—Ah, no sé cuánto tiempo tardará en volver Durga —dijo Korrda mientras la barcaza entraba en el cavernoso hangar de atraque—, pero como soy el responsable de mantenerles entretenidos, ¿les gustaría visitar los niveles de las mazmorras? Los encontrarán de lo más fascinante.
—Nada de mazmorras —replicó Leia—. Gracias de todas maneras.
—No me interesan —dijo Han, apoyando a su esposa—. Ya hemos visto mazmorras más que suficientes para todo un siglo.
—Oh —dijo Korrda, obviamente decepcionado y sin tener ningún plan de reserva que pudiera sacarle de aquel apuro.
Leia no había podido obtener ningún dato de la opaca mente de Durga el Hutt. Korrda era mucho más débil, pero lo único que podía percibir era una preocupada incertidumbre, un elevado grado de frustración y nerviosismo y ningún rastro de engaño. Korrda no sabía qué estaba ocurriendo, pero temía que su cuello pudiera correr peligro.
Los poderes Jedi de Leia también le permitieron captar muchas impresiones desagradables procedentes del mismo palacio: ecos de dolor y encarcelamiento que habían perdurado a lo largo del tiempo, pensamientos de asesinato y traición que parecían rezumar de las piedras... La mezcla resultaba abrumadora, y Leia volvió a cerrar rápidamente sus sentidos a ella.
—Ah, quizá deberíamos cenar —sugirió Korrda—. Siempre tenemos animales recién sacrificados y suculentas delicadezas culinarias. Otros miembros de la familia de Durga asistirán a la cena. Tal vez sea bueno conocerlos.
—Sí, me parece una idea aceptable —dijo Leia, inclinando la cabeza en un majestuoso asentimiento.
—No sé, no sé... —murmuró Han—. Cenar con una pandilla de hutts no me parece una perspectiva mucho más agradable que visitar las cámaras de tortura.
En el comedor había aves carroñeras posadas en los dinteles de piedra que miraban fijamente hacia abajo para localizar cualquier trozo de comida que fuese arrojado a las losas del suelo, listas para bajar en picado y capturar cualquier porción de la cena que intentara escapar antes de que pudiera ser introducida en una gigantesca boca hutt.
Los otros invitados, los primos adolescentes de Durga, parecían anguilas de grandes bocas. Eran delgados y musculosos, pero algunos ya empezaban a acumular capas de grasa como preparación para la obesidad de la edad madura. Sus gruesos labios se contorsionaban y sus ojos amarillos se movían velozmente de un lado a otro, pero estaba claro que aquellos hutts gozaban de buena salud mientras que Korrda se hallaba emaciado por alguna enfermedad. Los jóvenes hutts, esbeltos como látigos, hacían mucho ruido y estaban pésimamente educados. Apenas eran capaces de pronunciar una frase coherente en básico, y no sentían ningún interés por lo que hiciera Durga.
Korrda hizo de sirviente y fue trayendo platos llenos de comida de aspecto gelatinoso: insectos estofados; parásitos recubiertos de miel caliente; y gusanos del cereal asados, la mayor parte de los cuales habían quedado reducidos a montones de carne medio quemada inmóvil en sus platos, mientras que otros todavía se agitaban en una desesperada lucha por sobrevivir.
Leia trató de hacer los honores a la cena, aunque tanto ella como Han descubrieron que no tenían mucho apetito. Se dedicó a mover la comida de un lado del plato a otro, y soportó la cena lo mejor que pudo. Han hacía lo mismo junto a ella, con los tendones de su cuello poniéndose rígidos cada vez que tensaba las mandíbulas. Cetrespeó, el único que no tenía problemas a la hora de hablar, intentaba descifrar el origen de los distintos componentes de la cena.
Pero Korrda sufrió todavía más que Han y Leia. Los hutts larvales demostraron ser excesivamente toscos y groseros, y le daban manotazos cada vez que se acercaba lo suficiente. Korrda no comía de su propio plato, sino que iba cogiendo sobras de los platos que iban siendo dejados a un lado y se las metía en la boca. Al final de la cena miró a Han y Leia con los ojos llenos de gratitud, quizá creyendo que no habían comido para que él pudiese devorar los alimentos que no habían tocado.
—Discúlpeme, pero... —dijo Leia en voz baja cuando Korrda se presentó para recoger sus platos—. Bueno, ¿por qué no se sienta y come con nosotros, ya que es el ayudante nombrado por Durga?
—No, soy el más ínfimo de sus sirvientes —respondió Korrda—. Míreme. —Señaló su cuerpo delgado como una cinta y el color enfermizo de su piel—. Sólo merezco la humillación y el desdén. Soy despreciado porque padezco una rara enfermedad consuntiva. Ser un hutt tan falto de peso me convierte en el blanco de todas las burlas. ¿Quién puede respetar a un gusano tan consumido e indigno como yo?
—Bien, y entonces ¿por qué Durga sigue teniéndole a su servicio? —preguntó Han—. Parece que le permite ocupar una posición muy importante durante su ausencia, ¿no?
—Ah, Durga me detesta —dijo Korrda, abriendo y cerrando sus ojos inyectados en sangre mientras inclinaba su estrecha cabeza—. Me mantiene cerca de él precisamente porque soy tan despreciable... Me avergüenza colocándome en situaciones en las que debo aparentar que soy importante, aunque cualquiera que tenga ojos puede ver que no valgo nada. Eso hace que me sienta todavía más tristemente abatido..., lo cual hace que Durga se sienta feliz y, por lo tanto, yo estoy contento.
Aquella lógica tan retorcida hizo que Leia sintiese que le daba vueltas la cabeza, pero no intentó discutir.
Las aves carroñeras inmóviles en sus dinteles contemplaban a Korrda, mirándole tan fijamente como si pudiera ser su próxima cena. Las criaturas graznaron cuando un worrt de gran tamaño, una criatura de larga lengua y aspecto general de batracio, entró dando saltos en el comedor procedente de uno de los pasillos exteriores. Membranas espinosas se alzaron alrededor de los ojos del worrt, y la criatura subió y bajó la cabeza en un obediente bamboleo mientras se sentaba a esperar con una placa de mensaje sujeta en su gran boca desprovista de dientes.
Korrda fue corriendo hacia el worrt para coger la placa, y después le dio unas palmaditas en la cabeza llena de verrugas mientras leía rápidamente el mensaje de la pantalla. El flaco hutt se alzó con visible deleite, y las manchitas que salpicaban su piel se volvieron más oscuras.
—¡Ah, no cabe duda de que son buenas noticias! —exclamó—. Mi amo, el noble Durga, ya viene hacia aquí y no debería tardar mucho en llegar. Insiste en que les muestre los placeres de sus baños privados mientras esperan. Estoy seguro de que los encontrarán muy agradables.
El concepto de unos baños hutt hizo que Leia sintiera una preocupante agitación en el estómago, pero se obligó a sonreír. Han levantó una ceja en un enarcamiento lleno de escepticismo, y le cogió la mano por debajo de la mesa.
—Es por la Nueva República —dijo Leia en un tono de mártir resignada.
Korrda resplandecía de orgullo mientras señalaba el laberinto oculto debajo del palacio, que contenía kilómetros y kilómetros de agua humeante tan inmóvil que casi parecía encharcada. Los muros estaban recubiertos de moho y hongos bulbosos. Una débil claridad se filtraba a través de angostas rendijas en los muros, haciendo que todo adquiriese un aspecto granuloso y opaco.
—Estos baños privados son el orgullo y la alegría del noble Durga —dijo.
—No me sorprende en lo más mínimo —murmuró Han, intentando ser cortés.
El laberinto de canales era una catacumba subterránea con techos abovedados y columnas de sostén cubiertas de algas que se sumergían en las no muy profundas aguas. Criaturas invisibles chapoteaban y nadaban en los canales serpenteantes, perdidas entre las hilachas de neblina.
—Esta agua fresca es traída directamente de las ciénagas mediante bombas —explicó Korrda, como si les estuviera confiando un gran secreto comercial—. Las bombas son tan eficaces que el agua no pierde ni una sola de sus partículas y residuos.
Los canales burbujeaban, y una capa de algas verdosas de aspecto curiosamente velludo flotaba a la deriva sobre la superficie de las aguas. Leia, envuelta en el ceñido albornoz que Korrda le había proporcionado, se rodeó el cuerpo con los brazos.
—¿Espera que nademos en esto'? —preguntó.
—¡Oh, no! —Korrda retrocedió en una aparatosa demostración de horror y agitó su sinuosa columna vertebral de un lado a otro—. Estos canales son para el noble Durga y los otros hutts. Nunca podríamos permitir que un... humano contaminara el agua.
—No queremos ofender a Durga, desde luego —dijo Han con alivio.
—Ah, no... Disponemos de una sección segregada para otras especies que usamos con algunos de nuestros más distinguidos visitantes. Lamento que no podamos alojarles como se merecen: por desgracia esta sección sólo cuenta con agua pura, sin ninguno de los aditivos especiales que proporcionan una textura tan agradable a la piel de los hutts.
Korrda los condujo hasta una piscina de agua caliente tan nítida como el cristal en la que unos toscos peldaños de piedra iban descendiendo hacia el fondo, de tal manera que podrían sumergirse hasta los hombros en el agua burbujeante.
—Será más que suficiente, gracias —dijo Leia, y su gratitud no podía ser más sincera.
—Siempre que la inspeccionemos antes para ver si hay trampas —sugirió Han.
—Oh, desde luego, amo Han —dijo Cetrespeó—. He mantenido un estado de alerta máxima durante toda esta misión, y no detecto ninguna traición aquí. Les aseguro que pueden bañarse sin temor. Yo montaré guardia.
—Excelente, excelente —dijo Han en un tono bastante sarcástico—. Entonces podré relajarme y disfrutar del agua.
Leia se fue introduciendo lentamente en las aguas calientes y suavemente espumosas, y dejó escapar un suspiro de satisfacción cuando el calor líquido se arremolinó alrededor de sus doloridas articulaciones.
—Vaya, creo que esto podría acabar gustándome —dijo.
—Les ruego que se relajen —dijo Korrda—. Debo ocuparme de la llegada del noble Durga.
—Adelante, adelante —dijo Han, despidiéndole con un gesto de la mano—. Cetrespeó se quedará aquí para montar guardia, y nuestra escolta de la Nueva República está en el pasillo.
Mientras Korrda se alejaba con su sinuoso caminar, Han y Leia se sumergieron en la piscina y escucharon los sonidos de las otras criaturas que se removían en los canales reservados para los baños de los hutts. El laberinto era tan vasto que podían sentirse solos en su pequeño rincón, aunque numerosos visitantes hutts y los siempre temerarios jóvenes nadaban en otras secciones.
—¿Deberíamos hablar? —murmuró Han.
Leia deslizó un brazo alrededor de su cintura.
—No —dijo—. No tenemos ningún tema importante que discutir en estos instantes, y no hay forma de saber si Durga está escuchando. Limitémonos a disfrutar de un momento de relajación..., para variar.
Leia se fue adormilando, aunque permaneció en guardia y siguió vigilando los canales llenos de perezosa agua de las ciénagas con los ojos entrecerrados. Poco a poco se fue percatando de unas ondulaciones que agitaban la velluda capa de algas verdosas: algo bastante grande se estaba moviendo por debajo de la superficie, y venía hacia ellos. Leia se irguió en la piscina y se envaró.
—¡Oh, cielos! —exclamó Cetrespeó—. Creo que algo se aproxima.
El androide de protocolo señaló con una mano dorada en el mismo instante en que un gran cuerpo surgía de las aguas cenagosas cerca del canal divisorio que se bifurcaba delante de Han y Leia.
El montículo redondeado que goteaba agua y algas abrió y cerró dos enormes ojos color rojo cobre.
—Oh, oh, oh —retumbó una voz hutt—. Bienvenida, Leia Organa Solo. Me complace mucho volver a verla tan pronto.
Leia retrocedió, pero consiguió ocultar su sorpresa. Apoyó la espalda en la pared de la piscina y mantuvo su fría compostura diplomática mientras reconocía la oscura mancha de nacimiento en el rostro mojado del hutt.
—Bienvenido a casa, noble Durga.
—Su visita es toda una sorpresa —dijo Durga, emergiendo un poco más del canal de tal manera que las algas se deslizaron por las curvas de su cabeza y cayeron en los canales humeantes—. No esperaba que vinieran tan pronto. ¿Significa esto que desean formar una alianza con el sindicato hutt?
—No saque conclusiones demasiado apresuradas —dijo Han.
—Deja que yo me encargue de esto, Han —dijo Leia, y le apretó suavemente el brazo—. Nuestra visita es un gesto de buena fe por nuestra parte, noble Durga. Estoy segura de que ya sabe lo deprisa que puede llegar a actuar la Nueva República en cuanto ha tomado una decisión. —Han soltó un resoplido junto a ella, porque Leia se había quejado en muchas ocasiones de lo interminables que llegaban a volverse incluso los procesos más sencillos. Pero Durga no podía saberlo—. Si decidimos que es aconsejable llegar a un acuerdo con los hutts, puede apostar a que actuaremos deprisa —añadió Leia, empleando un tono lo más despreocupado y neutral posible—. Posponer la obtención de los beneficios no tendría ningún sentido, ¿verdad?
Pero Durga parecía sorprendido y un tanto inquieto.
—No hay ninguna necesidad de que nos apresuremos a tomar una decisión tan importante —dijo—. Debemos asegurarnos de que todos quedan satisfechos con nuestra alianza.
Leia frunció los labios.
—Comprendo —dijo.
Ya se había dado cuenta de que Durga se limitaba a tratar de ganar tiempo para confundirles. La oferta inicial que le había dirigido en Coruscant había sido un simple truco para obtener acceso al Centro de Información Imperial y conseguir hacerse con los planos de la Estrella de la Muerte. Estaba muy claro que Durga no quería un acuerdo: lo único que deseaba era que continuaran persiguiendo pistas falsas mientras se construía la superarma hutt. Leia estaba decidida a averiguar la localización del proyecto secreto y qué progresos habían conseguido hacer hasta el momento.
—He visto que su flota de combate se encuentra muy cerca de nuestro sistema, señora presidenta —dijo Durga—. No puedo evitar expresar mi preocupación ante...
Leia sacó la mano de la piscina con un leve chapoteo, y los hilillos de agua corrieron por su muñeca.
—Oh, no se preocupe por eso: sólo son unos ejercicios militares rutinarios. Supongo que podrían entrenarse en cualquier sitio, pero querían acompañarme. Ya sabe lo súper protectoras que pueden llegar a ser las guardias personales... —Suspiró—. No hay ningún motivo de preocupación. Vamos a ser aliados, ¿recuerda? Si conseguimos llegar a un acuerdo, naturalmente... Yo nunca permitiría que algo tan insignificante como unas cuantas naves de guerra que libran combates simulados pudiera llegar a inquietarle.