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Authors: Karel Capek

Tags: #Ciencia Ficción

La guerra de las salamandras (34 page)

BOOK: La guerra de las salamandras
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[25]
En la colección del señor Povondra se conservaba una información superficial y algo folletinesca de este acto. Por desgracia existe solamente la mitad; la segunda parte debió de perderse.

Niza, 6 de mayo

En el hermoso y claro edificio del Centro para el Estudio de las Profundidades de los Mares, en la
Pro-menade des Anglais,
reina hoy gran animación. Dos agentes de policía mantienen en la acera el paso libre para las personalidades invitadas, que avanzan por las rojas alfombras hasta el agradable y acogedor anfiteatro. Entre otros, vemos al alcalde de la localidad, al señor prefecto con su sombrero de copa, al general con su uniforme azul cielo, a señores con el botón rojo de la Legión de Honor, damas de cierta edad (el color de moda este año es el terracota), vicealmirantes, periodistas, profesores y distinguidos ancianos de todas las naciones, de los que está siempre llena la Cote d'Azur. De pronto ocurre un pequeño incidente. Entre todas estas personalidades avanza, un poco asustado y tratando de pasar inadvertido, un ser extraño. De la cabeza a los pies está cubierto con una especie de túnica o dominó negro, ante los ojos lleva unas inmensas gafas. Apresuradamente y poco seguro avanza por el vestíbulo lleno de público
. «¡Eh, vous!»
le grita uno de los guardias
, «Qu'est-ce que vous cherchez ici?»
Pero ya se acercan hacia el asustado ser las personalidades universitarias y
«cher docteur»
por aquí
, «cher docteur»
por allá. Éste, pues, es el doctor Charles Mercier, sabia salamandra, que pronuncia hoy una conferencia ante la flor y nata de la
Cote d'Azur.
¡Entremos rápidamente para tratar de conseguir un sitio entre este auditorio solemne y emocionado!

En la presidencia se sienta
Monsieur
le Maire
, Monsieur
Paul Mallory, un gran poeta
, Madame
María Dimineanu como delegado del Centro Internacional para la colaboración intelectual, el rector del Instituto para el Estudio de las profundidades de los Mares, y otras personalidades oficiales. Junto a la presidencia está el pupitre para el conferenciante y tras él… Sí, es realmente una bañera de zinc, ¡una bañera normal y corriente! Dos funcionarios acompañan a la tarima al tímido ser, escondido entre los largos sayales. Resuenan unos aplausos un poco indecisos. El doctor Charles Mercier se inclina vergonzoso y mira inseguro a su alrededor, buscando un lugar donde sentarse
. «Voila, monsieur»,
murmura uno de los funcionarios señalando la bañera, «es para usted.» El doctor Mercier está emocionado, no sabe cómo agradecer tanta atención; trata lo más inadvertidamente posible de ocupar un lugar en la bañera, pero se enreda en la larga túnica y con un ruidoso chapoteo cae en el agua. Moja bastante a los señores que están sentados en la tribuna, aunque éstos hacen como que no ha ocurrido nada; en el auditorio ríe alguien histéricamente, pero los señores de las primeras filas se vuelven indignados ordenando silencio:
Chisss…
En este momento se levanta ya
Monsieur le Maire et Député
y hace uso de la palabra: «Señoras y señores, tengo él honor de dar la bienvenida a la tierra de nuestra hermosa ciudad, Niza, al doctor Charles Mercier, destacado representante de la vida científica de nuestros vecinos más cercanos, los habitantes de las profundidades de los mares. (El doctor Mercier saca medio cuerpo del agua y se inclina profundamente). Es la primera vez en la historia de la civilización que él mar y la tierra se dan la mano para la colaboración intelectual. Hasta ahora, la vida espiritual tenía una frontera infranqueable: eran los océanos del mundo. Podíamos cruzarlos, podíamos ir en barcos en todas direcciones, pero bajo su superficie, señoras y caballeros, no podía penetrar la civilización. Este pequeño pedazo de continente, en el que viven y crecen seres humanos, estaba hasta ahora rodeado por el mar virgen y salvaje. Era un magnífico marco, pero también un límite para la vida toda; por una parte, la civilización creciente, por la otra, la eterna e invariable naturaleza. Este límite, mis queridos oyentes, no existe ahora
. (Aplausos).
Nosotros, hijos de esta gran época, hemos tenido la suerte incomparable de ser testigos de cómo nuestra patria cruza sus propias costas, avanza sobre las olas del mar, conquista las profundidades de las aguas y une la vieja y culta tierra con el moderno y civilizado océano
. (Bravo,).
Señoras y caballeros, solamente con el nacimiento de la cultura oceánica, a cuyo eminente representante tenemos hoy el honor de dar la bienvenida en nuestro ambiente, nuestro planeta se ha convertido en un planeta real y completamente civilizado.»
(Entusiastas aplausos).
El doctor Mercier se levanta de la bañera y se inclina. «Querido doctor y gran sabio», dijo después
Mon-sieur le Maire et Député
volviéndose hacia el doctor Mercier, que se apoyaba en la orilla del baño, emocionado y respirando penosamente por sus agallas, «puede usted transmitir a sus conciudadanos y amigos del fondo del mar nuestra felicitación, nuestra admiración y nuestra más calurosa simpatía. Dígales que en ustedes, nuestros vecinos marinos, saludamos a la vanguardia del progreso que, paso, a paso, colonizará interminables dimensiones del mar y organizará en los océanos un nuevo mundo cultural. Ya veo crecer de las profundidades del mar una nueva Atenas y una nueva Roma, veo florecer un nuevo París, con un Louvre y una Sorbona submarinos, con un Arco de Triunfo submarino y una tumba del soldado desconocido, con sus teatros y bulevares. Y, permítanme que exprese mis más secretos pensamientos: espero que frente a nuestra querida Niza crecerá de las azules olas una nueva y gloriosa Niza, vuestra Niza, la que con sus admirables calles submarinas, jardines y parques bordeará nuestra
Cote d'Azur.
Queremos conocerles a ustedes y que ustedes nos conozcan a nosotros. Estoy personalmente convencido de que unas relaciones científicas y sociales más amplias, las que hoy iniciamos bajo tan buenos auspicios, llevarán a nuestra nación a una continua y estrecha colaboración cultural y política, en interés de toda la humanidad, de la paz mundial, la felicidad y el progreso.»
(Largos aplausos).

Ahora se levanta el doctor Charles Mercier y trata de dar las gracias con algunas palabras al señor alcalde y diputado de Niza. Pero, por una parte, está demasiado emocionado, y por otra, su pronunciación es un poco rara. De sus palabras he podido entender solamente algunas expresiones pronunciadas con mayor claridad. Si no me equivoco, eran: «relaciones culturales» y «Víctor Hugo». Y estaba tan nervioso que se ha vuelto a esconder en la bañera
.

Paul Mallory toma la palabra. Lo que pronuncia no puede llamarse un discurso, sino un himno poético iluminado de profunda filosofía. «Doy gracias al destino», dice, «porque me ha hecho vivir para ver cumplida y confirmada una de las más bellas leyendas de toda la humanidad. Es una confirmación y un extraño complemento: en lugar de la mítica Atlántida sumergida vemos, llenos de admiración, una nueva Atlántida que surge de las profundidades del mar. Querido colega Mercier, usted que es un poeta en la ciencia geométrica de sus sabios amigos, usted es el primer embajador de ese nuevo mundo que avanza desde el mar. No una Afrodita espumosa, sino Palas Anadiomena; sin embargo, mucho más extraordinario e incomparablemente más secreto es que además de esto…»

(Falta el final)
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[26]
En los papeles del señor Povondra se conservaba una fotografía no muy clara, publicada en los periódicos, en la que los dos delegados salamandras suben por las escalerillas del lago de Ginebra al
Quai du Mont Blanc
, para dirigirse a la reunión de la Comisión. Parece ser que estaban alojados oficialmente en el mismo Lago Leman.

En lo referente a la Comisión de Ginebra para el estudio de la Cuestión de las Salamandras, se puede decir que realizó un trabajo meritorio, principalmente, porque evitó cuidadosamente todas las cuestiones políticas y económicas delicadas. Estuvo en sesión permanente por una serie de años y celebró más de mil trescientas reuniones, en las que trató aplicadamente de una nomenclatura internacional única para las salamandras. En este sentido reinaba un caos sin esperanzas. Junto al término salamandra,
molche
, batracio, etc. (estos términos empezaban a parecer poco respetuosos), se propusieron toda una serie de nombres: Tritones, Neptúnidos, Terhidos, Nereidas, Atlántidas, Oceánicos, Poseidones, Lémures, Hydriones, Gente del mar, Submarinos, etc. La comisión para el estudio del Problema de las Salamandras tenía que elegir, entre todas estas proposiciones, el nombre más apropiado y se interesó por ello con ardor yconcienzudamente, hasta el mismo fin de la Época de las Salamandras. Pero a un acuerdo final y unánime no se llegó nunca.
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[27]
El señor Povondra guardó en su colección también dos o tres artículos de Política Nacional que se referían «a la juventud de hoy.» Probablemente se debió a un descuido el que los incluyese entre los de la época de la civilización de las salamandras.

Un señor de Dejvice le contaba al señor Povondra que, bañándose un día en la playa de Katwijk, al internarse en el mar, le llamó un barquero a gritos diciéndole que regresara. Dicho señor (un tal Prihoda, representante), no hizo caso y siguió nadando. Entonces, el barquero saltó a la barca y remó hacia él.

—«Eh, señor», le dijo, «aquí no se puede bañar.»

—«¿Y por qué no?», preguntó el señor Prihoda.

—«Porque hay salamandras.»

—«Yo no les tengo miedo», objetó el señor Prihoda.

—«Es que tienen bajo el agua una fábrica o algo así», gruñó el barquero. «Aquí nunca se baña nadie, señor. A las salamandras no les gusta.»
<<

[28]
Esta proposición, al parecer, fue lanzada con una amplia campaña de propaganda política, uno de cuyos documentos, de gran importancia, llegó a nuestras manos gracias a la actividad de coleccionista del señor Povondra. El documento lice al pie de la letra:

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