»Así que Jacob escapó y, estando en el desierto, se le apareció Dios sobre lo alto de una escalera y le habló. Le dijo que le daría la tierra en que dormía, a él y a sus descendientes. También le dio la fórmula para que se cumplieran sus palabras pero Jacob no supo qué hacer con ella. Tras el sueño, siguió su camino y llegó a la casa de su tío Haran, donde se casó con su prima Raquel.
»Jacob tuvo doce hijos, no todos con su legítima mujer. La fórmula recibida de Dios la fragmentó en doce partes y dio una a cada uno de sus hijos, formando las doce tribus de Israel, que se extendieron por toda la tierra. Durante siglos, el que dirigía cada tribu poseía como señal el fragmento de la fórmula.
—Que Dios eligiera a los judíos para entregar su fórmula… ¿No le hace pensar? —preguntó Ludwig mordaz.
—No me venga con proselitismo barato —repuso Schäuble, molesto por la interrupción—. Dios entregó esta fórmula a lo largo de la historia a otros pueblos, con la única diferencia de que la que ha llegado hasta nosotros es la de Jacob. Si no tiene ninguna otra aportación que hacer, continuaré con mi relato.
»A través de los siglos los fragmentos fueron heredados por los sucesivos jefes de las tribus. Después, todo se perdió, al igual que ocurrió con la famosa Arca de la Alianza, pero los fragmentos, como los mandamientos, traspasaron las paredes de las urnas donde estaban encerrados.
»¿Quién y cómo los reunió? No le sabría decir. Imagino que algo tendrían que ver las cruzadas y los expolios cometidos en Tierra Santa por los ejércitos cristianos. El caso es que la fórmula entera llegó hasta un tal Christian Rosenkreuz a principios del siglo XV.
»¿Le habló el rabino de él? Bien. Luego le explicaré por qué es importante, pero los rosacruces creían en una Inteligencia Cósmica creadora del Universo en el que vivimos y de la que todas las cosas y seres formarían parte. Básicamente era algo parecido a lo que postulaba el gobierno de Hitler. Una religión en la que Dios es una fuerza física, una Energía impersonal que lo abarca todo.
Ludwig se preguntaba hasta dónde querría llegar el anciano. Parecía estar recitando una lección aprendida años atrás y por la obsesiva seriedad con que lo hacía quedaba claro que estaba convencido de su autenticidad.
—Los diferentes maestres de esta logia se fueron pasando la fórmula sin saber, como le sucediera a Jacob, qué hacer con ella. Hasta que llegó al cardenal Pietro Francesco Orsini, futuro papa Benedicto XIII. Orsini fue uno de los maestres de los rosacruces que tuvo en su poder la formula. Con una diferencia: que se dedicó a estudiarla hasta dar con la clave para poder utilizarla.
»Orsini traicionó a la logia y se apropió de la fórmula para sus fines particulares. Para poder hacer uso de ella necesitaba ayuda y contrató los servicios de un prometedor fabricante de violines: Antonius Stradivarius. Le dio suficiente dinero como para que se independizara de su maestro y montara su propio taller y, durante el resto de su vida, Stradivarius se dedicó a construir aquellos instrumentos. Como comprenderá, dada su complejidad, la gran mayoría no reunía las características necesarias, pero al final consiguió terminar la colección.
»Lo curioso del caso es que el ya papa Benedicto XIII se desentendió de su propio encargo. Quizá ya había llegado a lo más alto y no le interesaba arriesgar su posición abriendo esas misteriosas puertas celestiales.
—¿Cómo sabe usted lo del cardenal Orsini? —preguntó Ludwig, que, a su pesar, se mostraba cada vez más interesado en la rocambolesca historia.
—Imagino que su amigo le contaría también que el brazo derecho de Adolf Hitler, Himmler, fundó el Deutsches Ahnenerbe, que, entre otras cosas, se dedicó a estudiar viejas leyendas como el Santo Grial, el Arca de la Alianza y demás.
»A manos de la institución llegó un viejo e inacabado informe, no se sabe redactado por quién. En éste un rosacruciano acusaba al ya papa de haber revelado a un no iniciado el secreto de la fraternidad. Por curiosidad, los investigadores del instituto lo tuvieron en cuenta y buscaron todo lo relativo a Orsini, hasta que en sus manos cayó nada menos que su diario. En él se mencionaba un encargo de doce instrumentos de cuerda a un joven fabricante cremonés llamado Stradivarius, donde se ocultaba algo. Intrigados, los investigadores estudiaron la vida de Antonius y encontraron esas leyendas que hablaban de un secreto escondido en su Biblia y que, posiblemente, se trataría de la fórmula química que componía el barniz con el que el laudero confería la magia a sus instrumentos.
—Y obligaron a los prisioneros de Mussolini a remover tierra en busca de la fosa común donde se encontraban sus huesos, hasta que la encontraron —apuntó Ludwig.
—Así fue. Pero aquello era un trabalenguas indescifrable. La letra del genio era ilegible, así como la construcción de las frases, pues mezclaba el italiano con el latín y algún dialecto provincial o argot propio de la profesión. Buscaron expertos calígrafos y éstos llegaron a la conclusión de que el misterioso secreto podía tener algo que ver con las ondas.
—Y lo llamaron a usted.
—De nuevo acierta. Yo trabajaba antes de la guerra en un laboratorio particular y me ganaba muy bien la vida. La contienda no me interesaba lo más mínimo y era uno de los que vivían en la
zona gris
, ese término que se dio a los alemanes que no querían saber qué estaba sucediendo con sus vecinos judíos, discapacitados, gitanos, homosexuales y otros desviados, que de un día para otro desaparecían misteriosamente y sin dejar rastro. Como comprenderá no me sentí muy contento cuando me vinieron a buscar. Pasé a depender del instituto de Himmler, a las órdenes de las SS, en un programa que me pareció absurdo y propio de gente sin juicio, ganando bastante menos y lejos de mi hogar.
»Cambié de opinión en cuanto me involucré en aquel proyecto. Descubrí que los nazis tenían razón. Ya sé que usted no va a creer nada de lo que considerará propaganda basura. Pero se equivoca. Yo era escéptico y a mí me persuadieron. No voy a perder tiempo tratando de convencerlo a usted. El caso es que me dediqué en cuerpo y alma a descifrar aquella Biblia. Descubrimos algunos de los instrumentos que harían falta para llevar a cabo el plan. Poco a poco avanzamos hasta que llegó el fin de la guerra y tuvimos que huir, dejando atrás todo.
»Le voy a decir una cosa que lo sorprenderá. Cuando atraparon a Hermann Goering, uno de los principales colaboradores de Hitler, éste dijo: «Han tenido mucha suerte de que la guerra no haya durado unos meses más…». Siempre se ha atribuido esta amenaza a la fase adelantada en la que se encontraba la construcción de la bomba atómica, que hubiese cambiado el signo de la guerra como lo hizo con Japón, pero no es cierto. Goering se refería al proyecto Bifrost.
—¿De verdad cree que puede construir un puente al mundo de los dioses?
—No lo cree, ¿verdad? En el mundo hay muchas cosas que hace años eran imposibles. ¿Qué cree que hubiesen pensado de usted, hace no tantos años, si hubiese afirmado que pisaríamos la luna? Hubiera acabado encerrado en un manicomio. No subestime lo que desconoce.
»Como le decía, con el fin de la guerra hubo que abandonar el proyecto, pero yo me llevé conmigo la Biblia de Stradivarius y la estudié detenidamente durante muchos años. Conseguí determinar la lista de los instrumentos precisos para ejecutar la fórmula, pero ésta no aparecía por ningún lado. Utilicé la criptología con aquel libro, pero inútilmente. Al final la solución vino casi sola. Un día se me ocurrió aplicar calor a las hojas y allí estaba la fórmula y la manera de llevarla a cabo. Esto hoy en día es un juego de niños. La leche, el zumo de limón, el de una cebolla… sirven para escribir un mensaje secreto. Naturalmente hay otras sustancias que no dejan huella. Pero no había pasado por mi imaginación que Stradivarius hubiese usado ese truco.
—¿Orsini le dijo a Stradivarius cómo se utilizaba la fórmula? —preguntó incrédulo Ludwig.
—A mí también me sorprendió. Quizá, por algún motivo que no logro imaginar, el laudero necesitaba esa información. Sin duda Orsini pensó que el joven inculto sería incapaz de hacer uso de ella, como así sucedió.
—¿Para qué sirve esa fórmula?
—Veo que he captado su atención —contestó el nazi, al que cada vez se le notaba más cansado—. Bueno, hasta no hace mucho estaba completamente a oscuras. No es que haya descubierto exactamente cómo se consigue, pero creo saberlo y, lo que es más importante, sé lo que puede hacer.
»En un primer momento pensamos que se podía tratar de una especie de máquina del tiempo. No como las que se ven en las películas sino algo más sutil, siguiendo las leyes de la física cuántica. Sería muy engorroso explicárselo, pero créame que, al menos teóricamente, se puede viajar en el tiempo.
—¿Se refiere a la teoría de los universos paralelos?
—Sí. Pero dejémoslo. No tiene nada que ver con lo que nos ocupa —dijo Schäuble, y con los ojos iluminándosele, añadió—: La clave es aún más hermosa.
Por un momento parecía que el viejo nazi revivía y recuperaba parte de sus fuerzas al rememorar sus éxitos.
—¿Qué le contó sobre Pitágoras? —preguntó de pronto.
Ludwig le habló de la música de las esferas, que interpretan los cuerpos celestes al moverse por el Universo, y de la relación entre las distancias entre planetas con las de las notas musicales.
—Una idea asombrosa para alguien muerto hace tanto tiempo, ¿no cree doctor?
»No fue el único que pensó así. Platón también lo creyó. Decía que no podíamos escuchar la música de los astros porque su sonido es constante desde que nacemos y nos hemos acostumbrado a él, lo mismo que sucede con el ruido que hace la sangre al recorrer el sistema circulatorio, como sin duda sabrá. Otro científico que defendió esta idea fue Kepler. Éste aseguró que existían seis melodías que, al combinarse entre sí, podían producir cuatro acordes distintos, siendo uno de ellos el acorde producido en el momento de la creación del Universo y otro el que marcaría su fin. Hubo otros que creyeron lo mismo, como Cicerón, Arístides o Tolomeo.
»Una de las mayores aportaciones de Pitágoras a la ciencia y por la que menos se le conoce es su estudio de la armonía. ¿Sabe lo que significa ese término? Proviene del griego y quiere decir «ajustamiento», «combinación». Es decir, equilibrio, proporción de unas cosas con otras. Pitágoras entendía la armonía como el orden divino del Cosmos. En música es la ciencia que estudia las relaciones entre sonidos emitidos simultáneamente. La música siempre ha estado muy relacionada con la divinidad. Plotino consideraba la música como uno de los caminos para llegar hasta Dios. San Agustín también pensaba lo mismo. Desde el punto de vista filosófico está considerada como una revelación divina al hombre.
»Ahora le pido por favor que escuche, sin interrumpir; lo que le voy a contar le chocará.
Inquieto por la situación, el médico se removió en su asiento. Al otro lado del escritorio, el nazi se reclinaba, mirando el techo, buscando la forma de expresar sus ideas. Como una estatua, Hermann permanecía ocupando la puerta. No se había movido en ningún momento.
—He dicho antes que los rosacrucianos creían que no existía un dios como ente diferenciado y singular, sino como una energía compuesta por todo lo que conforma el Universo. La energía son ondas y la música está compuesta por ellas. También le he explicado que los nazis pensaban algo parecido aunque más romántico. Éramos los elegidos, hijos de los dioses y divinos por tanto. Yo he llegado a considerar lo mismo. No se sorprenda, no es más absurdo que creer en la existencia de un dios personal, omnipresente y establecido en el Cielo desde siempre.
»Esta divinidad era el paraíso del que habla la Biblia y en la que vivían Adán y Eva, nuestros antepasados, hasta que probaron el fruto prohibido, por lo que fueron expulsados del Edén. Según la Teoría del Caos la historia es una trama que se teje indefinidamente.
—Ya me conozco esa teoría. No creo que se pueda aplicar a este caso.
—¡Al contrario, doctor! —repuso alborozado el anciano—. Encaja a la perfección. En un momento de esta trama uno de los hilos se enreda y la tela tiene un pequeño error que se va extendiendo hasta arruinar totalmente el tejido. Eso es lo que pasó con el pecado original del que nos hablaban y ¿cuál fue ese pecado?
—No me diga que cree de verdad en esa patraña del cruce del hombre con las bestias —repuso incrédulo Ludwig.
—Así es, por mucho que le parezca una locura. De esa mezcla contra natura salieron todas las demás razas humanoides.
—¡Pero eso es imposible! —repuso Ludwig—. Soy médico, no lo olvide. Esa teoría resulta fisiológicamente insostenible.
—Recuerde que yo también soy científico, doctor, y conozco las leyes de la genética. No digo que actualmente resulte posible cruzar especies, sino que sí lo era cuando sucedió todo esto. Precisamente las diferencias genéticas fueron una corrección para evitar que volviera a suceder lo mismo. Permítame que siga con la explicación.
Ludwig no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. ¡Aquel hombre se consideraba a sí mismo un científico cualificado! ¡No era posible siquiera tener en cuenta semejante aberración!
—Sólo un pequeño reducto de puros logró sobrevivir pero fue cercado por los salvajes —continuó el nazi indiferente a las protestas del médico—. Estos puros, no acostumbrados a la guerra, fueron perdiendo espacio y sólo consiguieron transmitir sus conocimientos para que el Universo volviera a ser lo que era. Ellos fueron los que entregaron la fórmula a Jacob para que algún día se reparara la trama donde fue dañada.
«Escuche, doctor. El Universo está desafinado. ¿No se da cuenta? ¿No siente la desarmonía?
—No —contestó con tono cortante Ludwig.
—Cierre los ojos y escuche, ¿no lo oye? —insistió el anciano.
—No oigo nada.
—Deje la mente en blanco y escuche con atención. Escuche las guerras; el odio; el sufrimiento; el hambre; la enfermedad; el llanto de los niños que no tienen qué comer, ni el abrazo de una madre. Oiga cómo se lamenta la tierra; seísmos y huracanes la sacuden. Sienta el vacío en las almas de los hombres; la desesperación. Todo eso es la desarmonía. El apóstol Mateo dijo; «Se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá hambres y terremotos en diversos lugares, pero todo esto es el comienzo de los dolores».
—¿Así justifica usted el Holocausto, el genocidio contra los judíos y gitanos?, ¿los más de seis millones de personas que perdieron la vida en sus campos de concentración, muchos de ellos niños?