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Authors: Karel Capek

Tags: #Ciencia Ficción

La guerra de las salamandras (13 page)

BOOK: La guerra de las salamandras
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El animal se alzó sobre sus patas traseras, sosteniéndose con las otras en el borde de la bañera. Las agallas de su pescuezo se movían convulsivamente y su negro hocico trataba de atrapar aire. Su piel, demasiado libre, estaba llena de verrugas y sus ojos, redondos como los de las ranas, se cubrían por momentos, como doloridos, con la membrana de sus párpados inferiores.

—Como ven ustedes, señoras y caballeros —continuaba el hombrecito—, este animal tiene agallas y pulmones, a fin de poder vivir en el agua y respirar cuando sale a tierra. En las patas traseras tiene cinco dedos, en las delanteras, cuatro. También sabe coger y sostener cosas con las manos. Toma —el animal tomó entre sus dedos la vara y la sostuvo ante sí como un cetro.

—Además, hace perfectamente un nudo en una cuerda —anunció el hombrecito. Y le dio una cuerda sucia. El animal la sostuvo algún tiempo entre sus dedos y luego hizo un magnífico nudo.

—Ahora tocará el tambor y bailará —cacareó el hombrecito, dándole al animal un tambor y unos palillos. El animal dio algunos golpes en el tambor y contoneó la parte superior de su cuerpo. Al hacerlo, se le cayó un palillo al agua.

—¡Aparta, estúpida! —exclamó el hombrecito recogiéndolo—. Y este animal —añadió aumentando la solemnidad de su voz— es tan inteligente y listo que sabe hablar como cualquier persona. —Al decir esto, batió palmas.


Guten Morgen
—graznó el animal guiñando dolorosa-mente sus párpados—. Buenos días.

El señor Povondra casi se asustó, pero a Frantik no le causó la menor impresión.

—¿Qué se le dice al distinguido público? —le preguntó secamente el hombrecito.

—¡Bienvenidos! —dijo la salamandra inclinándose. Sus agallas se abrieron convulsivamente.


Wellcome, Benvenuti
.

—¿Sabes contar?

—Sé.

—¿Cuánto son seis por siete?

—Cuarenta y dos —contestó con dificultad la salamandra.

—¿Lo ves, Frantik, qué bien sabe contar? —advirtió papá Povondra.

—Señoras y caballeros —cacareó nuevamente el hombrecito—, ustedes mismos pueden hacerle las preguntas que gusten.

—Anda, Frantik, ¡pregúntale algo! —le animó el señor Povondra.

Frantik empezó a contonearse sin saber qué hacer.

—¿Cuánto son ocho por nueve? —exclamó por fin. Seguramente, esto le parecía lo más difícil de saber.

La salamandra contestó lentamente.

—Setenta y dos.

—¿Qué día es hoy? —preguntó Povondra.

—Sábado —fue la respuesta.

El señor Povondra movió la cabeza admirado.

—¡De verdad! ¡Lo mismo que un hombre! ¿Cómo se llama este pueblo?

La salamandra abrió el hocico y cerró los ojos.

—Ya está cansada —explicó el hombrecito—. ¿Cómo te despides de los señores?

La salamandra se inclinó.

—Mis respetos. Muchísimas gracias. Adiós. Hasta la vista —y, rápidamente, se escondió en el agua.

—Es un… es un animal verdaderamente extraordinario —dijo con admiración el señor Povondra. Pero como, a pesar de todo, tres coronas le parecía demasiado dinero, preguntó todavía al hombrecito—: ¿Y no tiene usted nada más por aquí que pudiera enseñar a este niño?

El hombrecito estiró el labio inferior con perplejidad.

—Eso es todo —dijo—. Antes tenía monas, pero con ellas siempre ocurre lo mismo —explicó poco preciso—. Como no quiera usted que le enseñe a mi mujer… Antes era la mujer más gorda del mundo. ¡Maruska, ven aquí!

Maruska se levantó con dificultad.

—¿Qué quieres?

—Ven a que te vea este señor.

La mujer más gorda del mundo inclinó la cabeza hacia un lado con coquetería, adelantó una pierna y se levantó la falda por encima de la rodilla. Apareció una media roja de lana y de ella se veía sobresalir algo así como un jamón.

—La circunferencia de la pierna, por arriba, es de 80 cm. —explicó el hombrecillo—, pero hoy, con tanta competencia, Maruska ya no es la mujer más gorda del mundo.

El señor Povondra se llevó rápidamente al maravillado Frantik.

—Beso a usted la mano —graznó aquello negruzco del baño—. Venga usted a vernos otra vez.
Auf wiedersehen
.

—Bien, Frantik, dime, ¿has aprendido algo? —preguntó papá Povondra a su hijito cuando salieron a la calle.

—He aprendido mucho, papá —respondió Frantik—. Papá, ¿por qué llevaba esa señora las medias rojas?

11

Sobre los lagartos humanos

Sería exagerado decir que en aquella época no se hablaba ni se escribía de otra cosa que de las salamandras. También se comentaba y escribía sobre la futura guerra, sobre la crisis económica, los partidos de fútbol, las vitaminas y la moda. Pero las salamandras eran uno de los puntos preferidos y trataba sobre ellas toda clase de gente, a veces no muy experta. Por ello, el destacado erudito profesor Dr. Vladimir Uher (de la Universidad de Brno) escribió un artículo en el
Lidoré Noviny
en el que señalaba lo siguiente: «El hecho de que Andrias Scheuch-zeri pueda hablar articuladamente no es, ni más ni menos, que lo que estamos acostumbrados a considerar normal en los papagayos. Mucho más interesantes, desde el punto de vista científico, son otras cuestiones referentes a este anfibio. El misterio de Andrias Scheuchzeri es muy diferente; por ejemplo, de dónde ha salido y cuál es su lugar de origen, en el que ha vivido toda esta época geológica. Por qué fue desconocido durante tanto tiempo, cuando ahora anuncian haberlo visto en grandes cantidades en casi toda la línea ecuatorial del Océano Pacífico. Parece ser que, en los últimos tiempos, se multiplicaba de manera extraordinaria. ¿De dónde ha surgido esa vitalidad en este monstruo de la época terciaria que, hasta hace poco, estaba completamente escondido en regiones esporádicas y llevaba una existencia topográficamente aislada? ¿Cambiaron, quizá, las condiciones de vida de esta salamandra fósil, en un sentido biológicamente favorable, de forma tal que, para los descendientes de aquel extraordinario monstruo del mioceno, llegó una época de evolución? Si es así, no está descartado el que Andrias Scheuchzeri no sólo se multiplique rápidamente, sino que se desarrollen sus cualidades, y nuestra ciencia tendrá una ocasión única de asistir, por lo menos, en un ser viviente, a una segunda e inmensa mutación de la Historia «in actu». Eso de que Andrias Scheuchzeri grazne unas cuantas decenas de palabras y haya aprendido a hacer algunas cosas que a los profanos les parecen manifestaciones de inteligencia no es, desde el punto de vista científico, ningún milagro. Lo que considero un verdadero milagro es ese poderoso afán de multiplicarse que tan de repente y con tanto ímpetu revivió la apagada existencia de ese ser de evolución atrasada y ya casi desaparecido. Hay que advertir algunas circunstancias especiales: Andrias Scheuchzeri es la
única
salamandra que vive en el mar y —todavía más extraño— la única que se presenta en la región etiópico-australiana, en la mítica Lemuria. ¿No podríamos casi decir que la Naturaleza quiere ahora volcar su gracia sobre unos seres vivos a los que había
olvidado
casi por completo? Y además, sería extraño que en la región de los océanos, situada entre la Gran salamandra japonesa por una parte, y el «diablo del barro» por la otra, no hubiese ningún eslabón que los uniera. Si el Andrias no existiera, el lugar que habríamos fijado como el de su pasada existencia sería,
precisamente
, la región donde ha aparecido ahora. Parece como si, de repente, ocupase el lugar en el que, según los geógrafos y las condiciones de evolución, vivía en tiempos prehistóricos. Sea como sea, —concluía el erudito profesor—, en esta resurrección de la salamandra miocénica vemos con respeto y admiración que el Genio de la evolución en nuestro planeta todavía no ha terminado su obra creadora.»

Este artículo se publicó a pesar de las silenciosas pero enérgicas protestas de la redacción de que dichas disertaciones tan eruditas no correspondían en realidad a los periódicos. Por aquellos días el profesor Uher recibió una carta de uno de los lectores de su artículo. Decía lo siguiente:

Muy ilustre señor:

El año pasado compré una casa en la plaza de Cáslav. Al recorrer las diferentes habitaciones encontré, en una caja que había en el portal, viejos e interesantes documentos científicos, como, por ejemplo, dos años completos de la revista
Hyllos
, de 1821-22.
Los mamíferos
de Jan Svatopluk Presl,
Fundamentos de la Naturaleza o la Física
de Vojtech Sedlácek, diecinueve años completos de la revista
Paso
y trece años de la
Revista del Museo Central Checo
. En una traducción de Prelov de la obra de Cuvier
Disertaciones sobre los cambios de la corteza terrestre
(del año 1834), encontré como señal un recorte de algún periódico antiguo, en el que leí un informe sobre una especie rara de reptiles.

Al leer su extraordinario artículo sobre estas salamandras, recordé dicho recorte y se lo adjunto. Creo que para usted puede tener interés. Recíbalo, pues, de un entusiasta amigo de la Naturaleza y ardiente lector de usted.

Con todo respeto,

Y. V. NAJMAN

En el recorte del artículo incluido no había ni título ni año. Según la letra y ortografía parecía ser de la tercera década del pasado siglo. Estaba tan amarillento que difícilmente se podía leer. El profesor Uher iba ya a tirarlo al cesto de los papeles, pero estaba emocionado por la antigüedad de aquel impreso y empezó a leerlo. Al cabo de un momento respiró fuerte y dijo: «¡Caramba!», arreglándose las gafas muy excitado. En el recorte de periódico leyó lo siguiente:

SOBRE LOS LAGARTOS HUMANOS

En un diario extranjero hemos leído que cierto capitán de un barco de guerra inglés, volviendo de países lejanos, informó sobre unos reptiles que había encontrado en una pequeña isla del mar de Australia. En dicha islita existe un lago con agua salada, pero que no tiene ninguna comunicación con el mar, siendo también bastante impenetrable. Junto a ese lago estaban descansando el capitán y el médico del barco. De pronto salió del lago un animal parecido a un lagarto, pero caminando sobre dos extremidades como las personas; era del tamaño de un perro marino o de una foca y, al llegar a la orilla, empezó a contonearse como si bailara. El capitán y el médico dispararon y cazaron dos de estos animales. Dicen que tienen el cuerpo liso, sin vello o escamas, y son bastante parecidos a las salamandras. A causa del mal olor que despedían, los tuvieron que dejar en el lugar y ordenaron a los marinos que cazasen en aquel lago un par de monstruos y los llevasen vivos al barco. Los marinos llegaron al lago y aniquilaron a los lagartos, llevando solamente dos al barco. Decían que echaban un líquido venenoso que producía el mismo escozor que las ortigas. Los dos lagartos fueron metidos en un barril con agua de mar, a fin de que llegasen vivos a Inglaterra, pero ¡todo fue inútil! Al acercarse el barco a la isla de Sumatra desaparecieron. Según dicen, los lagartos prisioneros salieron de los barriles y, por una ventanilla, saltaron al mar. Según testimonio del capitán y otros testigos, es un animal muy raro, pero, sin embargo, no peligroso para el hombre. Podríamos llamarles, con derecho, lagartos humanos.

Hasta aquí el recorte.

—¡Caramba! —repetía excitado el profesor Uher—. ¿Por qué no habrá algún dato o, por lo menos, el título del periódico que lo publicó? ¿Y qué periódico extranjero sería, cómo se llamaría aquel capitán, aquel capitán, cuál sería el nombre del barco inglés? ¿En qué islita del mar de Australia ocurriría el suceso? ¿No podría ser la gente más exacta y… ¡sí, desde luego!, más científica? ¡Si éste es un documento histórico de un valor incalculable!

Una islita en el mar de Australia, sí. Un lago con agua salada. Según eso, debía de ser una isla de coral con una laguna, difícil de descubrir. Precisamente, el lugar apropiado para que se pudiesen conservar esos fósiles, aislados del ambiente de evolución más progresiva y sin que nadie los molestase en su reserva natural. Desde luego, no podían multiplicarse mucho, porque en el lago no hubieran encontrado alimento necesario.

Eso está claro, se dijo el profesor. Animales parecidos a los lagartos pero sin escamas y caminando sobre dos extremidades como las personas; o sea, Andrias Scheuchzeri u otra salamandra muy parecida a ella. Supongamos que era nuestro Andrias; supongamos que esos malditos marineros exterminaron todas las salamandras que había en el lago, y que solamente una pareja llegó viva al barco y, al acercarse a Sumatra, se escapó al mar. O sea, directamente a la línea del Ecuador, en condiciones biológicas altamente favorables y en un ambiente que les suministraba alimentos en abundancia. ¿Era posible que ese cambio de ambiente hubiera dado a las salamandras del mioceno ese gran impulso de desarrollo? Es cierto que estaban acostumbradas al agua salada. Si imaginamos su nueva residencia en una bahía tranquila, cerrada, con grandes cantidades de alimentos, ¿qué hubiera podido ocurrir? La salamandra, trasladada a un ambiente propicio, empieza a multiplicarse con enorme energía. ¡Eso es! La salamandra empieza a desarrollarse con gran entusiasmo, se agarra a la vida con locura y se multiplica extraordinariamente, porque sus nuevos huevos y renacuajos no tienen en aquel ambiente ningún enemigo. Ocupa una isla tras otra (pero lo extraño es que parecen haber pasado por alto algunas islas). Por lo demás, es la emigración típica tras el alimento. Y ahora, una cuestión: ¿Por qué no se desarrollaron ya antes? ¿No está esto relacionado con el hecho de que en la región etiópico-australiana no existe, o hasta ahora no ha existido, ninguna salamandra? ¿No ocurrieron en esta región, quizá durante el mioceno, algunos cambios desfavorables en el sentido biológico para las salamandras? Solamente en una isla, en un pequeño lago cerrado, se conservó el lagarto miocénico; desde luego, al precio de la paralización de su desarrollo. Su marcha evolutiva se paralizó, como una cuerda metálica en tensión que no se pudiera enrollar. También pudiera ser que la Naturaleza tuviese grandes planes para esta salamandra, que debía desarrollarse más y más y alcanzar quién sabe qué altura… (El profesor Uher sintió un pequeño escalofrío al imaginárselas). ¡Quizá era, precisamente, Andrias Scheuchzeri la que tenía que convertirse en el hombre del mioceno!

Este animal, no desarrollado completamente, se encuentra de pronto en un nuevo y prometedor ambiente. La cuerda en tensión, cede. ¡Con cuánta ansia de vida, con qué vigor miocénico y avidez se precipita Andrias Scheuchzeri por el camino del desarrollo! ¡Con qué fiebre trata de alcanzar todo el tiempo perdido en aquellos cientos de miles y millones de años! ¿Se conformará con el desarrollo gradual que lleva hoy? ¿Estará satisfecha con su florecimiento actual, del que somos testigos? o ¿estamos en el umbral de su evolución y esto es, solamente, la preparación para llegar quién puede saber adonde?

BOOK: La guerra de las salamandras
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