La espada oscura (26 page)

Read La espada oscura Online

Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La espada oscura
8.69Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Y ahora a trabajar. General Madine, creo que tiene algunas cosas que hacer en la superficie...

Madine asintió y cogió el turboascensor que llevaba a la cubierta inferior, donde prepararía a su equipo de comandos para la misión secreta en el planeta de los hutts.

Capítulo 23

El crucero diplomático de la jefe de Estado Leia Organa Solo entró en el sistema de Nal Hutta, flanqueado por una imponente formación de navíos de guerra de la Nueva República inocentemente enfrascados en sus ejercicios de combate.

Leia estaba sentada en el pequeño recinto en forma de cabeza de martillo que servía como compartimiento de control de su corbeta corelliana, una nave del cuerpo diplomático bastante parecida al burlador de bloqueos a bordo del que había estado viajando cuando fue capturada por Darth Vader mientras buscaba los planos robados de la Estrella de la Muerte cerca de Tatooine. Cetrespeó estaba inmóvil junto a ella, con sus planchas recién limpiadas y frotadas haciendo que reluciese bajo las luces del puente. Han no llevaba un atuendo diplomático tan aparatoso como el que había lucido durante la visita de Durga, pero aun así se removía nerviosamente dentro de su uniforme limpio.

—Han detectado nuestra presencia —dijo en cuanto empezaron a sonar las alarmas.

—Ya sabían que veníamos —dijo Leia—. Enviamos un informe completo a los hutts hace como mínimo... media hora. —Soltó una risita—. Bien, empieza el espectáculo —le anunció a la tripulación, empleando un tono más serio—. Voy a hacer una transmisión. —Fue hacia el puente superior, sola bajo las luces. Después puso las manos encima de la barandilla, dio los últimos retoques a su aspecto y adoptó una expresión levemente irritada—.Y ahora necesito un canal de comunicaciones, por favor.

Leia empezó a soltar su discurso en cuanto los hutts respondieron a la señal.

—¿Por qué no hay ninguna flota de escolta oficial? Esperaba que el noble Durga se habría ocupado personalmente de eso. ¿Qué han estado haciendo todo este tiempo?

El hutt que había respondido a su transmisión era un gusano insignificante, delgado y con una cabeza bastante estrecha, y resultaba obvio que no era un poderoso señor del crimen como Jabba o Durga. Sus enormes ojos se movieron velozmente de un lado a otro mientras hablaba en básico.

—Eh... Discúlpeme, señora presidenta, pero el noble Durga no está aquí. Lamentamos muchísimo no ser capaces de recibir...

—¿Qué quiere decir con eso de que Durga no está ahí? —replicó secamente Leia, interrumpiéndole—. Nos envió una invitación expresa para que le visitáramos en el momento que más nos conviniera. Confío en que no estará dando a entender que Durga le ha mentido a la jefe de Estado de la Nueva República, ¿o pretende sugerir que está retirando su oferta de devolvernos nuestra hospitalidad? ¡Esto es un insulto! ¿Cómo espera llegar a firmar alguna clase de tratado con la Nueva República? En vista de esta ofensa, yo diría que las probabilidades de que eso ocurra se están reduciendo tan deprisa que no tardarán en desaparecer.

Leia se cruzó de brazos y fulminó con la mirada al flaco y nervioso hutt.

—Lo siento mucho, señora presidenta, pero el noble Durga está fuera del planeta..., atendiendo algunos asuntos muy urgentes. —El hutt agitó sus rechonchas manos, visiblemente desconcertado y sin saber cómo reaccionar—. Si nos hubiera advertido con un poco de antelación, nos habríamos preparado para su visita. Pero dadas las circunstancias no disponemos de un alojamiento...

Leia le lanzó una mirada helada.

—No esperará que demos la vuelta y nos volvamos a casa como si no hubiera pasado nada después de todas las molestias y los enormes gastos que ha supuesto organizar esta expedición tan altamente visible. ¿verdad? No creo que el noble Durga quiera correr el riesgo de provocar un incidente diplomático de proporciones galácticas. No sea absurdo.

El tímido hutt miró a su alrededor, como si buscara a alguien con quien consultar, pero no encontró a nadie.

—¿Qué espera que haga? —gimoteó—. No cuento con la autoridad necesaria para...

—Tonterías —dijo Leia, y levantó el mentón en un gesto lleno de altivez—. Hemos venido aquí en respuesta a una invitación personal de Durga. ¿Qué otra autoridad suplementaria puede necesitar? Esperamos ser bien tratados. ¡Ocúpese de que así sea!

Después cortó la comunicación y se echó a reír.

Han fue hacia ella y la abrazó.

—Me parece que te lo has pasado en grande, ¿eh`? —dijo en tono acusatorio mientras intentaba contener los espasmos de risa, y después dio un paso hacia atrás y aplaudió la gran interpretación de su esposa.

Cetrespeó estaba totalmente perplejo.

—¡Oh, cielos! Quizá deberíamos haberles dado algo más de tiempo, ama Leia. Por lo menos habrían tenido una oportunidad de prepararse... Me temo que ahora están tan nerviosos que esto puede desequilibrarlos por completo.

—¡De eso se trata precisamente. Cetrespeó! —exclamaron al unísono Han y Leia.

Cetrespeó retrocedió tambaleándose y meneó su dorada cabeza. —Bueno, estoy totalmente seguro de que esta clase de enfoque no figura en ninguna de las programaciones de protocolo que he recibido. Una vez más, vuelvo a tener la impresión de que nunca entenderé la conducta humana.

Leia estaba sentada junto a Han en una de las mesas de discusión de su sala, y se inclinó sobre ella para cogerle las manos.

—Te agradezco que hayas venido conmigo, Han. Me alegra que por fin vayamos a algún sitio juntos, en vez de pasarnos toda la vida separándonos continuamente.

—Sí, a mí también me gusta —respondió Han con una sonrisa torcida—.Es un cambio muy agradable.

Leia suspiró, y después apretó los labios.

—No podemos darles ni un momento de respiro —dijo—. Los hutts ya son peligrosos, y si consiguen hacerse con una Estrella de la Muerte no habrá forma de detenerles.

Han asintió con expresión sombría y Leia siguió hablando, como si estuviera pronunciando un apasionado discurso ante el Senado.

—La primera Estrella de la Muerte fue concebida para que fuese el arma apocalíptica definitiva en manos del Imperio. Ahora los hutts se convertirán en una pandilla de matones galácticos armada con un gran garrote, ¿y qué puede impedirles que vendan esos planos a cualquier otro dictador de pacotilla que quiera imponer su voluntad a los demás? No podemos permitir una proliferación de Estrellas de la Muerte. La galaxia se convertiría en un caos. Si cualquiera que disponga de los créditos suficientes puede comprar los planos e ir por ahí destruyendo planetas, entonces nadie estará a salvo. Debemos detenerlos cueste lo que cueste.

Un guardia de la Nueva República entró en la sala.

—Discúlpeme, señora presidenta —dijo—, pero su lanzadera de descenso ya está preparada. Podemos llevarla a Nal Hutta en cuanto lo desee.

—En cuanto lo desee... —dijo Leia irónicamente—. Oh, sí, tengo muchas ganas de empezar.

Se sentía como si estuviera a punto de arrojarse dentro de las fauces de una enorme bestia babeante.

Leia y Han fueron al hangar de la corbeta acompañados por Cetrespeó y su guardia de honor, y subieron a bordo de la pequeña lanzadera diplomática. —¿Estás preparada para esto? —preguntó Han.

Leia le miró y reflexionó en silencio durante unos momentos antes de responder.

—No —dijo, y no mentía—. Pero tenemos que hacerlo de todas maneras. Bien, vayamos a ver a los hutts...

Capítulo 24

Nal Hutta era un pantano, una llanura hundida y tan líquida como un depósito de reciclaje de aguas residuales salpicada de pequeñas lagunas y plantas de las ciénagas que tenían un enfermizo color grisáceo. Era un paisaje horrible que los hutts conseguían encontrar atractivo de alguna manera inexplicable. Leia comprendió que tendría que habérselo imaginado.

Una barcaza hutt fue hacia ellos mientras la lanzadera diplomática se posaba sobre una pista de descenso cercana al complejo de Durga el Hutt. Cuando Leia vio aproximarse la lenta embarcación de lujo, cuyas velas direccionales se hinchaban bajo la brisa maloliente, el recuerdo de su último y terrible viaje al Gran Pozo de Carkoon con Jabba hizo que sintiera un escalofrío.

Leia, Han y Cetrespeó se alejaron de la nave diplomática junto con su escolta de la Nueva República, y esperaron a ser recibidos por la barcaza. El cielo estaba repleto de nubes de un color gris oscuro que se extendían sobre sus cabezas. Leia y Han permanecieron inmóviles dentro de sus trajes de recepción mientras una lluvia grasienta empezaba a caer sobre ellos, rociándolos con gotitas de agua fría impregnadas por los residuos de las colosales operaciones de minería llevadas a cabo en sectores industriales muy alejados de los lujosos palacios en los que vivían los señores del crimen hutts.

—No cabe duda de que es un lugar muy lúgubre y oscuro, ¿verdad? —comentó Cetrespeó—. Si no encontramos algún sitio donde refugiarnos de esta horrible lluvia, no me sorprendería en lo más mínimo que mis nuevas planchas de oro acabaran corroídas. —El androide de protocolo volvió sus relucientes sensores ópticos amarillos hacia los hilillos de agua que empezaban a bajar por sus brazos—. Ojalá me hubiera dejado en Coruscant, ama Leia... Estoy seguro de que habría sido mucho más útil quedándome allí y cuidando de los niños.

—¿Es que no te lo habíamos dicho, Cetrespeó? —preguntó Han con una sonrisa malévola—. Vas a ser nuestro presente especial a Durga el Hutt. Razones de estado, ya sabes... Durga va a ser tu nuevo amo.

—¿Cómo? —gritó Cetrespeó, alzando los brazos con repentino horror—. ¡Oh, no! Tiene que estar bromeando. ¡Estoy perdido! Le apremio a que lo reconsidere, ama Leia.

Leia asestó un codazo en las costillas a su esposo.

—¡No seas malo, Han!

—Sólo bromeaba, Chico de Oro —dijo Han, y le dio una palmada al androide de protocolo en un duro hombro metálico.

—¿Bromeaba? —Cetrespeó emitió un resoplido de perpleja irritación—. ¡Pues no ha tenido ninguna gracia!

El palacio de Durga se alzaba al otro lado del espaciopuerto de Nal Hutta. A pesar de la neblina marrón formada por la polución y la espesa atmósfera llena de residuos, sus muros brillaban con un resplandor de limpia blancura. Cuando Leia entrecerró sus ojos castaños, pudo distinguir las diminutas siluetas de esclavos que subían y bajaban por las fachadas repletas de tallas y esculturas, limpiando las gárgolas y baluartes bajo aquella lluvia que todo lo volvía peligrosamente resbaladizo.

La barcaza siguió aproximándose. Un grupo de guardias permanecía inmóvil sobre la cubierta mirando en todas direcciones con el ceño fruncido. Un hutt bastante delgado se deslizó sobre el nivel superior de la cubierta, moviéndose por sus propios medios en vez de hacerlo encima de una plataforma repulsora. Leia reconoció el rostro estrecho y emaciado de la criatura con la que había discutido por el sistema de comunicaciones. Aquel ser era alarmantemente distinto a cualquier hutt que hubiera visto con anterioridad, pues estaba tan flaco que parecía una cinta de cuero verde moteado de manchas más oscuras suspendida sobre una flexible columna vertebral. No tenía muy buen aspecto.

—Saludos, jefe de Estado Leia Organa Solo. Les doy la bienvenida en nombre de Su Gran Obesidad, el noble Durga, que por desgracia no puede estar con nosotros en este momento.

Leia le devolvió el saludo con una ligera inclinación.

—Gracias. Pero quiero ver al noble Durga. Nos invitó a venir aquí. —Ah, sí, señora presidenta. Ya le he informado de su llegada, y llegará lo más pronto posible.

El flaco enviado hutt se inclinó sobre la barandilla de la barcaza.

—Estupendo —murmuró Han—. No es que me entusiasme excesivamente la idea de pasar mucho tiempo aquí, ¿sabe?

—Soy Korrda, enviado especial y esclavo del noble Durga. No soy digno de ello, pero me ha correspondido el deber de atenderles hasta que él pueda venir aquí.

—Oh, qué forma tan hermosa de expresarlo —dijo Cetrespeó. Korrda pareció complacido.

—Espero que encuentren aceptable mi básico. El noble Durga insiste en que todo su séquito aprenda el lenguaje para que podamos trabajar más eficientemente con la Nueva República. ¿Puedo ofrecerles una hospitalidad adecuada mientras tanto?

—Nunca puedes estar totalmente seguro de a qué se está refiriendo un hutt cuando habla de «hospitalidad» —murmuró Han—. Que yo recuerde, ya he tenido algunas pequeñas experiencias propias.

Korrda emitió una mezcla de siseo y chirrido que Leia identificó como una carcajada bastante forzada.

—Ah, sí, Han Solo... Estoy al corriente de su antigua relación con el derrotado Jabba, cuyo nombre ojalá siempre pueda ser pronunciado con desprecio. No era más que un miserable gusano. Ningún hutt respeta el recuerdo de alguien cuyo imperio ha caído. Les complacerá observar que los hutts han retirado la oferta de recompensa por ustedes como gesto inicial de paz.

—Qué... reconfortante —replicó Leia con una sonrisa cuidadosamente equilibrada entre la acidez y la dulzura—. Y ahora, ¿subimos a esa barcaza, o planea tenernos de pie bajo la lluvia y gritándonos los unos a los otros durante todo el día?

—¡Ah, ciertamente!

Korrda se echó hacia atrás, moviendo sus nervudas manos de un lado a otro mientras una ancha rampa se extendía hacia el suelo.

Fueron por la rampa y subieron a la barcaza. Sus estoicos escoltas de la Nueva República siguieron con los rostros tan pétreamente impasibles como los guardias de la barcaza. Korrda hizo cuanto pudo para mostrarse obsequioso, y procuró darles conversación mientras la barcaza se alzaba del suelo para alejarse del espaciopuerto y empezar a cruzar las llanuras cenagosas en dirección al palacio.

Enjambres de pequeños insectos voladores y arañas se agitaban entre la hierba por debajo de ellos. Charcas más o menos circulares puntuaban el paisaje, con sus aguas cubiertas por una delgada capa de espumilla verdosa. Bandadas de grandes aves de aspecto bastante torpe graznaban mientras surcaban los cielos entre la llovizna, perseguidas por ruidosos esbirros que disparaban rifles desintegradores de largo alcance desde sus aerodeslizadores. Los restos humeantes de las aves alcanzadas caían del cielo para hundirse en las ciénagas con un ruidoso chapoteo.

El palacio de Durga se fue alzando de una manera cada vez más imponente ante ellos a medida que se aproximaban: era una pesadilla de torres y almenas provista de enormes puertas que parecían fauces, y también contaba con una red de mazmorras subterráneas tan vasta que había llegado a ser conocida en toda la galaxia.

Other books

Creatures of the Storm by Brad Munson
Shifter Wars by A. E. Jones
Blood of the Rose by Kate Pearce
The Early Pohl by Frederik Pohl
Unlocked by Margo Kelly
One Child by Torey L. Hayden
Dare She Kiss & Tell? by Aimee Carson
Karen Mercury by The Wild Bunch [How the West Was Done 5]
The Girl in Berlin by Elizabeth Wilson