La larga puerta horizontal que protegía los niveles de hangares del Gran Templo estaba entreabierta, una oscura boca con un leve aliento de aire fresco surgiendo del interior lleno de sombras. Los estudiantes Jedi se agacharon para pasar por debajo de ella y entraron corriendo en los hangares, esperando que aquellos muros de milenios de antigüedad podrían ofrecerles un refugio donde escapar a la furia del ataque imperial.
Tionne pasó corriendo junto a Kyp Durron, pero éste la detuvo cogiéndola del brazo.
—¡Ve al centro de comunicaciones! —gritó—. Ponte en contacto con la Nueva República y hazles saber que ya estamos siendo atacados. Los imperiales han actuado más deprisa de lo que esperábamos.
Tionne asintió. Su rostro, pálido como la porcelana, estaba tan tenso que parecía como si pudiera hacerse añicos en cualquier momento.
Un grupo de cazas TIE trazaba círculos sobre el Templo del Cúmulo de la Hoja Azul al otro lado del río, disparando repetidamente sus cañones láser. Hilos de humo negro flotaban en el aire.
Kyp volvió la mirada hacia la lanzadera imperial que habían robado, que seguía posada sobre la parrilla de descenso cubierta de hierba, y la señaló con la mano mientras Dorsk 81 se dirigía hacia la relativa seguridad de los niveles más profundos de los hangares.
—Voy a volver a la nave —dijo—. Ahí hay algunas armas, y no contamos con otra cosa.
Dorsk 81 titubeó durante unos momentos, y después siguió a Kyp cuando éste echó a correr a través del claro sin mirar hacia atrás. Dorsk 81 se detuvo cuando un chirriante ruido metálico surgió del perímetro de árboles y la cabeza trapezoidal de un caminante imperial emergió del bosque. El artefacto produjo dos estrepitosos truenos con sus patas metálicas antes de encontrar puntos de apoyo en aquel terreno tan abrupto. La cabeza giró y las miras de sus cañones láser entraron en acción, centrándose en Kyp para seguir su carrera.
Dorsk 81 se quedó paralizado, pero sólo durante un momento. Vio lo que iba a ocurrir..., pero no podía permitir que ocurriese. En un gesto instintivo, dejó en libertad a la Fuerza: no se contuvo y no canalizó o dirigió el flujo, limitándose a dejar en libertad todo su miedo y su deseo de alejar al caminante de exploración imperial de su amigo.
Un muro de poder invisible cayó sobre el caminante, aplastando su cabina y haciendo que saliera despedido hacia atrás hasta chocar con un árbol.
Kyp giró sobre sus talones para contemplar boquiabierto el caminante de exploración destrozado. Todo había ocurrido en un segundo.
—Gracias —dijo.
Dorsk 81 descubrió que estaba temblando.
—Fue una reacción totalmente automática —dijo—. Ni siquiera pensé en lo que hacía.
—Entonces eres un verdadero Jedi —replicó Kyp con afable admiración, pero no desperdició ni un instante más antes de meterse en la lanzadera y salir de ella con un arsenal lamentablemente reducido: cinco pistolas desintegradoras y un cortador láser—. Siempre es mejor que nada —añadió.
Dorsk 81 contempló las armas. —No es gran cosa.
Después alzaron los ojos hacia los sonidos atronadores que continuaban retumbando incesantemente en el cielo a medida que oleada tras oleada de vehículos de asalto de superficie eran escupidos por la flota de Destructores Estelares en órbita...
Los Caballeros Jedi se reunieron en la sala de guerra del segundo nivel de la pirámide, pero incluso estando en las profundidades del templo de guerra no podían dejar de oír los sordos ecos del constante ataque.
Tionne meneó su cabeza plateada.
—Los imperiales han colocado una red generadora de interferencias en el espacio —dijo—. Ningún mensaje puede atravesarla. Tendremos que conformarnos con la esperanza de que la Nueva República oyera tu advertencia original, Kyp.
—Vendrán —dijo Kirana Ti con hosca confianza.
La guerrera de Dathomir sostenía en su mano la espada de luz desactivada. Era el arma que había sido construida por Gantoris, otro de los estudiantes Jedi, hacía un año..., cuando los estudiantes se enfrentaron al espíritu oscuro de Exar Kun. De hecho, entonces los estudiantes Jedi —también sin Luke Skywalker— ya se reunieron en aquella misma sala de guerra para planear la derrota de Kun y liberar a su Maestro Jedi.
—Pero ¿llegarán a tiempo esos refuerzos? —preguntó Kam Solusar con visible escepticismo.
Kyp Durron empezó a ir y venir por el pétreo recinto.
—Los Destructores Estelares en órbita son la amenaza principal —dijo, alzando una mano para señalar hacia arriba—. Estamos siendo atacados por los cazas TIE y la maquinaria de asalto de superficie, pero sólo vemos una fracción del contingente de fuerzas que transportan esos Destructores Estelares. Tionne, ¿pudiste determinar cuántas naves hay en órbita alrededor de la luna?
Tionne volvió sus ojos mercuriales hacia él.
—Diecisiete, creo que de la clase Imperial.
Algunos de los nuevos estudiantes dejaron escapar jadeos ahogados, pero Kyp se limitó a erguirse. Colocó las manos sobre la mesa y presionó el tablero con las uñas hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
——En estos momentos nos sentimos fuertes debido a todos los cazas que destruimos en el otro templo... Pero no importa lo hábiles que seamos utilizando la Fuerza o qué parte de sus tropas de superficie consigamos aniquilar, porque esos Destructores Estelares seguirán enviando una nave detrás de otra.
—Pero ¿de qué otra manera podemos luchar contra un Destructor Estelar desde aquí? —preguntó Kirana Ti.
Kyp miró a su alrededor, intentando encontrar un poco de esperanza. —Supongo que nadie tiene ninguna idea, ¿verdad? Dorsk 81 permanecía rígidamente inmóvil, con las manos unidas encima de la mesa mientras un caos de pensamientos a medio formar giraba locamente dentro de su cabeza. Se acordó de lo fácil que le había resultado aplastar al caminante imperial, y de cómo había utilizado la Fuerza para apartarlo de un empujón. Si pudiera...
—Tengo una sugerencia —dijo por fin.
Sus labios se habían tensado hasta formar una línea muy delgada, y la piel verde oliva de su rostro estaba salpicada de manchas más oscuras mientras las emociones hervían bajo su piel.
Kyp se volvió hacia su amigo, y Dorsk 81 pudo percibir la repentina oleada de expectación que emanó de los estudiantes reunidos en la sala de guerra. Tenía que darles algo a lo que aferrarse. Tragó saliva.
—Si nos limitamos a librar pequeñas batallas de manera individual, entonces nunca podremos triunfar—dijo—. Pero juntos somos más poderosos que la mera suma de nuestras partes. Podemos unir nuestras capacidades.
Kirana Ti y Kam Solusar le miraron fijamente con expresión pensativa. Dorsk 81 se inclinó sobre la mesa y extendió las manos en un gesto que abarcó a todos los estudiantes.
—Algunos de vosotros estabais allí cuando por fin logramos derrotar a Exar Kun —siguió diciendo—. Unimos nuestras habilidades y nos unimos hasta ser uno solo, como campeones de la Fuerza..., y así, unidos, logramos encontrar una reserva de energías mucho más grande que ninguno de nosotros podría haberse imaginado jamás.
—Pero ¿qué podemos hacer? —preguntó la joven estudiante de apariencia reptiliana.
Su voz era un débil siseo que brotaba de las profundidades de su garganta, y su cresta azul seguía levantada.
Dorsk 81 titubeó durante un instante. La sugerencia era ridícula..., pero en aquellos momentos la situación era tan desesperada que sus compañeros se tomarían en serio incluso una idea imposible.
—Podemos utilizar la Fuerza para... empujar a los Destructores Estelares y alejarlos de aquí —dijo, empleando el tono de voz más firme y desprovisto de inflexiones de que fue capaz.
Los estudiantes Jedi respondieron con un jadeo colectivo en el que la incredulidad se mezclaba al deleite.
—No, es una tarea demasiado enorme —dijo Kam Solusar—. Hay demasiadas naves... ¡Diecisiete Destructores Estelares de la clase Imperial!
Dorsk 81 no se inmutó.
—El tamaño no importa —replicó—. ¿Cuántas veces nos lo ha repetido el Maestro Skywalker? Al principio muchos de nosotros no creíamos que pudiéramos levitar un guijarro o una hoja. Hace un rato lanzamos peñascos gigantescos contra naves que volaban muy por encima de nuestras cabezas. Streen derribó a cuatro cazas TIE haciendo que chocaran entre sí, y sólo empleó el viento. Todo eso se hizo sin planificación, sin preparación y sin ayuda.
»La Fuerza está en todas las cosas —siguió diciendo Dorsk 81—. No existe ninguna diferencia fundamental entre un guijarro y un Destructor Estelar. Además, las naves no pueden hacer nada para resistir semejante ataque.
Los demás empezaron a murmurar entre ellos, pero Kyp detuvo los susurros dejando caer su puño sobre la mesa.
—¡Eh! ¿Es que no habéis escuchado las enseñanzas del Maestro Skywalker? —preguntó—. Si esto no funciona, tendremos que buscar otra solución..., pero creo que deberíamos hacerlo.
Sus palabras hicieron que no hubiese más discusiones. Dorsk 81 se levantó.
—Estos templos fueron construidos hace mucho tiempo por la raza massassi. Hemos descubierto —señaló a Tionne con una inclinación de cabeza— que su propósito original era servir como foco a las energías que manipulaban los Señores Oscuros del Sith. Podemos utilizar estos templos para un propósito similar..., pero a fin de servir al lado de la luz y para protegernos.
»Iré a la cima de este templo y actuaré como punto focal de todas vuestras energías. Todos uniremos nuestras capacidades..., treinta de nosotros conectados mediante la Fuerza.
Dorsk 81 alzó la voz. Un extraño poder interior fue creciendo dentro de él a medida que hablaba. Nunca había deseado ninguna clase de liderazgo, pero de repente ya no se sentía como un mero seguidor. Se sentía fuerte y lleno de decisión, e impulsado por un gran propósito.
—Unid vuestros recursos y yo extraeré el poder de vosotros, canalizándolo a través de mí, y empujaré tal como hice con ese caminante de exploración imperial. Los enviaré muy lejos de aquí empujándolos con la Fuerza, y haré que salgan dando tumbos a través del espacio hasta que los Destructores Estelares estén perdidos en el vacío.
Dorsk 81 estaba temblando mientras pronunciaba aquellas palabras, y Kyp fue hasta él y apretó suavemente el delgado hombro del clon alienígena.
—Y después de que hayamos expulsado a los cruceros de batalla —dijo—, podremos acabar con los restos de las fuerzas de ataque esparcidos por la selva. —Sonrió—. Cuando la Nueva República llegue aquí, todo habrá terminado.
—No debemos esperar —dijo Dorsk 81—. Ahora todos estamos juntos, pero el ataque se está intensificando. Ni siquiera este Gran Templo podrá mantenerse en pie durante mucho tiempo a menos que hagamos algo.
Dorsk 81 estaba inmóvil en el ápice de la pirámide, descalzo sobre las losas calentadas por el sol que habían sido meticulosamente unidas para constituir una plataforma de observación. Los estudiantes Jedi solían subir allí para contemplar el amanecer impregnado por todos los colores del arco iris que se deslizaba sobre la circunferencia del gigante gaseoso suspendido en el cielo.
Los incendios que ardían en las junglas que rodeaban el complejo del templo crujían y elevaban sus llamas hacia las alturas. Debajo de ellas, escuadrones de caminantes de exploración y maquinaria de asedio que masticaba el suelo se deslizaban sobre la superficie de la selva en un lento avance hacia la fortaleza Jedi.
Los imperiales habían descubierto que los Caballeros Jedi ya no estaban en el Templo del Cúmulo de la Hoja Azul. Los estudiantes se habían reunido en el más alto de todos los templos massassi, y los atacantes de Pellaeon no tardarían en dirigir su ofensiva contra la pirámide escalonada.
Dorsk 81 alzó el rostro hacia el cielo y mantuvo las manos pegadas a los costados con los dedos extendidos. La piedra desplegaba su firme solidez bajo las plantas de sus pies, y el clon alienígena se fue llenando de calma y se sumergió en el interior de su ser, buscando las hebras que podría entretejer con las de los demás.
Kyp y Kirana Ti, Kam Solusar y todos los otros estudiantes Jedi —a algunos los conocía bien, a otros apenas los había tratado— también concentraron sus capacidades. Dorsk 81 se acordó de cómo se habían unido para enfrentarse a Exar Kun, y volvió a sentirse rodeado por el mismo
Torbellino
invisible de entonces.
Los nuevos Caballeros Jedi se unieron unos a otros con cordones de luz invisible. Los vínculos eran muy sólidos, y se extendían de una persona a otra reforzando sus habilidades. Dorsk 81 permaneció inmóvil en el centro de aquella red, el ojo de la tempestad, aguardando allí donde podría recurrir a la Fuerza y magnificarla con un poder más grande de lo que jamás hubiera llegado a concebir.
Una sombra maligna de duda se agitó dentro de su mente, y de repente Dorsk 81 se preguntó si no sería realmente imposible mover una flota tan enorme. Su duda empezó a crecer, y volvió a acordarse de la expresión que había visto en el rostro de su predecesor cuando Dorsk 80 contemplaba al clon convertido en Caballero Jedi con el ceño fruncido.
«Nunca conseguirás hacer nada más importante que lo que podrías haber hecho en Khomm.»
«¿Por qué no te quedas con nosotros? —le había suplicado Dorsk 82, su sucesor—. Todo irá bien, todo será como ha sido siempre...»
Pero Dorsk 81 quería algo más. Su vida había adquirido un propósito más grande. Lo había percibido casi desde el principio, pero lo había ignorado durante mucho tiempo. Todo eso había quedado atrás, y Dorsk 81 se había convertido en un Caballero Jedi. Un Caballero Jedi...
Su determinación formó una tenaza irresistible que eliminó la duda dentro de su mente..., y antes de que pudiera ser distraído por otros pensamientos, Dorsk 81 desplegó sus poderes y aferró las hebras de la Fuerza que le estaban ofreciendo los otros estudiantes Jedi. Sintió como si acabara de acceder a una inmensa fuente de potencia, una sobrecarga de energía que canalizó a través de sí mismo sin titubear.
Alzó las manos hacia el cielo y se imaginó a los Destructores Estelares en órbita: diecisiete máquinas de muerte en forma de cuña, erizadas de armamento, cargadas con más cazas TIE y tropas de asalto... Sus pensamientos volaron hacia las alturas y dejaron atrás la jungla color verde esmeralda, y avanzando detrás de su presencia llegó un ariete de Fuerza invisible e irresistible que no podría ser detectado por ningún sensor imperial. Los Destructores Estelares aguardaban, poderosos, excesivamente seguros de sí mismos..., sin sospechar nada.