el brazo izquierdo, como si acabasen de darle. Después varios proyectiles le dieron en el chaleco y cayó al suelo. Kate se lanzó hacia el edificio, pero estaba expuesta y tres balas la alcanzaron en la espalda. Una cuarta le atravesó el muslo derecho.
Con el Kalashnikov atrapado bajo la chaqueta, su única alternativa era sacar la calibre 45. Oyó pisadas en el callejón y se dio cuenta de que se disponían a rematarlos. Al primero le dio en el pecho y oyó el ruido en el chaleco antibalas. El hombre dio un respingo y se giró. El segundo estaba apuntando cuando ella rodó por el suelo y disparó tres veces más, bajo el fuego de la escopeta.
El último recibió un tiro en la cabeza. Kate dejó de rodar y quedó debajo del primer atacante, que estaba bajando el arma para dispararle. Antes de poder apretar el gatillo, Kate le vació la pistola en la entrepierna.
Ethan vio que un hombre corría hacia él desde el centro del patio. Con su AKS74 todavía guardado bajo el chubasquero y la muñeca izquierda entumecida por el dolor, sacó la Colt que llevaba en la pistolera.
Oyó cómo la calibre 45 con silenciador de Kate disparaba, pero el hombre siguió acercándose; después oyó una escopeta disparar cerca de ella. Ethan rodó cuando el tirador que se acercaba a su posición disparó la escopeta. Notó las postas en las piernas y oyó cómo su arma y la del otro arrancaban ecos en la plaza. Disparó una vez, pero a ciegas. Disparó una segunda vez y acertó en el chaleco del tirador, pero no lo derribó. y El tirador metió un cargador nuevo en la escopeta y estaba a punto de disparar cuando Ethan le apuntó a la cabeza y disparó por tercera vez. La escopeta saltó hacia arriba y no causó daños. El hombre cayó al suelo.
Chernoff acertó a Ohlendorf y a Malloy con dos ráfagas rápidas de su M4 con silenciador, dibujando un delicado ocho. Cuando los dos hombres cayeron, bajó la mira para apuntar a Brand y volvió a disparar, moviendo el cañón del arma hacia su esposa. Vació el cargador sobre el agente del FBI, metió otro nuevo y cambió el selector a disparo único.
Todos estaban en el suelo: heridos, a cubierto o muertos. Chernoff había advertido a los suyos que fuesen primero a por Kate Brand y su marido, así que se acercaron cuando ella estaba acabando el primer cargador. Ethan Brand derribó al hombre que tenía delante con tres disparos. Chernoff estaba levantando el arma para dar el tiro de gracia cuando se dio cuenta de que el segundo equipo también había sido abatido. Apuntó a Kate, pero, en aquel momento, los trocitos de mampostería se le clavaron en la cara; mientras intentaba procesarlo, una segunda bala le pasó rozando, para después dar contra una rejilla de ventilación que tenía justo detrás. Ethan Brand la había encontrado.
Se retiró antes de que acertase y se movió por el tejado, avanzando con cautela. Oyó a Kate Brand gritar: —Voy a por ella, ¡cubridme!
Chernoff apuntó a Kate justo cuando Ethan abría fuego sobre su nueva posición. Oyó un proyectil pasar junto a ella, y la segunda bala le dio en el chaleco e hizo que rodara por el suelo para ponerse a cubierto.
Malloy se sentó, rodeado por el sonido de las escopetas. Todavía estaba intentando sacar el Kalashnikov cuando Kate soltó el primer cargador vacío, recargó la calibre 45 y empezó a correr por el aparcamiento. Mientras lo hacía, les pedía que la cubriesen.
Al observarla moverse, Malloy se dio cuenta de que le habían dado. La mujer se puso a cubierto en el centro del aparcamiento y después siguió moviéndose mientras Ethan descargaba su calibre 45 sobre el tejado. Malloy utilizó aquella distracción para echarle un vistazo a Ohlendorf; el abogado estaba muerto. Se acercó a rastras a la parte delantera del coche y encontró a Josh Sutter en el suelo, respirando con dificultad y, obviamente, aterrado.
—Me han dado —dijo el agente.
Kate pasó por encima del maletero y el techo de un coche deportivo, saltó hacia un adorno gótico a unos cuatro metros del suelo y se agarró a un saliente de la piedra con las dos manos, dándose contra la pared de yeso con las botas. Sobre el adorno, el edificio tenía bloques hasta llegar al tejado. El único problema era que la herida le ardía. El dolor empezaba a quitarle las fuerzas. Metió los dedos en el borde del primer bloque y se impulsó hacia el siguiente, poniendo los pies en el adorno.
Se obligó a olvidar las náuseas a base de pura rabia. Subió y metió los dedos en una unión de argamasa entre dos grandes piedras. Después subió la pierna buena hasta tener el dedo gordo metido en otra unión y se dirigió al bloque siguiente. Se impulsaba con rapidez, porque Chernoff no iba a quedarse por allí, esperando a que la poli la cogiera, y Kate no quería darle la oportunidad de volver a intentar matarlos. Justo bajo el tejado, se agarró a la canaleta. Aquel tipo de cosas eran famosas por su fragilidad, podía romperse o combarse sin previo aviso, pero no tenía elección. Debía confiar o huir. Tiró con fuerza de ella, para probar, y parecía sólida. Los alemanes eran buenos reparándolo todo, incluso en el barrio rojo de la ciudad. Al menos, eso se decía mientras se apartaba de la pared para quedar colgada durante un instante en el aire, a veinte metros del suelo.
La canaleta gruñó, pero resistió. Kate sacó su pesado cuchillo de combate de la bota y se lo puso entre los dientes. Después subió la barbilla hasta el borde de la canaleta y se sostuvo con una mano. Cogió el cuchillo y probó suerte con él en las tejas; se clavó en una pieza sólida de duro contrachapado.
Cuatro plantas más abajo oyó acercarse las sirenas de la policía desde distintos puntos del barrio. Con el cuchillo, se impulsó por la canaleta y consiguió ponerse en pie. Tenía las gafas de visión nocturna puestas y sacó el calibre 45, pero Chernoff, tal como esperaba, ya se había retirado del tejado.
—¿T.K.? —preguntó Ethan. —Josh está herido.
—¿Es grave?
—Sigue consciente.
Ethan volvió y encontró a T.K. sosteniendo a Josh.
—¡Me ha atravesado el chaleco! —exclamó Josh asustado.
—A veces pasa —respondió Malloy—. La buena noticia es que quizá no sea muy profunda. ¿Puedes andar?
—No sé.
Cuando Malloy lo estaba poniendo en pie apareció el primer coche de policía por el callejón más grande: al otro lado del patio en el que se encontraban.
—¡Adentro! —susurró Malloy.
Estaban en la puerta de atrás del Das Sternenlicht cuando un segundo coche entró en la plaza, justo detrás del primero.
—¡Chica! —llamó Ethan por el intercomunicador. . Kate no respondió, y ya no la veían.
Una vez dentro, Malloy señaló al almacén. —¡A través del bar! —les dijo.
Josh estaba apoyado en el hombro de Malloy para sostenerse, pero al menos movía las piernas y cargaba con casi todo su peso. Ethan mantuvo baja la pistola al pasar junto a la poco agraciada bailarina esquelética. Había dos hombres en el público y otro detrás de la barra. Todos miraron a Malloy y Josh avanzar con dificultad por el bar, pero ninguno dijo nada, ni intentó llamar por teléfono. Cuando salieron, Ethan vio un coche de policía entrando en el estrecho callejón... y bloqueando el patio.
—¡Chica! —volvió a decir, de nuevo sin respuesta.
Adelantó a Josh y Malloy, y salió a la calle delante de un BMW que se había detenido para dejar pasar al coche patrulla.
—¡¡Alto!! —gritó Ethan, apuntando con el arma a la ventanilla, a la cabeza del conductor, que levantó las manos. Sin dejar de apuntarlo, Ethan se acercó a la puerta—. ¡ ¡Fuera!!