Durga soltó una risita y sacó sus rechonchas manos del agua cenagosa.
—¿Inquietarme? No, no... No me ha entendido bien. Es sólo que yo pensaba que debe de haber algunas crisis políticas cruciales en mundos recalcitrantes de su Nueva República. Me sorprende que dispongan de un exceso de naves de guerra que puede ser desperdiciado en simples juegos.
—No hemos tenido ningún problema con el Imperio en general durante los dos últimos años —replicó Leia—. Aun así, nuestra flota tiene que mantenerse en forma.
Durga abrió mucho los ojos y se rió.
—Ooooh, el Imperio tal vez esté haciendo más de lo que ustedes creen. —Su voz retumbó en los opresivos recintos de las catacumbas—. Para demostrarle mis buenas intenciones, permítame que me ofrezca a prestarle un servicio..., algo por lo que los hutts son justamente famosos.
—¿Y en qué consiste ese servicio? —preguntó Leia, no especialmente interesada.
—Nuestra red cuenta con muchas fuentes de información de gran calidad, y poseemos ciertos datos que podrían resultar bastante valiosos para su Nueva República. Aprovechando su estancia en Nal Hutta, permítame que le ofrezca los servicios de uno de mis traficantes de información. Le daré instrucciones para que averigüe qué ha estado tramando el Imperio últimamente. Pienso que tal vez se lleven una sorpresa.
Han se tensó repentinamente junto a Leia, y sus manos se cerraron hasta convertirse en puños por debajo del agua. Leia ya había dado por supuesto que toda aquella oferta no era más que otra maniobra de diversión, un truco para distraerles, pero aun así le cogió una mano y asintió.
—Acepto su oferta con gratitud, noble Durga. Todo el funcionamiento de la galaxia reposa sobre la base de un servicio de inteligencia que proporcione datos precisos y en los que se pueda confiar.
Después se levantó, dejando que los hilillos de agua resbalaran por su cuerpo para caer dentro de la piscina.
—Pero por ahora creo que ya llevo demasiado rato en el baño —dijo.
Cetrespeó se apresuró a ir en busca de toallas.
Mientras caía la noche fuera del opulento palacio de Durga el Hutt, los otros habitantes del planeta cenagoso proseguían con sus desesperadas existencias. Disfrazado con unos harapos, y con el rostro barbudo cubierto por una capa de suciedad y cansancio —como cualquier otra pobre víctima oprimida de Nal Hutta—, el general Crix Madine avanzó por la creciente oscuridad con su destino indeleblemente grabado en su mente.
Empleando los fluidos y ágiles movimientos que había ido desarrollando durante años de operaciones clandestinas, Madine recorrió las oscuras calles y caminó sigilosamente por entre los viejos cobertizos prefabricados en los que se había instalado todo un barrio de gentes sin hogar. Almacenes cerrados relucían como casamatas militares bajo la pálida luz de la luna y los ásperos haces de los reflectores de seguridad que rodeaban el celosamente vigilado espaciopuerto.
Los centros de distribución trabajaban incesantemente procesando las materias primas arrancadas de la superficie de Nal Hutta y enviaban los suministros a la luna de Nar Shaddaa. Madine vio cadenas de luces, las estelas de los navíos de aprovisionamiento regulares, subiendo por los cielos llenos de nubes en dirección a la Luna de los Contrabandistas y volviendo con las bodegas de carga llenas de artículos del mercado negro que eran adquiridos y blanqueados en la misma luna.
La raza de los hutts tenía la costumbre de usurpar un mundo y luego lo exprimía hasta dejarlo seco, agotando todos sus recursos y contaminando su medio ambiente. Cuando acababan destruyendo el planeta «hogar» robado, los hutts se iban a otro sitio..., y actualmente su imperio del crimen estaba muy ocupado llevando a cabo la digestión de Nal Hutta.
Centros de entretenimiento para los suburbios se alzaban sobre precarios soportes de duracero en las relucientes y húmedas superficies de los pantanos. El complejo de entretenimiento parecía una idea de última hora para proporcionar alguna clase de diversión vacía de todo significado a quienes estaban atrapados en Nal Hutta. Madine se encontraba bastante lejos de él, pero aun así pudo oír el estrépito de la música y la algarabía todavía más ruidosa de los gritos.
Al otro lado del espaciopuerto, el palacio de Durga estaba iluminado por focos blanco azulados que deslizaban sus haces sobre los muros exteriores. La estructura se elevaba hacia el cielo como un gigantesco edificio de marfil, altivo y enorme en el centro de los otros habitantes del planeta.
Madine, que llevaba consigo un iluminador medio escondido, fue avanzando hacia la valla de alambre que impedía acceder a las pistas de descenso del espaciopuerto. La nave particular de Durga, un yate hiperespacial de diseño personalizado, reposaba bajo las luces de seguridad: la nave era alargada y de líneas vermiformes, y su liso casco color gris hierro estaba adornado con aletas y estabilizadores para el viaje atmosférico.
Mientras se aproximaba lenta y cautelosamente a la barrera. Madine vio las otras siluetas furtivas acurrucadas cerca de ella que contemplaban con anhelo las naves estacionadas en las pistas, aquellos recuerdos torturantes de que existía una forma de escapar de aquel mundo..., pero todos aquellos desconocidos huyeron a la carrera en cuanto Madine se acercó un poco más. El general deseó poder llamarles para ofrecerles alguna esperanza y prometerles que los rescataría cuando todo aquello hubiera terminado..., pero no podía hacerlo.
Llegó a la valla y se agarró a los delgados cables irrompibles como si fuese otro soñador atrapado. Patrullas de weequays armados montaban guardia en un rígido perímetro de vigilancia alrededor de la nave de Durga: sus rostros arrugados de piel tan reseca como el cuero estaban pétreamente impasibles, y permanecían tan inmóviles como un grupo de estatuas implacables. Madine sabía que los weequays no eran muy inteligentes, pero sí leales y feroces. No tendría ninguna posibilidad de acercarse a la nave. Pero no necesitaba hacerlo.
Se puso en cuclillas junto a la base de la valla y extrajo su iluminador de entre los pliegues de su maltrecha capa. Encontró el resorte oculto v abrió el compartimiento que había detrás de la linterna. Madine metió la mano en él y sacó a la pequeña y aleteante criatura que contenía, una mariposa lunar con delicadas alas azules que parecían hechas de gasa y que subieron y bajaron lentamente cuando intentó emprender el vuelo.
—Todavía no —dijo Madine—. Espera.
La mariposa se quedó totalmente inmóvil en mitad de un aleteo. Otros insectos nocturnos zumbaban alrededor de las brillantes luces de seguridad que iluminaban la pista de descenso del espaciopuerto. Aquella mariposa era una réplica perfecta de un insecto muy común, y había sido construida por los mejores especialistas en androides de Mequis III. La máquina—mariposa poseía una memoria de ordenador limitada, pero sabía obedecer órdenes y era consciente de la misión que se le había encomendado.
Madine sostuvo la mariposa en la palma de su mano y la volvió hacia el perfectamente iluminado yate hiperespacial de Durga.
—Adquisición del objetivo —dijo. Las antenas de la mariposa giraron y sus alas temblaron en un movimiento afirmativo. Madine esperó un instante más para estar totalmente seguro, y después dio la orden—. ¡Adelante!
La mariposa azul emprendió el vuelo, subiendo en una rápida espiral por entre las brisas nocturnas. Después voló siguiendo una pauta cuidadosamente aleatoria y minuciosamente errática, no atrayendo la más mínima atención.
Madine alzó la cabeza hacia el cielo, y gotas de fría lluvia empezaron a caer sobre él y le perlaron las mejillas. El general parpadeó y se quitó el agua grasienta de la cara, pero su barba absorbió la humedad. Madine fue siguiendo con la mirada a la mariposa mientras ésta se aproximaba a su objetivo, y notó cómo el corazón le iba latiendo cada vez más deprisa.
Aquella misión era muy sencilla y fácil de llevar a cabo. La máquina mariposa fue descendiendo hasta posarse sobre el casco del yate de Durga, justo detrás de una de las aletas estabilizadoras.
La mariposa sólo permaneció encima del casco durante un momento, justo el tiempo necesario para depositar su valioso huevo —una gotita microscópica—, y después volvió a batir sus alas y se alzó bajo la cada vez más intensa lluvia. Madine esperó hasta que el diminuto androide se hubo esfumado entre la negrura de la noche, alejándose de la nave de Durga todo lo que se lo permitían las potentes ráfagas del viento nocturno.
Madine sintió una punzada de tristeza cuando metió la mano entre los pliegues medio desgarrados de su bolsillo en busca de los minúsculos controles..., y presionó el botón de destrucción.
Vio un destello de luz blanca, un fogonazo resultado de la diminuta detonación. Después giró sobre sus talones y empezó a alejarse de la valla, confundiéndose con las sombras que envolvían a los ghettos prefabricados. Tenía tiempo de sobras para llegar al punto de la cita.
La misión de la mariposa había tenido éxito, y Madine podría seguir los movimientos de Durga allí donde fuese el hutt.
Luke despertó en plena noche para ver a Calista inmóvil junto a él, con su esbelto cuerpo silueteado sobre un fondo de pálida luz acuosa en una confusión de reflejos que atravesaban las paredes de hielo polimerizado de la cantera del cometa.
Luke la miró y se irguió en la cama, totalmente despierto en cuestión de segundos.
—¿Qué ocurre, Calista?
Neblinas calientes se enroscaban alrededor de ella como hilachas de vapor, y Luke experimentó una fantasmagórica sensación de déjá vu, un destello de recuerdo del momento en que había visto su imagen espectral cuando Calista estaba atrapada dentro del Ojo de Palpatine.
—No deberíamos estar aquí, Luke —dijo Calista, en voz baja y llena de preocupación.
Luke incrementó la intensidad de los paneles luminosos.
—¿Por qué no? —Salió de la cama y se puso en pie para abrazarla. Su cuerpo suave y caliente parecía haber sido hecho para que Luke lo rodeara con los brazos—. Este lugar es muy hermoso y está lleno de paz. ¿Qué sitio mejor puede haber para que pasemos algún tiempo juntos?
Calista clavó en él la profunda mirada de sus ojos grises.
—Es un sitio muy romántico en el que podemos estar a solas sin que nadie nos moleste, Luke, pero... Pero eso es todo. La cantera del cometa carece de foco, y aquí no hay ninguna conexión con nada que nos importe. No es personal. He de trabajar con algo personal. —Apretó los labios durante un momento, y después siguió hablando con más convicción—. Oh. Luke, ¿por qué no me llevas al sitio en el que aprendiste a emplear la Fuerza? Lo veré a través de mis ojos, y tú podrás guiarme.
Un tintineo plateado de agua brotaba de las fuentes. Los muros de hielo solidificado eran muy gruesos y absorbían los sonidos. Luke y Calista parecían estar aislados de todo lo demás, atrapados a una gran distancia del resto del universo..., tal como Calista había estado atrapada dentro de los bancos de datos del ordenador durante tantas décadas.
Luke la estrechó entre sus brazos.
—Sí —dijo después—. Puedo enseñarte muchos sitios... Será como una peregrinación a los mundos que influyeron en mi vida.
Calista le siguió mientras Luke salía del dormitorio, entraba en la sala y murmuraba su petición por la terminal de ordenador hábilmente disimulada. Mientras el sistema de búsqueda examinaba las cartas de navegación de acceso público, Luke fue a la unidad preparadora de comida y pidió dos tazones humeantes de té jeru, una variedad muy suave que calmaba los nervios. Le pasó uno a Calista y ella lo aceptó, sonriendo. Era su bebida favorita, y Luke había aprendido a beberla con ella.
Luke se sentó en uno de los cómodos sillones de la sala y Calista se puso detrás de él y fue moviendo sus largos dedos sobre sus hombros, creando una línea de relajación que fue derritiendo la tensión de sus músculos. Luke deslizó una mano por entre los mechones de su despeinada cabellera, intentando ordenar el caos del sueño. Tomó otro sorbo del espeso y dulce té y estudió el análisis navegacional, que había sido dispuesto en una espiral de distancias cada vez más grandes.
Un instante después sus labios se curvaron en una sonrisa llena de melancolía cuando encontró el lugar que estaba buscando.
—Muy bien —dijo, y se volvió hacia Calista—. Parece que empezaremos yendo a Dagobah.
Las nubes formaban una gruesa banda extendida a través del cielo de Dagobah, un cinturón de tormentas que estaba siendo cruzado por la nave de Luke Skywalker y Calista. Luke incrementó la potencia de los escudos para evitar una reproducción de los daños causados por los rayos que su ala—X había sufrido la primera vez que vino en busca de Yoda, el Maestro Jedi.
Dagobah tenía muchas áreas climáticas distintas, y contenía muchos lugares no tan repletos de vida como los imponentes pantanos; pero Yoda había decidido esconderse en las zonas cenagosas, donde su presencia podía ser enmascarada por la abundancia de formas de vida.
Luke fue hablando de Yoda mientras dirigía su yate espacial hacia una brecha en el dosel.
—La primera vez que vine aquí descendí en una ciénaga, y mi ala—X se hundió. Pensé que nunca podría sacarlo de allí hasta que Yoda utilizó la Fuerza para extraer mi nave del agua. Pensaba que era imposible, y Yoda me dijo que por eso había fracasado.
Luke se atrevió a desviar su atención de los controles durante un momento para lanzar una rápida mirada a Calista.
—Nunca debes creer eso, Calista —dijo—. Recuperarás tus poderes. No pienses que es imposible.
Calista asintió.
—Sé que no es imposible, y voy a conseguirlo.
Los reflectores de la nave desplegaron conos de luminosidad sobre el suelo mojado que se extendía por debajo de ellos. Luke localizó un claro que parecía un campo de peñascos blancos, pero cuando lo iluminó con los reflectores para poder ver lo que ocultaban las capas de neblina pegadas al suelo, descubrió que en realidad las rocas blancas eran hongos esféricos.
Los haces luminosos se deslizaron sobre ellos, y las altamente sensibles pieles de los hongos se agrietaron y estallaron para lanzar un diluvio de diminutas esporas. Luke pudo oír el débil retumbar de las explosiones provocadas por los hongos a medida que las masas esféricas se reproducían bajo aquel repentino diluvio de luz.
Luke posó el yate espacial en el suelo, manteniendo los dedos tensos encima de los controles por si la nave empezaba a inclinarse o corría peligro de hundirse en cuanto hubieran bajado. Pero el suelo parecía estable debajo de ellos. Luke desconectó los motores.