Pero Lemelisk prefería la burbuja de observación privada que Durga utilizaba como sala de relajación y descanso. Allí, con los ojos clavados en los arietes orbitales de rocas medio aplastadas que chocaban incesantemente entre sí, Lemelisk podía estar a solas con sus pensamientos y permitir que su mente funcionara a toda velocidad mientras se le iban ocurriendo mil cosas nuevas, ideas que exploraría en algún momento posterior. El potencial destructivo de ese espectáculo hacía que Lemelisk fuese curiosamente consciente del poder oculto encerrado en toda aquella metralla espacial, y eso le calmaba.
En cuanto los Explotadores de Mineral Automatizados Gamma y Delta estuvieron en condiciones de operar —con la programación alterada para que se ignorasen mutuamente como potenciales objetivos de recursos—, la construcción había progresado asombrosamente bien. Lemelisk podía ver cómo el leviatán florecía día a día, cobrando forma a partir de un amasijo de vigas sueltas que flotaban en el espacio para convertirse en la larga y resplandeciente empuñadura de una espada de luz que acabaría siendo un súper láser capaz de hacer añicos planetas enteros.
Los taurills eran la clave, por supuesto: emplearlos como trabajadores había sido una idea genial de Durga, y Lemelisk estaba dispuesto a reconocerle todo su mérito al hutt. Las criaturas simiescas de muchos brazos eran muy ágiles y fuertes y, cuando había un número lo suficientemente grande de ellas trabajando al unísono, también eran lo bastante inteligentes para llevar a cabo aquel tipo de tareas.
Lemelisk no tenía ni la más leve idea de cuál era el sitio del que Durga había sacado los miles de trajes ambientales de diseño especial, aquellos pequeños atuendos provistos de calefacción, sistemas de sellado, cuatro brazos y dos piernas con los que habían vestido a los taurills. Las diminutas criaturas iban y venían por el vacío como una manada de alimañas, correteando por toda la zona de construcción en una diligente labor colectiva.
Lemelisk había pasado horas con un par de representantes de los taurills, dos criaturas peludas que parecían mascotas malcriadas, y al principio se había sentido bastante ridículo. Les había mostrado los planos de la Espada Oscura en el proyector holográfico y había ido indicando todos los detalles del trabajo de construcción, repasando tediosamente cada paso. Al principio había tenido la impresión de estar hablando con dos bolas de pelos totalmente desprovistas de inteligencia que parpadeaban estúpidamente con los ojos clavados en él. Pero Lemelisk sabía que aquellas miradas vacías en las que brillaba una vaga luz de diversión eran ventanas a una Mente Superior mucho más grande que podía concentrar todos los datos recolectados por aquellos dos observadores, absorbiéndolos y comprendiéndolos.... o por lo menos eso esperaba.
Aquellas criaturas capaces de unir sus mentes individuales tendrían que trabajar en colaboración conociendo todos los detalles del diseño global. Si todo iba bien, la superarma sería construida en una pequeña fracción del tiempo normalmente requerido para la construcción espacial.
Mientras miraba hacia fuera y veía cómo el largo tubo envuelto en vigas iba siendo creado delante de sus ojos, Lemelisk se sintió muy impresionado. Aunque sólo fuese por una vez, la experiencia de tener unos obreros que trabajaban con entusiasmo resultaba tan distinta, tan fantástica...
Los convictos del planeta penal Despayre habían demostrado ser totalmente inadecuados para soportar las duras condiciones de trabajo exigidas por la construcción de la primera Estrella de la Muerte. No estaban adiestrados, eran mentalmente inestables y no poseían la mínima resistencia física necesaria para trabajar en el espacio, lo cual los convertía en una pésima fuerza laboral en todos los sentidos. Finalmente, después de sus repetidos y costosos errores, Lemelisk expresó su disgusto e irritación al Gran Moff Tarkin, quien inició las acciones adecuadas.
Después de que Tarkin hubiera acabado de ejecutar a todas las cuadrillas de trabajadores, Lemelisk y seiscientos soldados de las tropas de asalto lo acompañaron en una «expedición de reclutamiento» al planeta Kashyyyk.
—Los wookies son animales —dijo Tarkin, el rostro tenso en una mueca brutal mientras sus ojos relucían con gélidos reflejos de pedernal—. Son peludos y violentos, y apestan..., pero son lo suficientemente inteligentes. Si se los doma adecuadamente, son trabajadores aceptables, así como sacrificables en el sentido habitual de la expresión. Su planeta queda bastante lejos de las grandes rutas espaciales, y apenas está habitado. Unos cuantos comerciantes humanos lo visitan y hacen algunos negocios con ellos, pero no se trata de nada que vaya a ser echado en falta. Por eso hemos esclavizado a algunos wookies con anterioridad.
—Lo sé —replicó Lemelisk—. Utilizamos a un grupo de esas bestias para que nos ayudaran a construir la Instalación de las Fauces, pero no tuve mucho contacto con ellos.
—Ah —murmuró Tarkin, asintiendo—. Entonces ya sabe qué clase de animales salvajes son.
—Sí, pero no cabe duda de que son fuertes.
Mientras los Destructores Estelares permanecían en una órbita alta, Lemelisk acompañó al Gran Moff cuando las lanzaderas de asalto descendieron velozmente a través de la atmósfera con todo su armamento escupiendo fuego para atraer la atención de los nativos. Buscaron un lugar para bajar en el dosel de vegetación, y Lemelisk volvió la cabeza hacia la ventanilla del compartimiento de pasajeros para contemplar con alarma y consternación las hojas y las ramas que albergaban enjambres de insectos y alimañas. Le revolvía el estómago pensar que los habitantes de aquel mundo hubieran hecho tan poco para mejorar su entorno: no había desarrollo ni civilización, sólo primitivas moradas arbóreas. El bosque estaba por explotar. Lemelisk apenas podía creerlo, y rebajó sus expectativas sobre la inteligencia de los wookies.
Los soldados de las tropas de asalto localizaron una tosca pista de descenso sostenida por miles de ramas de un metro de grosor que se abría en el dosel verdoso. Parecía un poco precaria, pero la plataforma demostró ser lo suficientemente sólida cuando las lanzaderas de asalto se posaron sobre ella entre un estallido de energía de sus haces repulsores.
Los wookies con los que se encontraron hablaban un lenguaje de trompeteos y gruñidos que resultaba completamente incomprensible. Por fortuna, comprendían para qué servían los desintegradores. Algunos de sus líderes también entendían el básico, por lo que cuando Tarkin emitió sus demandas, los líderes tradujeron las palabras a ladridos y resoplidos. El rugido de desafío que lanzaron a continuación dejó bien claro que los wookies las habían entendido a la perfección.
Lemelisk suspiró. Tarkin tendría que emplear la fuerza.
Las lanzaderas de asalto empezaron a trazar un enorme círculo y fueron disparando sus cañones láser hasta que grandes secciones del imponente bosque quedaron envueltas en llamas. Columnas de humo brotaron de los árboles y fueron extendiéndose por el cielo como manchas de sangre negra. Los animales peludos llamados wookies gimotearon, sintiéndose traicionados.
Lemelisk ya había empezado a planear cuál sería la mejor manera de utilizar a aquellas robustas bestias en la construcción de la Estrella de la Muerte, y trataba de calcular cuántos guardias humanos resultarían necesarios para cada grupo de trabajadores y cuáles serían las dimensiones óptimas de una cuadrilla de wookies. Ese tipo de detalles administrativos y de construcción siempre acosaban a Lemelisk cuando estaba embarcado en un proyecto difícil.
Los wookies fueron azotados con látigos de energía y sus crías fueron conducidas hasta campamentos para rehenes mientras que los adultos de ambos sexos eran metidos en los compartimentos de carga. Un macho enorme que tenía las puntas del pelaje de color plateado se rebeló y empezó a derribar soldados de las tropas de asalto a diestra y siniestra. Los otros wookies se unieron a la refriega en cuestión de momentos, pero Tarkin no vaciló y ordenó a sus hombres que mataran a cualquier bestia que se resistiese.
El macho del pelaje plateado fue el primero en caer, y se precipitó al vacío desde lo alto de la plataforma con un agujero humeante en el pecho. Su cuerpo fue abriendo un ruidoso camino a través del dosel verde hasta que acabó deteniéndose, atrapado entre las gruesas ramas que se extendían muy por encima del suelo. Otros wookies que se habían rebelado también fueron aniquilados, y su resistencia terminó rápidamente. A partir de ese momento, todos los wookies llevaron aros de sujeción rodeándoles las muñecas.
Lemelisk deseaba que Tarkin volviera lo más pronto posible a la zona de construcción para que pudieran empezar a entrenar a los nuevos trabajadores. Después de todo, el proyecto tenía unos plazos que cumplir y el Emperador había confiado en ellos. Lemelisk se preguntó si aquellos wookies no lo entendían, y acabó diciéndose que probablemente no. Sólo eran unos animales estúpidos.
Durante el viaje de vuelta y los interminables días de adoctrinamiento, la resistencia de los wookies quedó todavía más debilitada gracias a los transmisores sónicos de estimulación negativa, las drogas introducidas en su comida y las amenazas contra los rehenes que Tarkin había abandonado en Kashyyyk.
Pero en cuanto hubieron sido adiestrados, Lemelisk se sintió orgulloso de los considerables progresos hechos por los wookies. Los nuevos trabajadores eran fuertes y competentes..., siempre que estuvieran atentamente vigilados en todo momento para evitar los intentos de sabotaje.
Volver a ver cómo la Estrella de la Muerte avanzaba con tal velocidad hacia su terminación era maravilloso.
Por lo que podía discernir Bevel Lemelisk, la construcción de la Espada Oscura se estaba llevando a cabo con toda corrección, pero mientras veía trabajar a tales velocidades a los taurills el científico tuvo un mal presentimiento. Se acordó de las dificultades que había experimentado con las cuadrillas de wookies a los que habían obligado a trabajar en la construcción de la Estrella de la Muerte y llevó a cabo un examen telescópico, comparando las líneas de los diagramas holográficos con lo que podía ver de la estructura de duracero que formaba el enorme esqueleto cilíndrico.
Los taurills eran trabajadores diligentes y asombrosamente rápidos..., pero Lemelisk había descubierto que su mayor defecto era que se distraían con mucha facilidad. La mente—colmena de los taurills poseía miles de distintas facetas de atención, y cuando un asteroide pasaba demasiado cerca de la zona de construcción o una nave de los contrabandistas se hacía visible en el firmamento, los taurills concentraban su atención en el nuevo espectáculo. A medida que la Mente Superior se iba sintiendo interesada por la novedad, más y más de sus componentes de muchos brazos se volvían para mirar en esa dirección, echando a correr para poder ver mejor lo que ocurría, escalando nuevas posiciones y contemplando aquel acontecimiento tan intrigante desde una nueva perspectiva minuciosamente tramada entre todos los taurills.
Por desgracia eso cambiaba las posiciones de sus cuerpos con el resultado de que cuando las criaturas peludas volvían a sus tareas, muchas de ellas se encontraban en un lugar distinto a aquel en el que habían estado trabajando antes, y unían las vigas equivocadas o conectaban entre sí circuitos que habrían debido permanecer separados.
Mientras estudiaba las líneas de luz, Lemelisk sintió que su corazón se precipitaba hacia las profundidades de su abultado estómago: una gran sección de la estructura exterior de la Espada Oscura estaba siendo montada de una manera errónea, y las vigas iban siendo soldadas en puntos equivocados. El receptáculo del núcleo del ordenador estaba conectado a la salida de residuos calóricos. Los puntos de anclaje del súper láser habían sido colocados con una variación de noventa grados respecto a los ángulos originales, y su disposición no podía ser más errónea.
Lemelisk, muy enfurecido, salió del apacible útero de la burbuja de observación de Durga sin perder ni un instante. Tenía que encontrar a un taurill para empezar a explicarle a gritos en qué aspectos de la construcción se habían equivocado. Daba igual con qué criatura hablase, ya que todas eran la misma y la Mente Superior le oiría. Oh, sí, la Mente Superior le oiría, desde luego...
La aterradora idea de que Durga el Hutt podía descubrir el retraso y ordenar su ejecución después de todo bastó para que se le formara un nudo de hielo en el estómago. Lemelisk no quería que volvieran a matarle.
Que el señor del crimen hutt no estuviera allí era un gran alivio, por supuesto. Lemelisk ordenaría a los taurills que hicieran turnos dobles para arrancar toda una sección de la Espada Oscura y volvería a empezar desde cero. Las criaturas que formaban la mente colmena tendrían que prestar más atención al trabajo, aunque Lemelisk se temía que probablemente eso era imposible. Pero quizá podría salir de aquel lío antes de que ocurriera algo peor.
En cuanto al general Sulamar, lo más probable era que ni siquiera llegara a darse cuenta del error.
El mundo helado de Hoth flotaba debajo de su conjunto de lunas como una bola de nieve llena de grietas. Calista pilotaba su yate espacial, siguiendo las coordenadas que le había dado Luke.
Luke, que estaba sentado en el asiento de pasajeros, se inclinó hacia adelante mientras sentía un cosquilleo de expectación.
—Ahí abajo —dijo—. Ése es el sitio en el que el espíritu de Obi—Wan se me apareció por primera vez cuando yo casi estaba congelado a causa de una ventisca. Me dijo que fuese a Dagobah y que encontrara a Yoda. Han intentó convencerme de que sólo había sido una alucinación.
Calista permanecía en silencio con las manos tensas sobre los controles. Desde su contacto con el lado oscuro en Dagobah, la joven no había querido hacer ningún nuevo experimento con los poderes Jedi a los que ya no podía acceder. A Luke le preocupaba que su reticencia y nerviosa preocupación pudieran llegar a hacerle más daño que cualquiera de sus fracasos anteriores, porque su terrible experiencia había hecho que Calista no se atreviera a intentarlo de nuevo. Luke no sabía cómo, pero tenía que disipar aquel miedo.
Calista contempló el planeta helado mientras iban descendiendo por la atmósfera repleta de nieblas.
—Ojalá Djinn Altis, mi maestro, viniera a mí en una visión —dijo por fin—. Estoy segura de que podría ayudarme.
Luke no supo cómo responder a esas palabras, por lo que se limitó a apretarle la mano.