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Authors: Karel Capek

Tags: #Ciencia Ficción

La guerra de las salamandras (21 page)

BOOK: La guerra de las salamandras
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Según se sabe, lo que se extendió más entre las salamandras fue el Monismo; algunas creían también en el materialismo, el patrón-oro y otras creencias científicas. Un popular filósofo llamado Georg Sequens compuso hasta una doctrina especial para las salamandras, cuyo mandamiento principal y más elevado era la fe en la Gran Salamandra. Es verdad que esta fe no encontró muchos adeptos entre las salamandras, pero en cambio obtuvo numerosos partidarios entre la gente, sobre todo en las grandes ciudades, donde surgieron, de la noche a la mañana, gran cantidad de templos para el Culto a las Salamandras
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. En los últimos tiempos las salamandras habían aceptado, casi en su totalidad, otra religión que no se sabe cómo llegó hasta ellas. Era el culto a Moloch, al que se imaginaban como una inmensa salamandra con cabeza humana. Tenían tremendos ídolos submarinos fabricados en Armstrong o en Krupp, pero nunca se llegó a saber más detalles de sus ceremonias y ritos, según se decía, crueles y secretos, porque los celebraban bajo el agua. Parece ser que esta fe se extendió mucho entre ellas, porque el nombrado Moloch les recordaba su nombre científico
(Molche)
o el alemán
Molch
, que significa salamandra.

Como se ve claramente, la cuestión de las salamandras en su principio y durante largo tiempo, se refería solamente al siguiente punto: si las salamandras eran seres con conocimiento y suficientemente civilizados, capaces de disfrutar de ciertos derechos, aunque fuese solamente al margen de la sociedad y el orden humanos. En otras palabras, era una cuestión interior de los diferentes Estados, que se planteaba en el marco de los derechos civiles. Durante muchos años nadie imaginó que el Problema de las Salamandras pudiese tener algún día una gran importancia internacional, y que quizá fuese preciso negociar con ellas no sólo como con seres inteligentes, sino también como una colectividad o una nación. A decir verdad, el primer paso hacia esta concepción del problema de las salamandras lo dieron las sectas cristianas, hasta cierto punto excéntricas, que trataron de bautizarlas aplicando las palabras de la Escritura: «Id por todo el mundo enseñando a todas las naciones.» De esta forma se expresó, con palabras, por primera vez, el concepto de que las salamandras eran algo así como una nación
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.

Pero el primer reconocimiento internacional y básico de las salamandras como nación fue el contenido en la famosa proclama de la Internacional Comunista, firmada por el camarada Molokov y dirigida a «todas las salamandras oprimidas y revolucionarias del mundo».
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Aunque parece ser que este manifiesto no hizo la menor mella en las salamandras, despertó gran eco en la prensa mundial y, como consecuencia de él, llovieron sobre las salamandras, por decirlo así, invitaciones de los más diferentes partidos para que se adhiriesen, como conjunto, a éste o aquel programa social o político de la sociedad humana.
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Desde ese momento empezó a tratarse el Problema de las Salamandras hasta en la Oficina Internacional del Trabajo de Ginebra. Se enfrentaban allí dos opiniones: una reconocía a las salamandras como una nueva clase trabajadora y se esforzaba por que se extendiesen a ellas todas clase de leyes sociales referentes a jornadas de trabajo, vacaciones pagadas, seguro de invalidez, de vejez, etc.; la segunda opinión era que con las salamandras surgía una competencia peligrosa para las fuerzas trabajadoras humanas y que el trabajo de dichas salamandras debía prohibirse como algo antisocial. Contra esta opinión se pronunciaban no sólo los representantes de los patronos, sino también los delegados de la clase obrera, señalando que las salamandras no eran solamente una fuerza de trabajo, sino también grandes y cada vez más importantes clientes. Como lo demostraron con cifras, en los últimos tiempos había aumentado hasta un nivel nunca alcanzado el empleo de obreros en las industrias de herramientas de metal (utensilios de trabajo, máquinas e ídolos para salamandras), armamento y productos químicos (explosivos submarinos), producción de papel (libros de enseñanza para las salamandras), cemento, madera, productos alimenticios artificiales
(Salamander-food)
, y en muchas otras ramas industriales. El tonelaje total de los barcos había aumentado, en comparación con la época pre-salamándrica, en un 27%, la producción de carbón en un 18.6%. Al aumentar el número de obreros empleados y el bienestar de la gente, se elevó también indirectamente la producción de otras ramas industriales. Más tarde, en los últimos tiempos, las salamandras incluso encargaban diferentes accesorios para máquinas de su propia construcción. Pagaban por dichos accesorios aumentando el rendimiento de su trabajo. Ya entonces, una quinta parte de toda la producción mundial de la industria pesada y mecánica ligera dependía de los pedidos de las salamandras. «Acabad con las salamandras y tendréis que cerrar inmediatamente una quinta parte de las fábricas. En lugar de la prosperidad de hoy, tendréis millones de desempleados.» La Oficina Internacional del Trabajo no podía, desde luego, pasar por alto estas objeciones. Finalmente, y después de muchas negociaciones, se consiguió, al menos, la solución siguiente: que «los trabajadores del grupo "A" llamados anfibios pueden ser empleados sólo en trabajos bajo el agua o en el agua, y a diez metros desde la marca de la marea más alta, para ejecutar trabajos en los litorales. Que no deben extraer carbón o petróleo del fondo del mar; que no deben fabricar para clientes de tierra firme papel, textiles o piel artificial de algas marinas», etc. Estas limitaciones impuestas a la producción de las salamandras estaban contenidas en un código de diecinueve párrafos, que no publicamos detalladamente, sobre todo porque, desde luego, nadie los tuvo en cuenta. Pero como una prueba de magnanimidad de la solución internacional dada al Problema de las Salamandras desde el punto de vista económico y social, señalamos el que fuese publicado un código, obra imponente y meritoria.

Con menos rapidez fue tratada la cuestión del reconocimiento de las salamandras en otras ramas internacionales, concretamente, en lo referente a asuntos culturales. Cuando apareció en la prensa especializada de más circulación un artículo titulado «Composición geológica del fondo del mar en las Islas Bahamas», firmado por John Seaman, nadie sabía desde luego que se trataba del trabajo científico de una salamandra. Pero cuando a las direcciones de diferentes academias y centros de enseñanza comenzaron a llegar noticias y estudios de investigadores salamandras sobre oceanografía, geografía, hidrobiología, matemáticas superiores y otras ciencias exactas, reinó gran confusión, sí, hasta intranquilidad, que fue expresada por el gran doctor Martel con las palabras: «¿Esos bichos pretenden enseñarnos algo?» El científico japonés doctor Onoshito, que se atrevió a citar la opinión de una salamandra (era algo sobre el desarrollo de la vesícula biliar de los renacuajos en el fondo de los mares,
Argiropelecus bemigymnus Coceo)
, fue boicoteado científicamente y se hizo el harakiri. Para la ciencia universitaria era cuestión de honor y de principios el no tomar en consideración ningún trabajo científico de las salamandras. Por eso mismo llamó aún más la atención (o, mejor dicho, empeoró las cosas), el gesto de la Universidad Central de Niza,
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digno de notar habló sobre la teoría de un segmento del cono en la geometría no euclidiana. En este acto estaba también presente, como delegada de la organización de Ginebra, la señora María Dimineau; esta magnífica y generosa dama estaba tan emocionada de la modestia y saber del doctor Mercier
(¡Pauvre petit, il est tellement laid!
—exclamó—. ¡Pobrecito, es tan feo!), que se impuso la tarea de que las salamandras fueran admitidas en la Sociedad de Naciones. Inútilmente explicaban los estadistas a la enérgica y obstinada señora que las salamandras no tienen en ningún lugar del mundo su propia soberanía estatal, ni siquiera su propia tierra y que, por lo tanto, no pueden ser miembros de la Sociedad de Naciones. Madame Dimineau empezó a propagar la idea, entonces, de que las salamandras deberían tener en algún lugar su país libre y su Estado submarino. Esta idea, sin embargo, no fue muy bien recibida, por no decir directamente rechazada. Finalmente se logró llegar a un acuerdo feliz, o sea, que en la Sociedad de Naciones sería creada una comisión para el estudio de la Cuestión de las Salamandras, a la que se invitaría también a dos delegados salamandras. Como uno de ellos fue nombrado, debido a la insistente presión de la señora Dimineau, el Dr. Charles Mercier, de Tolón, y el otro un tal Don Mario, gordo y sabio profesor de Cuba, trabajador científico en la rama de estudios pelágicos. Con esto consiguieron las salamandras el más alto reconocimiento internacional de su existencia.
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Vemos, pues, a las salamandras en un seguro y continuo avance. Su número se calcula ya en siete mil millones, aunque, al crecer su civilización, disminuye mucho la fuerza procreadora (cada hembra tiene anualmente de veinte a treinta renacuajos). Han ocupado ya más del setenta por ciento de todas las costas del mundo; todavía son inhabitables las costas de los polos, pero las salamandras canadienses empiezan ya a colonizar los litorales de Groenlandia, donde hasta hacen retroceder a los esquimales al interior del país y toman en sus manos el negocio de la pesca y del aceite de pescado. Al mismo ritmo que su expansión material continúa su progreso civil. Se incorporan a las filas de las naciones cultas con la asistencia obligatoria de todos sus miembros a la escuela, y pueden vanagloriarse de tener muchos cientos de periódicos submarinos propios, que se publican en millones de ejemplares, centros científicos modelo, etc. Se comprende que este adelanto cultural no se realizó fácilmente y sin resistencia interior. Es verdad, sabemos muy poco sobre los problemas internos de las salamandras, pero según algunos signos (por ejemplo, el hecho de haberse encontrado cadáveres de salamandras con las narices y la cabeza mordisqueadas), parece ser que durante largo tiempo reinó bajo la superficie de las aguas una lenta y apasionada lucha de ideas entre las Viejas salamandras y las Jóvenes salamandras. Las jóvenes eran partidarias del progreso, sin obstáculos ni restricciones, y declaraban que también bajo el agua se debía alcanzar la instrucción existente en los continentes. ¡Todo y en todos los aspectos!, ¡sin exceptuar el fútbol, el
flirt
, el fascismo y la inversión sexual! Frente a esto, las Viejas salamandras se aferraban, conservadoras, a la naturaleza salamandrina, y no querían abandonar las viejas y buenas costumbres animales e instintivas. Sin lugar a duda condenaban el afán de novedades y veían en él un fenómeno de decadencia y traición a los ideales salamandrinos heredados. Seguramente se opusieron también a las influencias extrañas a las que sucumbió ciegamente la juventud, y se preguntaban si el imitar a la gente era digno de salamandras orgullosas, seguras de sí mismas.
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Podemos imaginar que, con este motivo, surgieron consignas como, por ejemplo, ¡Atrás hacia el mioceno!, ¡Fuera todos los que tratan de humanizarnos!, ¡A la lucha por la integridad salamandrina! y otras parecidas. Sin lugar a dudas, existían todos los fundamentos necesarios para un vivo conflicto de opiniones entre las diferentes generaciones, y para una profunda revolución espiritual en la evolución de las salamandras. Sentimos no poder dar informes más concretos sobre el particular, pero confiamos en que las salamandras hicieran en este problema todo lo que pudieron.

Ahora seguimos a las salamandras por el camino de su máximo florecimiento. Pero también el mundo de los hombres disfruta de una prosperidad desacostumbrada. Se construyen febrilmente nuevas costas en los continentes, en los viejos bancos de arena crece la tierra firme, en medio del océano se elevan islas artificiales para la aviación. Pero todo esto no es nada comparado con el gigantesco proyecto técnico de completa reconstrucción de nuestro planeta, que espera solamente que alguien lo financie para ser puesto en práctica. Las salamandras trabajan sin descanso en todos los mares y a la orilla de todos los continentes mientras dura la noche. Parece que están contentas y no piden nada más que tener trabajo y algún lugar donde poder hacer sus túneles y sus oscuras viviendas. Tienen ciudades submarinas y subterráneas, sus metrópolis de las profundidades, sus Essex y Birminghams, a profundidades de veinticinco a cincuenta metros. Cuentan con barrios industriales muy poblados, puertos, líneas de transporte y millones de aglomeraciones. En resumen: tienen su mundo, más o menos conocido, pero, según parece, muy adelantado técnicamente. Desde luego, no cuentan con fundiciones o altos hornos, pero los hombres les proporcionan metales a cambio de su trabajo. No fabrican explosivos, pero también se los procuran los humanos. La energía la obtienen del movimiento del mar, con sus mareas alta y baja, con sus corrientes profundas y sus diferencias de temperatura. Es cierto; las turbinas se las dieron los hombres, pero las salamandras saben manejarlas. ¿Qué otra cosa es la civilización, sino la posibilidad de usar cosas inventadas por otros? Aunque las salamandras no tengan ideas propias, pueden muy bien tener su ciencia. Es verdad que no tienen música o literatura, pero pueden prescindir de ellas magníficamente, y la gente empieza a advertir que lo que hacen las salamandras es formidablemente moderno. Porque, ¡caramba!, la gente ya tiene muchas cosas que aprender de las salamandras… Y no es extraño, ¿acaso no tienen éstas un gran éxito? ¿Y de qué otra cosa tiene la gente que tomar ejemplo, sino de los éxitos? Nunca se había producido tanto en la historia de la humanidad, nunca se había construido y ganado como en esta gran época. No hay vueltas que darle. Con las salamandras llegó al mundo un gigantesco progreso y un ideal que se llama «Cantidad». «Nosotros, gente de la Era de las Salamandras», se dice con verdadero orgullo. ¿Cómo puede compararse a la anticuada época humana, con su lenta, fútil e inútil pompa, a la que se llamaba cultura, arte, ciencias exactas, o quién sabe cómo? La gente consciente y consecuente con la época de las salamandras ya no perderá su tiempo buscando la profundidad y el fundamento de las cosas. Tendrán bastante que hacer solamente con los cálculos de la producción global. El porvenir del mundo consiste, tan sólo, en que aumenten continuamente la producción y el consumo. Por lo tanto, ha de haber todavía muchas salamandras para que puedan producir y consumir más. Las salamandras son, sencillamente, multitud; su gran importancia es su grandísima cantidad. Solamente ahora puede la imaginación humana trabajar plenamente, ya que trabaja en grande, con una capacidad máxima y un rendimiento récord. En resumen: vivimos una gran época. ¿Qué es, pues, lo que falta para que con la satisfacción general y la prosperidad se haga realidad una época nueva y feliz? ¿Qué impide que nazca la anhelada utopía, en la que se cosecharían todos los triunfos técnicos y magníficas posibilidades, que se abren más y más lejos, hasta lo infinito, para la felicidad humana y las actividades de las salamandras? Realmente nada, porque ahora el comercio con las salamandras será coronado por la comprensión de los estadistas que, ante todo, se preocuparán de que no llegue a chirriar el eje de la rueda de la nueva época. En Londres se reúne la Conferencia de Estados Marítimos, en la que se prepara y se aprueba la Convención Internacional de las Salamandras. Los importantes participantes en dicha convención se comprometen entre ellos a no mandar sus salamandras a las aguas territoriales de los otros estados; afirman que no consentirán que sus salamandras interrumpan, en cualquier forma que sea, la integridad o la esfera de influencia reconocida de cualquier otro estado. De ninguna manera interferirán en los intereses de otras potencias marítimas; en caso de choques entre salamandras de dos o más estados, éstos se someterán al Tribunal de Conciliación de la Haya. Ningún estado equipará a las salamandras con ningún tipo de armamento cuyo calibre supere el de las pistolas submarinas contra tiburones (las llamadas
Shark-gun
o mata-tiburones); no permitirán que sus salamandras entablen cualesquiera clases de relacions íntimas con salamandras pertenecientes a otro Estado; no ayudarán a las salamandras a construir nuevos continentes o a ampliar sus territorios, sin la aprobación previa de la Comisión marítima permanente de Ginebra, etc. (Había treinta y siete párrafos). Por otro lado, se rechazó la proposición francesa de que las salamandras fueran internacionalizadas y estuviesen sometidas a un Centro Internacional de las Salamandras para el arreglo de las aguas del mundo; la proposición alemana de que a cada estado marítimo le fuera permitido sólo un cierto número de salamandras, establecido relativamente; la proposición italiana de que a los estados con un número excesivo de salamandras se les concediesen nuevas costas para la colonización o parcelas en el fondo del mar; la proposición japonesa para que sobre las salamandras, oscuras por naturaleza, ejerciese un mandato, como representante de todos los países, el Japón, el estado más culto de las razas de color.
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BOOK: La guerra de las salamandras
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