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Authors: Karel Capek

Tags: #Ciencia Ficción

La guerra de las salamandras (20 page)

BOOK: La guerra de las salamandras
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Era natural que también en otros Estados se alzasen voces pidiendo educación escolar para las salamandras, bajo control estatal. Esto ocurrió gradualmente en todos los Estados marítimos (a excepción, desde luego, de Gran Bretaña). Y como estas escuelas para salamandras no estaban trabadas por las viejas tradiciones clásicas de las escuelas para humanos y, por lo tanto, podían usar los métodos más modernos y psicotécnicos, educación técnica, instrucción premilitar y otras posibilidades pedagógicas, se convirtieron en las escuelas más modernas y científicas del mundo, lo que era motivo justificado de envidia de todos los pedagogos y escolares humanos.

Al mismo tiempo que el de la enseñanza de las salamandras, se presentó el problema del idioma. ¿Cuál de las lenguas mundiales debían aprender con preferencia las salamandras? Las originarias de las islas del Océano Pacífico se expresaban en
pidgin-english
, según lo habían aprendido de los indígenas y marineros; muchas hablaban malayo o algún dialecto del lugar. Las salamandras criadas para el mercado de Singapur eran inducidas a hablar el
basic-english
, ese inglés simplificado científicamente, que se expresa con unos cuantos cientos de palabras, sin los antiguos rodeos gramaticales. Por ello, este inglés estandarizado empezó a llamarse
Sala-manderenglish
. En las ejemplares Escuelas Zimmerman se expresaban las salamandras en el idioma de Corneille, no por motivos nacionalistas, sino porque así corresponde a la cultura superior. Por el contrarío, en las Escuelas Reformadas se aprendía el esperanto, como lengua más comprensible. Además de esto, surgieron en aquella época unas cinco o seis nuevas lenguas «universales», que pretendían reemplazar la confusión babilónica de los idiomas humanos y dar una lengua materna única a los hombres y a las salamandras; hubo, sin embargo, muchas controversias sobre cuál de estas lenguas internacionales era más apropiada, más agradable al oído y más universal. Finalmente, se decidió que cada país propagase la lengua universal que más le convenía
[13]
. Con la nacionalización de las escuelas para salamandras todo el asunto quedó simplificado. Cada nación enseñó a sus salamandras en su idioma respectivo. Aunque Andrias aprendía las lenguas extranjeras con relativa facilidad y entusiasmo, su capacidad lingüística presentaba algunas imperfecciones debido, no solamente a la construcción de sus órganos vocales, sino más bien, a un motivo psíquico. Así, por ejemplo, pronunciaba con dificultad las palabras largas de muchas sílabas, y trataba de reducirlas a una sola, que pronunciaba corta y, en cierto modo, graznante. Decía «1» en vez de «r» y ceceaba un poco. Se comía los finales de palabra, nunca aprendió a distinguir entre «yo» y «nosotras» y no le importaba si una palabra era femenina o masculina (quizá esto era una manifestación de su frialdad sexual fuera de la época de apareamiento). En resumen, cada idioma quedaba característicamente reformado al hablarlo las salamandras, racionalizándolo en cierto modo, en una forma más sencilla y rudimentaria. Es digno de atención que sus neologismos, su pronunciación y su primitiva gramática empezaron a influir rápidamente, por una parte, en la gente de los puertos y, por otra, en la así llamada «buena sociedad». De allí se extendió esta manera de expresarse a los periódicos y, de pronto, se hizo popular. Hasta entre la gente pudiente empezaron a desaparecer los géneros gramaticales, se eliminaron las terminaciones y las declinaciones. Los jovencitos empezaron a pronunciar «1» en lugar de «r» y a cecear. Difícilmente se hubiera encontrado alguien, aun entre la gente culta, que supiese el significado de «indeterminismo» o de «trascendente», sencillamente porque estas palabras se habían convertido en demasiado largas e impronunciables. En resumen, mejor o peor, las salamandras sabían hablar en todas las lenguas del mundo, según la zona costera en que viviesen. Entonces se publicó en un periódico de nuestro país (creo que en
El Diario Nacional)
, un artículo en el que con razón se preguntaba amargamente por qué las salamandras no aprendían también checo, ya que sabían portugués, holandés y otras lenguas de naciones pequeñas. «Por desgracia nuestro país no tiene costas», decía el citado artículo, «y por ello no existe aquí ni una sola salamandra marítima. Pero aunque no tenemos mar, no significa eso que no tengamos cierta parte —hasta mucho más importante que otras naciones cuyas lenguas hablan miles de salamandras— en la cultura mundial. Sería justo que las salamandras conociesen nuestra vida psíquica pero ¿cómo van a enterarse si entre ellas no hay ni una sola que hable nuestro idioma? No esperemos a que alguien que reconozca esta deuda cultural cree la cátedra de checo y literatura checoslovaca en algún centro de enseñanza de las salamandras. Como dice el poeta, «no creamos a nadie en el amplio mundo, allá no tenemos ningún amigo. Preocupémonos nosotros mismos de remediarlo», pedía el artículo. «¡Todo lo que hemos conseguido en el mundo ha sido siempre por nuestras propias fuerzas! Es nuestro derecho y obligación el esforzarnos por conseguir amigos también entre las salamandras. Pero, según parece, nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores no demuestra mucho interés por la propagación de nuestro nombre y de nuestros productos entre las salamandras (aunque otras naciones más pequeñas dedican millones para abrirles los tesoros de su cultura) y, al mismo tiempo, despertar su interés por nuestra producción industrial.» El artículo despertó gran entusiasmo, sobre todo en la Federación industrial y, por lo menos, consiguió el siguiente resultado: se publicó un libro titulado
Lengua checa para salamandras
, con pasajes de la hermosa literatura checa. Parecerá increíble, pero de este libro se vendieron más de setecientos ejemplares. Fue pues, en conjunto, un éxito digno de interés
[14]
.

Las cuestiones de educación e idioma eran, desde luego, solamente una parte del gran problema de las salamandras que, por decirlo así, crecía a ojos vista. Por ejemplo, de pronto se presentó la cuestión de cómo había que tratar a las salamandras desde el punto de vista, llamémosle así, social. En los primeros, casi prehistóricos días de la Era de las Salamandras, había sociedades protectoras de animales que se preocupaban febrilmente de que no se las tratara con crueldad o inhumanidad. Gracias a su constante intervención se consiguió que casi en todas partes, los centros competentes vigilaran para que se respetasen, con relación a las salamandras, las prescripciones policíacas y veterinarias válidas para cualquier otra clase de animales.

También los enemigos de la vivisección firmaron muchas protestas y peticiones para que se prohibieran los experimentos científicos con salamandras vivas, y en una serie de estados se promulgó, efectivamente, una ley en ese sentido
[15]
.

Sin embargo, con la creciente cultura de las salamandras se sentía cada vez mayor perplejidad al tener que colocarlas bajo la ley llamada «Protectora de Animales.» Parecía algo impropio a causa de un motivo no claramente definido. Entonces fue cuando se creó la Liga Internacional Protectora de Salamandras
(Salamander Protecting Leagué
), bajo el patrocinio de la duquesa de Huddersfield. Esta liga, que contaba con más de doscientos mil socios, principalmente en Inglaterra, hizo un considerable y provechoso trabajo a favor de las salamandras; sobre todo consiguió que se construyesen, a lo largo de las costas, campos de juego especiales para las salamandras, donde éstas pudieran ejecutar, sin ser molestadas por los curiosos espectadores, sus «reuniones y fiestas deportivas», aunque, en realidad, se decía que era para que celebrasen sus secretas «Danzas del Plenilunio». Además logró que en todas las escuelas y centros de enseñanza (hasta en la misma Universidad de Oxford), se influyera en los alumnos para que dejasen de apedrear a las salamandras y para que, hasta cierto punto, se tuviese en cuenta el no recargar de trabajo escolar a los renacuajos. Finalmente obtuvo también que los lugares de trabajo y residencia de las salamandras fuesen rodeados de una especie de empalizada alta, para protegerlas contra posibles molestias y, principalmente, para separar su mundo del de los humanos
[16]
.

Sin embargo, pronto se vio que este intento aislado, aunque loable, de solucionar en forma decorosa y humanitaria el problema de las relaciones entre la sociedad humana y las salamandras, no era suficiente. Había sido relativamente fácil incorporar a las salamandras al proceso de producción, pero agruparlas en alguna forma de orden social era mucho más complicado. La gente conservadora aseguraba que, en aquel caso, no se podía hablar de ningún problema legal o público.

Las salamandras eran, sencillamente, propiedad de sus patronos, que respondían por ellas y consecuentemente, de los daños que pudiesen ocasionar. A pesar de su indudable inteligencia, las salamandras eran, solamente, un objeto legal, cosas o bienes, y cualquier ley especial sobre ellas sería una intervención nociva en el sagrado derecho de la propiedad individual. Otros, por el contrario, aseguraban que las salamandras, como seres inteligentes y, hasta cierto punto, responsables, podían infringir por los medios más diversos las leyes vigentes. ¿Por qué había de ser el dueño de las salamandras el que pagase los delitos cometidos por ellas? Un riesgo así acabaría, sin lugar a dudas, con la iniciativa privada en todo lo referente al trabajo de las salamandras. En el mar no hay barreras, se decía. No puede encerrarse a las salamandras para tenerlas bajo control. Por eso es necesario dominarlas por vía legal, haciendo que respeten las leyes humanas y se guíen por las órdenes promulgadas especialmente para ellas
[17]
.

Según nuestros informes, las primeras leyes para las salamandras fueron promulgadas en Francia. La primera fijaba las obligaciones de las salamandras en caso de movilización y guerra; la segunda, llamada ley Deval, recordaba a las salamandras que podían establecerse solamente en las partes de litoral que les indicase su propietario o las autoridades departamentales; la tercera, indicaba que las salamandras debían obedecer incondicionalmente todas las disposiciones de la policía. Caso de que así no lo hiciesen, las autoridades policíacas tenían derecho a castigarlas encerrándolas en lugares secos y soleados o, finalmente, despidiéndolas del trabajo por algún tiempo. Los partidos de izquierda, por otra parte, presentaron una proposición al Parlamento a fin de que se elaborase una legislación social para las salamandras que ajustase sus obligaciones de trabajo e impusiera a los patronos ciertos compromisos hacia ellas (por ejemplo, vacaciones de catorce días durante la época de apareamiento en la primavera). La extrema izquierda exigía que fueran totalmente prohibidas las salamandras como enemigos de la clase obrera al servicio del capitalismo, por trabajar demasiado aprisa y casi gratuitamente, amenazando así el nivel de vida de los trabajadores. Para apoyar estas demandas se declaró una huelga en Brest y se hicieron grandes manifestaciones en París. Hubo muchos heridos y el Ministro Deval se vio obligado a presentar la dimisión. En Italia fueron sometidas las salamandras a una corporación especial, compuesta de patronos y autoridades; en Holanda se las colocó bajo el control del Ministerio de Construcciones Acuáticas; en resumen, cada Estado resolvió la cuestión de las salamandras a su manera, pero las disposiciones oficiales que indicaban los deberes públicos y restringían la libertad de las salamandras, fueron en todas partes casi las mismas.

Se comprende que con la promulgación de las primeras leyes para las salamandras surgió gente que, en nombre de la lógica y el derecho, aseguraba que la sociedad, al imponer obligaciones a las salamandras, tenía también que reconocerles algunos derechos. «El Estado que promulga leyes para las salamandras las reconoce
ipso facto
como seres responsables y libres, como sujetos jurídicos y, a fin de cuentas, hasta como sus ciudadanos.» «En este caso, es preciso solucionar de alguna forma sus relaciones de ciudadanos con respecto al Estado bajo cuya legislación viven. Desde luego, sería posible considerar a las salamandras como inmigración extranjera, pero entonces el Estado no podría imponerles ningún servicio determinado y la obligación de movilización en tiempos de guerra, como ocurre ahora (a excepción de Inglaterra), en todos los países civilizados. Seguramente queremos que las salamandras, en caso de guerra, defiendan nuestras costas, pero entonces no podremos negarles ciertos derechos de ciudadanía como, por ejemplo, el derecho al voto, el de reunión, el de representación en diferentes cuerpos, etc».
[18]
Hasta llegó a proponerse que se diese a las salamandras como una especie de autonomía submarina. Pero éstas y otras consideraciones quedaron puramente en proyectos, no llegándose a ninguna solución práctica, principalmente porque las salamandras nunca solicitaron su derecho a la ciudadanía.

De la misma forma, sin interés directo o intervención de las salamandras, se trató otro problema que giraba alrededor de la conveniencia o no del bautizo de aquéllas. La Iglesia Católica, desde un principio, tomó la decisión de que era completamente innecesario porque, al no ser las salamandras descendientes de Adán, no habían heredado el Pecado Original y, por lo tanto, no necesitaban redimirse por medio del bautismo. La Santa Iglesia no quiso intervenir de ninguna forma en la cuestión de si las salamandras tenían o no un alma inmortal, o si participaban de la misericordia y gracias que concede el Creador a sus criaturas. Su buena voluntad hacia las salamandras la expresaba solamente acordándose de ellas en oraciones especiales, que eran leídas en días determinados junto a los ruegos por las almas del purgatorio y la intercesión por los paganos
[19]
. Mucho más complicada era esta cuestión para las iglesias protestantes. Reconocían que las salamandras tenían conocimiento y, por lo tanto, facilidad de comprender la enseñanza cristiana, pero dudaban en hacerlas miembros de la iglesia y, de esa forma, sus hermanos en Cristo. Por tanto, se conformaron en publicar un extracto de las Sagradas Escrituras para las salamandras en papel impermeable, editando millones de ejemplares. También se consideró el hacer para las salamandras, al estilo del
basic-english
, una especie de
basic-Chñstian
con las enseñanzas básicas bien simplificadas; pero los proyectos en este sentido levantaron tal número de protestas entre los teólogos que, finalmente, se desistió de ello
[20]
. Algunas sectas religiosas (sobre todo en Estados Unidos) no tuvieron tantos escrúpulos y enviaron a sus misioneros a predicar a las salamandras la Verdadera Fe, bautizándolas según las palabras de la Escritura: «Id por todo el mundo enseñando a todas las naciones.» Pero pocos misioneros consiguieron cruzar la valla que separaba las salamandras de la gente. Los propietarios les prohibían la entrada, para que con sus sermones no distrajeran inútilmente a las salamandras en su trabajo. Aquí y allá se veían predicadores asomados por las vallas de hormigón, entre los perros que ladraban furiosamente a sus enemigos del otro lado de la tapia. Sin embargo, a pesar de todos los inconvenientes, predicaban con gran fervor la Palabra de Dios.

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