Pellaeon levantó las cejas en un enarcamiento interrogativo, pero Daala no respondió a él. El riesgo había valido la pena. Siempre permanecería en guardia, pero por el momento el peligro había terminado. Todas sus acciones futuras tendrían que ir dirigidas a consolidar su poder.
Cronus hizo girar su asiento de pilotaje para volverse hacia ella y la contempló con sus profundos ojos marrones, que contenían una inesperada afabilidad. Daala se preguntó si le agradecía que hubiera decidido hacerse con el poder. Había visto cómo Cronus contemplaba el cadáver del General Superior Delvardus con un intenso desprecio que apenas se había molestado en disimular.
—Estamos entrando en el hiperespacio, almirante Daala —dijo Cronus—. Les ruego que no se alarmen.
El espacio se desvaneció en un
Torbellino
multicolor alrededor de la nave.
Daala se inclinó hacia adelante para hablar con el coronel.
—Hemos hecho algunas averiguaciones sobre la cantidad de dinero que Delvardus gastó en sus operaciones, y no he quedado muy impresionada por lo que vi en su fortaleza. —Entrecerró sus ojos color esmeralda y siguió hablando—. Espero que no haya estado dilapidando los recursos del Imperio.
Cronus sonrió y meneó la cabeza.
—Le aseguro que no lo hizo, almirante, y creo que incluso usted quedará impresionada.
Daala cerró los ojos durante un momento para hacer un recuento mental de su flota, y le añadió los Destructores Estelares que ya había obtenido de los distintos señores de la guerra hasta hacer una evaluación global de todas las naves y la potencia de fuego que tenía a su disposición. Después se juró a sí misma que esta vez sabría usar mejor su flota.
—Ya hemos llegado, almirante.
El coronel Cronus activó los controles hiperespaciales para que devolviesen la nave y sus pasajeros a un universo normal. La negrura los envolvió de nuevo, y el lejano sol apareció como un puntito brillante en el centro del sistema. Aparte de ese sol, sólo había oscuridad espacial extendiéndose en todas direcciones alrededor del transporte blindado . Y entonces Daala vio una especie de mancha borrosa, una enorme sombra que eclipsaba las estrellas. Parecía tener varios kilómetros de longitud, y se fue haciendo más y más grande a medida que se iban aproximando a ella.
Cronus se inclinó sobre el sistema de comunicaciones y transmitió un código de identificación.
—Conecten los sistemas —le dijo a un oyente desconocido—. Quiero una exhibición lo más espectacular posible.
Daala clavó la mirada en la ventanilla, y de repente vio aparecer un
Torbellino
de lucecitas que fueron indicando la situación de una cubierta tras otra en una nave increíblemente enorme. La inmensa sombra en forma de cuña era un solo navío cuyas descomunales dimensiones volvían insignificantes las de cualquier otro que hubiera visto hasta entonces.
—No puedo creerlo —murmuró Pellaeon junto a ella—. Sólo el
Ejecutor
era tan grande..., y esa nave estuvo a punto de provocar la bancarrota del Imperio.
—¿Qué es? —preguntó Daala.
Cronus sonrió, y sus expresivas facciones mostraron con toda claridad el obvio placer que sentía ante la reacción de Daala..., pero fue Pellaeon quien respondió.
—Es un Súper Destructor Estelar —dijo.
Cronus se apresuró a asentir.
—Tiene una potencia de fuego equivalente a la de veinte Destructores Estelares normales —dijo, y sus ojos brillaron con un chispazo de orgullo—.Mide ocho kilómetros de longitud y puede transportar a cien mil tripulantes..., y está recubierto con un blindaje de invisibilidad. Por eso sólo era visible como una sombra negra mientras nos aproximábamos. Aunque gigantesco, es prácticamente invisible para las fuerzas enemigas.
Después bajó la voz, como si estuviera revelando un secreto muy valioso.
—Lo hemos llamado Martillo de la Noche.
El asombro desorbitó los ojos de Daala, y su respiración se volvió más rápida y entrecortada mientras contemplaba cómo Cronus iba dirigiendo el transporte blindado hacia la entrada del hangar del Súper Destructor Estelar en el que iban a atracar. Daala no pudo contenerse y se levantó de su asiento para colocarse detrás del coronel. Después se inclinó hacia adelante, incapaz de apartar los ojos de la tenebrosa belleza del Martillo de la Noche.
—Ésa será mi nave —murmuró.
En el interior del cavernoso palacio imperial, Leia Organa Solo y su familia estaban dando un paseo vestidos con prendas civiles y habían decidido hacer una parada en un agradable café para almorzar como ciudadanos normales. Resultaba muy grato no llevar uniforme allí donde Leia podía fingir que era invisible, aunque ella sabía que estaban siendo seguidos por una pequeña multitud de guardias personales, protectores profesionales y tiradores de elite que controlaba todos sus movimientos al mismo tiempo que se mantenía lo bastante lejos para no estorbarles. Esa interferencia no le gustaba nada, pero también sabía que después de los muchos intentos de acabar con ella o con su familia a los que se habían enfrentado en el pasado no podía permitirse el lujo de cometer ningún descuido. Había demasiadas cosas en juego.
Han sostenía a Anakin encima de su cadera, y el niño rodeaba el cuello de su padre con las manecitas.
—Venga, chicos, ahí hay una mesa —dijo Han.
Los gemelos, siempre rebosantes de energía, libraron una reñida carrera para ser los primeros en llegar a los asientos vacíos.
Chewbacca dejó escapar un prolongado ulular quejumbroso, insistiendo en que los niños fueran despacio y tuvieran cuidado..., pero los gemelos ignoraron al enorme wookie.
Si te limitaras a permitir que yo me ocupara de estas cosas, estoy seguro de que se portarían bien —dijo Cetrespeó. Chewbacca se volvió hacia el androide de protocolo y le enseñó los dientes—. ¡Oh, Chewbacca, esto es realmente excesivo! No hay absolutamente ninguna necesidad de hacer semejantes exhibiciones.
Erredós emitió un rápido silbido electrónico, pero Cetrespeó no se molestó en responderle. El androide dorado transportaba dos bandejas de comida, y Chewbacca sostenía en sus peludas manos otra que contenía un montón de carne medio cruda.
El grupo eligió una mesa en uno de los balcones. Cortinas de niebla generadas por vaporizadores ocultos en las paredes de roca sintética flotaban lentamente a su alrededor. Las fuentes producían pequeños riachuelos de agua que iban bajando a lo largo de las docenas de pisos hasta llegar a una plaza abierta en el interior del palacio piramidal.
Cetrespeó y Chewbacca dejaron sus bandejas encima de la mesa, pero los gemelos fueron corriendo a la barandilla del balcón y se pusieron de puntillas para inspeccionar las lejanas profundidades que se extendían por debajo de ellos.
—¡Fijaos en toda esa gente! —exclamó Jaina—. Qué pequeñitos se les ve... —¿Puedo tirar algo? —preguntó Jacen, mirando a su alrededor en busca de algún objeto que arrojar al vacío.
—No, no puedes —dijo Leia.
—Pero Jaina va a tirar algo —respondió el niño.
—No, Jaina no va a tirar nada —dijo Leia, empleando un tono más severo que antes.
—¡Yo no voy a tirar nada! —gritó Jaina.
—Vamos, sentaos de una vez —dijo Han, depositando a Anakin en una silla.
La incesante agitación de miles de funcionarios, burócratas y auxiliares que iban de un lado a otro creaba un continuo siseo de estática sonora que ondulaba a su alrededor y se mezclaba con el zumbido de la maquinaria, los intercambiadores de aire y los sistemas de control climático. Poder tomarse un breve descanso ya estaba haciendo que Leia se sintiera un poco más tranquila. Por lo menos allí no había nadie que fuera a oponerse a sus decisiones cuando eligiera algo en el menú.
Leia agradecía la confianza que Mon Mothma había depositado en ella cuando la antigua jefe de Estado le pasó la antorcha del gobierno..., pero odiaba todo el trabajo presidencial, a pesar de que lo consideraba como un deber.
Jacen y Jaina se sentaron y empezaron a juguetear con su comida, y Leia sintió un cierto alivio al ver que habían elegido algo que no haría excesivos esfuerzos para huir. A los gemelos les encantaban los cubos coloreados de gelatina de proteínas, aunque Leia no los podía ni ver. Han eligió un plato corelliano saturado de grasas, y Leia se contentó con unas cuantas verduras de los jardines hidropónicos sobre las que habían espolvoreado cristales de sabor.
Se recostó en su asiento y cerró los ojos.
—Ah, qué agradable es estar con tu familia aunque sólo sea durante unos minutos...
El rugido gutural de Chewbacca indicó que estaba totalmente de acuerdo con ella.
Un androide camarero muy alto y ofensivamente eficiente apareció con una reluciente bandeja vacía adherida a un brazo metálico.
—¿Puedo proporcionarles alguna ayuda adicional, honorables clientes? —preguntó—. Me enorgullezco de ofrecerles mis servicios mientras almuerzan en nuestro magnífico establecimiento. ¿Desean solicitar alguna bebida o algún artículo complementario? ¿Condimentos, quizá? Servirles fielmente es el único e inconmensurable placer de mi existencia.
Las exageradas expresiones de hospitalidad provocaron una creciente indignación en Cetrespeó.
—Yo soy su androide de protocolo personal, montón de chatarra pretenciosa, y soy perfectamente capaz de atender todas sus necesidades. Y además pretendemos disfrutar de un almuerzo familiar, y preferiríamos que se nos dejara en paz, si no te importa. Buenos días.
El androide camarero soltó un resoplido ahogado, roto su torso en un giro de ciento ochenta grados y se alejó.
Han puso la mano sobre la de Leia y la obsequió con una sonrisa torcida. —¿Has tenido un mal día?
—Agotador —respondió Leia sin abrir los ojos—. Cada vez que salgo de una reunión tengo la sensación de que me he pasado horas corriendo cuesta arriba en un planeta de alta gravedad. Nunca hay forma de conseguir que las cosas salgan bien a la primera... De vez en cuando me encuentro añorando los «buenos viejos tiempos» en los que bastaba con llegar pegando tiros, hacer lo que teníamos que hacer y marcharnos: misión cumplida. Ahora tengo que pasar por tantas fases distintas, asistir a tantos comités interminables, conseguir el visto bueno de un número increíble de partes enfrentadas para que ningún habitante de la galaxia se sienta ofendido por alguna norma insignificante que... Bueno, hay veces en que resulta sencillamente imposible.
Abrió los ojos y miró a su esposo y después contempló a Jacen y Jaina, que se estaban arrojando cubos de gelatina el uno al otro.
—En un caso como éste, todo está clarísimo. ¿Por qué tiene que haber discusiones? Y aun así, todavía no hemos conseguido llegar a un acuerdo.
—¿Te refieres al asunto de los hutts?
Leia se mordisqueó el labio inferior y asintió.
—Resulta obvio que los hutts están tramando algo. Ya sabemos lo que tú y Luke encontrasteis en el palacio de Jabba, tenemos el mensaje de Mara Jade y sabemos que los taurills de Durga robaron los planos de la Estrella de la Muerte. No podemos ignorar todo eso, ¿verdad?
Cogió un puñado de hojas y empezó a masticarlas, reflexionando mientras comía. Han se comió una de las salchichas verde grisáceas y chasqueó los labios,
—Existen otras maneras de averiguar qué están tramando ——dijo después. Leia sonrió.
—Lo sé. —Sintió un creciente calor en su rostro y concentró toda su atención en el desafío, apretando la mano de Han entre las suyas—. De acuerdo, hemos terminado con las reuniones del Senado y ya hemos oído discusiones suficientes para dormir a una estatua. Bien, ¿qué vamos a hacer?
Chewbacca aventuró una opinión expresada con una considerable potencia sonora.
—Sí, Chewie, eso es justo lo que estaba pensando hace unos momentos —dijo Han, y se volvió hacia Leia—. Los hutts probablemente saben que tenemos algunas sospechas. Hemos recibido noticias de tantas fuentes distintas que no podemos permitirnos el lujo de creer que esos gusanos viscosos no habrán notado que ocurre algo raro. Los hutts estarán vigilando todos tus canales oficiales, y probablemente tienen espías esparcidos por todo el palacio imperial. Hemos de ir con mucho cuidado.
Leia asintió.
—Así pues, y dado que ellos saben que estamos buscando pistas, crearemos una diversión. Les proporcionaremos una auténtica exhibición investigadora: llevaremos un buen garrote en una mano, y una sonda muy delicada en la otra.
Han la contempló con expresión pensativa y la frente llena de arrugas.
—¿Qué quieres decir?
—Que aceptaremos la oferta de Durga.
Han la miró sin entender nada.
—¿Qué oferta? Oye, ¿tú aceptarías algo de un hutt. fuera lo que fuese?
Leia se encogió de hombros.
—Nos invitó a devolverle la visita oficial. Estoy segura de que no hablaba en serio, pero la invitación ya ha sido transmitida y ahora no puede volverse atrás. Organicemos una misión diplomática, y vayamos a Nal Hutta lo más pronto posible para pillar por sorpresa a Durga.
»Y además iremos acompañados por la flota de la Nueva República —siguió diciendo mientras levantaba un dedo—. Wedge y Ackbar deben de tener muchas ganas de encontrar algún pretexto inocente para poder llevar a cabo unos cuantos ejercicios de guerra. Nuestras naves pueden proporcionar una demostración de fuerza realmente imponente, y si da la casualidad de que eso intimida un poquito a los hutts... Bueno, pues tanto mejor. Que se pongan nerviosos y que se pregunten qué pretendemos en realidad, y así nosotros podremos ir de un lado a otro para tratar de encontrar algunas respuestas.
Cetrespeó decidió intervenir en la conversación.
—Todo eso está muy bien, ama Leia, pero... ¿Cómo espera averiguar algo si lleva a cabo la investigación de una manera tan poco disimulada? ¿No cree que Durga el Hutt ocultará cuanto sepa?
Una sonrisa maliciosa iluminó el rostro de Leia.
—Si nos presentamos allí de la manera más aparatosa y deslumbrante posible, cabe la posibilidad de que eso le ciegue y le impida ver que también estamos haciendo otras cosas —explicó—. Mientras tanto, Chewbacca y Erredós pueden ir a Nar Shaddaa, la Luna de los Contrabandistas, a bordo del
Halcón
. Esa luna es un sitio de bastante mala fama en el que se hacen todos los tratos del mercado negro. Durga estará tan ocupado tratando de ocultarnos sus cartas que Chewie tal vez consiga hacer algún descubrimiento realmente importante.