»Vivíamos tiempos muy duros. La demanda seguía siendo tan alta como siempre, pero el gobierno opresivo de¡ Emperador había causado serios problemas en las rutas comerciales. Todas esas tasas v reglas imposibles de cumplir habían arruinado a nuestros comerciantes. A veces teníamos que hervir los moluscos que crecían debajo de nuestros corrales para poder comer algo. Ahora toda mi familia está muerta, claro... Murieron hace años mientras yo estaba atrapada dentro de ese ordenador.
Su labio inferior empezó a temblar, v Calista se negó tozudamente a mirar a Luke. Apretó los labios.
—Una parte de mí se siente culpable porque no me quedé con ellos.... pero he llevado conmigo esa culpabilidad durante todos los años en los que fui una Jedi. No tengo nada que reprocharme o que lamentar. Y sólo siento tristeza.
Calista se volvió hacia Luke y le miró. Sus ojos estaban secos _v llenos de una firme decisión.
—Pero Djinn Altis, mi Maestro Jedi, entró en mi vida \ me enseñó el camino de los Jedi. Llegó en aquella enorme nave con la que viajaba de un lado a otro, el Chu'untor, una nave que no tenía ningún destino fijo..., muy parecida a tu
praxeum
en Yavin 4.
—Lo sé —dijo Luke—. Encontramos los restos enterrados del Chu'untor allí donde se había estrellado en Dathomir y nos los llevamos. Calista dejó escapar un suave suspiro.
—Supongo que debía de saber que Djinn Altis estaba muerto —dijo—. Quizá se tropezó con las Hermanas de la Noche. —Sus cejas se unieron—.Recuerdo una ocasión en que el Maestro Altis me llevó en un largo viaje a baja altura por encima de los mares de Chad. Pasamos sobre enjambres de cyeens que cantaban, y vimos cómo los extraños dibujos que formaban las anguilas tubulares brillaban con reflejos rosados bajo la luz de la luna. El Maestro Altis me enseñó a percibir las formas de vida con mis nuevas capacidades. Al principio no le creí, pero cuando me enseñó lo fácil que era hacerlo... Ah, entonces supe que era una Jedi. No necesitó convencerme. Fue a mi familia a la que había que convencer..., y me parece que no lo consiguió del todo.
Luke se levantó, fue hasta una mesa negra y sacó de un cajón un diminuto disco, una ficha azul que les proporcionaría un descuento si comían en uno de los excelentes restaurantes de la Corporación Mulako.
—Vamos a probar una cosa —dijo. Luke permitió que sus párpados bajaran hasta que sus ojos quedaron medio cerrados, y canalizó sus pensamientos a través de la Fuerza en un ejercicio muy sencillo. La ficha se alzó de la palma de su mano y quedó suspendida en el aire—. Voy a sostenerla —dijo——, y tú intentarás empujarla. Envíala hacia mí. Eso debería resultar más fácil que levantarla. Ábrete a la Fuerza y deja que fluya. Sólo un empujoncito, ¿de acuerdo?
—Lo intentaré —dijo Calista, no muy convencida..., y un instante después la réplica de Luke hizo que torciera el gesto.
—El intentarlo no existe —dijo Luke.
—Lo sé, lo sé —respondió Calista—. No tendría que haber dicho eso.
Cerró los ojos y se concentró. Su respiración se fue volviendo más rápida y entrecortada, y su expresión se hizo más tensa, más concentrada.
Luke desplegó unos casi imperceptibles zarcillos de exploración para ver si podía detectar alguna manipulación de la Fuerza por parte de Calista. El disco azul seguía inmóvil en el aire.
El rostro de Calista fue enrojeciendo poco a poco a causa del esfuerzo, y acabó dejando escapar un suspiro tembloroso y abrió los ojos. Su frente estaba llena de arrugas de frustración.
—No puedo. No hay nada. —Calista alzó una mano antes de que Luke pudiera hablar——. No, por favor, no digas nada. Ahora no. No hace falta que me enseñes a hacerlo. Sé cómo hacerlo..., pero no puedo.
Luke se conformó con apretarle la mano.
—No pierdas las esperanzas, Calista —dijo—. Por favor, no pierdas las esperanzas.
Unas horas después Luke estaba tomando sorbos de un vaso de agua de hielo primordial destilada de los depósitos del cometa. La superficie exterior del vaso estaba cubierta de gotitas de condensación. Luke contempló la niebla que brotaba de los suelos y respiró el aire húmedo, llenándose los pulmones con él y saboreando la sensación.
—Este sitio es tan distinto del planeta en el que crecí...
Calista se sentó en el enorme sillón y se pegó a Luke.
—Háblame de él —dijo—. Quiero saberlo todo sobre ti.
Luke permitió que los recuerdos agridulces volvieran a su mente.
—En una ocasión dije que si había un centro resplandeciente del universo, Tatooine era el sitio más alejado de él. —Meneó la cabeza—. Era un lugar reseco y caliente, un lugar terrible que mataba todas las esperanzas... Cualquier persona que naciera en Tatooine tenía muchas probabilidades de morir allí sin haber ido a ningún sitio. Mi tío Owen y mi tía Beru eran granjeros de humedad, dos personas de mentes estrechas que se mataban a trabajar. Sabían la verdad sobre mi padre y me contaron un montón de mentiras, esperando contra toda esperanza que no seguiría sus pasos, que no querría llevar una vida llena de peligros y gloria como Caballero Jedi. Querían que me quedara en casa, donde estaría a salvo..., y totalmente alejado de todo sin tomar parte en nada de lo que ocurriese ahí fuera. Me querían mucho, a su manera..., pero cuando sientes la llamada de los Jedi, no hay forma de negarla.
—Lo sé —murmuró Calista, apoyando la cabeza en su hombro.
—Cuando Obi—Wan Kenobi empezó a adiestrarme —siguió diciendo Luke—, no tenía ni idea de cómo iba a decírselo al tío Owen y a la tía Beru. —Tragó saliva, y sintió que su expresión se endurecía—. Pero nunca tuve la oportunidad de hacerlo. El Imperio los mató y quemó su granja antes de que yo pudiera volver. También me habrían matado si hubiese estado allí.
Calista le rozó el brazo con las yemas de los dedos, irradiando un suave calor con su contacto.
—Ahora Biggs también está muerto —dijo Luke—. Biggs, el único de mis amigos que logró escapar de "Tatooine... Fue a la Academia Imperial durante un tiempo, y luego se unió a la Alianza Rebelde. Volví a encontrarle en nuestra base de Yavin 4, aunque apenas tuve ocasión de hablar con él. Biggs era mi hombre de ala cuando atacamos la Estrella de la Muerte. Me salvó, pero murió en la batalla.
—¿Era el único amigo que tenías allí? —preguntó Calista.
Luke metió un dedo en la fuente y dejó que el agua fría goteara por su mano.
—Tenía otros dos amigos con los que pasaba mucho tiempo, Camie y Trucos. Solíamos rondar por la Estación de Tosche, y hablábamos de nuestros sueños y de cómo íbamos a salir de aquella bola de polvo. La familia de Camie cultivaba jardines hidropónicos en el subsuelo y le compraba el agua a mi tío. El tío Owen siempre decía que lo único que hacíamos era perder el tiempo, pero nosotros ejercitábamos nuestra imaginación, pensábamos en las cosas que podíamos hacer..., aunque nunca llegáramos a hacerlas. Eso evitaba que nos volviéramos locos en aquel horrible planeta. Luke suspiró.
—Me pregunto si Camie y Trucos todavía estarán ahí. Mi vida parecía no estar yendo a ningún sitio —murmuró—, y ahora soy un Maestro Jedi. He conocido a una hermana gemela que no sabía que tuviera, y resulta que es la jefe de Estado. El Imperio ha sido derrotado, y estoy restableciendo la orden de los Caballeros Jedi. —Soltó una risita— Muchas cosas han cambiado.
Bajó la mirada hacia Calista, y le sonrió y le acarició los cabellos. Se había quedado dormida en sus brazos.
Kyp Durron contemplaba el enrejado asombrosamente perfecto de las ciudades mientras Dorsk 81 pilotaba su nave durante el trayecto hasta el espaciopuerto principal de Khomm.
Dorsk 81 se removía delante del panel de control y parecía un poco nervioso mientras dirigía la nave durante la maniobra de aproximación. Había unas cuantas naves más estacionadas en rectángulos señalizados, comerciantes del exterior del sistema que habían venido al planeta de los clones para ofrecer sus mercancías. Los habitantes de Khomm rara vez salían de su mundo, y preferían quedarse en casa y hacer lo que siempre habían hecho.
La piel verde aceituna del clon alienígena se oscureció un poco.
—Qué agradable es estar de vuelta —dijo—. Cuando me fui no sabía nada sobre la Fuerza, pero ahora puedo percibir y entender lo que me decían mis sentidos mientras crecía aquí. Siento la influencia tranquilizadora de este sitio, toda su cómoda familiaridad... Después de todas las decisiones difíciles con las que he tenido que enfrentarme en el
praxeum
, quiero volver a hundirme en el estanque de mi pueblo y absorber su calor y su bienvenida. Tú también percibirás todo eso, Kyp.
Kyp asintió, ocultando su escepticismo.
—Ya puedo sentir una sensación general... como ahogada, de un nivel bastante bajo.
Dorsk 81 inclinó su extraña cabeza casi carente de rasgos en un veloz asentimiento y abrió sus luminosos ojos en un parpadeo lleno de inocencia. —Sí, sí, eso es.
Cuando les abrieron la escotilla de acceso, Kyp se quedó asombrado al ver toda una multitud venida hasta allí desde los grandes edificios. Contempló a los centenares de clones de lisa piel que se habían congregado para darles la bienvenida. Todos aplaudieron cuando Dorsk 81 salió a la suave y algo neblinosa claridad solar y alzó el brazo derecho en un gesto de saludo.
—¿Por qué hay tanta gente? —preguntó en voz baja Kyp, que estaba al lado de su amigo—. Esto es asombroso.
Dorsk 81 le respondió con una sonrisa radiante en los labios.
—Haberme convertido en un Caballero Jedi me ha dado una gran fama en Khomm. —Lanzó una mirada algo avergonzada a Kyp—. Soy la única persona en toda la memoria colectiva reciente de Khomm que ha hecho algo... impredecible.
La plataforma levitatoria siguió avanzando, y más alienígenas se asomaron a las ventanas para saludarles con la mano. Kaell 116 acabó bajándoles al suelo delante de un edificio idéntico a todos los demás. El líder de la ciudad los dejó allí con una rápida y seca despedida.
Dorsk 81 corrió hacia el edificio sin intentar ocultar su impaciencia, alzando la mirada hacia el bloque de piedra como si nunca lo hubiera visto antes.
—¡Ésta es mi casa! —exclamó.
Kyp le siguió mientras el clon alienígena subía casi a la carrera tres tramos de escalones que llevaban a su morada personal.
El corredor estaba muy bien iluminado y contenía una algo mareante sucesión de puertas idénticas, como una miríada de imágenes reflejadas en un laberinto de espejos. Una de las puertas se abrió en el mismo instante en que Dorsk 81 echaba a correr en esa dirección.
Dos figuras salieron por la puerta. Sus rostros de piel aceitunada y rasgos curiosamente suavizados estaban iluminados por grandes sonrisas, y durante un momento Kyp tuvo la sensación de estar contemplando un vórtice de secuencias temporales alternativas que le mostraban imágenes de la misma persona en distintas etapas de su vida. Los dos clones eran idénticos a Dorsk 81, uno mayor que él y con algunas señales del paso del tiempo en su rostro y otro más joven y un poco más bajo.
Los tres clones se abrazaron y empezaron a hablar rápidamente en voz baja. Kyp retrocedió un poco, sintiéndose inexplicablemente fuera de lugar allí..., pero no le importaba. Observó a los clones sintiendo una punzada de nostalgia, y recordó con melancólica ternura los momentos que él, sus padres y Zeth, su hermano, habían pasado juntos en Deyer, su mundo natal: las plataformas de pesca flotantes, los apacibles crepúsculos en el lago... Pero el Imperio había destruido todos aquellos lugares, y Kyp no había vuelto a verlos desde su infancia.
Después de la breve e intensa bienvenida, Dorsk 81 le hizo una seña a Kyp para que le siguiera al interior.
—Éste es mi amigo Kyp Durron, otro Caballero Jedi. Éste... —se volvió hacia la imagen más anciana de sí mismo— es Dorsk 80, mi predecesor. y éste... —puso la mano sobre el hombro del clon más joven y lo apretó suavemente— es Dorsk 82, mi sucesor.
Todas aquellas copias genéticamente idénticas hicieron que Kyp se sintiera un poco desorientado, pero había visto muchas cosas extrañas en la galaxia. Miró a su alrededor y contempló el lugar en el que vivía la familia Dorsk, y vio un mobiliario bastante cómodo y todas las habitaciones esperadas.
—¿Alguno de vosotros tiene esposa? —preguntó, no viendo a nadie más.
Los tres clones le miraron parpadeando, y Dorsk 81 acabó dejando escapar una breve carcajada. La piel de su frente se arrugó un poco.
—Aquí nadie tiene esposa, Kyp —dijo—. Todos los habitantes de Khomm carecen de sexo. Por eso utilizamos las instalaciones de clonación, ¿entiendes? Hace miles de años que el sexo es algo desconocido en este planeta.
Kyp soltó una risita para ocultar su incomodidad.
—Bueno, es sólo que di por sentado que... Eh... Bien, está claro que me he equivocado.
—Todos cometemos errores —dijo Dorsk 80, dirigiendo un rápido y significativo fruncimiento de ceño a Dorsk Kyp lo captó, pero su amigo fingió no hacerlo.
Un rato después Dorsk 81 le ayudó a hacer la cama en su pequeña habitación extra, y Kyp aprovechó aquel momento de intimidad para hacerle una pregunta que le había estado dando vueltas por la cabeza.
—Oye, Dorsk 81 —empezó diciendo—. Ahora que he visto lo... —Kyp buscó la palabra adecuada—, lo estable y resistente al cambio que es vuestro mundo, no entiendo cómo te las vas a arreglar para ser un centinela Jedi. ¿Qué vas a hacer aquí?
Un pánico repentino se extendió por los ojos amarillos de Dorsk 81. —¡No lo sé! —murmuró con voz enronquecida—. No lo sé...
Repitió las palabras para sí mismo y después dejó solo a Kyp para volver corriendo a las habitaciones exteriores.
Durante algún tiempo Kyp no pudo dormir. Se dedicó a mirar por la ventana y contempló una noche que relucía con el resplandor de mil millones de estrellas. Khomm se encontraba muy cerca del núcleo galáctico, próximo a los temidos Sistemas del Núcleo en los que se habían escondido los supervivientes del Imperio. Las estrellas formaban una isla borrosa en el espacio, dibujando una lente que se extendía hasta cubrir la mitad del cielo.
Kyp clavó la mirada en los Sistemas del Núcleo, temiendo lo que podían ocultar pero, al mismo tiempo, anhelando descubrirlo.
El joven Dorsk 82 pasó la mañana siguiente enseñándoles el trabajo que llevaba a cabo en los bancos de clones. La instalación de clonaje era más alta que los otros edificios y tenía un diseño general distinto: era la única estructura inusual que Kyp había visto en toda la compleja parrilla de la metrópolis. En vez de estar construida con la ubicua piedra verdosa surcada por vetas más claras, las paredes exteriores eran gigantescas láminas rectangulares de cristal transparente unidas mediante vigas cromadas que reflejaban la neblinosa claridad solar. Los ventanales de cristal estaban tan limpios que Kyp podía mirar hacia dentro desde el nivel de la calle y ver toda la cuidadosamente organizada actividad que se desarrollaba en el interior.